El poder de la lucha y organización popular ante la emergencia climática
Bajo la alerta naranja declarada el pasado 14 de junio de 2025, Aragón enfrentó unas lluvias torrenciales que provocaron graves inundaciones, con daños materiales, riesgos para la vida y un impacto social profundo.
Doce localidades anegadas, cortes en infraestructuras y servicios básicos alterados. Varios municipios como Azuara, Letux, Herrera de los Navarros, Villar de los Navarros, Moyuela, La Zaida o Almonacid de la Cuba han solicitado ser declarados zona catastrófica debido a la magnitud del desastre. Las lluvias dejaron más de 100 viviendas afectadas, fábricas inundadas, cultivos arrasados y caminos intransitables. Alrededor de 500 personas se quedaron sin suministro eléctrico en algunas de las zonas más golpeadas.
La respuesta institucional ante unos eventos climáticos extremos que se esperan cada vez más frecuentes, repite un patrón deficiente: recursos meteorológicos precarios y coordinación improvisada. El director general de Emergencias del Gobierno de Aragón, Miguel Ángel Clavero, reconoció en Radio Zaragoza que la intensidad real del temporal superó las previsiones, y admitió que “solo contábamos con un pluviómetro en la zona afectada” de la CHE, un fallo de primera magnitud que dificultó la anticipación del desastre. El resultado es una respuesta reactiva, no preventiva, ante un fenómeno que no debería entenderse como un evento aislado, sino como una manifestación concreta de las alteraciones climáticas que la cuenca mediterránea viene sufriendo en las últimas décadas.
El Mediterráneo calentado: motor de episodios climáticos extremos
El Mediterráneo es una región especialmente vulnerable al cambio climático debido a su situación geográfica y a la dinámica atmosférica que la caracteriza. El calentamiento global —resultado directo de la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera, causados principalmente por la quema masiva de combustibles fósiles— ha provocado un aumento sostenido de la temperatura media global, con efectos particularmente agudos en zonas mediterráneas.
Este calentamiento intensifica la evaporación de la superficie marina y terrestre, aumentando la humedad en la atmósfera. A la vez, altera los patrones de circulación atmosférica y provoca una mayor inestabilidad climática, con episodios más frecuentes e intensos de precipitaciones extremas. En concreto, las tormentas convectivas y los episodios de gota fría se hacen más violentos y duraderos, generando inundaciones rápidas y devastadoras, como se ha constatado tanto en la dana de València de octubre de 2024 (más de 500 l/m² en 8 h y 232 muertos),como en las recientes lluvias aragonesas.

Según el IPCC, “las actividades humanas –principalmente la emisión de gases de efecto invernadero por el uso de energía… han causado inequívocamente el calentamiento global”.
Este calentamiento, que ya ha alcanzado el 1.6º C por encima de los niveles preindustriales, viene de la mano de un capitalismo fósil que se sostiene en la extracción intensiva de recursos y en la externalización sistemática de los impactos ambientales y sociales hacia la periferia del sistema económico (a otras personas, territorios o generaciones).
El capitalismo, no solo ha provocado la crisis ecológica y climática; también ha generado desigualdad, pobreza y precariedad a escala global. Su lógica extractivista y productivista –orientada a la acumulación ilimitada– impide cualquier solución real y sostenible que desafíe sus fundamentos y perpetúa la degradación del planeta y la desigualdad social.
Frente al abandono institucional: la fuerza de la solidaridad y la autoorganización
Frente a la inacción de las instituciones, la respuesta social ante la emergencia ha mostrado de nuevo el potencial transformador de la solidaridad popular. Compañeras y organizaciones sociales de L´Horta Sud, han desplegado redes de apoyo mutuo para ayudar a los afectados, en las labores de limpieza y reparación, y brindando ayuda y solidaridad a quienes han perdido sus hogares o medios de vida.
Este tejido de autoorganización demuestra que la verdadera resiliencia ante las crisis no reside en las precarias políticas públicas neoliberales, sino en la capacidad de las comunidades para articular respuestas colectivas basadas en la cooperación, el cuidado mutuo y el reconocimiento de la interdependencia ecológica y social.
La crisis climática exige un cambio radical en el modelo económico y social que la genera. Desde Izquierda Revolucionaria defendemos la necesidad de nacionalizar las palancas fundamentales de la economía: los grandes grupos financieros y empresariales que explotan recursos naturales limitados como el agua, los acuíferos, las tierras fértiles, los minerales críticos (litio, cobre, etc.) o la energía, todos ellos hoy en manos de grandes monopolios y que deberían ser expropiados y puestos bajo control democrático.
Esto permitiría planificar democráticamente la economía en función de las necesidades sociales y la sostenibilidad medioambiental del planeta y no del máximo beneficio y la acumulación de riqueza para unos pocos, luchando decididamente contra la emergencia climática y por una planificación social que evite que catástrofes como la dana de Valencia vuelvan a cobrarse tantas vidas y dejar semejante devastación. La gestión democrática y justa de los recursos y la planificación ecosocial bajo control de la clase trabajadora y el pueblo son imprescindibles para enfrentar los retos que se avecinan.

Esta forma de afrontar las catástrofes desde abajo cobra cuerpo en compañeras como Ana Isabel Martínez, coordinadora de la Nave Albal Zona Cero València y presidenta de València és Refugi.
Tras vivir en primera línea la DANA de 2024 en L’Horta Sud, Ana Isabel se trasladó a Aragón para apoyar a las comunidades afectadas por las inundaciones, compartiendo experiencia, aprendizajes y estrategias de resistencia. Hablamos con ella sobre todo esto, en una pequeña entrevista que transcribimos a continuación:
¿Qué similitudes y diferencias has visto entre la situación en València y la que se está viviendo ahora en Aragón?
En primer lugar, en cuanto a las diferencias, lo ocurrido en Horta Sud fue una catástrofe casi sin precedentes en territorio español porque eran más de 300.000 personas afectadas, 79 municipios, más de 228 víctimas mortales, 5 días sin ningún tipo de ayuda institucional, ayuntamientos que no supieron estar a la altura. Sin embargo, la zona afectada de Aragón es una zona muy localizada, poblaciones muy pequeñas, donde el número de casas afectadas se pueden contar. Las inundaciones fueron el viernes por la noche, y el lunes ya estaba el presidente autonómico, también bomberos haciendo rescates, y cruz roja haciendo curas ambulatorias y trasladando a heridos a ambulatorios no afectados, trabajadores sociales yendo casa por casa apuntando necesidades, el martes ya estaba la UME… Entonces, la respuesta institucional que ha habido no ha tenido nada que ver, sí que ha habido heridos, aunque no víctimas mortales y la respuesta ha sido más rápida que en València, aunque no la necesaria. En cuanto a los alcaldes, el alcalde de Azuara iba de barro hasta las orejas y llorando como uno más del pueblo.
En cuanto a las similitudes: Claro, cuando llegamos y vimos el barro, las grúas levantando los coches, los muebles como se iban sacando de las viviendas a las calles, pues fue como viajar 7 meses atrás en el tiempo. Cuando has estado en las zonas afectadas ves claramente todas las similitudes. El reclamo del pueblo era el mismo: “No nos han avisado”. Hubieron muchos daños a agricultores, por ejemplo habían perdido 200 terneros que estaban ahogados, con los cuerpos por ahí. Ha habido gente que ha perdido su forma de vida. A nivel del gobierno autonómico sí que vimos similitudes claras: el presidente autonómico de Aragón, Jorge Azcón, estaba de boda y tardó en llegar a las zonas afectadas. Nosotros llegamos antes que él y que la UME. Algo se está haciendo mal cuando la respuesta ciudadana es más rápida que la institucional, es un problema que hay que poner sobre la mesa. ¿Cómo puede ser que gente afectada de la zona cero de València llegue hasta Aragón antes que el presidente autonómico y que la UME? La reacción del pueblo a su llegada fue la misma que el pueblo valenciano: “¡¿Dónde estabas?!”
Desde tu perspectiva como afectada, ¿qué es lo que más falta hace en estos momentos para apoyar a las personas que están sufriendo aquí?
Es muy importante que la sociedad civil esté presente y permanezca con proyectos asistencialistas, ya sea proyectos de reconstrucción, reparto de alimentos, acompañamiento psicológico, talleres, lo que sea. Porque la sociedad civil organizada, por ejemplo en València todavía no puede aparecer solo una vez al mes, debemos estar de manera continua porque aunque el tiempo y los meses están pasando, dentro de las plantas bajas el tiempo está parado, las casas siguen destrozadas, garajes en los que aún no se ha entrado, ascensores que no funcionan, centros educativos sin reconstruir, pequeños negocios que aún no han podido volver a abrir la persiana, ayudas que no llegan porque la burocracia lo dilata, entonces aquí hace falta todavía muchísima ayuda, incluso en lo que no son plantas bajas. Por ejemplo, estamos atendiendo en forma de alimentos de manera semanal, a familias que viven en edificios pero tienen derramas, entre portales, garajes, apuntalamientos, de hasta 200.000 euros, y el consorcio de seguros les ha pagado 9.000. La gente está pidiendo préstamos para hacer frente a todo ello. Y están totalmente asfixiadas, ningún salario actual, ni pensión, ni prestación, actualmente, con la inflación tan desproporcionada del aumento salarial puede hacer frente al día a día con todos estos gastos añadidos. Cuando estábamos en el barro prometimos que no abandonaríamos a la gente y ese es el principio al que seguimos aferradas, porque creemos en la capacidad transformadora de la sociedad civil organizada.
¿Cómo ha sido la acogida y la colaboración con la gente local?
Con la gente local ha sido una maravilla, nosotras intentamos hacer un trabajo de ayuda humanitaria de calidad, llevamos más de quince años, entonces siempre trabajamos contactando previamente con la gente local para atender necesidades exactas y no necesidades propias. Entonces hubo una comunicación previa, en la que nos transmitían que nos estaban esperando, sabían lo que llevábamos para reparto y como sabían que éramos de València (fuimos por desgracia, los primeros en llegar), se creó enseguida mucha vinculación, nos recibieron llorando y abrazándonos.
¿Qué papel crees que tiene la sociedad civil organizada entre las comunidades afectadas para superar estas crisis?
Yo siempre he sido partidaria de que la sociedad civil tiene la obligación de permanecer, porque uno de los problemas que nos ha llevado al punto antropológico en el que estamos es, que hemos delegado completamente en unas instituciones que han demostrado por activa, por pasiva y de manera reiterativa que no están a la altura y que no ponen la vida humana ni los derechos sociales ni de ninguna otra índole como prioridad. Entonces nosotros no podemos ir cada cuatro años a depositar una papeleta y pensar que esa es toda la participación que debemos tener en nuestros propios territorios. La sociedad civil autoorganizada es imprescindible, más a día de hoy y probablemente mucho más en un futuro próximo. Actualmente ya tenemos más capacidad de respuesta inmediata que las mismas instituciones y debemos seguir peleando para permanecer, para existir, para que se nos escuche y más actualmente. La gente se tiene que organizar también para hacer unas políticas participativas en las que tomemos las riendas, para exigir nuestros espacios dentro de las instituciones como sociedad civil organizada, y no como meras figuras aparentemente participativas pero que en la realidad no es así.

¿Qué aprendizajes crees que deberíamos sacar de estas dos experiencias para prepararnos mejor ante futuras inundaciones?
Sabemos que las inundaciones y riadas van a ser parte de nuestra nueva realidad, sobre todo en la vertiente mediterránea. Conocemos perfectamente la temperatura del mar y sabemos en qué se va a traducir cada otoño. Hemos aprendido en el barro, y es precisamente ese aprendizaje el que queremos incorporar en nuestra forma de organizarnos.
No hablo solo de esta respuesta, que me fascina, de los Comités Locales de Emergencia y Reconstrucción (CLER), sino también de la capacidad de reacción rápida ante las emergencias. Porque, desde nuestra narrativa de defensa de los derechos humanos y de la justicia social, tenemos que asumir que estamos llegando tarde: la extrema derecha ya ha entendido que el pueblo escucha y confía en quien está presente en el momento más duro: quien aparece con comida cuando hay hambre, quien ofrece ayuda cuando hay necesidad, quien entra en tu casa y te ayuda a sacar el barro. Ahí nos estamos disputando el relato y la legitimidad. Y ellos ya están jugando esa partida, por eso nosotras también tenemos que estar ahí.
En València vimos el desembarco de personajes de extrema derecha, influencers, pseudoperiodistas y oportunistas de todo tipo que instrumentalizan esa falsa ayuda humanitaria con fines políticos. Nosotras, en cambio, vamos a permanecer.
La nave de Albal —esa nave de todas para todas— se va a quedar para hacer ayuda humanitaria de verdad. Sabemos que esto incomoda, pero hay estructuras y grupos —supuestamente organizados para ayudar— que generan más daño que apoyo. Lo volvimos a ver este lunes por la noche en Azuara: colapsaron el pueblo únicamente para sacarse una foto.
De cara al futuro, tenemos que estar presentes, crear vínculos y redes de contacto, unificarnos como comunidad afectada —y potencialmente afectable— y extrapolar el modelo de los CLER a otras zonas. En Letux, donde la gestión municipal fue desastrosa, estuvimos hablando con vecinas sobre la necesidad de crear comités locales y nos ofrecimos a volver cuando pase la emergencia para explicar cómo hacer política participativa, para formar parte activa del proceso de reconstrucción. Nos dijeron que sí.
Las desgracias, si se trabajan desde la sociedad civil organizada, pueden convertirse en auténticas oportunidades de emancipación. Pero para eso hace falta diálogo y acción. Las palabras, por sí solas, se vacían de contenido. Necesitamos ambas cosas: discurso y acción. Sin una, la otra no transforma nada.