La nacionalización del gas en Bolivia el Primero de Mayo y la expropiación de varias empresas en Venezuela por parte del gobierno de Chávez en los últimos dos años ha vuelto a situar el debate sobre la nacionalización y el control obrero en el primerLa nacionalización del gas en Bolivia el Primero de Mayo y la expropiación de varias empresas en Venezuela por parte del gobierno de Chávez en los últimos dos años ha vuelto a situar el debate sobre la nacionalización y el control obrero en el primer plano. Hace apenas una década, en 1998 en la propia Bolivia los procesos de privatización eran vistos como algo positivo por el 60% de la población, sin embargo para el año 2004 ese porcentaje se había reducido al 25%. Después de décadas de privatizaciones en las que el término “nacionalización” o el cuestionamiento del capitalismo parecían estar relegados al baúl de los recuerdos políticos, ahora resurge con fuerza.

Para el marxismo estos temas tienen una importancia vital, ya que están asociados a situaciones revolucionarias. La revolución rusa de 1917, la revolución española en los años treinta, la revolución portuguesa de 1974, el Chile de Allende o la revolución cubana son ejemplos de ello. La nacionalización y el control obrero están íntimamente ligados a la revolución porque se trata de aspectos relacionados con el poder, es decir, de qué clase domina la sociedad.

La experiencia viva de los procesos revolucionarios o de lucha contra el imperialismo ha constituido la base para las aportaciones de los clásicos del marxismo. Con este artículo, simplemente, queremos llamar la atención sobre los artículos que Trotsky dedicó a la expropiación petrolera bajo el gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas en los años treinta. De ahí se pueden extraer lecciones para comprender los procesos que se están dando hoy en Venezuela y Bolivia y también de cómo los marxistas debemos intervenir en ellos para contribuir a su triunfo.

La medida más importante del gobierno Cárdenas, y que puso de uñas a la burguesía nacional así como a los imperialistas a nivel internacional, fue la decisión en marzo de 1938 de llevar acabo la expropiación petrolera (aunque con indemnizaciones), su nacionalización y la creación de la empresa estatal Petróleos Mexicanos (PEMEX). La reacción de la burguesía británica, la más afectada por esta medida, no se hizo esperar. Puso el grito en el cielo y lanzó una campaña rabiosa de propaganda cínica y victimista con el único objetivo de defender sus intereses económicos, a la vez que adoptaba el boicot económico para presionar al gobierno mexicano. En aquellos momentos Trotsky se preguntaba: “¿Quién le dio al gobierno británico el derecho a controlar la política interna y los procedimientos legales de un estado independiente?”.

Expolio imperialista

y expropiación petrolera

Con el fin de desenmascarar el mecanismo de explotación del imperialismo, sugería Trotsky, que una de las primeras medidas a tomar podría ser la de crear “una comisión especial que estudie la medida en que el capital británico y en general el capital extranjero, han aportado a México y han extraído de él”. De esta manera se podría mostrar fácilmente a la opinión pública la tremenda explotación imperialista sobre México.

“Una pequeña camarilla de magnates extranjeros succiona, en todo el sentido de la palabra, la savia vital tanto de México como de otra serie de países atrasados o débiles. Los discursos solemnes acerca de la contribución del capital extranjero a la “civilización”, su ayuda al desarrollo de la economía nacional, y demás, representan el más claro fariseísmo. La cuestión, en realidad, concierne al saqueo de la riqueza natural del país. La naturaleza requirió muchos millones de años para depositar en el subsuelo mexicano oro, plata y petróleo. Los imperialistas extranjeros desean saquear riquezas en el menor tiempo posible, haciendo uso de mano de obra barata y de la protección de su diplomacia y su flota. Visiten cualquier centro de la industria minera: cientos de millones de dólares, extraídos por el capital extranjero de la tierra, no le han dado nada, nada en absoluto a la cultura del país; ni autopistas, ni edificios, ni un buen desarrollo de las ciudades (…) ¿por qué hay que gastar el petróleo mexicano, el oro mexicano, la plata mexicana en las necesidades de un México lejano y extraño cuando, con los beneficios obtenidos, es posible construir palacios, museos, teatros en Londres o en Mónaco? ¡Así son los civilizadores! En lugar de las riquezas históricas, dejan agujeros en la tierra mexicana y enfermedades en sus trabajadores” (Las expropiaciones mexicanas del petróleo, abril de 1938).

Leyendo estas líneas rápidamente se nos viene a la cabeza su actualidad. Setenta años más tarde multinacionales como Repsol y otras, en nombre de la libertad de empresa, saquean, expolian la riqueza de pueblos enteros y utilizan los mismo cínicos argumentos.

Otro tema que Trotsky aborda en sus escritos es la necesidad de vincular esa medida —la nacionalización— a la lucha independiente de la clase obrera, ya que esa medida no es, en sí misma, socialista. “Sin sucumbir a las ilusiones y sin temer a las calumnias, los obreros avanzados apoyarán completamente al pueblo mexicano en su lucha contra los imperialistas. La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista. (…) El proletariado internacional no tiene ninguna razón para identificar su programa con el programa del gobierno mexicano (…) La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de las escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos” (México y el imperialismo británico, junio de 1938).

Nacionalizaciones, participación de los trabajadores y la cuestión del poder

Trotsky insistía en que la expropiación petrolera era una “medida valerosa y progresista del gobierno mexicano”, pero en ningún caso una medida “bolchevique”. En su escrito México y el imperialismo británico, decía: presentan la expropiación “como una medida ‘comunista’ (…) El México semicolonial está luchando por su independencia nacional, política y económica. (…) Los magnates del petróleo (...) Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de un país extranjero (…) hacen lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista (…). Bajo estas condiciones, la expropiación es el único medio para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de democracia. Qué dirección tome el posterior desarrollo económico de México depende, decisivamente, de factores de carácter internacional”.

La cuestión clave que plantea Trotsky es qué perspectivas abrían las expropiaciones y cómo el movimiento revolucionario debía intervenir en ellas, con el objetivo de presionar y obligar a una ruptura total con el capitalismo y lograr el establecimiento de un gobierno obrero en el marco de una economía planificada y socialista. En su escrito La industria nacionalizada y la administración obrera (mayo de 1939) dirá: “Estas medidas se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado. Sin embargo, en un país semicolonial, el capitalismo de estado se halla bajo la gran presión del capital privado extranjero y de sus gobiernos, y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Eso es lo que explica por qué, sin dejar que el poder real escape de sus manos, (el gobierno mexicano) trata de darles a las organizaciones obreras una considerable parte de responsabilidad en la marcha de la producción de las ramas nacionalizadas de la industria”. Y más adelante, en referencia a qué actitud debería tomar el partido revolucionario, dice: “El gobierno burgués llevó a cabo por sí mismo la nacionalización y se ha visto obligado a pedir la participación de los trabajadores en la administración de la industria nacionalizada”. Evidentemente esto no lleva al socialismo, pero sí permite a los revolucionarios aprovechar una oportunidad maravillosa para plantear más tareas y, sobre todo, la necesidad de la toma del poder por parte del proletariado: “Para los marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones que se presentan dentro del capitalismo de estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores”.

Profundizando más en el asunto, consideraba “inexacto identificar la participación obrera en la administración de la industria nacionalizada con la participación de los socialistas en un gobierno burgués (…) la participación en el manejo de una determinada rama de la industria brinda una amplia oportunidad de oposición política”. También señalaba los peligros que eso tiene: por un lado, el hecho de que el vínculo entre los dirigentes sindicales y el aparato del Estado convirtiera a los primeros en “rehenes del Estado burgués”. Frente a esto Trotsky señalaba que era imprescindible “luchar por la independencia del movimiento obrero en general; y en particular por la formación en los sindicatos de firmes núcleos revolucionarios”. El otro peligro que señalaba era que “los bancos y otras empresas capitalistas, de las cuales depende económicamente una rama determinada de la industria nacionalizada, pueden utilizar (…) métodos especiales de sabotaje para poner obstáculos en el camino de la administración obrera, desacreditarla y empujarla al desastre”. La clave para el éxito era vincular las expropiaciones con la perspectiva del derrocamiento del capitalismo y por tanto había que completarlas con “expropiar los bancos y establecer un solo banco nacional” y “la conquista del poder por la clase trabajadora”. Como se ve, el análisis de Trotsky era una guía para la acción revolucionaria, no se trataba de ser un simple narrador de los problemas y las complejidades que tenía la revolución.

También planteaba como algo vital tener un método correcto a la hora de señalar las limitaciones del proceso y las tareas pendientes para no convertirse en lunáticos al margen de las masas. Así en el congreso fundacional de la IV Internacional presentó una resolución Sobre la cuestión mexicana en la que se refería a esto: “En la lucha contra el imperialismo extranjero en México, la dirección de la LCI (sección de la IV Internacional) en vez de centrar su agitación principalmente contra los bandidos británicos y norteamericanos, la dirigió más bien contra el régimen nacionalista-burgués de Cárdenas, atacándolo en forma sectaria, parcial y, dadas las circunstancias, objetivamente reaccionaria”. Nuevamente, la aplicación de estas ideas en Venezuela y Bolivia son evidentes.

O se vincula a la perspectiva de la toma del poder y la construcción del socialismo o las nacionalizaciones, por sí mismas, tienen límites para hacer avanzar la sociedad y satisfacer las necesidades sociales. Trotsky criticaba hablar de “planes” cuando la burguesía controlaba aún palancas fundamentales de la economía: “En una sociedad donde predomina la propiedad privada, es imposible que un gobierno dirija la vida económica de acuerdo a un ‘plan’”. En El Programa de Transición Trotsky enfatiza mucho en la necesidad de expropiar la banca: “El imperialismo es la dominación del capital financiero (…) los bancos concentran en sus manos el verdadero dominio de la economía (…) Es imposible dar un solo paso contra el despotismo de los monopolios y contra la anarquía capitalista, si se dejan los puestos de mando de la banca a los perros de presa del capital (...) hay que fundir todos los bancos en un solo Banco nacional. Sólo la expropiación de la banca privada y la concentración del sistema crediticio en manos del Estado puede proporcionar al Banco nacional los recursos materiales necesarios para la planificación económica”.

Esas citas son una pequeñísima muestra de la importancia de la teoría marxista para comprender e intervenir correctamente en los procesos actuales. Hoy en Bolivia y Venezuela el capitalismo aún sigue vivo aunque con un gran interrogante. Las primeras expropiaciones se han dado, existen elementos claros de control obrero, la predisposición a la lucha de los trabajadores es clara. Pero todo eso no es suficiente para garantizar la victoria. En ambos casos la burguesía y el imperialismo mantiene en sus manos palancas claves del poder económico y financiero. La revolución aún se debe completar y la teoría marxista constituye una guía fundamental para hacerlo con éxito.

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