Históricamente, la socialdemocracia ha apelado a un supuesto carácter “democrático” y “moderno” de la burguesía, con el fin de justificar su política de colaboración de clases. Esta situación se ha dado en casos en los que, como los actuales, cualqui Históricamente, la socialdemocracia ha apelado a un supuesto carácter “democrático” y “moderno” de la burguesía, con el fin de justificar su política de colaboración de clases. Esta situación se ha dado en casos en los que, como los actuales, cualquier intento de minimizar la tasa de beneficios del capital o de imponer una mínima regulación a cualquier aspecto del empleo, chocan frontalmente con los intereses y el dominio de clase de los capitalistas.

Un ejemplo de esto ha sido la actitud del presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tras las críticas de la CEOE a la Ley de Igualdad el pasado mes de marzo: “José Luis Rodríguez Zapatero hizo hoy un llamamiento a los “buenos empresarios” para que sean "actores decisivos" para la igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral. Frente a las críticas que han realizado contra la futura Ley de Igualdad, les ha pedido su colaboración para aplicarla” (El País, 8 de marzo de 2006).

Como decíamos en EL MILITANTE nº 194: “Las características del último periodo –que combinó la crisis orgánica capitalista y la caída del estalinismo- es la causa de que la clase obrera esté siendo atacada sistemáticamente en todos los países. La burguesía está envalentonada y no le basta con el deterioro de los sectores periféricos y más débiles”. Esta es la clase a la que apela la socialdemocracia para conseguir reformas en beneficio de todos mediante el consenso, la paz social y las buenas palabras.

Pero observemos un poco más detalladamente el carácter de la patronal en el Estado español: Como explica la revista económica Capital –nada sospechosa de bolchevismo-: “A pesar de lo que ha llovido [desde la muerte de Franco], muchos piensan que nada ha cambiado, y que el dinero y el poder siguen siendo bienes exclusivos de una clase de empresarios que se enriqueció durante los años del franquismo. Y están en lo cierto”. (Capital, nº 64, diciembre 2005). Podemos citar numerosos apellidos “ilustres”, miembros de las cien familias que dominaban y siguen dominando el poder económico, y por tanto al político, en este país: Cortina, Botín, March, Oriol, Koplowitz, Fierro, etc…

Dos ejemplos conocidos ilustran esta situación: Juan Antonio Samaranch, famoso por su presidencia del COI durante Barcelona’92, no es menos famoso por su vinculación a diez consejos de administración durante el franquismo o la presidencia de La Caixa entre 1987 y 1999. Este “demócrata de toda la vida” afirmó en su día: “Soy un hombre leal a todo lo que significa Francisco Franco” (Capital, op. cit.). Otro rostro conocido, Rodolfo Martín Villa (ex ministro de UCD y ex dirigente del PP) fue en su día procurador de las Cortes franquistas, gobernador civil de Barcelona (1974) y dirigente de los Sindicatos Verticales de la dictadura. A la hora de repartir el pastel, también fue premiado: fue nombrado presidente de Endesa tras su privatización y es desde 2004, presidente de Sogecable, empresa conocida por lo “avanzado” y “progresista” del carácter de su diario El País o su cadena de radio SER.

Esta cohorte de capitalistas no se conforma con extraer beneficios a costa de las espaldas de los trabajadores sino que también aporta su granito de arena a mantener viva la huella de su oscuro pasado: entre los 200 socios fundadores de la Fundación Nacional Francisco Franco se encuentran personajes como Luis Coronel de Palma (presidente del Banco Central Hispano entre 1991 y 1997 y vicepresidente de Unión Fenosa), Iñigo de Oriol (presidente de Iberdrola), Álvaro Domecq (propietario de las bodegas del mismo nombre y de la ganadería Jandilla) y hasta el cuñado de Joan Laporta, hijo del ex-presidente de Nissan Ibérica y ex directivo del FC Barcelona Alejandro Echevarría.

Esto es sólo un ejemplo de la trayectoria y la calaña política de los empresarios a los que Zapatero pide que sean “actores decisivos” para la igualdad en el empleo. Como explica Ramón Tamales, otro adalid de la colaboración de clases, en Capital: “Los cambios no han sido realmente importantes. Casi todos los que estaban hace 30 años se perpetúan por sí mismos, o por sus herederos. Y de los nuevos, la inmensa mayoría, en 1975, ya estaban velando las armas en esa orden, no de caballeros andantes, que por entonces llamábamos oligarquía, y que hoy, más complacientemente, denominamos grandes empresarios”.

La burguesía española, como a nivel internacional, es incapaz de tolerar cualquier mejora sustancial en las condiciones de trabajo y de vida de nuestra clase, y está dispuesta a seguir empeorándolas y a seguir recortando nuestros derechos con tal de salvaguardar sus ascendentes beneficios. Pero mediante la organización, y la disposición a luchar por un programa de transformación de la sociedad, basado en la nacionalización de los grandes monopolios, la banca y la tierra, bajo control obrero, podremos acabar con su poder y colocar sus enormes recursos a disposición de la inmensa mayoría de la población: los trabajadores.

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