En los días siguientes algunos centenares de fascistas procedentes de los barrios burgueses de la capital se han concentrado ante el pedestal de la estatua cantando el cara al sol con el brazo en alto y atacando la cercana estatua del socialista Largo Caballero. Más graves y reveladores son las declaraciones de destacados dirigentes del Partido Popular como Zaplana que ha llegado a acusar al gobierno de ser “el más radical de la democracia” según sus palabras y de romper el “consenso” con estas medidas. También Rajoy, consciente del carácter netamente reaccionario de sus bases, se ha hecho eco de estos puntos de vista, aunque otros dirigentes del PP como Piqué o Gallardón, más cautos, han dado la callada por respuesta.
Esta reacción histérica por parte de la derecha pone de manifiesto su vinculación histórica con la dictadura franquista y la gran mentira de la supuesta “reconciliación entre españoles” durante la Transición. La burguesía se sigue considerando la vencedora histórica de la Guerra Civil y por eso defiende la permanencia de la simbología fascista en nuestras calles como una terrible advertencia a los que desafiamos su dominio. A lo largo de la geografía española hay miles de estos símbolos en honor a los caídos de la División Azul, a los generales golpistas del 36, lápidas que recuerdan a los caídos en la “cruzada” contra el comunismo, estatuas de José Antonio Primo de Rivera o Franco (aún quedan dos en Guadalajara y Santander)… sólo en Madrid capital existen 167 calles y plazas cuyos nombres hacen referencia al régimen franquista. Reivindicar a los centenares de miles de victimas de la represión franquista exige que desde la izquierda luchemos hasta que no quede en pie un solo símbolo de la dictadura.