La difusión del vídeo del PP Tras la masacre, cuya tesis fundamental viene a ser que el PSOE ganó las elecciones gracias a una “coacción antidemocrática” y a una conspiración terrorista-izquierdista largamente gestada, es la última expresión de la lí La difusión del vídeo del PP Tras la masacre, cuya tesis fundamental viene a ser que el PSOE ganó las elecciones gracias a una “coacción antidemocrática” y a una conspiración terrorista-izquierdista largamente gestada, es la última expresión de la línea ultraderechista dominante en el principal partido de la burguesía española. En un hotel madrileño, precediendo al estreno del “documental”, se celebró un coloquio bajo el significativo título de “Las elecciones libres y sus enemigos: el terrorismo y agitación radical”.

El revuelo suscitado por esa perla producida por la FAES, fundación del PP encabezada por Aznar, llegó al extremo de que Rajoy tuviera que salir a la palestra diciendo no se puede hacer política “desde las vísceras” sino con “inteligencia”. Pero acto seguido calificó al gobierno actual de ser “el más radical de la historia de la democracia” (sic) y anunció que persistiría en su exigencia por aclarar el caso Huarte, hecho público por el periódico El Mundo la semana anterior a la película, que vendría a confirmar no sólo que la izquierda ganó de forma ilegítima sino que abre las puertas a la tesis según la cual, de alguna manera, el PSOE estuvo implicado en la gestación de los atentados del 11-M. Se supone que eso es hacer política con “inteligencia”.

Pasado un año desde las elecciones del 14-M es obvio que el episodio del vídeo no es un desliz aislado sino la confirmación de la línea política del PP. Se podrían poner abundantes ejemplos: la intervención del senador popular acusando a Peces-Barbas de amparar a los terroristas, la agresión a Bono en la manifestación convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la apelación a disolver el Parlamento Vasco por parte de Fraga, la calificación del tripartito en Catalunya como una alianza con los terroristas, la protesta generalizada de los dirigentes del PP por la retirada de la estatua de Franco en Madrid y así podríamos seguir. En aquellas administraciones donde el PP gobierna, como es el caso de la Comunidad de Madrid, se utilizan descaradamente los medios de comunicación públicos para realizar sesiones de odio diarias contra todo lo vasco y toda la izquierda, a las que pocos reparos podría poner cualquier organización ultraderechista. Eso sin mencionar a medios privados como la Cope, donde abundan los discursos lindantes al golpismo, en una “patria acosada por el secesionismo” y en la que los agitadores izquierdistas, al parecer teledirigidos desde Ferraz, ya han traspasado las fronteras del País Vasco para extenderse a toda España.

El fondo de la cuestión

La línea seguida por el PP es uno de los factores que marcan el ambiente político general desde las elecciones del 14 de marzo. Algunos sectores de la burguesía, particularmente los que gravitan en torno al grupo Prisa (El País, Cinco Días, Cadena Ser) se han hecho eco de una preocupación creciente por la polarización en la que está instalada la política española. También algunos dirigentes del PSOE, como Rubalcaba, que recientemente hizo un símil entre los dirigentes de la derecha española con “pollos corriendo sin cabeza”. Sin embargo, ese tipo de análisis centran toda la cuestión en el hecho de que Aznar sigue interfiriendo en la política del PP, dificultando de esa manera el giro al “centro” y a la moderación que hubiese preferido Rajoy, incapacitado ya para llevar el partido por tal camino.

Es verdad que los individuos juegan un papel en la forma peculiar en la que se desarrollan los acontecimientos, y también es cierto que determinadas figuras pueden tener un carácter accidental en la vida política, pero ese análisis peca claramente de superficialidad para explicar la actitud del principal partido de la burguesía española y deriva en conclusiones políticas y en tareas totalmente perniciosas para el movimiento obrero y para la izquierda.

En realidad la polarización política que existe en el Estado español tiene unas raíces mucho más profundas. En los dos años que precedieron a la caída del PP y hasta el mismo día de las elecciones asistimos a movilizaciones de masas de envergadura histórica contra la derecha (huelga general del 20-J, Prestige, lucha estudiantil, los días posteriores al atentado del 11-M). La derecha, que se creía firmemente asentada en el gobierno, fue desalojada abruptamente por un movimiento impresionante desde abajo. El PP en el gobierno, con su política antisocial, su represión y sus mentiras se hizo insoportable para los trabajadores y para los jóvenes, para una amplia mayoría de la sociedad.

El modo en que la derecha fue apeada del gobierno acentuó aún más su odio visceral contra “la izquierda”, aunque en realidad ni los dirigentes del PSOE ni de IU, como tampoco los del BNG, ERC o Batasuna, jugaran un papel en la preparación y organización de las mencionadas movilizaciones. Así, el sentimiento de humillación de la derecha vino a sumarse al carácter particularmente reaccionario de la burguesía española, del que ya había dado sobradas muestras antes de dichas movilizaciones.

Con todo, esos acontecimientos no han venido más que a expresar, dar forma, a una polarización política que tiene una base económica y social clarísima: por un lado los trabajadores y de la juventud, que han expresado un profundo malestar por multitud de problemas que se han ido acumulando a lo largo de años (precariedad, vivienda, guerra, desigualdad...); y por otro la burguesía, empeñada en preservar sus beneficios y sus privilegios con medidas cada vez más beligerantes contra los trabajadores y los derechos democráticos.

A ese telón de fondo se suman otros factores como las tradiciones de las que bebe la derecha española. De Gil Robles a Calvo Sotelo, de Francisco Franco a Fraga Iribarne la derecha de nuestro país tiene un código genético sellado con el golpismo, autoritarismo y represión de la que nunca ha podido escapar y que refleja a su vez la debilidad del capitalismo español.

Esa polarización tiene también claras expresiones en el ámbito internacional, empezando por EEUU. La política ultra de Aznar tiene su equivalente en Bush o en Berlusconi. Otra vertiente de esa situación es la derechización de los gobiernos socialdemócratas que han asumido con todas las de la ley la lógica del sistema: es el caso de Schröder en Alemania o Blair en Gran Bretaña.

La utopía de una

derecha ‘civilizada’

Lo peculiar de esa polarización política es que sólo está teniendo una expresión consecuente y organizada por parte de la derecha, o de forma más general, por parte de los quienes defienden los intereses de la burguesía. En el caso del Estado español los dirigentes del PSOE sueñan con una derecha civilizada, leal y democrática. Les gustaría volver a una situación de estabilidad política y de consenso. Por supuesto que está muy bien explotar las contradicciones del PP y su larvada crisis interna (que se podría acentuar aún más con un varapalo en Euskadi el 17 de abril y una derrota en la autonómicas gallegas) pero lo que resulta una utopía reaccionaria es pretender que la derecha no defienda los intereses de su clase. Y su clase, la burguesía, necesita atacar al movimiento obrero y cercenar los derechos democráticos como el cuerpo necesita la sangre.

Desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y de la juventud lo preocupante no es la polarización política, al fin y al cabo ésta hunde sus raíces en la situación objetiva, sino el hecho de que no se conteste contundentemente a las provocaciones de la derecha. Los dirigentes del PSOE no han ido al fondo de las responsabilidades políticas del PP en el atentado del 11-M, no han respondido a la protesta de la derecha por la retirada de las estatuas de Franco, no han sido capaces aún de desligarse del PP en la cuestión nacional. Y lo peor: en el terreno económico el gobierno se escora cada vez más a la política practicada por el PP, se anuncia una reforma laboral completamente reaccionaria, se hacen concesiones a la patronal de la privada en el terreno educativo, se deja intacta a la reforma impositiva del PP que tanto ha favorecido a la rentas más altas. Esa política es la que más margen de maniobra puede dar a una derecha rabiosa, reaccionaria y en crisis, que por sí misma difícilmente podría volver a recuperar el gobierno.

Hay que situar la polarización política en su debido contexto general. Hemos entrado definitivamente en una fase histórica, a escala internacional, de agudo enfrentamiento entre las clases, en la que el margen para un política intermedia, “centrada”, que satisfaga simultáneamente los intereses de la burguesía y de los trabajadores, no existe.

La polarización política persistirá, aunque la derecha haga una lavado de cara. El papel de los dirigentes de la izquierda no debería ser ayudar a la derecha a disfrazarse mejor, ni “felicitarse” si hay un cambio en la dirección del PP (como lo han hecho en el caso del nuevo representante de la Conferencia Episcopal). Si los dirigentes del PSOE de verdad quieren ser consecuentes contra los peligros de la derecha lo que deberían es llevar a cabo una política realmente distinta a la del PP, una política socialista que se reflejara en mejoras palpables e inmediatas en todos los terrenos sociales. Ese sería el mejor golpe a esos pollos que, con o sin cabeza, son una amenaza a la clase trabajadora y la mayoría de la sociedad.

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