La clase obrera necesita un programa revolucionario

 

La clase obrera necesita un programa revolucionario

A pesar de los enérgicos llamamientos a la calma por parte de todos los actores políticos y económicos de la burguesía mundial, de la inyección de liquidez, de la rebaja de los tipos de interés en EEUU y en Europa y de las garantías dadas a los depósitos bancarios por parte de la Banca Británica para evitar un colapso bancario, las perspectivas para la economía mundial siguen siendo sombrías. El nerviosismo, la desconfianza y la incertidumbre se han instalado con fuerza en el mundo de las finanzas. Ningún economista serio sostiene la tesis de una crisis limitada a las hipotecas y a EEUU. Todos los organismos de previsión económica se han visto obligados a reconocer, cuanto menos, que la economía mundial se verá afectada negativamente en los próximos años.

Propaganda y realidad

Aquí, el Gobierno, el Banco de España, la patronal y la Banca, se empeñaron durante un tiempo en afirmar que la situación que propició la crisis hipotecaria en EEUU no existía en la economía española. A principios de septiembre, en una insólita y mediática visita de Zapatero a Emilio Botín, presidente del Banco Santander, este último le dijo al presidente: "Estás haciendo un gran trabajo en Economía. Soy optimista respecto a la economía española a corto y a largo plazo". De esta manera -aparte de dejar claro a quién beneficia la política económica del gobierno-pretendía hacer creer a todo el mundo que la economía española va a seguir creciendo como si nada, a pesar de las turbulencias financieras y la ralentización económica que afectan al núcleo duro del sistema capitalista mundial. La consigna del momento es: neguemos la realidad, todo va bien, España es diferente.
Sin embargo, la realidad es muy tozuda, y poco a poco, detrás de los mediáticos y artificiosos actos de fe en el carácter milagroso de la economía española empiezan a aparecer los análisis y las previsiones más realistas.
Para la clase obrera la perspectiva económica no es una cuestión secundaria. Una recesión implicaría un empeoramiento dramático de las condiciones de trabajo y de vida de millones de familias. La patronal jugará todas sus cartas para hacer recaer sobre las espaldas de la clase obrera el peso de la crisis. Además, un cambio en el ciclo económico podría tener también profundas consecuencias políticas, afectando el comportamiento de todas las capas de la sociedad, endureciendo el enfrentamiento entre las clases y ahondando aún más en el proceso de polarización política tan característico de los últimos años. Inevitablemente tendría efectos muy importantes en los partidos y organizaciones sindicales de la clase obrera.
Aparte del hecho evidente de que si hay un parón del crecimiento mundial que afectase a EEUU y Europa, la economía española se resentiría por un caída de las exportaciones, ¿realmente es tan diferente la situación de la economía española respecto a la de EEUU como para afirmar rotundamente que aquí no se podría producir una crisis similar, es decir, una crisis hipotecaria? Rasgos similares tan importantes como la dependencia del consumo, el endeudamiento familiar, el peso de la construcción en el tirón de la economía y el déficit exterior saltan a la vista. Es muy ilustrativo al respecto recordar algunos comentarios e informes económicos publicados hace aproximadamente un año, cuando la perspectiva de la crisis les parecía lo suficientemente alejada como para poder alarmarse públicamente.

Las prácticas de la banca española

Una de las ideas que los propagandistas de la burguesía están ventilando ahora con más energía es que la banca española no tiene "nada que ver" con las prácticas irresponsables de la banca norteamericana. Sin embargo, en un reportaje publicado en El País en octubre de 2006, titulado "Las trampas del dinero rápido" se afirmaba lo siguiente: "La banca tradicional irrumpe con fuerza en el mercado de los créditos al consumo con tipos de interés del 25%. Son los llamados créditos rápidos: poco dinero, fácil de conseguir y de amortización cómoda. Se pueden devolver en largos plazos, sí, hasta 60 meses. Pero se paga caro, en algunos casos el tipo de interés real (TAE) supera el 25%. La mayoría de anuncios llevaban hace poco el sello de entidades de ascendencia francesa (Cofidis, Banco Sygma, Eurocrédito, Cetelem). Pero de un tiempo a esta parte se ha añadido al negocio la banca tradicional española, como el Santander, BBVA o el Banco Popular". "El negocio va como una bala" sigue el artículo. "El año pasado operaban en España 75 entidades de este tipo y gestionaron un crédito de 57.800 millones de euros, cinco veces más que hace un lustro. Pese a señalar que representan una parte pequeña del sistema crediticio español -sólo el 4,1% de todos los préstamos-, el supervisor [Banco de España] reconoce su ‘importancia en cuanto a dinamismo y liderazgo en determinados productos financieros'". Según informaciones publicadas en septiembre, el negocio de los créditos rápidos creció a una velocidad del 20% anual. A pesar de que este tipo de créditos implican más riesgos y tienen una tasa de morosidad más alta de lo normal, como dijo un representante del Banco Popular "representa una oportunidad a la que no podemos renunciar". Esta es la cuestión. Obtener beneficios a corto plazo como sea es algo a lo que los banqueros no pueden renunciar y desde luego la banca española no ha estado inmune a la borrachera de los banqueros de EEUU, de Europa y del resto de mundo.

Endeudamiento general

La implicación de la banca tradicional en el negocio del "dinero rápido" es sólo un ejemplo y no es la cuestión más significativa a la hora de profundizar sobre qué puede ocurrir con la economía española. Ahora el Banco de España está en la primera fila en la campaña "aquí no pasa nada", pero no hace tanto emitía un informe tras otro alertando sobre el peligro del endeudamiento familiar y los riesgos que esta situación suponía. Hace un año el Banco de España veía a las familias "más débiles ante una crisis". Advertía del crecimiento de "la presión financiera de las familias y del deterioro de su capacidad de ahorro". De cómo ese grado de endeudamiento, en un contexto de "eventuales perturbaciones adversas", que hoy son ya una realidad, podía "afectar negativamente" las decisiones de consumo e inversión tanto de los hogares como de las empresas. Hace un año el Banco de España consideraba que "no se habían reducido los elementos de incertidumbre de naturaleza financiera" que acechaban la economía española. El año 2006 cerró con una deuda familiar que alcanzaba el 115% de su renta disponible. También el año pasado fue el de mayor ritmo de crecimiento de la deuda familiar de los últimos siete años. Es incomprensible que ahora, casi un año después, cuando la deuda de las familias marca un nuevo récord histórico y se acerca al 90% del PIB, superando por primera vez la barrera de los 850.000 millones de euros, las perspectivas sean mejores.
Pero el endeudamiento no sólo ha afectado a los consumidores, ha sido un ingrediente fundamental para las propias empresas. La deuda de las empresas españolas no financieras ha alcanzado a finales de 2006 los 3,4 billones de euros. El gigantesco y caótico proceso de fusiones al que asistimos en el último periodo ha tenido como alimento fundamental el endeudamiento masivo. En un primer momento todo el mundo financiero aplaudía que los campeones nacionales de la construcción diversificaran sus inversiones para amortiguar la previsible ralentización del sector inmobiliario. Alentados por los bancos y cajas de ahorros empresas como ACS, Acciona, FCC, Ferrovial, Sacyr y OHL se lanzaron por la conocida e irresistible senda del apalancamiento para hacer adquisiciones en el sector energético, las autopistas y otros. Quien no se endeudara corría el riesgo de que su competencia creciese a mayor ritmo o acabase siendo absorbido.  Todo iba bien porque la rentabilidad de los nuevos negocios, que alcanzaba un listón muy alto por la especulación, superaba con creces los costes del endeudamiento. El cóctel de endeudamiento, fusiones y especulación produjo una borrachera feliz y prolongada, pero ahora viene la resaca. Como se señala en el reportaje "Ladrillos en entredicho" (El País, 23-09-07), "los mercados han pasado de aplaudir las compras a crédito de las constructoras a penalizarlas sin solución de continuidad". A principios de septiembre la deuda conjunta de los seis grandes grupos cotizados de construcción y servicios, unos 90.000 millones de euros según los analistas, doblaba su valor en Bolsa. El proceso de endeudamiento siguió su ritmo este año a pesar de que ya era mayúsculo en 2006, según la CNMV la deuda de los seis grupos mencionados suponía 3,10 veces su patrimonio y unas 11,52 su resultado bruto de explotación. "La teoría del péndulo, reconocen en uno de los grupos empresariales citados, se ha impuesto", concluye el artículo citado. Lo que está por ver es hasta donde llegará el péndulo.
Recientemente, la consultora Moody's señaló que lo más preocupante de la situación es precisamente el endeudamiento de los promotores, detectando un "mayor riesgo inmobiliario en cinco cajas españolas" (El País, 2-10-2007). Al día siguiente, otra consultora, Standard & Poor's colocaba a "España entre los países de la Unión más expuestos a la crisis de las hipotecas".

Cambio de ciclo

Para demostrar que a pesar de todo "aquí no va a pasar nada" se ha esgrimido mucho el dato de la baja morosidad de las hipotecas en el Estado español. Aunque en estos momentos es del 0,5%, no deja de ser significativo que el porcentaje de hipotecas impagadas haya alcanzado el máximo desde el 2002. ¿Qué ocurrirá si hay un cambio de ciclo de la economía real acompañado de una caída brusca del nivel de empleo? Una crisis financiera, similar a la de EEUU, podría agravar la crisis de la economía real, pero una crisis de la economía real podría desencadenar una crisis financiera de grandes dimensiones teniendo en cuenta que los niveles de endeudamiento familiar y apalancamiento empresarial son históricos. Los dos "frentes" de la crisis se autoalimentan y eso explica la gran incertidumbre e inestabilidad que viven "los mercados".
Hay bastantes indicios de que podría haber un serio cambio de tendencia de la economía real. El paro registrado sufrió el mayor ascenso en agosto desde que existe constancia estadística, mientras los contratos indefinidos experimentaron la primera caída interanual desde la reforma laboral; el número de cotizantes se redujo con más fuerza que otros años y el de parados aumenta en los últimos 12 meses en 44.619 personas. En el pasado mes de septiembre se matricularon 96.751 turismos en Estado español, un 7,7% menos que en el mismo mes del año anterior. Es la segunda mayor caída desde noviembre de 2002 (un 8,8%).
La situación de la industria automovilística es indicativa de que la locomotora inmobiliaria puede no tener sustituto. Es significativo el diagnóstico del artículo "Señales de alerta en el mercado laboral" (El País, 5-11-07): "Los motores tradicionales de contratación de la economía española en los últimos años -la construcción y los servicios- han comenzado a griparse; y los engranajes destinados a sustituirlos -la industria, principalmente- no demuestran la fuerza necesaria, al menos por el momento, para mantener el fuerte ritmo de creación de empleo mantenido hasta hace poco tiempo".

Superávit fiscal, ¿para quién?

De cara a la galería, como se diría en lenguaje coloquial, "aquí no pasa nada", pero cuando se trata de tomar medidas concretas la perspectiva de la crisis está muy presente. Recientemente el gobernador del Banco de España, en una comparecencia parlamentaria solicitada por el propio gobierno dijo que no iba a criticar ninguna medida concreta, pero recomendó a los partidos que "cuiden y midan mucho" sus promesas electorales para evitar que se pierda el superávit. El sentido del mensaje era evidente: el gobierno tiene que olvidarse de cualquier giro en la política de gasto social. Este exceso de recaudación, cifrado en 17.575 millones de euros, "es un activo importantísimo, sobre todo en momentos como éstos, en los que no se sabe el impacto final que tendrá la crisis de liquidez en todas las economías, incluida la española". En un tono didáctico, explicó a los diputados que "el superávit es un colchón para cuando vienen mal dadas". El gobernador también reconoció que "la banca española tiene dificultades". Su conclusión fue contundente: "el superávit fiscal no está para gastarlo", habiendo quedado muy claro que las necesidades sociales son un desagradable "gasto" y que el tan mimado "colchón" está reservado para más rebajas fiscales a los empresarios o para el fondo con el que hacer frente a los desaguisados de la economía de casino capitalista.
En la medida que el crecimiento económico se ralentice la disputa de la tarta presupuestaria arreciará. De hecho el parón inmobiliario ya está teniendo efectos en la recaudación de las administraciones. La Generalitat de Catalunya ha sido la primera en tomar medidas de "contención de costes", recortando sus gastos en 900 millones de euros. Pero esto es sólo el inicio. Si en un contexto de auge económico tan prolongado las prestaciones sociales han empeorado tanto, ¿qué cabe esperar en un ciclo recesivo? Sólo la movilización contundente de la clase obrera podría evitar una tendencia a un deterioro acelerado de la sanidad, la educación y otros derechos conquistados en el pasado.

Llueve sobre mojado

Uno de los rasgos más característicos del prolongado crecimiento de la economía es que no ha beneficiado a los trabajadores. El propio Banco de España reconoce que "la participación de las rentas del trabajo en la riqueza de los países desarrollados ha tomado una cuesta abajo, prolongada y pronunciada, que tiene pocos precedentes históricos".
En el Estado español, a pesar de los millones de empleos creados en los últimos años, el trabajo -tanto de los asalariados como el de los autónomos-ha reducido su cuota de renta nacional desde el 62% de 1992 al 54% de 2005. El sueldo medio real ha retrocedido un 4% entre 1995 y 2005 situándose en unos 20.000 euros brutos anuales. Es el único caso de retroceso en el caso de la OCDE.
El "milagro de la economía española" ha sido a costa de más explotación, más precarización y menos poder adquisitivo. Esa realidad es tan evidente y tan sentida que la propia prensa burguesa se ve obligada, de vez en cuando, a reflejarla en sus análisis. El País (2-9-2007) publicó un reportaje en su suplemento dominical Negocios, titulado "Quemados en el trabajo", interesante incluso por la terminología empleada: "Los índices de paro caen por debajo del 8% de la población activa. Pero este crecimiento estadístico no retrata fielmente el mundo empresarial y laboral". Sigue el artículo: "El afán de lucro y la vorágine del sistema que garantizan la supervivencia de las empresas de la novena economía del mundo paga un alto precio. El bienestar y la salud laboral de los empleados empeoran". Los datos son escalofriantes: "Se estima que el 38% de los asalariados (más de 7,6 millones de personas) sufre algún trastorno psíquico derivado del trabajo, como el estrés, el burnout, el mobbing y la depresión". Todo esto acompañado de extenuantes jornadas laborales: "el 15% de la población activa española dedicó más de 50 horas semanales a su función profesional, sin contar horas extras, el tiempo destinado a comer o los desplazamientos in itinere, según una encuesta del portal de internet Monster, especializado en ofertar empleo. La mitad de los profesionales, por otra parte, trabajó más de 40 horas; el 25%, entre 25 y 40 horas, y el 10% restante, menos de 25 horas".
La conclusión del citado artículo no puede ser más acertada: "Cada vez más expertos cuestionan la correlación entre el crecimiento económico que genera el sistema capitalista y el bienestar de la sociedad". Y la advertencia final está totalmente justificada, pues no sólo los "expertos" sino las propias masas empiezan a cuestionarse muchas cosas: "Lamentablemente, la mayoría de empresas parecen dormidas, esperando inconscientemente a que este malestar sea masivo e inaguantable". Es decir, se ha acumulado material inflamable en los cimientos de la sociedad en pleno "milagro económico".

Desigualdad y deslegitimación del sistema

Abundando en esta situación, el interesantísimo artículo del profesor Vicençs Navarro, "Los salarios en España" (El País, 11-9-2007) se hace eco del informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) (Employment Outlook, 2007) sobre la situación de la población empleada, que incluye los países económicamente más desarrollados del mundo. El texto indica que "España es, de los 27 países, el único que ha tenido durante el periodo 1995-2005 un descenso del salario promedio. Mientras que en el conjunto de estos países los salarios tenían un crecimiento anual del 1,8% durante el periodo 1995-2005 y del 0,7% entre los años 2000 y 2005, en España descendieron una media anual de -0,5% durante el primer periodo y de -0,3% en el segundo".
Incidiendo en la relación entre los salarios y los beneficios empresariales, el artículo continua: "Este descenso de la tasa de crecimiento de salarios medios y altos y el gran incremento de los bajos explica la disminución de las rentas del trabajo en la contabilidad nacional (y ello a pesar de que el número de trabajadores haya aumentado considerablemente pasando de representar el 48% de la población de 15 a 64 años en 1995 al 63% de la población en 2005), disminución que coincide con un gran crecimiento de las rentas empresariales. En realidad, la exuberancia de los beneficios empresariales se basa, en parte, en la gran moderación salarial". Efectivamente, "entre 1999 y 2006, las empresas españolas", sigue el artículo, "han visto aumentar sus beneficios netos en un 73%, más del doble que la media de la UE-15 (33,2%) o de la zona euro (36,6%), mientras que los costes laborales en España han aumentado durante este mismo periodo el 3,7%, cinco veces menos que en la UE-15 (18,2%)".
Lo más interesante de todo son los efectos políticos de esta situación. En otro artículo del mismo autor, "Euforia económica, déficit social", se señala que el Estado español, junto con EEUU, es uno de los países desarrollados con más desigualdades de renta y que "el 74% de la población española considera que las desigualdades sociales son demasiado altas, el mayor porcentaje existente en los últimos diez años".

Crisis del capitalismo y los problemas de la ‘izquierda moderna'

El abismo que hay, por un lado, entre el ambiente de malestar social, la creciente percepción de que el sistema no funciona del todo bien, de que no ofrece un futuro claro y es extremadamente injusto y, por otro, la incapacidad manifiesta de los dirigentes políticos y sindicales de la clase obrera de ofrecer una alternativa a esta situación, constituye la mayor contradicción de la situación política actual.
En teoría, el reformismo es la alternativa de "las mejoras sociales y el combate contra la desigualdad de forma gradual" frente a la alternativa marxista basada en una profunda y completa transformación de la sociedad capitalista. Si algo ha puesto en evidencia este largo periodo de crecimiento de la economía española, sin duda el más favorable para una política reformista, es la completa bancarrota de la socialdemocracia, en todas sus variantes y en todas sus posiciones. No se ha cumplido su clásica predicción: primero crecer, luego repartir. Los estrategas de la paz social, en los sindicatos, en el gobierno y en los partidos más importantes de la clase obrera, han fracasado por completo en su enunciado y la realidad está dejando a las claras para lo que han servido: en periodo de vacas gordas contribuir a llenar los bolsillos de los ricos, en época de vacas flacas descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de clase obrera. Cualquier alternativa que esté orgánicamente ligada a la lógica del sistema capitalista no tiene otra cosa que ofrecer. Este es el gran problema de la "izquierda moderna". Un cambio del ciclo económico pondrá aún más en evidencia esta verdad.
Mientras tanto la burguesía afila sus cuchillos. Prepara políticamente su base social y engrasa su maquinaria de represión estatal. Con su actitud cada vez más desafiante contribuye con un proceso de polarización política cada vez más agudo. Sin embargo la clase dominante tiene un grave problema: la fuerza y la frescura de una clase obrera socialmente más poderosa que nunca, de una clase obrera y de una juventud que no ha sufrido una derrota fundamental en las últimas tres décadas, y sobre todo de una clase obrera y una juventud que podría desprenderse con gran rapidez de la camisa de fuerza del reformismo sin reformas, un reformismo cuyo prestigio está profundamente resquebrajado entre sectores de la clase y que mañana jugarán un papel determinante en los acontecimientos.

El nuevo periodo histórico

Definitivamente, hemos entrado en un nuevo periodo histórico. La crisis que sufren todos los agrupamientos políticos en el Estado español (PP, PSOE, CiU, PNV, ERC, BNG y Batasuna) no es una casualidad. De una manera o de otra expresan los cambios profundos que están afectando a la sociedad, a la economía, a las relaciones internacionales y en definitiva a la conciencia de todas las clases de la sociedad. Es el reflejo de la incertidumbre, de la inestabilidad, de las convulsiones sociales y políticas que recorren el mundo en un periodo histórico nuevo. Esta nueva etapa exige readaptaciones, conlleva crisis, divisiones, tensiones que tienen ya una clara expresión por arriba. La burguesía se ve empujada a cimentar su dominación sobre nuevos ejes, adentrándose en un terreno inseguro y pantanoso, y haciendo un tremendo ruido que, sin resolver ninguna contradicción fundamental, provoca el despertar lento pero seguro de la clase obrera a la vida política consciente.
Hemos asistido a grandes acontecimientos (huelga general del 20-J, históricas movilizaciones contra la guerra...) en el pasado reciente sin el concurso de una crisis económica; precisamente por esto, por la experiencia acumulada hasta ahora, un cambio de ciclo podría tener consecuencias políticas mucho más amplias y profundas en la conciencia de la clase obrera. En este contexto, el fortalecimiento de una corriente marxista fuerte, capaz de unir la voluntad de lucha de los nuevos batallones de nuestra clase que entrarán en la escena política, con la experiencia histórica del movimiento obrero, será fundamental en el camino por la transformación socialista de la sociedad.

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