Incluso antes de ser investido presidente, el carácter xenófobo, racista y misógino de Donald Trump unido a su política reaccionaria ha provocado una impresionante movilización que continúa tres meses después de su llegada a la Casa Blanca. Además, el giro dado en la política exterior y sus formas autoritarias sigue profundizando las divisiones entre la clase dominante.

De hecho, el despido del director del FBI, James Comey, por negarse a abandonar las investigaciones de los vínculos de Trump, su yerno y algunos de sus colaboradores con el gobierno ruso, ha sido el último episodio. Para encontrar una decisión similar hay que remontarse a 1973 cuando Nixon despidió al fiscal general por investigarle en relación al Watergate.

Del ‘América primero’ a la intervención exterior

Desde su llegada a la presidencia las tensiones entre las principales potencias mundiales se han agudizado. Trump no ha llegado a la presidencia de Estados Unidos por accidente, refleja los intereses de un sector muy importante de la burguesía norteamericana, especialmente de las grandes multinacionales de la energía y del capital financiero. Es precisamente este sector el que está detrás de los pasos que ha iniciado esta nueva administración hacia una reordenación de las alianzas con otras potencias. El enfrentamiento con la Unión Europea, el giro hacia un entendimiento con el Kremlin y los guiños a Gran Bretaña tras el Brexit son una muestra de ello. Las tensiones que está provocando este cambio de estrategia se pudieron ver en la última reunión del G7 en Italia, que terminó con un desencuentro público entre EEUU y las principales potencias europeas, muy especialmente Alemania. No hubo acuerdo en ninguno de los temas que se abordaron: el cambio climático, los refugiados o la necesidad de evitar el proteccionismo económico.

Días antes Trump había visitado Arabia Saudí para firmar el mayor acuerdo de venta de armas de EEUU a este país, por valor de 100.000 millones de dólares. Además aprovechó la ocasión para confirmar el fin del acercamiento de EEUU al régimen iraní, algo que también irritó a los europeos ya que esta posición de la administración Trump hace saltar por los aires la estrategia del imperialismo norteamericano y europeo durante estos últimos años y añadirá más inestabilidad en la región.

A pesar de todas las promesas aislacionistas durante a la campaña electoral, la realidad es que la política militar del nuevo gobierno se inició con el bombardeo de la base aérea Al Shayrat, en Siria, el primer ataque directo de EEUU contra el régimen de Al Assad desde el inicio de la guerra. Pocos días después, el ejército estadounidense lanzaba en Afganistán por primera vez la MOAB, la bomba no nuclear más grande del arsenal norteamericano. Este nuevo ataque tenía un objetivo más allá de Afganistán, era una demostración de su músculo militar. Lo mismo se puede decir del despliegue que está llevando a cabo en las inmediaciones de Corea del Norte, con una flota considerable en un aviso también al régimen chino. Igualmente una de las medidas estrella de sus primeros cien días ha sido el anuncio de aumentar un 10% el presupuesto de defensa (54.000 millones de dólares) el año que viene, lo que supone el mayor aumento en el gasto de defensa desde los atentados del 11-S.

Esta actitud ofensiva en el terreno militar es una continuación de las propuestas en el terreno económico. En el mes de abril, Trump anunció la bajada del impuesto de sociedades del 35% al 15%, con el objetivo de atraer inversiones financieras y empresariales convirtiendo a EEUU, la primera potencia económica a nivel mundial, en poco menos que un paraíso fiscal. Esta reducción irá acompañada de más bajadas de impuestos fundamentalmente a las rentas más altas.

Mientras rebaja impuestos a los ricos declara la guerra a la clase trabajadora

Para el 99% de la población las cosas no son tan favorables. Las primeras medidas emprendidas por el gobierno de Trump son una declaración de guerra a la clase trabajadora. Tan sólo cinco días después de ser investido presidente firmó un conjunto de órdenes ejecutivas para iniciar la construcción de un muro en la frontera con México. Dos días después, firmó la orden que vetaba la entrada en el país de los inmigrantes musulmanes. Esta orden, que la justicia paralizó fruto de la movilización social, junto con la política de deportaciones masivas anunciada por Trump, es en realidad la continuación de la política de inmigración llevada por Obama, pero a un nivel superior: el anterior inquilino de la Casa Blanca deportó a más de dos millones y medio de inmigrantes entre 2009 y 2015. Pero no sólo los inmigrantes son el objetivo de las políticas reaccionarias de Trump.

También hemos visto el intento de imponer el llamado Trumpcare, su reforma sanitaria, que pretendía dejar sin seguro médico a uno de cada cinco estadounidenses (24 millones de personas), aunque sí consiguió la derogación del Obamacare y su sustitución por una nueva ley sanitaria más restrictiva y que favorece a los empresarios mientras deja a millones sin cobertura sanitaria. Su primer presupuesto económico representa un ataque salvaje a las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos, sólo en 2018 contempla un recorte de 1,7 billones de dólares. Su plan para los próximos diez años es recortar más de cuatro billones de dólares: más de 616.000 millones de dólares en la cobertura sanitaria a los más pobres (Medicaid), otros 193.000 millones en las cartillas de alimentación para pobres, además de reducciones brutales del dinero destinado a la educación pública, medioambiente, transporte público, energías renovables, etc.

La victoria de Trump, lejos de demostrar un giro a la derecha en la sociedad norteamericana, es una expresión de la gigantesca polarización social y política que vive la primera potencia mundial. Mientras lanzaba todas estas medidas reaccionarias que benefician al 1% de la sociedad, los cien primeros días de gobierno han estado marcados por la movilización social. Su presidencia comenzó con la masiva marcha de las mujeres, siguió con la ocupación de los aeropuertos por decenas de miles de personas para dar la bienvenida a todos los inmigrantes que llegaban al país. Lo mismo sucedió durante el debate de la primera propuesta de reforma sanitaria conocida como Trumpcare, que volvió a encender la mecha con manifestaciones y escraches a los congresistas y senadores republicanos. Continúa también la movilización del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) contra los ataques racistas a la comunidad negra, las luchas contra la construcción de los oleoductos de Dakota Access y Keystone XL, sin olvidar las huelgas y manifestaciones del pasado Primero de Mayo en un nuevo “día sin inmigrantes”.

A pesar de los desmanes de Trump y de que la posibilidad de recurrir al impeachment o a cualquier otra forma legal de sustituirle está encima de la mesa, de momento la clase dominante parece haber optado por no abrir ese frente. El problema para la burguesía es que la salida de Trump de la Casa Blanca sería vista como una victoria por el movimiento de masas, dándole alas para continuar la resistencia contra la agenda de ataques del capitalismo norteamericano. Sea cual sea el futuro de Trump, la clase dominante ha declarado la guerra a la clase trabajadora estadounidense, lo que es una receta acabada para la profundización de la lucha de clases.

banneringles

banneringles

banner

banner

banner

banneringles

banneringles

bannersindicalistas

bannersindicalistas