Gürtel, Púnica, Taula, Noos, Brugal, Barcenas… la lista no se acaba. Los casos de corrupción del PP se extienden alcanzando cada rincón del partido, desde la dirección nacional hasta concejales, diputados autonómicos, alcaldes y alcaldesas, presidentas regionales, tesoreros, gerentes. Pero esta implosión purulenta es algo más. Refleja la crisis política de la derecha, su deslegitimación social, y el agotamiento de un régimen que se ha estrellado contra la movilización de millones. La reacción de una población harta de mangoneo, impunidad, y dispuesta a no dejarse engañar, ha hecho saltar el entramado.

Cada día es más evidente que los herederos políticos de la más rancia tradición franquista se han comportado durante años como una auténtica trama organizada para el saqueo de las arcas públicas. El modus operandi de la “mafia” pepera es siempre la misma, y compartida con otras formaciones semejantes (véase CiU en Catalunya): contratos y concesiones públicas amañadas, comisiones ilegales, y blanqueo del dinero negro acumulado. Un negocio boyante basado en la complicidad de las grandes empresas y multinacionales que licitan la obra pública, y en la impunidad que permite el control de numerosos resortes del poder político y judicial.

Capitalismo y corrupción

Un aspecto silenciado generalmente por los medios de comunicación es el papel de los corruptores, es decir, de las empresas implicadas y beneficiarias de dichas tramas, principalmente grandes multinacionales y empresas del Ibex35 (OHL, Telefónica, FFCC, Cofely, y decenas más), que han financiado generosamente al PP a cambio de contratos y concesiones en infraestructuras y servicios públicos privatizados.

La corrupción no es una cuestión de manzanas podridas y de casos individuales, sino un elemento consustancial al normal funcionamiento del capitalismo. La crisis económica y la movilización social han permitido aflorar los casos más sangrantes, no solo aquí sino en muchos otros países. Pero la corrupción “ilegal” es mucho más pequeña que la corrupción “legal”, es decir, la que proviene del funcionamiento habitual del sistema que a través de reformas laborales, leyes que recortan el gasto social, o privatizaciones aprobadas en los parlamentos, permiten trasvasar billones de euros de los bolsillos de los trabajadores a las cuentas de resultados de las grandes empresas y bancos. Combatir la corrupción, en todas su formas, requiere romper con el capitalismo.

Madrid y Valencia, los motores del saqueo

Los delitos de todo tipo en los que se han visto implicados responsables del PP son variopintos: blanqueo de capitales, tráfico de influencia, cohecho, malversación de fondos públicos, falsificación documental, encubrimiento y destrucción de pruebas, entre otros. El caso Barcenas ha sido el más sonado de todos ellos, pero los últimos escándalos tienen incluso más significación política. La dimisión de Esperanza Aguirre como Presidenta del PP regional, y la defensa numantina de Rita Barbera de su aforamiento en el Senado, hay que interpretarlos como signos evidentes de que los cuchillos se están afilando para una guerra que pronto estallará abiertamente. Aguirre, porque se reserva su decisión de dar la batalla a Rajoy en el futuro inmediato, y Rita, porque ha mandado un mensaje nítido, al estilo de las memorables películas de Coppola y Scorsese: si ella va a la cárcel tirará de la manta y no dejará títere con cabeza. En fin, todo buenísimas noticias.

Obviamente los casos del PP de Madrid y de Valencia no son moco de pavo. Ambos eran los motores de las tramas y de donde salía lo fundamental de la presunta financiación ilegal del PP. En ambas comunidades sus responsables manejaban los recursos públicos y dichas administraciones como si se trataran de su cortijo particular, desviando los presupuestos para sus empresarios amigos, que a su vez garantizaban las correspondientes mordidas a los intermediarios del PP. Los recortes y privatizaciones han sido el auténtico negocio.

En la Comunidad de Madrid los casos no paran de multiplicarse. El último el del Canal de Isabel II, donde la corrupción ya apunta al anterior Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, mano derecha de Aguirre tras el relevo de Granados (encarcelado desde hace casi dos años). La trama Púnica, el saqueo de Bankia, la Ciudad de la Justicia, todo un entramado de negocios al más puro estilo de la mafia calabresa. Y el aparato de propaganda, Telemadrid, hundida para beneficio de los periodistas del poder, como Herman Terstch o Sánchez Dragó, liberales como Aguirre y críticos del sector público, pero que no dudaron en lucrarse de la cadena pública mientras se acordaba un ERE para sus 800 trabajadores.

¿Y el PP del País Valencià? ¿Cómo se puede calificar lo que ha hecho esta organización durante años? Los casos de corrupción afectan a casi la totalidad de los concejales y cargos del Ayuntamiento de Valencia, de Alicante y Castellón, a todas las Diputaciones, y al Parlament y los antiguos Gobiernos de Camps y Fabra. Toda la estructura del PP esta carcomida y podrida, hasta el punto de que la actual gestora del partido en Valencia sostiene la necesidad de refundar el PP incluso con unas nuevas siglas. Mónica Oltra, la vicepresidenta del nuevo Gobierno, cifraba el saqueo en más de 4.000 millones de euros, y es que mientras miles de estudiantes recibían clase en barracones, o miles de ciudadanos sufrían la degradación y privatización de la sanidad poniéndose cientos de vidas en peligro, el PP de Valencia se daba la vida padre a costa del dinero de todos.

Crisis y refundación

Bastantes voces del PP se han levantado ya a favor de “limpiar la casa caiga quien caiga”; pero eso es mucho más fácil de decir que de hacer. Son muchos años disfrutando de un gran poder, de ingresos multimillonarios obtenidos a golpe de chanchullo, para que se abandonen estos métodos sin resistencia. Como en la mafia, todos están implicados, y todos deben obediencia de silencio y lealtad so pena de ser arrastrados. Negocios, mansiones, vacaciones de ensueño, cuentas en Suiza, coches de primera, prestigio social…es el pegamento que les une. Al fin y al cabo ¿no es eso es el capitalismo? Pero la lucha de clases suele deparar cambios bruscos y repentinos. En un momento determinado, las masas dicen: ¡Hasta aquí hemos llegado!, y lo que ayer pasaba como algo normal para la fiscalía y los jueces, hoy ya no lo es tanto por que de alguna manera hay que calmar el descontento social. Y es más, por que también es una forma de segar las plantas demasiado podridas que con su comportamiento amenazan el negocio general, tanto de los chorizos como de sus amos.

En otras palabras, hay sectores importantes de la burguesía conscientes de que ha llegado el momento de refundar la derecha, adaptarla a los nuevos tiempos. Los primeros pasos ya se han dado con el respaldo a Ciudadanos, pero no está descartado que pasen a mayores y abran la veda dentro del PP, con caras nuevas, discurso nuevo, pero la misma política; en definitiva Gatopardismo en estado puro: que algo cambie para que todo permanezca igual.

Las próximas semanas y meses serán decisivos. Entre los estrategas de la burguesía es unánime el apoyo a un gobierno de unidad nacional, pero son pocos los que apuestan a que esté presidido por Rajoy, un hombre arrastrado por el lodo de la corrupción y con una imagen de patán consumado que ya harta. Todo empuja a que si el objetivo es defender la estabilidad y gobernabilidad, los movimientos para construir un nuevo liderazgo de la derecha arrecien en lo inmediato. Que lo consigan fácilmente, sin provocar nuevas crisis y sacudidas, ya es otro cantar.

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