El pasado 4 de diciembre Italia votaba de forma abrumadora contra la reforma constitucional impulsada por el gobierno. Con una participación que rondó el 70%, el no ganó con casi el 60% de los votos, forzando la dimisión del primer ministro, Mateo Renzi, quien había ligado su continuidad en el cargo al resultado del referéndum. La reforma reforzaba la cámara de los diputados mientras reducía el poder del senado, convirtiéndolo en órgano consultivo. También restaba autonomía a las provincias y otorgaba al gobierno central la competencia exclusiva y directa en cuestiones de energía, infraestructuras estratégicas, políticas laborales, el sistema de Protección Civil o la gestión de puertos y aeropuertos. Pero más allá de los puntos de la reforma, el voto no ha reflejado el rechazo absoluto hacia las políticas de ataque a los trabajadores de Renzi y el Partido Democrático (PD).

Como ya ocurriera con el referéndum griego o el británico, el voto no se impuso frente a la presión de los poderes económicos y financieros. De esta forma, millones de trabajadores y jóvenes, y capas medias depauperadas, en definitiva, quienes más padecen las consecuencias de la crisis económica, se han mantenido firmes en el no, pese a las presiones de la patronal Confindustria, Schäuble o el mismísimo Obama, y de sus voceros mediáticos, que auguraban una catástrofe de no aprobarse la reforma.

La burguesía maniobra para evitar las elecciones

Tras conocerse los resultados del referéndum, los partidos de la oposición, especialmente el Movimiento 5 Estrellas (M5S), reclamaron inmediatamente elecciones para elegir nuevo ejecutivo. Sin embargo, el presidente italiano, Sergio Mattarella, ha optado por nombrar apresuradamente a Paolo Gentiloni, hasta ahora ministro de Exteriores, como primer ministro en sustitución de Renzi, siendo el tercer primer ministro no elegido en las urnas en los últimos dos años.

Por supuesto, esta maniobra no tiene otro objetivo para la burguesía italiana y europea que tratar de evitar unas elecciones anticipadas que podrían dar la victoria al Movimiento 5 Estrellas. En un contexto de enorme crisis en la tercera economía de la zona euro, y cuando la clase dominante necesita garantizar la aplicación de las reformas económicas que reclama la Unión Europea, la victoria del M5S (que, entre otras cosas, lleva en su programa un referéndum para la salida del euro) sería un factor que introduciría mayor inestabilidad aún. Sin embargo, la escasa estabilidad que puede ofrecer este nuevo gobierno impuesto, absolutamente débil y deslegitimado, es obvia. De hecho, inmediatamente después de la derrota de Renzi en el referéndum, Moody´s rebajó la calificación del bono italiano de “estable” a “negativa”, y una hipotética quiebra financiera tendría consecuencias gravísimas no sólo para Italia, sino para toda la UE.

Tanto es así que el nuevo gobierno ha aprobado ya un “rescate” de 20.000 millones de euros para los bancos y deberá enfrentarse inmediatamente al problema de cómo salvar el Monte Paschi di Siena, el banco más antiguo y el tercero más grande de Italia. Incluso si fueran capaces de encontrar una solución a corto plazo, los problemas subyacentes del sector bancario italiano permanecerán: en la actualidad hay un total de 330.000 millones de euros (20% del PIB) en préstamos de dudoso cobro.

Pero la crisis bancaria es sólo la expresión financiera de la grave crisis que arrastra la economía italiana desde hace dos décadas, que en los últimos años se ha agravado, con consecuencias devastadoras en los niveles de vida de las masas. Desde 2008 la economía se ha contraído un 12% y la relación entre la deuda y el PIB es del 133%, tan sólo superada por Grecia. Según datos del FMI, casi el 30% de la población está en riesgo de pobreza y el desempleo entre los jóvenes ronda el 40%. Las políticas antisociales del gobierno Renzi no han hecho sino agravar la situación. La Ley del Trabajo, lejos de disminuir el desempleo tal como anunció Renzi, provocó una subida de la precariedad como consecuencia de la abolición del artículo 18, que impedía los despidos sin causa justificada.

El descontento social motor de la caída de Renzi

En este contexto la victoria del no cobra su verdadera dimensión, expresando un rechazo frontal, no sólo a los contenidos de la reforma, sino principalmente a las políticas de Renzi y de la UE. Un descontento que ha estallado en innumerables ocasiones a través de la movilización y de la lucha y cuyo último exponente, aunque no el único, fue la huelga del transporte en varias ciudades italianas, secundada masivamente por los trabajadores del sector público, y que afectó a metro, autobuses, tranvías y trenes. En casi todos los aeropuertos italianos se suspendieron vuelos o se produjeron retrasos. Y en el puerto de Nola, punto logístico estratégico para todo el sur de Italia, piquetes formados por empleados de la empresa Almaviva y trabajadores despedidos de Fiat impidieron la circulación de mercancías. Entre las razones que motivaron la huelga, además del rechazo a la reforma constitucional, los sindicatos señalaron “las políticas económicas del gobierno de Matteo Renzi, dictadas por la Unión Europea”, el rechazo a la reforma educativa llevada a cabo por el Partido Demócrata, y al sistema de pensiones regulado por la ley Fornero que aumenta la edad de jubilación y que Renzi, pese a sus promesas, no llegó a derogar.

El nuevo presidente deberá enfrentarse a los mismos problemas que han motivado la derrota de Renzi. Por esto, pese a los deseos de los capitalistas, unas nuevas elecciones no están, ni mucho menos descartadas. Y la posibilidad de que el M5S obtenga la victoria es bastante probable. Pese a su programa confuso y contradictorio, el M5S ha agrupado en torno a sí a sectores radicalizados de las capas medias y de los trabajadores, con un discurso que hace de la lucha contra la corrupción del Estado uno de sus principales caballos de batalla, en un país donde ésta se ha convertido en un cáncer que corroe las instituciones, y donde los lazos entre la mafia, la clase política y la judicatura son de dominio público. Desde su aparición en 2012, la presencia en las instituciones del M5S no ha dejado de crecer, y en los últimos comicios municipales su candidata en Roma, Virginia Raggi, obtenía una contundente victoria sobre el candidato del PD, convirtiéndose en la primera mujer alcaldesa de Roma.

Sin embargo, a los pocos meses de asumir el gobierno municipal de Roma, el M5S se encuentra sumido en una grave crisis, cuajada de dimisiones, y con varios de sus cargos públicos y de confianza, cercanos a la alcaldesa, acusados de corrupción. Una prueba clara de las limitaciones de un movimiento de este tipo, que pese a nutrirse del descontento, la crítica y la movilización contra los recortes y la crisis, es incapaz de organizar esa base social y apoyarse en ella para desarrollar un programa alternativo al que propugna el capitalismo, que realmente pudiera dar una respuesta a los problemas más acuciantes de la población.

El escenario político italiano confirma una vez más lo que ya es una tendencia clara en el viejo continente: el colapso histórico de la socialdemocracia y la creciente polarización social, que se expresa en el crecimiento de opciones políticas más radicales, a su izquierda, pero también un desarrollo importante de la extrema derecha, que refleja la desesperación de amplios sectores de la población. De qué lado se incline la balanza de la lucha de clases dependerá, en gran medida, de que los trabajadores seamos capaces de articular para ese combate no sólo una alternativa institucional, sino una organización sólida capaz de defender, frente a la barbarie a que nos condena el sistema capitalista, un programa revolucionario de transformación social.

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