Tras las impresionantes movilizaciones de la clase obrera y la juventud y tras el éxito de los paros laborales de los días 14 y 21 de marzo, se empezó a comentar en los círculos sindicales la convocatoria de una huelga general contra la guerra. De he Por Xaquín García Sinde

Comisión Ejecutiva CCOO-Galicia

Tras las impresionantes movilizaciones de la clase obrera y la juventud y tras el éxito de los paros laborales de los días 14 y 21 de marzo, se empezó a comentar en los círculos sindicales la convocatoria de una huelga general contra la guerra. De hecho, así lo dieron a entender tanto Fidalgo como Méndez. Pero el sector oficialista, con Fidalgo a la cabeza, se opuso contundentemente en la Ejecutiva Confederal, sorprendiendo con su postura a gran parte del sindicato y abriendo una de las mayores divisiones de los últimos tiempos.

Varios territorios y federaciones han decidido apoyar la huelga de dos horas, incluso en algunos casos expresando sus simpatías por una huelga de 24 horas.

Finalmente, la mayoría oficialista del Consejo Confederal rechazó el 2 de abril, por el 59% frente al 41%, la propuesta de UGT de dos horas por turno para el 10 de abril, apoyada por el Sector Crítico (aunque nuestra propuesta es una huelga general de 24 horas) y por los partidarios de Rodolfo Benito.

Esta situación nos recuerda la que se produjo ante la huelga general de Galicia del 15 de junio de 2001, convocada por UGT y CIG con la oposición de los oficialistas de CCOO. Entonces una parte muy importante de la base de CCOO se negó a hacer de esquirol y participó en la huelga. Ahora, y en todo el Estado, veremos todavía mucho más apoyo al 10 de abril, a pesar de la decisión de la dirección confederal. Una vez más, la mayoría oficialista de CCOO vuelve a defender una posición que revela la brecha que existe entre la dirección y la base del sindicato.

La postura del sector oficialista de CCOO es difícil de entender. Y mucho más cuando se conocen los argumentos con los que se oponen al paro, que son indefendibles.

Algunos suenan a excusa de mal pagador, como decir que se debilitará la movilización contra la guerra. O que se crearán divisiones entre los trabajadores y que no todos tendrán la misma oportunidad de hacer la huelga. Pues sí, pero esto pasa en cualquier huelga (también en los paros simbólicos de 15 minutos que Fidalgo nos ofrece como alternativa), ¡y no por eso se dejan de convocar! Y en este caso ni polémica habrá porque lo cierto es que pocas veces hay un ambiente tan unánime. La auténtica polémica es la que crean Fidalgo y los que comparten su postura, que es incomprensible para la inmensa mayoría de los trabajadores, empezando por nuestros afiliados.

Otro argumento es que la huelga sería ilegal. Esto es insostenible. Para empezar, si hoy las huelgas son legales es por las muchas huelgas ilegales que CCOO organizó en el pasado. Esto estaría muy bien si no fuese porque los primeros que rompen las reglas del juego son los empresarios y este gobierno que los representa, violando la legislación laboral, abusando de los trabajadores, entendiendo la democracia a su manera. Y esto es así porque hay intereses de clase totalmente enfrentados. Además, este argumento de la ilegalidad es peligroso. El sindicalismo de clase no puede aceptar ninguna restricción al derecho de huelga. Una huelga es lícita si hay razones justas. A partir de ahí, depende solamente de la correlación de fuerzas, que hoy nos es tremendamente favorable.

Otra razón es que provocaría un conflicto con los empresarios. ¿Y los paros de quince minutos no? De hecho, la CEOE los rechazó. Pero además el argumento es realmente inaudito. ¿Cómo puede un sindicalista estar preocupado por entrar en conflicto con los empresarios? ¿Es que se creen que tenemos una clase empresarial ejemplar a la hora de respetar la legislación laboral? ¿No saben que ya hay un conflicto abierto con los empresarios en todas y cada una de las empresas de este país, no ya por la lucha por la plusvalía, sino porque los empresarios pisotean un día sí y otro también los derechos de los trabajadores? ¿Pero en qué planeta viven? ¿Qué sindicalistas son estos que prefieren un conflicto con sus propios representados —tanto presentes (delegados, afiliados, etc.) como futuros (los estudiantes de hoy son los trabajadores del mañana)— a un conflicto con el enemigo de clase? Y no vale argumentar que también hay empresarios contrarios a la guerra. Si realmente están en contra, no deberían dificultar la participación de sus trabajadores en la huelga, sobre todo los pequeños empresarios. En todo caso, la oposición de determinados empresarios no es ni podrá ser nunca el factor determinante en la lucha contra una guerra imperialista, dado que ésta hunde sus raíces en el propio sistema capitalista.

Lo mismo cabe decir del argumento de que no conviene crispar la sociedad. ¿Qué se quiere decir, que por movilizarnos crispamos la sociedad? El que crispa aquí es el PP, que no puede soportar que ejerzamos nuestros derechos democráticos, como demostró el 20-J, el Prestige y demuestra ahora esta guerra.

También se escucha que el movimiento sindical no debe tener un protagonismo excesivo en la lucha contra la guerra, lo que constituye un profundo error.

En primer lugar, porque la guerra va a tener hondas consecuencias económicas. Ya el propio FMI habla de que puede precipitar una recesión económica mundial. Y la OIT cifra en 22 millones el número de parados que provocará. De hecho, algunas compañías aéreas ya anunciaron despidos. Es decir, esta guerra tiene también repercusiones laborales.

Pero además hay otras razones más de fondo. La inmensa mayoría de este país está contra la guerra. El PP lo sabe, pero no le importa porque la derecha entiende la democracia como un mero formalismo, que da derecho a votar cada cuatro años para que después el gobierno de turno haga lo que le dé la gana sin que tengamos derecho a protestar. Y si alguien lo hace, se le descalifica, se le insulta y se le acusa de antipatriota, de connivencia con el terrorismo, de ser compañero de viaje de Sadam Husein o de lo que haga falta. Y si esto no funciona, siempre queda intentar la represión.

La guerra está iniciada y ningún gobierno va a pararla. Sólo podemos pararla los trabajadores y los estudiantes de todo el mundo, los únicos que nos oponemos a ella por principios. Es verdad que las movilizaciones masivas no evitaron su comienzo, pero esto no es motivo para abandonar la lucha, todo lo contrario: hay que aumentarla, pero dándole una nueva dimensión porque ahora se trata de parar una guerra en marcha.

Indudablemente, la Administración Bush no va a frenar su maquinaria bélica por lo que hagamos en el Estado español. Como demostró la guerra de Vietnam, ésa es en primer lugar la tarea de los trabajadores y la juventud estadounidenses. Nuestra aportación a la lucha contra la guerra tiene que ser obligar al Gobierno a retirar las tropas españolas e impedir el uso de las bases o del espacio aéreo, impedir la colaboración del PP con la agresión imperialista. Sin duda, cualquier éxito en nuestra lucha tendría una enorme repercusión internacional, animando aún más el movimiento contra la guerra en EEUU y a escala mundial.

¿Cómo podemos conseguir todo esto? Puesto que el gobierno del PP ignora la opinión de millones de personas manifestándonos en las calles, la única manera de acabar con la implicación española en esta guerra es con una lucha más contundente. La huelga general del 20-J demostró que los trabajadores podemos echar atrás una medida que para la burguesía era muy importante, deshaciendo todos sus planes. Si el Gobierno no cambia de actitud, habrá que movilizarse hasta conseguir su dimisión.

Para esta batalla, la fuerza del movimiento obrero es la fuerza decisiva porque somos la clase social más numerosa, por nuestro nivel de organización a través de los sindicatos y, especialmente, por el papel que jugamos en la producción: todo el sistema capitalista descansa sobre los hombros de la clase obrera, la clase obrera es la fuerza más poderosa de la sociedad capitalista, a pesar de que muchos, incluso desde dentro de nuestras propias filas, nos quieran convencer de lo contrario. Los objetivos del movimiento por la paz son imposibles de conseguir sin la participación de los trabajadores. Pero no se trata de que participemos en tanto que “ciudadanos”, sino que actuemos como clase y con los métodos de lucha que nos son propios, incluido el boicoteo a actividades relacionadas con la guerra, como se hizo en Gran Bretaña, Bélgica o Italia.

Mal que le pese a Fidalgo y los oficialistas, la lucha contra esta guerra está adquiriendo un carácter crecientemente político, está derivando, de forma natural, en una lucha contra el gobierno del PP, demostrando una vez más que no hay una muralla china entre la lucha sindical y la lucha política. Por eso el sindicalismo, para ser de clase, tiene que tener una perspectiva política. Los oficialistas hicieron bandera de la “independencia” de CCOO, del abandono de su dimensión política. Con su negativa a apoyar el paro del día 10, parece que también quieren abandonar su dimensión social. Esta negativa es la mejor prueba de adónde conduce la tesis del sindicalismo “apolítico”. La naturaleza aborrece el vacío. Si el movimiento sindical no se dota conscientemente de una perspectiva política propia, de clase, marxista, el resultado inevitable es que la ideología burguesa penetra en sus filas, especialmente en las capas dirigentes más elevadas.

Los trabajadores tenemos que usar nuestra fuerza como clase para que prevalezca la voluntad de la inmensa mayoría. Y tenemos la fuerza suficiente para conseguirlo, como demostró la lucha contra el decretazo. Fuimos nosotros los que acabamos con la leyenda de la fortaleza del PP y los que le obligamos a empezar a retroceder. El 20-J demostró una vez más que, lamentablemente, no basta con tener razón, sino que nuestra razón tenemos que imponerla. Y nuestra fuerza está en la calle, en nuestra firme determinación de movilizarnos masivamente para conseguir nuestros objetivos.

En este sentido, qué duda cabe de que la huelga general de dos horas convocada por UGT para el jueves 10 de abril es un paso adelante, aunque insuficiente. También la convocatoria por parte de CGT de una huelga general de 24 horas para ese mismo día es un paso positivo. Y aunque es evidente que, dada su implantación, no podrá movilizar al conjunto de los trabajadores, una campaña seria de asambleas en las empresas y una actitud compañera hacia la base y la dirección de CCOO y UGT ayudarán a seguir avanzando en la movilización. También el Sector Crítico debe impulsar esta lucha, empezando por mantener la convocatoria del día 10 en los territorios y federaciones que lo aprobaron y extendiéndola al conjunto del sindicato a través de una campaña de asambleas donde se decida el apoyo a la huelga, postura que en la base del sindicato es aplastantemente mayoritaria.

Esta es la mejor manera de hacer avanzar la movilización contra la guerra y al mismo tiempo luchar seriamente por recuperar CCOO para las posiciones de sindicato combativo y de clase de las que nunca debió alejarse.

En esta guerra hay intereses poderosísimos y hará falta toda nuestra fuerza para detenerla. Si tras el 10 de abril el Gobierno sigue colaborando en la masacre del pueblo iraquí, habrá que seguir dando pasos adelante y convocar una huelga general de 24 horas.

¡GOBIERNO DIMISIÓN!

¡POR UNA HUELGA GENERAL DE 24 HORAS!

¡ÚNETE A LOS MILITANTES MARXISTAS PARA LUCHAR POR UN SINDICALISMO REVOLUCIONARIO!

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