El imperio de los zares era un país atrasado donde la clase obrera y la industria eran islas en un mar de campesinos y grandes latifundios. En la mayor parte del país, las formas sociales eran más propias del feudalismo y el nivel cultural estaba muy por detrás del de los países desarrollados de la época. Seguía pendiente una reforma agraria que acabara con los grandes terratenientes y repartiera la tierra entre los campesinos, eliminando así la base material del servilismo, así como un fuerte desarrollo industrial que elevara el nivel técnico de la sociedad, que hiciera entrar al país en la era moderna y que convirtiera al proletariado en la clase mayoritaria de la sociedad rusa. Los países capitalistas más desarrollados hacía bastantes décadas que habían llevado a cabo esas tareas, propias de la revolución democrático-burguesa.
Los mencheviques (Plejánov, Axelrod, Zasúlich, Mártov, etc.) planteaban que, dado que la revolución burguesa estaba pendiente en Rusia, la revolución que se estaba gestando tendría esa naturaleza de clase; en consecuencia, el papel dirigente en ella le correspondía a la burguesía liberal, como pretendiente natural a dirigir la sociedad. La victoria de la burguesía abriría un período de desarrollo capitalista, de duración indeterminada, que colocaría al proletariado en condiciones de luchar por el socialismo. Hasta que se diesen esas circunstancias, el papel del proletariado sería el de aliado de izquierdas de la burguesía liberal frente a la reacción, aunque también defendería sus intereses contra esa burguesía. Los mencheviques veían como una aberración que el proletariado ruso emprendiera la lucha por el poder antes de que los países desarrollados hubieran establecido un precedente.
La revolución permanente
El enfoque menchevique de la cuestión no era compartido, ni mucho menos, por otras corrientes de la socialdemocracia rusa, como los bolcheviques y Trotsky, que insistían en el papel reaccionario de la burguesía rusa y su incapacidad, por tanto, de dirigir una lucha consecuente contra el régimen autocrático y los restos del pasado feudal; sólo los obreros y campesinos pobres podrían llevar a buen puerto las tareas democrático-burguesas.
Que la implantación del socialismo, al ser un sistema de producción superior al capitalismo, requiere una determinada base material es abecé para un marxista. Pero la experiencia revolucionaria real demostraba que el abecedario tiene más de tres letras y que, además, hay que saber combinarlas correctamente.
La primera revolución rusa, en 1905, trasladó a la arena de la práctica los debates teóricos. La burguesía, que en un primer momento apoyó las movilizaciones obreras, tardó poco en aliarse con la monarquía y los terratenientes para aplastar el movimiento de los trabajadores. Pero ese ensayo general de 1905 fue una experiencia de valor incalculable de la que los marxistas rusos sacaron valiosas lecciones.
En 1906, Trotsky publica una extensa obra titulada 1905. Resultados y perspectivas, donde hace un balance de los acontecimientos del año anterior y expresa esencialmente la que posteriormente sería conocida como la teoría de la revolución permanente. En ella, Trotsky explica la dinámica del proceso de la revolución en un país atrasado y las tareas del partido revolucionario.
Para Trotsky, hacía tiempo que el capitalismo había triunfado como sistema social dominante en el mundo; es más, las condiciones básicas generales —tomando la economía mundial como un todo— para el paso del capitalismo al socialismo ya estaban dadas. En este contexto, los países atrasados se veían obligados a asimilar a marchas forzadas las conquistas técnicas y productivas (o parte de ellas) de los países avanzados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados avanzan a saltos, obviando así algunas de las etapas históricas por las que los países avanzados habían tenido necesariamente que pasar para alcanzar su nivel de desarrollo. Las distintas etapas del proceso histórico se confunden y se mezclan. Las relaciones de producción más primitivas, sobre todo en el campo, conviven con focos industriales concentrados y relaciones sociales modernas. Los países atrasados incorporan, adaptándolas a su propio atraso, las conquistas más modernas.
Este desarrollo desigual y combinado da a las relaciones entre las clases un carácter más complejo. Los procesos sociales reales no tienen por qué transcurrir según un patrón general diseñado previamente (la burguesía derroca al feudalismo, ésta desarrolla el capitalismo y crea las condiciones para el socialismo). Hay que adaptar el patrón general a la realidad y no al revés, como hacían los mencheviques.
Papel de la burguesía liberal
La clave para empezar a mejorar realmente las condiciones de vida de las masas en la Rusia zarista era solucionar el problema agrario, lo que sólo era posible expropiando las tierras de los grandes terratenientes y repartiéndolas entre los campesinos. La destrucción de la monarquía estaba íntimamente ligada a ello. Por otro lado, la ecuación social de la realidad rusa ya tenía un elemento decisivo: un proletariado joven, combativo, muy inferior numéricamente al campesinado, pero muy concentrado en grandes fábricas, con un gran peso social específico y muy enfrentado a la burguesía. A su vez, la burguesía estaba unida por multitud de lazos a la gran propiedad agraria y a los intereses de los terratenientes (hipotecas bancarias, muchos burgueses también eran terratenientes, etc.), por lo que tenía mucho más en común con los grandes hacendados que con los campesinos que reclamaban la tierra.
La diferenciación extrema entre las clases urbanas (burguesía y proletariado), junto a la unidad de intereses entre la burguesía y los terratenientes, dejaba en evidencia que la burguesía rusa no se pondría al frente de las masas, sumando su peso social y su experiencia política a la energía revolucionaria de éstas, para realizar las tareas históricas de la revolución burguesa.
Para Trotsky, la clase obrera era la única clase social que contaba con la suficiente consistencia, homogeneidad y fuerza para dirigir la revolución que se estaba incubando.
Las tareas de la revolución burguesa rusa sólo podrían realizarse siempre y cuando el proletariado respaldado por los millones de campesinos (apoyo que ganaría incorporando a su programa la revolución agraria), consiguiera concentrar en sus manos la dirección de la nueva sociedad. La clase obrera expropiaría los latifundios, repartiría la tierra entre los campesinos y liberaría al país del dominio de las burguesías imperialistas de los países desarrollados, realizando íntegramente cada una de las tareas democráticas de la revolución burguesa.
Pero para poder llevar estas tareas hasta el final, el proletariado necesitaría dotarse de los medios y la fuerza suficientes. Para ello tendría que atacar cada vez más profundamente la propiedad privada de los medios de producción, rebasando inmediatamente los propios límites de la revolución burguesa, para abrazar así las reivindicaciones de carácter socialista. Y es que en Rusia no existía margen para un desarrollo capitalista de duración similar al de los países imperialistas del occidente europeo. Paralela e indisolublemente unida al desarrollo interno de los procesos en el nuevo régimen, estaría la perspectiva de la revolución mundial, especialmente en los países avanzados. Cualquier economía nacional, por muy poderosa que sea, depende de una instancia superior: el mercado mundial, que forma un todo con sus propias leyes y dinámica de las que ningún país puede escapar.
En consecuencia, la revolución proletaria en un solo país (por muy extenso y rico que fuera) no podría ser más que un régimen transitorio. De continuar aislado, más tarde o más temprano, caería devorado por las contradicciones internas y externas que ese aislamiento provocaría. La revolución socialista en un país solamente era un eslabón de la cadena de la revolución mundial, que, pese a sus reflujos temporales, había que abordar como un proceso permanente. En determinadas condiciones, la clase obrera podría conquistar el poder en un país atrasado antes que en los desarrollados, pero la consolidación del socialismo en dicho país seguiría dependiendo de la victoria de la clase obrera en éstos. La clase obrera triunfante de los países más avanzados pondría a disposición del país más atrasado su mayor nivel técnico y cultural, acelerando considerablemente el tiempo necesario para salir de dicho atraso, facilitando el proceso de construcción del socialismo.
Lenin y los bolcheviques
Lenin, por su parte, combatió enérgicamente la posición menchevique*. El revolucionario bolchevique también defendía —en sintonía con Trotsky— que la burguesía rusa, cuyos intereses estaban fundidos con los de los terratenientes, era profundamente reaccionaria. En un enfrentamiento decisivo con las masas obreras y el campesinado pobre, los burgueses se posicionarían sin duda del lado de la reacción. Por tanto, defender que la burguesía tomara el poder y plantear que el partido revolucionario y la clase obrera sólo podrían aspirar a convertirse en su aliado de izquierdas —posición defendida por los menchevique— llevaría inevitablemente a subordinar los intereses de la clase obrera y el campesinado pobre a los de la burguesía, que a su vez devolvería el poder a los terratenientes y su régimen autocrático.
Frente a esta postura, Lenin defendió que debían ser el joven proletariado ruso, unido a las masas de campesinos pobres, los que tomaran el poder. Para hacer realidad la victoria decisiva sobre el zarismo, la forma en que debían ejercer ese poder era la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y los campesinos”. Esa alianza llevaría a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos e implantaría la república democrática.
Lenin consideraba que el campesinado, que constituía la inmensa mayoría de la población, estaba impregnado fundamentalmente del espíritu republicano burgués radical, pero todavía era muy ajeno a las ideas socialistas. Además consideraba que no se podía descartar que pudiera construir un partido propio, independiente de la burguesía y del proletariado, debido a las tradiciones insurreccionales del campo ruso, y a la existencia de una numerosa capa de intelectuales muy sensibilizados con la miseria de los campesinos. Según Lenin, este factor, unido al bajo desarrollo económico del país y a la debilidad numérica del proletariado, haría necesario pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario para abordar las tareas de la revolución socialista. Por eso Lenin utilizó la formulación algebraica de “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y los campesinos”, con el objetivo de dejar abierto el peso que pudiera tener el campesinado en ese nuevo régimen político. En un primer momento, la tarea de este régimen revolucionario sería la de sentar las bases para el desarrollo capitalista en Rusia. A su vez, la revolución en Rusia, prendería la mecha de la revolución en los países capitalistas más avanzados en Europa, revolución que aquí sí tendría un carácter inequívocamente socialista y que vendría en ayuda y apoyo de la clase obrera rusa para que ésta, ahora sí, emprendiera el camino de la construcción del socialismo.
Trotsky replicaba a estos planteamientos que los campesinos, debido a su composición social heterogénea y a pesar de su inmenso peso social y potencial revolucionario, no podían tener ni una política ni un partido independientes, y en la revolución se verían obligados a elegir entre la política de la burguesía o la política del proletariado, dividiéndose en líneas de clase. Trotsky también alertaba del riesgo de que una interpretación rígida, mecánica, esquemática y no condicional de la fórmula algebraica leninista pudiese llevar a subordinar el partido obrero al campesinado, que a su vez se subordinaría inevitablemente a la burguesía.
La prueba decisiva
La Revolución de Febrero de 1917 vuelve a trasladar las discusiones, análisis y conclusiones elaboradas en el período anterior a los procesos sociales reales, poniéndolas a prueba. La burguesía desde el primer momento, como previeron Lenin y Trotsky, cada uno por su lado, máquina para salvar al régimen autárquico.
Los mencheviques, aupados desde el primer momento al gobierno por las masas, de todos sus principios sólo mantuvieron que el proletariado no debía aproximarse al poder, mientras se plegaban incondicionalmente al programa de la burguesía en todos los temas: continuar la guerra imperialista hasta la victoria, mantener la propiedad terrateniente de la tierra hasta que se convocara una futura Asamblea Constituyente y seguir pidiendo sacrificios a las masas para salvar la patria.
Los eseristas, en ese momento el partido mayoritario entre los campesinos, utilizaron su preponderancia para entregar a éstos, atados de pies y manos, a la burguesía liberal. Por su parte, la dirección del partido bolchevique —con Zasúlich, Shliápnikov y Mólotov primero y, a partir de mediados de marzo, con Kámenev y Stalin— planteó el apoyo crítico al gobierno provisional y adoptó una postura defensista ante la guerra (en la práctica significaba seguir participando en ella) impidiendo así que el partido jugase un papel independiente y claramente diferenciado de la burguesía, los eseristas y los mencheviques, convirtiendo en profética la advertencia hecha por Trotsky.
Mientras esto sucedía, Lenin abandonaba rápidamente la vieja fórmula de “dictadura democrática revolucionaria de obreros y campesinos” y adoptaba el programa de la toma del poder por los sóviets, del gobierno obrero apoyado por las capas pobres del campesinado. Un gobierno que concretaría inmediatamente el fin de la participación de Rusia en la guerra, que llevaría a cabo sin dilación las tareas de la revolución democrático-burguesa, dando los primeros pasos para la construcción del socialismo en Rusia, haciendo efectiva y tangible para las masas la consigna de “paz, pan y tierra”. Y, por supuesto, sin perder de vista que el futuro gobierno de los sóviets tendría la necesidad de orientar gran parte de sus energías para desatar la revolución socialista en Europa y el mundo. Estas ideas las transmitió al partido en sus Cartas desde lejos, en marzo de 1917, y después en las famosas y decisivas para el triunfo de la revolución Tesis de Abril, coincidiendo plenamente con la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
* Para profundizar en este tema recomendamos el texto de Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática.