Durante 2005 la economía brasileña sólo alcanzó un 2,3% de crecimiento. El “espectáculo de crecimiento” se ha esfumado. La dirección del PT vio estallar en mil pedazos su imagen “diferente” y de honradez, convirtiéndose Dirceu y Genuino, históricos dDurante 2005 la economía brasileña sólo alcanzó un 2,3% de crecimiento. El “espectáculo de crecimiento” se ha esfumado. La dirección del PT vio estallar en mil pedazos su imagen “diferente” y de honradez, convirtiéndose Dirceu y Genuino, históricos dirigentes del partido, en cadáveres políticos relevados de todos sus puestos de responsabilidad. Incluso Palocci, el ministro de economía, a pesar de la cerrada defensa que le había proporcionado la prensa burguesa, tuvo que dimitir en marzo de este año en relación con escándalos de financiación ilegal y corrupción.

Mientras tanto la burguesía brasileña ha seguido disfrutando de su particular orgía especulativa, favorecida por una política económica basada en altos tipos de interés. En contraste, un reciente estudio del DIEESE (instituto sindical de estudios económicos) reveló que la participación de los salarios en el PIB brasileño había caído desde el 57% en 1949 hasta el 36% en 2003.

El gobierno de Lula no ha traído ningún cambio en el terreno social aunque parece dispuesto a cumplir con las medidas de ataque a los trabajadores. Tras la “reforma” de las pensiones en el primer año de gobierno Lula, que significó un recorte importante, principalmente para los funcionarios, los objetivos ahora son las “reformas” sindical y laboral. La primera vendría a ser el preparativo político para la segunda, que constituye el mayor ataque a los trabajadores brasileños desde las congelaciones salariales de los años ochenta y noventa. Según algunos informes el objeto de dichas reformas sería: flexibilizar el mercado laboral, aumentar la competitividad de las empresas y —presentando como excusa que 7 de cada 10 empleos se crean en el sector informal (esto es, sin seguridad social ni derechos laborales)— convertir en precarios a todos los trabajadores, haciendo depender de la negociación colectiva cuestiones como las vacaciones anuales o el 13º salario (paga extra). Para la burguesía está claro: hay que competir con China, pues convirtamos a nuestros trabajadores en chinos. Esta es la alternativa de progreso que ofrecen a la clase obrera.

Elecciones en octubre

De cara a las elecciones de octubre se observan divisiones entre la clase dominante sobre la manera de llevar adelante este programa. Así, el PSDB (al que la prensa se sigue empeñando en llamar socialdemócrata) del ex presidente Cardoso ha lanzado la candidatura a la presidencia de Geraldo Alckmin, gobernador del Estado de Sao Paulo, al que se ha relacionado con el Opus Dei y cuya gestión se ha caracterizado por un ataque frontal a la educación pública y a los derechos de los trabajadores. Su tradicional aliado el PFL (heredero de la ARENA, partido que sustentó la dictadura militar) aspira a presentar un candidato propio, pero probablemente llegarán a un entendimiento puesto que su planteamiento es el mismo: ya ha pasado la hora de Lula, está desgastado y ha llegado el momento de que vuelvan al poder sus dueños “legítimos”.

Sin embargo, dentro del tercer partido tradicional burgués, el PMDB, hay divisiones sobre esta cuestión, ya que el gran ataque a la clase trabajadora que representaría la reforma laboral tal vez sería mejor que fuera llevado a cabo por el propio Lula, para después deshacerse de él. Por ello están planteándose seriamente aceptar la oferta de Lula de ocupar la vicepresidencia y unirse a su candidatura en lugar de a la de Alckmin. Es el partido más “fisiológico” (término que en Brasil designa a los políticos que venden su voto al mejor postor en cada ocasión) de los tres, por lo que todas las posibilidades están abiertas.

Otra opción que maneja la burguesía, y que fue lanzada por el propio Cardoso, sería la de una gran coalición al estilo alemán, uniendo al PT y al PSDB para dar estabilidad parlamentaria al gobierno. Evidentemente es una posibilidad que valorarán dependiendo de los resultados electorales.

La clase trabajadora

está despertando

En los últimos años observamos que crece el deseo de cambiar esta situación entre la clase obrera. Tras los años nefastos de la presidencia de Cardoso las esperanzas se centraron en la candidatura de Lula, ex sindicalista que venció contundentemente la elección de 2002. Pero los trabajadores no se han quedado sentados esperando para ver qué pasa. Asistimos a una creciente movilización en los últimos años, ligada fundamentalmente a cuestiones salariales y de los sectores más activos y sindicalizados, como metalúrgicos, bancarios, funcionarios o carteros. En general, y si bien las traiciones de la burocracia sindical no han dejado que ninguna de estas luchas se extendiera demasiado, estos sectores han recuperado con la lucha una pequeña parte del poder adquisitivo perdido y han aumentado su nivel de conciencia. Una lucha triunfante que consiguiese recuperar el nivel salarial de los años noventa, por ejemplo, tendría un efecto galvanizante sobre todos esos sectores, y eso lo sabe muy bien la burguesía, que vuelca a sus plumíferos, policías y jueces contra los más combativos, como vimos con los bancarios en 2004.

Esta agitación por la base ya se ha transmitido a la CUT, donde los tradicionales grupos dominantes están teniendo verdaderos problemas para ser reelegidos y en algunos casos están siendo sustituidos por direcciones más combativas. También vimos como el Pleno de la CUT en 2005, donde se reúnen dirigentes y no la base, se negó a apoyar la reforma sindical, lo que ha obligado a Lula y al presidente de la CUT a anunciar recientemente que se aprobará por decreto del gobierno. Incluso el congreso de la CUT de Sao Paulo aprobó recientemente una moción en apoyo de la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, haciendo frente a todo el veneno nacionalista sembrado por la prensa en Brasil.

En este contexto es un error gravísimo la actitud de algunos grupos que se reclaman revolucionarios de retirarse de los sindicatos que controlan de la CUT para fundar una nueva central “revolucionaria”, la Conlutas. Como ya explicó Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, si separamos a la vanguardia revolucionaria del resto de la clase obrera estamos dejándola a merced de los burócratas y elementos procapitalistas, estamos facilitándoles el trabajo.

En cuanto a la situación en el campo hemos visto importantes avances en la movilización de las masas de campesinos sin tierra. Lula prometió asentar 400.000 familias en tierras públicas o expropiadas durante su mandato (algo ya de por sí insuficiente en un país con cinco millones de familias sin tierra o con tierra insuficiente). Pero la lentitud y falta de fondos del programa de “reforma agraria” gubernamental (apenas 60.000 familias asentadas en dos años y medio) exasperó a los campesinos organizados en el Movimiento Sin Tierra (MST), el mejor organizado de América Latina. La presión de la base forzó a la dirección del MST a organizar una marcha a Brasilia para exigir al presidente el cumplimiento de sus promesas. Lula garantizó que cumpliría su programa, pero eludió comprometerse a aumentar los recursos dedicados al programa. Hasta el momento no ha modificado el presupuesto, pero probablemente la próxima vez los campesinos no se contenten con palabras. De hecho, ya han aumentado las ocupaciones de tierras y los enfrentamientos con los paramilitares de los terratenientes.

El ala derecha del PT ve con preocupación los acontecimientos de Venezuela y Bolivia, puesto que la base de su política es que “no se puede hacer nada”, no se puede luchar contra el capitalismo, y los hechos están demostrando que sí se puede. Los acontecimientos internacionales, sin duda, pueden impulsar el surgimiento de un ala de izquierdas que desafíe el control de Lula y su grupo. De hecho, el ex embajador en EEUU, Rui Barbosa, reconocía hace poco que “en la Conferencia del PT, la renacionalización de la Vale do Rio Doce (mayor empresa minera del país, privatizada por Cardoso) no se aprobó por sólo 50 votos”.

Las turbulencias del actual escenario brasileño anticipan las grandes tempestades sociales y políticas a las que asistiremos en un futuro próximo.

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