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Este artículo es uno de los contenidos del número 14 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras. Pincha aquí para acceder al original.

¿Cuál es el origen del euskera? ¿De dónde viene? Estas son preguntas a las que, más de una vez, los lingüistas y filólogos vascos nos hemos tenido que enfrentar a lo largo de nuestra carrera investigadora, en ámbitos más o menos formales.

Y digo enfrentar no porque suponga una dificultad dar una respuesta, que como veremos puede ser fácil, sino porque detrás de esas preguntas existen mitos que, a menudo, se venden como verdades científicas. Responder a los mitos requiere más tiempo, más paciencia; y a veces, como respuesta, se reciben caras de enfado o de extrañeza. Pero esa es la labor de la ciencia y, por lo tanto, también de la lingüística: desmitificar las leyendas y ofrecer información partiendo de los datos disponibles.

Luis Michelena, padre de la filología vasca, decía que el mayor misterio del euskera no era su origen, sino su pervivencia. Y, efectivamente, ignoramos la razón por la cual el euskera no desapareció, por ejemplo, junto con el ibérico, el celtíbero o el etrusco. Para encontrarla, probablemente habrá que indagar en hechos históricos, políticos o sociolingüísticos que aún desconocemos. No obstante, acerca de su origen se ha escrito mucho y, a menudo, sin las debidas herramientas que nos ofrece la lingüística histórica.

Uno de los mitos más extendidos sobre el euskera defiende que es una lengua milenaria, la más antigua de Europa. Sin embargo, ninguna lengua viva permanece inmóvil, ni es idéntica a la que se habló hace 500, 1000 o 2000 años. Cuando la cantidad de cambios ocurridos llega a un punto crucial, esa lengua deja de ser lo que era para convertirse en otra, como ocurrió con el latín y las lenguas romances. Con la lengua vasca ocurre lo mismo: basta con mirar los testimonios antiguos para observar que el euskera actual no es igual que el de la Edad Media o que el de la Antigüedad. Y así rompemos un mito: sí, el euskera ha cambiado, y mucho, con el paso del tiempo, como cualquier otra lengua del mundo y no, no es ningún tipo de fósil lingüístico, ni una lengua milenaria que se ha mantenido intacta a lo largo de los siglos. Lo que pasa con el euskera es que para hacer referencia a los estadios anteriores usamos el mismo término, a diferencia de lo que ocurre con las lenguas romances, en las que distinguimos «castellano», «gallego» o «catalán» del «romance» y esta última del «latín».

Por lo tanto, las preguntas del inicio tienen una fácil respuesta: el euskera actual vendría de otra lengua (no documentada) que, a su vez, vendrá de otra anterior (no documentada). Y, así, podríamos ir muy atrás en el tiempo. De modo que el origen del euskera, como el del resto de las lenguas del mundo, está en la(s) primera(s) lengua(s) que el ser humano empezó a hablar, en aquellas que evolucionaron y evolucionaron durante siglos y milenios hasta llegar a la fascinante diversidad de hoy.

En cuanto a su procedencia, lo que los datos disponibles no nos permiten saber es cómo y cuándo llegó el euskera a la región donde se habla en la actualidad. Sabemos, más o menos, de los desplazamientos de los indoeuropeos o cuándo llegaron los visigodos o los árabes a la península ibérica, pero no conocemos ningún movimiento migratorio que explique el origen geográfico del euskera. Por ello, alguno ha concluido que el euskera es una lengua que nació en torno a los Pirineos y siempre ha permanecido en el mismo sitio. No obstante, la falta de datos no puede ser la base de ninguna teoría. De momento, lo que sabemos es que estos últimos 2000 años el euskera y sus antecesoras se han hablado en torno al Pirineo occidental, entre el Garona y la costa del Atlántico y entre el mar Cantábrico y las orillas del Ebro, pero desconocemos lo que pasó antes.

Otros mitos sobre la lengua vasca son las teorías que hablan acerca de su parentesco con diferentes idiomas. Como se sabe, el euskera es la única lengua viva aislada de Europa; es decir, es una lengua que no tiene parientes conocidos. Esto se ha presentado usualmente como una rareza, pero esa visión peca de eurocéntrica, ya que en todo el mundo hay más de 150 lenguas aisladas. Sin embargo, el hecho de ser una lengua europea no indoeuropea que no pertenece a ninguna otra familia lingüística ha incitado a más de uno a buscarle parentesco. El euskera ha sido comparado con una gran cantidad de lenguas: el ibérico, el etrusco, el minoico, el picto, el georgiano, el armenio, el japonés, el burushaski, el bereber, etc. Pero ninguna de esas comparaciones se ha elaborado siguiendo los postulados de la lingüística histórica: no se han encontrado correspondencias fonéticas regulares que demuestren el parentesco y todas esas teorías se han basado en supuestos parecidos superficiales de algunas palabras, sin tener en cuenta su evolución o etimología. Por lo tanto, ninguna es válida.

¿Eso significa que la lengua vasca siempre ha estado aislada? No, en absoluto. Eso solamente significa que no somos capaces de encontrarle ninguna lengua viva relacionada genéticamente, pero es probable que formase parte de una familia lingüística más amplia, de la cual solo queda un solo idioma: el euskera. De todas formas, cabe recordar que la comparación y la posterior clasificación de las lenguas no son el fin de la lingüística histórica, sino que son un método para avanzar en el conocimiento de la evolución de las lenguas. Y solo hay una lengua cuya comparación con el euskera ha sido productiva para la interpretación de ambas lenguas: el aquitano, lengua que se habló en época romana en el triángulo formado entre los Pirineos, el río Garona y el océano Atlántico. De aquel idioma solo nos han llegado nombres de divinidades y personas escritos en lápidas, y se puede establecer una unión genética entre ambas lenguas: por ejemplo, NESCATO aparece en una lápida y en euskera tenemos neskato ‘chica’; en otra lápida tenemos CISSON, que podría ser gizon ‘hombre’. No todos los testimonios aquitanos son así de evidentes, pero comparten elementos en común que son suficientes para demostrar su parentesco, aunque no sabemos con certeza si es la antecesora del euskera u otra lengua emparentada con ella. Las investigaciones futuras nos dirán, con suerte, su grado de afinidad.

En definitiva, las creencias populares acerca del origen, la antigüedad, la rareza del euskera y otras más son mitos que se transmiten no solo de boca en boca, sino que, a menudo, consciente o inconscientemente, la prensa escrita y la literatura pseudocientífica hacen su labor para difundir esas falsas ideas como verdades. No obstante, la lingüística histórica, con sus herramientas científicas, ha demostrado que el euskera no es ninguna rareza, ni es milenaria, ni tiene un origen extraño, ha demostrado que el euskera es una lengua normal y corriente, con hablantes normales y corrientes, como el resto de los idiomas del mundo.


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