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Desde los años sesenta, el neoyorquino Martin Scorsese se ha convertido en uno de los grandes historiadores norteamericanos contemporáneos. A lo largo de su amplia trayectoria, el cineasta siempre se ha mostrado firme en su denuncia: el sueño americano, buque insignia del sistema capitalista, está construido a base de sangre y se trata más bien de una pesadilla. La historia de Estados Unidos es una historia de violencia, de amoralidad, de una ambición desmedida con el dólar como bandera. A través de un agudo análisis de la delincuencia en todas sus formas, explorando diferentes entornos, Scorsese siempre ha retratado las estrategias de las clases dominantes para la acumulación de capital y cómo su ideología individualista puede llegar a penetrar hasta en los más bajos fondos.

En Casino o Uno de los nuestros, desgranaba la construcción del paraíso gángster en relación con la inmigración ítalo-americana. En Taxi Driver, exponía desde una mirada fatalista las consecuencias psicológicas de la guerra de Vietnam. En Gangs of New York, las Torres Gemelas eran testigos de cómo el capitalismo neoliberal se había cimentado sobre la violencia étnica. En la más reciente El Lobo de Wall Street, ofrecía un retrato descarnado sobre los corredores de bolsa y la especulación bursátil. El cineasta siempre se ha mostrado fascinado por la corrupción y los negocios clandestinos, adoptando siempre la perspectiva de los criminales.

En su última película, Los asesinos de la luna, Scorsese desmenuza las raíces mismas del sueño americano, arremetiendo contra la llamada Gilded Age (1870-1890), edad de oro del capitalismo norteamericano debido a la expansión económica, industrial y demográfica del país tras la Guerra de Secesión. Como no puede ser de otra forma, el desarrollo económico se fundamentó en el expolio y la violencia.

La película se inspira en Killers of the flower Moon, un libro True crime del periodista David Grann que relata los crímenes cometidos por los cárteles del petróleo en Fairfax (Oklahoma) para deshacerse de una familia nativa y quedarse con todas sus propiedades. Los Osage, una tribu originaria de Ohio, fueron obligados a finales del siglo XIX a desplazarse a las Grandes Llanuras de Oklahoma, una tierra considerada yerma e infértil hasta que a principios del siguiente siglo se descubrieron yacimientos de petróleo.

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La película se inspira en Killers of the flower Moon, libro del periodista David Grann que relata los crímenes cometidos por los cárteles del petróleo en Fairfax (Oklahoma) para deshacerse de una familia nativa y quedarse con todas sus propiedades. 

La Nación Osage, propietarios de la tierra, se enriquecieron vendiendo los derechos de explotación petrolífera hasta llegar a convertirse en una de las comunidades con mayor renta per cápita de Norteamérica. Como los derechos sobre la propiedad del “oro negro” tan solo podían transmitirse por herencia, la comunidad se convirtió en el objetivo de los capitalistas blancos que procedieron, poco a poco, a exterminarlos a través de una serie de asesinatos en la década de 1920. En el caso que ocupa a Scorsese, William Hale (un poderoso y manipulador ranchero local) encarga a su sobrino Ernest Burkhart (un alcohólico arribista) que se case con Molly Kayle (una burguesa Osage) para, después de asesinar a toda su familia, heredar todas sus propiedades. A partir de ese momento, los cadáveres comienzan a acumularse en una comunidad en la que se mezcla el expolio del capital con la limpieza étnica.

No es casualidad que Scorsese elija contar esta historia sirviéndose de los códigos del western, el género cinematográfico bajo el que se construyó la imagen épica sobre la edificación de Norteamérica. En esta ocasión, el cineasta construye un contrarrelato de la habitual narrativa de Hollywood para narrar la masacre de las élites blancas sobre las tribus indígenas. Entre crímenes en callejones oscuros, descubrimos un sistema podrido en el que los poderosos elaboran retorcidas estrategias formales para robar la riqueza.

En el nuevo Oeste, los villanos no disparan (salvo cuando es necesario), sino que conspiran en silencio y aprenden a utilizar las nuevas armas del capital: la burocracia, el matrimonio, o las estafas de seguros. Es importante resaltar que los protagonistas de Los asesinos de la luna no se tratan de criminales aislados, sino de capitalistas. ¿Qué sociedad no se ha engendrado de aquella manera? No se puede escapar de la naturaleza voraz del capitalismo. Más allá del odio racial, que existe, pero que mueve únicamente a los más desclasados de la comunidad, los Osage son asesinados para obtener una mayor rentabilidad económica de las tierras. La violencia ejercida contra las tribus indígenas, denuncia Scorsese, viene motivada por el dinero, y solo a raíz de esa explicación material, se construye a posteriori una ideología racista.

En el momento social y económico que vive ahora EEUU, marcado por sus retrocesos a pasos agigantados como primera potencia mundial, así como por el recrudecimiento en la lucha en el interior del país (es importante resaltar el movimiento Black Lives Matter en 2020 tras el asesinato racista de George Floyd), Los asesinos de la luna se convierte en una película fundamental para comprender las bases materiales del racismo dentro del sistema capitalista.


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