En las últimas semanas se han sucedido acontecimientos de enorme importancia en el Estado español, que señalan muy claramente dos aspectos centrales para las perspectivas que se abren: por un lado el carácter profundamente reaccionario de la clase dominante y su aparato estatal, y por otro, los valiosos puntos de apoyo en los que se puede basar la clase obrera para hacerle frente, en gran medida dilapidados por el gobierno y la dirección del PSOE.
El día 13 de enero se celebró una manifestación multitudinaria de la izquierda en Madrid, contra el atentado de Barajas; la manifestación fue un clamor contra los métodos del terrorismo individual practicados por ETA, pero también contra la derecha y todo lo que significa su polítca: el españolismo más centralista y antidemocrático. El ambiente que se respiraba en el medio millón largo de manifestantes, en su gran mayoría familias obreras, era de gran alivio después de más de dos años sin que hubiese una respuesta en la calle a las continuas provocaciones del PP. Aunque al día siguiente, tanto la dirección del PSOE como los medios ligados a PRISA infravaloraron el alcance político y numérico de la manifestación, dando una cifra de asistencia inferior a la del propio PP, lo cierto es que el 13-E fue revelador de un cambio sustancial en el ambiente social. No hace tanto tiempo, uno de los pilares de la política de Aznar -al que el seguidismo de la dirección del PSOE contribuía a fortalecer- era inculcar a la sociedad, no sin cierto éxito, la idea de que sólo había dos opciones: o apoyar la política de "mano dura" del gobierno o "hacer el juego a los terroristas". Hoy la polarización se produce entre izquierda y derecha, pese al atentado, pese al gran rastro de confusión que sigue dejando la política del PSOE en relación a la cuestión nacional, y pese a su empeño en que el 13-E se reduzca a una excepción táctica y no una reorientación estratégica basado en la movilización.
Otro hecho fue la manifestación de guardias civiles, 3.000, que llenaron la Plaza Mayor de Madrid el día 20 de enero exigiendo la democratización del cuerpo. La estampa de los guardias civiles uniformados con el puño en alto, a plena luz del día, en la emblemática plaza de la capital, ha provocado un hondo malestar en el generalato; es una prueba palpable de la profundidad de la polarización política, que afecta también al ejército y al aparato judicial.
Lo que ocurrió en Alcorcón también ha sido otro hecho político de primera magnitud y de una naturaleza similar a los mencionados anteriormente. Los jóvenes de esta localidad obrera de Madrid acogieron con entusiasmo, a pesar de la prohibición y la toma policial de la ciudad, la movilización propuesta por el Sindicato de Estudiantes el viernes 26 de enero. Unos hechos desencadenados por una pelea de fin de semana, al que la prensa le tenía reservada la etiqueta de nuevo "brote xenófobo" se ha convertido en otra expresión de lucha de la juventud contra la represión policial, la manipulación de la prensa y la falta de recursos sociales. ¡Vaya diferencia!

Potencial de lucha contra la reacción

Esos tres acontecimientos tienen un denominador común: son un golpe directo a la línea estratégica de la reacción, en puntos de extraordinaria importancia política y de profunda repercusión social: la cuestión nacional, el aparato del Estado y la inmigración. Temas todos en los que podría parecer que la derecha tiene la sartén por el mango. Una vez más ha sido la movilización de la clase obrera, de la juventud y de los sectores más proletarizados y democráticos del propio aparato del Estado los que han puesto sobre la mesa cómo hay que combatir la ofensiva reaccionaria del PP. Y con toda la importancia que tienen estos acontecimientos son sólo una muestra del potencial revolucionario que se ha acumulado en la sociedad. No es por tanto casualidad que todos los medios de comunicación de la burguesía hayan dado la voz de alarma: ¡Se está rompiendo el consenso de la transición!, vociferan un día sí y otro también. Y así es, un consenso que ha atado durante décadas al movimiento obrero al carro de la burguesía en toda una serie de cuestiones fundamentales se está agrietando.
En gran medida, estos acontecimientos no sólo han ido en dirección opuesta y frontal a la línea política de la reacción sino que contravienen también la orientación estratégica de la dirección del PSOE y de las principales organizaciones políticas y sindicales de la izquierda.
El atentado de ETA dinamitaba el punto estrella de la legislatura del PSOE, el llamado proceso de paz. Así, a pesar de haber intensificado la política represiva contra la izquierda abertzale y de tener una actitud asustadiza frente a todas las bravuconadas reaccionarias del PP, se abría la perspectiva de que fuera precisamente la derecha la principal beneficiaria de la nueva situación tras el atentado de diciembre. Y fue en este momento crítico cuando la dirección del PSOE recurrió a la movilización de su base de apoyo político y social, algo que intentó evitar a toda costa durante los más de dos años en los que la derecha convocó más de una docena de manifestaciones en Madrid. Eso revela la contradicción en la que el gobierno y la dirección del PSOE se está moviendo constantemente: su programa, limitado a hacer sólo lo aceptable para los grandes capitalistas y la cúpula de un Estado que no controlan -y plagado de hondas incrustaciones franquistas sin depurar-, los debilita frente a la derecha y su demagogia reaccionaria, al mismo tiempo que desorienta a su propia base social; sin embargo, la única forma de hacerles frente, esto es, a través de la movilización de los trabajadores y de la juventud, pone precisamente al desnudo las carencias y las limitaciones de su programa al despertar los profundos deseos de transformación social de la clase obrera y de la juventud, el auténtico motor que los catapultó al gobierno en marzo de 2004.

Incoherencia reformista

A pesar de los zig-zags puntuales, que anticipan una crisis futura, los hechos están demostrando que el gobierno y la dirección del PSOE teme más a la movilización de los trabajadores y de los sectores más democráticos del aparato estatal que los efectos nocivos de una política blanda frente a la ofensiva reaccionaria del PP. En relación a la cuestión nacional, si bien son reticentes a un pacto con el PP en las demagógicas condiciones que éste quiere imponer actualmente, siguen apostando por una "política de estado" que esté "por encima de la derecha y de la izquierda", olvidando que la derecha, incluida la nacionalista, y los sectores más reaccionarios del aparato estatal son precisamente el gran obstáculo en la vía de buscar una solución política al problema nacional. La sentencia del Tribunal Constitucional declarando a las organizaciones políticas juveniles de la izquierda abertzale como organizaciones terroristas y la persecución iniciada contra sus dirigentes, o la rebelión de jueces en la Audiencia Nacional, que obstaculizaron la excarcelación en marcha del preso De Juana Chaos, son pruebas de ello. Toda la maquinaria represiva que hoy se está utilizando fundamentalmente contra la izquierda abertzale, mañana se va a aplicar contra la izquierda en general. Esta es la gran herencia de la "política de Estado" practicada desde la transición de la que los dirigentes del PSOE no han sido capaces de despegarse.
El gobierno, en vez de apoyarse en las reivindicaciones de la Guardia Civil para introducir los derechos democráticos en el conjunto del ejército y depurarlo de los elementos reaccionarios, ha convertido al ministro de Defensa en la correa de transmisión de los deseos del generalato capitulando de nuevo ante la derecha. Y en Alcorcón -para acabar con los tres aspectos mencionados y que desarrollamos en otros artículos de esta edición de El Militante- el gobierno del PSOE responde con la supresión de un derecho tan elemental como el de manifestación estableciendo algo muy parecido a un estado de sitio. Así, la particular forma que el gobierno tiene de hacer frente a la demagogia racista de la derecha es reprimiendo a la juventud que la combate.
Cada vez es más obvio que la política de la dirección del PSOE no "brota" desde abajo, del ambiente que se respira entre los trabajadores y la juventud, sino que se nutre y se afianza en las altas esferas de la sociedad, en el conservadurismo, en el miedo al enfrentamiento con la burguesía, en el abandono de la perspectiva de transformación social. Los hechos están demostrando que la iniciativa, las ilusiones y el impulso desde abajo, siempre que encuentra un cauce de expresión, chocan de lleno con la estrategia reformista basada en el consenso político con la burguesía, un consenso que en la práctica, en la actual etapa de decadencia capitalista, significa la sumisión completa a los intereses fundamentales de los poderosos sin ninguna contrapartida. El reformismo no sirve como instrumento para preservar las conquistas sociales del pasado; no sirve para preservar las conquistas democráticas que tantos sacrificios costaron a generaciones enteras; actúa como un lastre cuando las masas toman la iniciativa y pasan a la acción para hacer frente a la reacción. El reformismo ha atado su destino a un sistema enfermo, el capitalismo; el marxismo se alimenta de la savia de lo nuevo, de la lucha, del futuro. Únete a la Corriente Marxista El Militante, no hay tiempo que perder.

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