El Partido Comunista de España tiene convocado su XVII Congreso para los días 24, 25 y 26 de junio de este año. Se celebrará, pues, apenas seis meses después de la VII Asamblea Federal Extraordinaria de Izquierda Unida, en la que volvió a triunfar el El Partido Comunista de España tiene convocado su XVII Congreso para los días 24, 25 y 26 de junio de este año. Se celebrará, pues, apenas seis meses después de la VII Asamblea Federal Extraordinaria de Izquierda Unida, en la que volvió a triunfar el equipo de dirección encabezado por Gaspar Llamazares, el mismo que ha conducido a esta formación de un desastre a otro, y con el mismo proyecto político sin contenido de clase, tibio, anclado en el institucionalismo y supeditado al PSOE que constituye, en nuestra opinión, el fundamento de su declinación. El PCE habrá de reflexionar en profundidad acerca de ello en su Congreso, sin duda, pero tendrá que darse la oportunidad de discutir también, y esencialmente, sobre sí mismo.

Algunos hemos expresado nuestro temor de que el escaso tiempo de que se dispone de aquí a junio para el debate congresual no vaya a permitir que los problemas y las cuestiones más importantes se discutan con el suficiente detenimiento por el conjunto de la militancia comunista. No obstante, es cierto que entre las propuestas organizativas que la dirección lleva al Congreso está la de la celebración de unas jornadas de elaboración de un manifiesto-programa en junio de 2006, precedidas de un dilatado periodo de debate de las y los comunistas de prácticamente un año. Ésta podrá ser una extraordinaria ocasión para proponernos los ejes de un programa político comunista de fondo, en torno al cual se configure un proyecto revolucionario y se construya la organización leninista que pueda llevarlo a la práctica. Está claro que para ello muchas cosas tendrán que cambiar, pero por lo menos aparece en el horizonte una primera oportunidad para hacerlo después de muchos años.

Recuperar el partido leninista

Las tesis políticas que ya han sido aprobadas por el Comité Federal contienen significativos y alentadores avances, a nuestro juicio, sobre los textos que fueron objeto de debate en congresos anteriores. Se rescata sin vacilaciones el concepto de imperialismo que antes había sido sustituido por términos menos claros, como el manido de globalización neoliberal. Se articula el proyecto comunista en torno a la lucha de clases. Se recoge una crítica contundente a la política desarrollada por la dirección de IU en los últimos años. Aparece una tesis en la que, por primera vez, no se habla de los intelectuales y del mundo de la cultura de forma aséptica, sino desvelando la lucha de clases que también en este terreno se produce y proponiendo líneas concretas de intervención política del partido. Y uno agradece, naturalmente, hallar consignas netamente revolucionarias como la propuesta de República Federal Socialista, después de muchos años en los que el socialismo era siempre la parte marginada en la forma de Estado que propugnábamos.

Otra novedad importante es que las tesis propuestas por la dirección reflejen la pluralidad ideológica del partido, desde las posiciones más reformistas del actual equipo de dirección de IU, que forman parte del PCE e incluso han sido hegemónicas en el PCE durante largos periodos, hasta las más de izquierdas que podrían expresar el programa político que muchos presentamos con una lista alternativa en el XVI Congreso, obteniendo alrededor de un veinte por ciento de los votos de respaldo. Semejante pluralidad inicialmente no es mala, sino más bien síntoma de que la redacción se ha llevado a cabo de manera más abierta y con menos exclusiones que en otras ocasiones. Pero podría convertirse en paralizante si el proceso de debate del Congreso no va dotando a las tesis de una mayor cohesión y coherencia internas. Y la coherencia debe asentarse en potenciar la vertiente revolucionaria, en que el Congreso dé algún paso, siquiera sea alguno, en la dirección de la recuperación de un partido leninista, imprescindible hoy en nuestro país para que la capacidad de movilización demostrada en los últimos años por la ciudadanía española, en especial por la clase trabajadora, tenga una referencia política de transformación social.

Necesitamos una

política de alianzas

basada en el marxismo

Muchos consideramos que la pieza central para que el PCE recupere su carácter revolucionario no es su abandono de IU o, mejor dicho, que la salida de Izquierda Unida por el Partido Comunista no es la solución de todos los males, como parece considerar Corriente Roja, que ya debería haber encontrado motivos en su propia experiencia para desengañarse. Los problemas principales que el Partido Comunista debe afrontar son los del propio Partido Comunista, que no son pocos. Ahora bien, ya es hora de que el PCE resuelva de una vez una confusión política lamentable sobre la naturaleza de los proyectos políticos estratégicos, la política de alianzas marxista y las plataformas electorales que ha sofocado sus energías durante casi dos décadas. El PCE no puede continuar reduciendo su papel a mero soporte de una IU que cada día se escora más hacia un proyecto desclasado de incomprensible ecopacifismo, con ribetes de radicalismo pequeñoburgués. El Partido Comunista tiene que recuperar plenamente su capacidad de intervención política en la sociedad, su capacidad de mediación social. Ha de elaborar un programa político, de fondo y no meramente electoral, nítidamente comunista, en el que se encuentren ya los ejes de construcción de una sociedad socialista. Y ha de ser ese programa la medida de su participación en plataformas electorales, llámense éstas Izquierda Unida o comoquiera, igual que de su intervención en los movimientos sociales.

Sobra decir que la actual IU no se parece en nada a su proyecto originario de movimiento político y social de carácter transformador y que ni siquiera como una herramienta más de la clase trabajadora sirve si no cambia del cimiento al remate, cosa que no parece razonablemente previsible. Pero es que si no fuese así, tampoco debería haber dado el partido el paso de renunciar a una estrategia revolucionaria propia. Ni la mejor IU es un fin en sí misma; los objetivos son la revolución, el socialismo y el comunismo. Nunca está de más recordarlo.

Y si IU no es el problema fundamental del PCE, sí que lo es la gradual desaparición de su presencia con una política propia en el movimiento obrero. Es nuestra opinión, precisamente, que la tesis del mundo del trabajo que se lleva al Congreso es una de las que más carencias tiene, lo que no deja de ser significativo para un partido político que se reclama obrero. La recuperación de la capacidad de intervención de las y los comunistas en el movimiento obrero, de manera organizada y con una política de independencia de clase es seguramente la tarea fundamental que tenemos entre manos para los próximos años. Eso requiere la crítica radical a la orientación desmovilizadora que las direcciones sindicales mayoritarias imprimen al movimiento obrero desde hace tiempo y organizarse para cambiarla. Ello supone luchar contra la supeditación de las burocracias de los grandes sindicatos a los intereses de la patronal y del gobierno de turno. Exige que el PCE se proponga de nuevo la creación de organizaciones comunistas en los centros de trabajo; que el PCE tome contacto directo con las y los trabajadores.

En suma, para la revolución es imprescindible la existencia de un Partido Comunista asentado claramente en el marxismo revolucionario. Para que el PCE desempeñe ese papel ha de cambiar a fondo su política y su organización. Y para que cambie el PCE es necesaria la participación en él, antes y después del Congreso, de todas y todos los comunistas que compartan los objetivos que aquí enunciamos.

*Miembro del Comité Federal

del PCE Ricardo Rodríguez es uno de los dirigentes del PCE que ha encabezado en los últimos años las posiciones marxistas más consecuentes dentro del Partido. El presente artículo es una aportación al debate abierto de cara al XVII Congreso.

Ricardo Rodríguez

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