Acabamos de ver una impresionante movilización de obreros y estudiantes, que una vez más obligaron a la burguesía francesa a hincar la rodilla. Y una vez más pudimos ver una campaña feroz de desprestigio contra esta lucha en los medios de comunicacióAcabamos de ver una impresionante movilización de obreros y estudiantes, que una vez más obligaron a la burguesía francesa a hincar la rodilla. Y una vez más pudimos ver una campaña feroz de desprestigio contra esta lucha en los medios de comunicación burgueses. Un ejemplo lo tuvimos en El País del 14 de abril, en sendos artículos de opinión a cargo de Ángel Ubide y del inefable Carlos Mendo.

Estos personajes repiten todos los tópicos ideológicos burgueses: “la mejor política para aumentar el empleo es reducir las restricciones al despido”, “los manifestantes han reducido las posibilidades de empleo de los que más se iban a beneficiar”, “las protestas se basan en el miedo a la inseguridad y el cambio”, “hay que adaptarse a las circunstancias”… Ubide incluso se permite dar consejos: “Lo que el gobierno debiera hacer es flexibilizar el empleo de todos los ciudadanos, no sólo de los jóvenes”. En resumen: los trabajadores y los jóvenes franceses son unos señoritos que no quieren perder su estatus privilegiado, unos conservadores que se resisten al ‘progreso’ y caprichosamente se niegan a aceptar lo que hay que aceptar.

Estas campañas no son ninguna novedad. De hecho, nos las encontramos cada vez que los trabajadores públicos o de las grandes empresas protagonizan una lucha importante en favor de sus reivindicaciones. Pero estos sicarios de la pluma no son nada originales, su esquema se repite: presentan a los trabajadores en lucha como unos “privilegiados” que tienen “mucho” y deberían contentarse con menos, como el resto de los trabajadores. Tanto afán “igualitario” es conmovedor, pero no hay que dejarse engañar. Sus críticas tienen un claro objetivo: frenar la solidaridad y evitar la extensión de las luchas, o sea, dividir a la clase obrera.

En la ofensiva de los últimos veinte años contra los derechos y conquistas laborales de la clase obrera europea en la posguerra, la burguesía ha desarrollado una estrategia clara: atacar a los sectores más fuertes y mejor organizados del proletariado, para así aterrorizar al resto del movimiento obrero.

Diferencias laborales

y lucha sindical

Las grandes empresas y las zonas más industrializadas constituyen la base de los aparatos sindicales y suelen marcar el camino para el resto de los trabajadores. Por supuesto, la burguesía también sabe esto, y por eso no contempla sus luchas solamente como una cuestión económica, sino como una cuestión política, es decir, del conjunto de la sociedad; no valora solamente el dinero, sino cómo afectan las luchas a la conciencia, la organización y los intereses generales de cada clase social.

Un ejemplo de esto lo tuvimos en la gran huelga minera británica de 1984-85. La clase dominante sabía que los mineros eran la vanguardia del movimiento obrero británico, el espejo en que se miraban el resto de los trabajadores y que, por tanto, su victoria sería un poderoso estímulo para los demás sectores; y al revés, que su derrota provocaría que el resto de los trabajadores pensasen: “si los mineros, que son los más fuertes, que han derribado otros gobiernos, no pudieron con éste, ¿para qué lo vamos a intentar nosotros, que somos más débiles que ellos?”. Así, la derrota de los mineros era la precondición política para los salvajes ataques antiobreros que el gobierno de Margaret Thatcher tenía en su agenda. Por eso se gastó muchísimo más dinero en derrotar la huelga de lo que costaba acceder a las reivindicaciones obreras (no era un gasto, sino una inversión de futuro), por eso se planteó el conflicto como una auténtica guerra, una guerra de clases. De hecho, Margaret Thatcher lo comparó con la guerra de las Malvinas.* Carlos Mendo parece evocarla cuando compara esta derrota de la burguesía francesa con Waterloo (“un Waterloo interior”, le llama). Si él y su colega tienen un cabreo monumental por esta derrota, es porque saben que constituye un revés importante para la burguesía y, sobre todo, porque es un ejemplo a seguir. Tienen miedo al contagio.

De igual manera, las condiciones relativamente buenas que conservan —todavía— los trabajadores de las empresas principales respecto a los subcontratados son un mal ejemplo para éstos. Por eso la burguesía pretende igualarlos a todos... ¡pero por abajo!

Las mejores condiciones materiales del estrato superior de la clase obrera no se derivan de que su papel en la producción sea cualitativamente diferente al del resto de los trabajadores (hecho que lo conformaría como otra clase social), ni mucho menos son una concesión graciosa (la burguesía nunca le hace regalos a la clase obrera), sino que son conquistas del movimiento obrero en un período histórico y unas sociedades dadas. La aparente paradoja de que ese estrato superior pueda llegar a luchar más que los estratos inferiores no es tal. Sabe que consiguió sus conquistas con la lucha y que la lucha es también la manera de preservarlas.

Un ataque general

contra los trabajadores

Las características del último perío-do —que combinó la crisis orgánica capitalista y la caída del estalinismo— es la causa de que la clase obrera esté siendo atacada sistemáticamente en todos los países. La burguesía está envalentonada y no le basta con el deterioro de los sectores periféricos y más débiles. Ahora su objetivo somos todos, el conjunto de la clase obrera, busca un retroceso general y de proporciones históricas en nuestras condiciones de vida y trabajo; quiere que el único derecho que nos quede a los trabajadores sea el derecho a callar, quiere llevarnos de vuelta al siglo XIX. Por eso está atacando a los batallones pesados del movimiento obrero, a los que actúan como referentes para el resto (como puede ser el sector del automóvil). Por eso la burguesía destila su odio de clase cuando sus planes se encuentran con resistencia, una resistencia que va en aumento porque, como se suele decir, en el pecado se lleva la penitencia: la acumulación de ataques ha incubado una fortísima reacción —que ya ha empezado— contra los desmanes de los capitalistas. Los insultantes beneficios empresariales y los sueldos millonarios de los mismos que predican la austeridad a los trabajadores contribuyen a echar leña al fuego. Francia solamente es un anticipo.

Las privatizaciones, la subcontratación, la sustitución de empleo fijo por empleo precario, las reformas laborales que facilitan y/o abaratan el despido, etc. deterioran la situación de toda la clase obrera. El mismo sistema capitalista que en sus períodos de auge permite la aparición de esos estratos superiores, generando con ello poderosas tendencias hacia el pacto social en el movimiento obrero, en sus períodos de crisis los mina, y con ello mina también el sindicalismo de pactos y consensos. Engels expresó perfectamente esta idea en un artículo:

“¿Y la clase obrera? Si incluso durante el auge sin precedentes alcanzado por el comercio y la industria entre 1848 y 1868 tuvo que vivir en la situación de miseria que hemos señalado, si incluso entonces la inmensa mayoría de los obreros experimentó, en el mejor de los casos, un alivio pasajero, mientras que sólo una pequeña minoría, privilegiada y protegida, obtuvo beneficios duraderos, ¿qué no ocurrirá cuando este deslumbrante período termine definitivamente (...)? He aquí la verdad: mientras duró el monopolio industrial de Inglaterra, la clase obrera inglesa participó hasta cierto punto en los beneficios de dicho monopolio. Estos beneficios se distribuían dentro de la misma clase obrera de una manera muy desigual: la mayor parte correspondía a su minoría privilegiada, aunque también a la gran masa le tocaba algo de vez en cuando. Por eso desde la muerte del owenismo no ha habido socialismo en Inglaterra. Cuando se derrumbe el monopolio, la clase obrera inglesa perderá su situación privilegiada. Y llegará un día en que toda ella, sin exceptuar la minoría privilegiada y dirigente, se encuentre en el mismo nivel que los obreros de los demás países. Por eso, volverá a haber socialismo en Inglaterra”**.

La conciencia de clase

Sólo un doctrinario puede confundir el hecho científico de que los trabajadores son una clase social con la existencia de una eterna hermandad idílica entre todos ellos. Al contrario. Bajo la opresión cotidiana del capitalismo, nuestra clase está atravesada por divisiones de todo tipo porque los valores imperantes son los del sistema. En contra de lo que creen aquellos que sólo conocen el movimiento obrero de oídas, la solidaridad no surge del alma bondadosa inherente a cada trabajador, sino de la lucha de clases, que enseña que los trabajadores avanzamos o retrocedemos en conjunto, como clase social. Así, cuando la tendencia predominante es el avance de los estratos superiores, esto señala futuros avances para los inferiores; y viceversa, cuando la tendencia predominante es el retroceso de los estratos inferiores, esto señala futuros retrocesos para los superiores, como ilustran a la perfección las últimas cuatro décadas de movimiento obrero en el Estado español. Por eso, si el estrato superior quiere preservar sus conquistas debe poner la fuerza que todavía posee al servicio de los intereses generales de toda la clase.

La solidaridad obrera no es una cuestión moral, de amor al prójimo, sino material: el trabajador adquiere el valor de la solidaridad cuando aprende que no hay salidas individuales (ya sea para una persona, una empresa o un país); cuando aprende que si a nuestra clase le va mal, a él, como miembro de ella, también le va a ir mal; cuando aprende que los intereses generales e históricos de la clase obrera mundial lo incluyen a él y que, por tanto, debe anteponer siempre los intereses colectivos a los individuales. Asumir esto y actuar en coherencia es la auténtica conciencia de clase.

Lo que está pasando no es el producto de una maldición divina, ni un fenómeno meteorológico. Es la consecuencia de decisiones tomadas en función de los intereses de la burguesía. La alternativa no es la resignación que nos predican los señores Mendo, Ubilde y compañía. De hecho, el sentimiento anticapitalista está creciendo. Pero no basta con saber lo que no se quiere, hace falta una alternativa. Y la alternativa no es la vuelta al capitalismo regulado al que aspiran los reformistas; ese capitalismo ya existió durante toda una época histórica, al menos en los países desarrollados, y está en proceso de desaparición. La historia demuestra que la única manera real y efectiva de controlar al capital es acabando con él, hacerlo desaparecer de la faz de la Tierra.

Para defender los intereses inmediatos de la clase obrera se requiere un sindicalismo combativo. Pero para defender sus intereses generales e históricos esto no basta, sino que hace falta que la dirección del movimiento obrero esté armada de una perspectiva política marxista y transmita a la clase obrera la idea de que sólo la revolución socialista hará posible una sociedad auténticamente humana. Este es el elemento cualitativo decisivo para resolver el gran dilema que afronta el género humano: socialismo o barbarie.

Xaquín García Sinde

Comisión Ejecutiva de

CCOO Navantia- Ferrol

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