La Asamblea Ciudadana de Podemos, la llamada Vistalegre II que se celebrará los próximos 10, 11 y 12 de febrero, supondrá un antes y un después para el futuro de la formación morada. No sólo miles de trabajadores, jóvenes y activistas sociales están pendientes de la pugna interna que ha estallado, también el gran capital y sus partidos están interviniendo abiertamente en la batalla, presionando y promocionando a determinados dirigentes. A pesar del mensaje dominante, la crisis de Podemos no es sólo una lucha por “el poder” entre fracciones, sino el reflejo agudo de presiones de clase antagónicas.
La explosión social que gestó el surgimiento de Podemos
El 15 de mayo de 2011 la rabia acumulada durante años emergió bruscamente a la superficie, dando paso a uno de los períodos más convulsos de la lucha de clases en el Estado español. En el fragor de aquel histórico movimiento del 15M, y en la larga onda de luchas sociales y movilizaciones que abrió, millones de personas comprobaron en su propia experiencia el papel real de las instituciones de la sociedad burguesa, envueltas en el celofán de la llamada “democracia parlamentaria”, pero que en realidad esconde una dictadura, la del gran capital, la de esa élite de multimillonarios, banqueros y especuladores que nadie ha votado pero que deciden el destino de nuestras vidas.
Durante un largo período se sucedieron huelgas generales, mareas ciudadanas, marchas por la dignidad, conflictos vecinales y estudiantiles, y grandes manifestaciones a favor del derecho a decidir, que fueron un ejemplo de combatividad, participación democrática y desafío a los aparatos sindicales y socialdemócratas garantes de la paz social. Esta gigantesca rebelión no sólo mostró la indignación contra una recesión económica devastadora, generó también la mayor crisis de gobernabilidad desde la llamada transición y un salto cualitativo en la conciencia política de toda una generación. El bipartidismo —la alternancia en el gobierno entre el PP y el PSOE en la que se ha basado la estabilidad del capitalismo español— recibió un obús en su línea de flotación.
La aspiración que recorrió calles y plazas fue transformar de arriba abajo el orden establecido y con ello todas las instituciones, organismos y organizaciones que, en mayor o menor grado, eran identificados con él. Fue este contexto explosivo el que creó el espacio vital para que Podemos irrumpiera trastocando el tablero político y la correlación de fuerzas en la izquierda. Desde entonces, las alarmas en los despachos de los consejos de administración de los grandes bancos y empresas no han dejado de sonar, y la clase dominante ha maniobrado incansablemente para destruir, o por lo menos neutralizar, el irresistible ascenso de Podemos.
Podemos nació para transformar la sociedad, no para gestionar el capitalismo
El discurso de Pablo Iglesias contra la casta, contra los privilegiados y su sistema, en defensa de la mayoría trabajadora, de los derechos y los servicios sociales y, sobre todo, la manera en que era planteado —sin hacer concesiones a la falsa diplomacia en que se mueve la política corrompida de la burguesía— conectó con la imaginación y los sentimientos de millones de personas, de la base más activa de la izquierda social y política, y de muchos que se acercaban por primera vez a la militancia. En ese momento hubo un crecimiento explosivo de Podemos, y decenas de miles se organizaron en los Círculos que poblaron la geografía de todos los territorios.
Tras los resultados espectaculares en las elecciones europeas de mayo de 2014 y las autonómicas y municipales de 2015, esta dinámica se cortó de cuajo. En lugar de reforzar a Podemos como la alternativa rupturista con el sistema, de avanzar de manera audaz en un programa de medidas socialistas enérgicas y apoyarse en la movilización masiva de la población, la dirección emprendió un giro de 180 grados y colocó todas sus esperanzas en el terreno institucional. La fuerza esencial de Podemos, que surgía de la capacidad de poner contra las cuerdas al régimen, quedó bloqueada.
Y todo esto no es retórica, ni son conjeturas de “rojos enloquecidos”. Las consecuencias negativas de esta estrategia son más que evidentes en el balance de los llamados ayuntamientos del cambio. Las buenas intenciones y las bonitas declaraciones sobre una “gestión eficaz” de los recursos públicos han chocado con el muro de los intereses capitalistas, de esa tupida red de grandes empresas que han acumulado fabulosos beneficios gracias a la privatización de los servicios públicos esenciales. Ese muro únicamente puede romperse con una política decidida de remunicipalización que vuelva a colocar las necesidades de la mayoría por encima de la lógica del lucro privado. Pero nada de esto ha sucedido. En Madrid, en Barcelona o en Zaragoza se siguen manteniendo y renovando los pliegos a las contratas privadas, a costa de salarios de miseria para los trabajadores, empleos precarios y una calidad en los servicios cada día peor. ¿De qué sirve recortar la deuda que había contraído el PP en estos grandes ayuntamientos si la vida de las familias trabajadoras no cambia, si las escuelas infantiles, los comedores sociales, las becas para nuestros hijos, la vivienda social para garantizar el derecho a techo siguen brillando por su ausencia?
Justificar estas renuncias y abandonos por los límites que impone la “legalidad” es dar la espalda precisamente al espíritu del 15M y de toda la lucha social de estos años. ¿Desde cuándo la legalidad de los capitalistas es un medio para hacer avanzar la justicia social?
El reflejo de la lucha de clases en Podemos
Después de las elecciones generales del 26 de junio, que se saldaron con la pérdida de un millón de votos, la división en la dirección de Podemos estalló hasta alcanzar una virulencia inimaginable para muchos. Algunos ven en esta batalla sólo una pelea descarnada por el poder. Por supuesto que para una amplia capa de arribistas que han llegado a Podemos para disfrutar de una vida tranquila y confortable, las mieles de la política parlamentaria e institucional son un fin en sí mismo que defenderán con uñas y dientes. Pero este conflicto está reflejando, sobre todo, las presiones de la lucha de clases. Presiones que vienen por el lado de los capitalistas y la derecha, que pretenden transformar Podemos en una formación socialdemócrata homologable, respetuosa con el sistema y sus leyes. Y, por otro, del empuje que surge de la base social de Podemos, de los millones que entendemos que es con la movilización como podremos transformar la sociedad y romper con la lógica del capitalismo.
En esta pugna interna son Íñigo Errejón y su sector los que de forma inequívoca defienden el ideario y la práctica socialdemócrata de Podemos. El “número dos” ha manifestado de forma reiterada su apuesta por el trabajo en las “instituciones” como eje central de su estrategia política, llegando incluso a cuestionar el rechazo de Podemos al difunto pacto PSOE-Ciudadanos (antecedente frustrado de la gran coalición PP-PSOE-C's que gobierna hoy). Se ha opuesto a mantener la confluencia electoral con Izquierda Unida en Unidos Podemos, pero en cambio ha mostrado su constante inclinación al pacto con el PSOE de la gestora golpista. Sus declaraciones han ido siempre en el mismo sentido, afirmando que “a nuestros adversarios les gusta ver” en Podemos “una fuerza formalmente muy radical pero materialmente incapaz de transformar las condiciones de vida de la gente”, identificando una postura que confronta con el sistema con el pataleo estéril.
No es extraño que esta “música” suene tan bien a los oídos de los capitalistas y sus voceros. Como siempre, El País marca el tono: “Errejón defiende un Podemos mucho más moderno, democrático y abierto, distinto por completo de la confusión generada por Iglesias en torno a una estrategia de radicalización ideológica y movilización callejera cuyo efecto está siendo diluir la fuerza y capacidad negociadora del partido en el Parlamento y en las instituciones”.
El modelo de Podemos que defiende Errejón y su sector ya ha sido puesto a prueba por el Partido Socialista durante los últimos cuarenta años. Pero hay que señalar que si Errejón ha llegado tan lejos se debe, fundamentalmente, a los errores y las vacilaciones mostradas por Pablo Iglesias. La visión del “cambio” político como un mero ejercicio electoral en el que la lucha de masas ya había cumplido su papel, también ha sido defendida por Iglesias. Sus declaraciones públicas justificando la capitulación de Tsipras, su desmarque de la revolución venezolana haciéndose eco del mensaje de la reacción, su afán por aparentar responsabilidad y “alturas de miras” como gobernante…han reforzado el discurso y la audacia de los sectores más moderados y derechistas de Podemos en la actual crisis interna, y explica mucho de lo ocurrido el 26J.
Después de perder un millón de votos, Pablo Iglesias afirmó que el trabajo parlamentario e institucional sería su prioridad. Pero pronto comprobó que con esta orientación abría la puerta a la derecha —tanto dentro como fuera de Podemos—, y extendía una alfombra roja a todos aquellos que querían debilitarlo y finalmente apartarlo. En los últimos meses Iglesias ha realizado reflexiones bastante acertadas. Se ha preguntado públicamente si no había sido la imagen de moderación que había transmitido Podemos la causa del resultado inesperado el 26J. Habló del error de intentar ocupar el espacio de la socialdemocracia para no “asustar” a un sector de los votantes, y más recientemente insistió en la necesidad de recuperar la calle y de que los sindicatos convocaran una huelga general contra la política antisocial del PP. “La transversalidad no es parecernos a nuestros enemigos, sino parecernos a la PAH” afirmó correctamente.
El documento de Pablo Iglesias para Vistalegre II remarca esta línea: “…La construcción de un movimiento popular no es un fetiche, sino la única forma de avanzar (…) Solamente con diputados, portavoces y un buen discurso que conecte con las necesidades de la mayoría no basta (…) Para ganar necesitamos a la gente organizada, activa y con capacidad para movilizarse (…) Por eso el papel de los cargos públicos no puede limitarse al trabajo en los diferentes parlamentos. Su principal función debe ser la de ser ‘activistas institucionales’ (…) Nuestros representantes en las instituciones no pueden convertirse en políticos, sino que deben seguir siendo militantes y cumplir una tarea al servicio del interés colectivo…”.
Un Podemos para la transformación socialista
Es cierto que el mayor peligro para Podemos es su acomodo al sistema, como afirma Iglesias. Por eso es tan necesario trazar una línea política clara, un programa que plantee medidas como la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía, que se oponga a los recortes y la austeridad, que defienda la sanidad y la educación públicas, una vivienda digna por ley, y las libertades democráticas, incluido el derecho a decidir. No basta con guiños a la izquierda de vez en cuando. No basta con reflexiones que luego no tienen ninguna consecuencia práctica. La única manera de ligarse sólidamente a las masas, la verdadera fuerza de Podemos como izquierda transformadora, sólo se puede desarrollar defendiendo una alternativa socialista frente a la crisis capitalista e implicándose directamente en las luchas cotidianas del movimiento obrero y juvenil.
Es mucho lo que se ventila en esta batalla. La dimisión de Bescansa, pretendiendo trasmitir la imagen de que se apea de un “choque de trenes” cainita y sin sentido ¿A quién beneficia? En realidad, sus ideas y su práctica no se diferencian mucho de Errejón y con su dimisión abre un foso con Pablo Iglesias. Otras corrientes, como los Anticapitalistas, plantean en su discurso algunas críticas que tienen sentido. Pero hay una contradicción entre sus palabras y sus hechos. Anticapitalistas tienen el control de la alcaldía de Cádiz, tienen la dirección de Podemos en Andalucía, tienen diputados y concejales. ¿Dónde está su impulso a la movilización social, sus medidas concretas en beneficio de las clases populares desobedeciendo las leyes capitalistas —como le gusta decir al eurodiputado Miguel Urbans—allí donde son dirección o gobiernan? Es cierto que Anticapitalistas puede inclinar finalmente la balanza a favor de Pablo Iglesias, pero ha quedado claro que para muchos de sus dirigentes la estrategia prioritaria es copar espacios en el aparato y lograr mejores posiciones en las listas a diputados o concejales, renunciando por completo a convertir Podemos en la alternativa de la izquierda transformadora.
Como marxistas revolucionarios no mantenemos una posición neutral en esta batalla. Desde Izquierda Revolucionaria apoyamos a Pablo Iglesias y su sector frente a los que pretenden convertir a Podemos en una formación socialdemócrata clásica. Y lo hacemos de la única manera coherente: llamándolo a que desafíe a sus adversarios en el terreno de la acción. Pablo Iglesias debe centrar su política en recuperar de nuevo la movilización masiva contra las políticas de la derecha y sus coaligados en el Parlamento (PSOE y C’s). Debe impulsar en todas las empresas, centros de estudios y barrios una campaña activa a favor de una huelga general por la nacionalización de las eléctricas (y acabar con la pobreza energética), por la renta básica, por el incremento drástico de las pensiones, por la creación de un parque de vivienda pública con alquileres sociales, por la derogación de la LOMCE y la defensa de la sanidad pública… si Pablo Iglesias se enfrenta a todos los que defienden la paz social y los intereses de las élites ¿qué dirán Errejón y su sector? ¿Qué dirán el PP, el PSOE o C's? ¿Y qué dirán millones de trabajadores, de jóvenes, de esa mayoría oprimida hundida en la precariedad y el desempleo? La respuesta es obvia.
En los próximos meses el gobierno aplicará una nueva batería de ataques y recortes sociales. No es fácil determinar de antemano el ritmo con el que se desarrollará la contestación social a esta nueva ofensiva, pero es innegable que se producirá y reflejará la experiencia política adquirida en el período anterior. Este contexto también influirá de forma decisiva en el futuro desarrollo de Podemos, a la vez que preparará el terreno para el avance de las ideas del marxismo revolucionario.