El capitalismo se enfrenta a una nueva debacle económica. Aunque algunos intentan justificar la situación por la guerra imperialista en Ucrania, la realidad es que esta únicamente ha agravado los profundos desequilibrios y problemas que ya padecía la economía mundial.
El caos que nos amenaza, y del que cada vez más medios de comunicación alertan, confirma que la oligarquía financiera y sus Gobiernos solo pueden mantener a flote su sistema descargando sobre la humanidad otra avalancha de empobrecimiento, desigualdad y totalitarismo.
A las perspectivas de recesión planteadas por numerosos organismos internacionales como el FMI o la OCDE, se suman otros problemas de envergadura: una inflación desbocada que está hundiendo a millones de personas en la miseria y que amenaza con una situación prolongada de estanflación[1]; un endeudamiento público y privado sin precedentes —296 billones de dólares, el 350% del PIB mundial— que no existía cuando estalló la crisis de 2008 y que ha reducido al mínimo el margen de maniobra de Gobiernos y bancos centrales; o el estallido de diferentes burbujas especulativas en las bolsas de valores y el mercado de la deuda pública, en el sector inmobiliario y las criptomonedas[2].
A todo este panorama se añaden los efectos dramáticos de la catástrofe climática, que ponen en evidencia el completo fracaso del llamado capitalismo verde y la imposibilidad de enfrentar la amenaza que pende sobre la humanidad dentro del actual orden político y económico. Algo que la reciente Cumbre del Clima celebrada en el lujoso balneario de Sharm el-Sheij en Egipto ha vuelto constatar. Una cumbre dominada por las propias multinacionales capitalistas que están destruyendo el plantea, como las grandes empresas de combustibles fósiles, que contaron con hasta 636 delegados para defender sus obscenos beneficios. De ahí el fiasco manifiesto de los compromisos adoptados que, como ha ocurrido en el resto de cumbres, acabarán en papel mojado.
La crisis de sobreproducción como motor de la polarización
Para entender la naturaleza de la crisis capitalista actual es necesario rechazar la propaganda ideológica que rodea siempre un asunto de este calado. Igual que en la Gran Recesión de 2008, en última instancia estamos viviendo una forma específica de crisis de sobreproducción y sobrecapacidad instalada[3], a la que se añade el grado superlativo de capital especulativo y ficticio introducido en los engranajes del mecanismo económico.
El capitalismo produce con el fin de maximizar el beneficio empresarial a corto plazo, y en este proceso, la acumulación del capital choca con dos obstáculos fundamentales: la propiedad privada que implica la apropiación individual de la plusvalía aunque el carácter de la producción sea cada vez más social e internacional, y la existencia de las fronteras nacionales. Y aunque la economía global constituya una realidad imposible de soslayar, aunque la internacionalización de las cadenas de suministros determine la forma actual de organización productiva, estas contradicciones no dejan de surgir a la superficie una y otra vez.
Los obstáculos a la inversión productiva en sectores tradicionales, derivada de las bajas tasas de ganancias por la sobrecapacidad instalada y la sobreproducción de mercancías, empuja a que el gran capital transnacional intente superarlos azuzando la especulación financiera, controlando el mercado de deuda pública, agudizando la monopolización y concentración del propio capital, y recurriendo a la recompra masiva de sus acciones corporativas en los mercados bursátiles.
Esta especulación masiva y descontrolada, empuja la espiral inflacionaria de los precios. Los grandes monopolios y fondos de inversión están haciendo su agosto con la energía y los alimentos. Pero ni falta petróleo, ni gas, ni alimentos, ni muchos otros recursos o mercancías. ¡Es justo al revés!
Un buen ejemplo es el de la industria agroalimentaria. A pesar de los brutales incrementos de precios en los mercados mayoristas internacionales, del 20% en el caso del trigo o de hasta un 29% en el caso del maíz, la FAO ha señalado que la producción mundial de cereales en 2022/2023 se reducirá apenas un 1,7%, con un excedente de 847,8 millones de toneladas. Un excedente por debajo de 2021, que fue un año récord, pero por encima de 2018, 2019 y 2020. En el caso del trigo, cuya subida se ha achacado a la guerra de Ucrania, la producción prevista alcanzará 787,2 millones de toneladas, un nuevo récord histórico[4].
Un informe de IPES Food[5] señala con claridad qué está ocurriendo: “Aunque la guerra en Ucrania ha creado importantes interrupciones en el suministro y la situación sigue deteriorándose, en este momento no hay escasez de alimentos a nivel mundial (…). El verdadero problema es que la mayoría de las reservas de cereales del mundo están en manos de las grandes corporaciones, y tienen poco interés en revelar esas existencias o liberarlas mientras los precios siguen subiendo”[6].
Otro ejemplo es la industria del petróleo. A pesar de todas las alertas por la guerra imperialista en Ucrania y las sanciones sobre Rusia, la acumulación de crudo y los beneficios no se han visto alterados. Si las reservas en depósitos terrestres se han reducido un poco, en torno a 64 millones de barriles, se ha compensado en gran parte por el incremento de las que se almacenan en buques petroleros en más de 50 millones de barriles[7]. Y si la actividad económica ha caído globalmente, no ha sido el caso de los beneficios de las grandes petroleras: desde que estalló la guerra imperialista, los dividendos de la norteamericana Shell o la italiana ENI han subido en un 269% y un 311% respectivamente[8]. Lo mismo podemos decir respecto al gas y el resto de materias primas.
Sí, la guerra es terrible, terriblemente lucrativa parafraseando a Lenin. Según los datos de las instituciones económicas internacionales, los dividendos empresariales podrían alcanzar un récord histórico a finales de 2022 de 1,56 billones de dólares, un 14% más que en 2021 y un 33% más que en 2020[9].
Según un informe de Credit Suisse, el 1% más rico del planeta acumuló en 2021 el 45,6% de la riqueza del planeta, 1,7 puntos más que en 2019. Al mismo tiempo, el 53,2% de la población mundial poseía tan solo el 1,1% de la riqueza global. Unas cifras que ya han empeorado notablemente.
Los beneficios crecen estratosféricamente, pero la desigualdad, el hambre y la pobreza también, los salarios se hunden y millones de personas se enfrentan al riesgo de no poder calentarse durante el invierno. Cada nueva crisis, ya sea la pandemia o ahora la guerra imperialista, fortalece estas tendencias a la polarización confirmando la “teoría de la miseria creciente” expuesta por Marx: “la acumulación de la riqueza en un polo es, en consecuencia, al mismo tiempo acumulación de miseria, sufrimiento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental en el polo opuesto”.
De hecho, la paradoja es que bajo el capitalismo se han generado ya los recursos y la tecnología para poder evitar todas estas lacras, pero sus leyes, su forma de funcionamiento, tal y como desveló brillantemente Marx, impiden que puedan orientarse a resolver todas estas necesidades sociales, igual que impiden que pueda planificarse una producción en equilibrio con el planeta y el medio ambiente.
Nacionalismo económico y guerra comercial
La crisis se retroalimenta por el choque cada vez más decisivo entre las grandes potencias y bloques imperialistas, entre EEUU y China, y sus respectivos aliados, que recurren al nacionalismo económico y la guerra comercial en una lucha a muerte por mayores cuotas de mercado, por controlar fuentes de materias primas y cadenas de suministro, y por salir de la dinámica recesiva a costa de sus competidores. Una batalla por la supremacía económica que tiene su continuación natural en el ámbito militar y geoestratégico como vemos en Ucrania. Tal y como explicó Lenin, esta dinámica es inevitable bajo el capitalismo en su fase imperialista: “La guerra es producto de medio siglo de desarrollo del capitalismo mundial y sus miles de millones de hilos y conexiones”.
Con el recurso a políticas económicas nacionalistas, levantando barreras proteccionistas y aranceles o dopando a su propia industria y economía de cara a intentar hundir a sus competidores, la burguesía y sus Gobiernos buscan exportar la crisis fuera de sus fronteras. No es un capricho de Trump y los representantes de la nueva extrema derecha neofascista, sino una consecuencia de la profundidad de la crisis capitalista que a su vez la agrava. Y así está ocurriendo con la Administración Biden, que no solo no ha abandonado el nacionalismo económico enarbolado por Trump sino que lo está profundizando, tanto en el plano económico como en el militar, como demuestra su intervención en Ucrania.
La política adoptada por la Reserva Federal, la subida de los tipos de interés, y la consecuente revalorización del dólar, son ejemplos elocuentes también. Esta estrategia está provocando, en los hechos, una agresiva guerra comercial contra el resto del mundo y contra alguno de sus principales aliados. Sus consecuencias ya son visibles: el encarecimiento de la deuda en dólares de muchos países, especialmente emergentes, empujándoles hacia impagos masivos y quiebras, como ya le ha ocurrido a Sri Lanka, o el hundimiento de monedas como la libra o el yen, que han llegado a perder el 26% y el 20% de su valor respectivamente.
Una situación que en Gran Bretaña ha obligado al Banco de Inglaterra a salir desesperadamente a defender la libra, y ha sido un factor relevante para tumbar a dos Gobiernos conservadores en el plazo de un par de meses y acelerar una crisis económica, social e institucional sin precedentes. Los políticos de Washington y la burguesía estadounidense tratan de exportar su crisis, su inflación, y recuperar músculo económico frente a China, pero lo hace a costa de hundir a sus aliados europeos y de otras partes del mundo.
Tanto Francia como Alemania y la propia UE ya han tenido que levantar la voz de alarma frente a esta agresiva política nacionalista de Biden, cuyo Gobierno ha aprobado recientemente la Ley para la reducción de la inflación, que ofrece recortes de impuestos e incentivos por más de 400.000 millones de dólares para las empresas que inviertan en el país. Una política que beneficiará en primer lugar a las grandes multinacionales norteamericanas, dándoles una clara ventaja competitiva, y que además favorece la deslocalización de empresas a territorio estadounidense. Y todo ello en un contexto de grave crisis energética en Europa, cuya industria tiene que recurrir al Gas Natural Licuado (GNL) norteamericano a un precio muy superior al ruso y al que se paga en los propios EEUU.
Tal y como señalaba un alto funcionario de la UE: “El hecho es que, si lo miras con seriedad, el país que más se está beneficiando de esta guerra es Estados Unidos porque está vendiendo más gas y a precios más altos, y porque está vendiendo más armas”[10]. Tanto Francia como Alemania ya han exigido enfrentar esta situación sobre la base de una “política industrial europea”. Sin embargo, por este camino de guerra comercial abierta, se agravará aún más la crisis capitalista y la grave recesión que se vislumbra en el horizonte.
El declive del coloso
El aspecto central que sigue condicionado las perspectivas para la economía mundial es la batalla entre EEUU y China. La guerra económica iniciada por Trump es una cuestión de vida o muerte para la clase dominante y el imperialismo norteamericano. De ahí la creciente agresividad de la Administración Biden, adoptando nuevas sanciones para tratar de frenar la expansión económica y tecnológica del gigante chino. Lo último, la prohibición de que cualquier empresa de semiconductores con tecnología norteamericana pueda suministrar chips a China.
Sin embargo, en la batalla por la hegemonía, EEUU y el bloque occidental no dejan de mostrar sus debilidades. El enfrentamiento desatado contra la OPEP es un buen ejemplo de ello. Los intentos de EEUU y la UE de controlar y limitar los precios del petróleo para golpear a Rusia y frenar la escalada inflacionista, han llevado a un choque directo con Arabia Saudí, el aliado histórico del imperialismo norteamericano en el Golfo Pérsico.
Biden ha acusado a la OPEP de echarse en brazos de Putin, y su Departamento de Estado amenaza con duras represalias al régimen de Riad. Pero esta política ha aislado aún más a EEUU y la UE internacionalmente, fortaleciendo la alianza estratégica de la OPEP con Rusia (y China) de cara a mantener los altos precios del crudo y sus lucrativos negocios.
La profundización de esta guerra económica y comercial, de las medidas proteccionistas, la subida de tipos y devaluaciones con el objetivo de ganar competitividad en el mercado mundial, empujan a una recesión cada vez más grave e incluso a una posible depresión. Es un camino similar al seguido tras el crack del 29, que llevó finalmente a la Segunda Guerra Mundial. El nacionalismo económico resulta completamente impotente frente al hundimiento de la economía capitalista.
EEUU sigue intentando adoptar medidas desesperadas para frenar su decadencia y el ascenso del gigante chino. Pero la realidad es que tanto los capitalistas norteamericanos como sus aliados europeos y asiáticos, siguen realizando inversiones récord en China en su búsqueda de mayores beneficios.
En los ocho primeros meses de 2022 la inversión extranjera directa en China creció globalmente en un 16,4%. Y cuando se pormenoriza los países de origen de esta inversión, los datos son claros: un 58,9% proviene de Corea del Sur, un 30,3% de Alemania, un 26,8% de Japón y un 17,2% del Reino Unido[11]. Una realidad que demuestra que, a pesar de los problemas que también padece China, como su burbuja inmobiliaria, y de que tampoco puede escapar de la crisis orgánica del capitalismo, su musculo económico sigue fortaleciéndose frente a su competidor norteamericano.
En una política completamente esquizofrénica, las propias Instituciones Internacionales y los Gobiernos y analistas occidentales, al tiempo que critican la amenaza china señalan el mercado del gigante asiático como la única garantía para evitar una grave recesión o una depresión sin precedentes. Algo comprensible teniendo en cuenta que la contribución de China al crecimiento mundial alcanzó entre 2013 y 2021 el 38,6% frente al 20% de los EE.UU[12].
Especulación y crack financiero
Peligros como el posible pinchazo de una burbuja inmobiliaria no son exclusivos de China. Tanto EEUU como Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda o los países del Norte de Europa, especialmente Alemania y Suecia, enfrentan una situación crítica en el sector inmobiliario, previéndose caídas de precios superiores al 10%[13]. Una situación agravada por la subida de los tipos de interés de los Bancos Centrales, el consecuente encarecimiento de las hipotecas, y el aumento acelerado de la morosidad. Una burbuja a la que se suman otras fruto de años de inyecciones masivas de liquidez.
El colapso de las criptomonedas es una señal muy seria del agotamiento. Con la quiebra de la que era la segunda mayor plataforma mundial, FTX, cuya valoración llegó alcanzar los 32.000 millones de dólares y que ahora se ha esfumado dejando un agujero de 10.000 millones, esta utopía financiera se ha venido definitivamente abajo. Las dos principales criptomonedas actuales, Bitcoin (BTC) y Ethereum (ETH), han perdido el 75% y el 73% de su valor desde sus máximos históricos. Y lo mismo podemos decir respecto a las grandes compañías tecnológicas, cuyo crecimiento ha ido de la mano de una fuerte espiral especulativa, y que ahora, ante la caída de su valor en Bolsa, en torno al 35%, recurren a duros ajustes y despidos masivos: 3.700 en Twitter, 11.000 en Facebook, o 22.000, el 20% de la plantilla, en Intel[14].
El crédito y la deuda, tal y como explica el marxismo, son instrumentos de cara a intentar sortear la crisis de sobreproducción, alimentando artificialmente el ciclo expansivo y expandiendo el mercado con arquitecturas que generan contradicciones insalvables.
En el último año se ha producido una fuerte depreciación de los activos financieros, muy superior a la sufrida en 2008, y que ha supuesto que en cuestión de meses se hayan esfumado del sistema financiero y de las bolsas ¡¡37 billones de euros!![15]. La posibilidad de un nuevo crack financiero está encima de la mesa.
La unidad europea se resquebraja
En el epicentro de esta crisis se encuentra Europa, condenada a seguir retrocediendo. Mientras que entre 2009 y 2020 la tasa de crecimiento anual de China fue del 7,36% y la de EEUU de un 1,38%, en el caso de la UE fue de un pírrico 0,48%. En 2005 la UE suponía el 20% del PIB mundial. En 2030 quedará reducida tan solo a un 10%.
La guerra imperialista en Ucrania está llevando al continente europeo y a Alemania, su motor industrial, a un punto crítico. La ruptura con las fuentes energéticas baratas rusas, clave para su competitividad, está suponiendo una presión insoportable.
Los precios del gas en Europa se han triplicado respecto a 2021 y se han multiplicado por 10 respecto a 2019-2020, antes de la pandemia. En el caso de Alemania, los precios en agosto se incrementaron en un 139% respecto al año anterior. Los costes energéticos en Europa han pasado de representar un 2% a un 12% del PIB, hundiendo la competitividad de la industria alemana y europea, y poniendo encima de la mesa la destrucción de una parte de la misma en beneficio de China o EEUU. El brusco aumento del déficit comercial de la UE[16], con cifras récord desde que comenzó la serie estadística, lo pone en evidencia.
Los desesperados intentos de buscar fuentes alternativas, o de topar los precios, han chocado con la realidad del mercado capitalista. El GNL que vende EEUU no solo no puede sustituir al gas ruso, sino que es entre 4 o 5 veces más caro que este último, y subiendo, fruto del incremento de la demanda. Esta situación ha llevado a que los precios industriales en Alemania, cuya industria depende del gas, se hayan disparado en cómputo interanual, en agosto, un 46,9%, el mayor aumento desde que comenzó la serie estadística en 1949. Las consecuencias son muy negativas: el Deutsche Bank habla de una posible caída del PIB en 2023 de entre el 3% y el 4%, lo que supondría una auténtica hecatombe económica en todo el continente.
Esta debacle se precipita cuando la UE supera una tasa de inflación de dos dígitos, el 11,5%, y países como Holanda, Bélgica, Polonia o los Bálticos ya están cerca o por encima del 20%. La situación que no tiene visos de mejorar, y ya está comenzando a generar fuertes protestas sociales, condena al continente a una lucha de clases feroz en el próximo periodo.
Al margen de los discursos y la propaganda de los burócratas de Bruselas, la realidad es que Europa está cada vez más dividida. Las fricciones que ya se han visto respecto a las sanciones contra Rusia continúan profundizándose, agravándose por las medidas nacionalistas y proteccionistas de cada país para enfrentar la recesión. Un sálvese quien pueda que hundirá a Europa en una crisis mucho peor que la vivida hace una década.
Las recientes críticas del comisario de la Competencia de la UE y de otros Gobiernos contra Alemania por su plan de ayudas a sus industrias y grandes empresas, 200.000 millones de euros (un 8,4% del PIB alemán, el doble de las de Francia o Italia), lo ponen en evidencia. Mientras Alemania puede permitirse actuar de esta forma, con una deuda pública en el 68,2% de su PIB, otros países como Francia (114,5%), Italia (152,7%) o el Estado español (116,1%) no pueden hacerlo. De nuevo, la supuesta solidaridad europea se convierte en agua de borrajas. Es la consecuencia inevitable de una unidad europea sobre bases capitalistas.
Lo que sí tienen claro tanto la burocracia de Bruselas, como los diferentes Gobiernos europeos, es quién tiene que pagar las consecuencias de esta crisis: la clase obrera.
La Comisión Europea, por ejemplo, ha aprobado una serie de normas para permitir que los Gobiernos puedan rescatar a los grandes monopolios energéticos[17], tal y como ocurrió en 2008 con la banca, y Alemania y otros países ya están rescatando grandes empresas del sector con la excusa de la guerra. Por otro lado, el drástico incremento de los presupuestos militares, comenzando por Alemania (100.000 millones), está suponiendo un fabuloso negocio para las grandes industrias armamentísticas europeas mientras piden a las y los trabajadores que nos apretemos el cinturón y nos preparemos para un invierno duro.
Tarde o temprano, la situación insostenible de la deuda, que ya está disparando de nuevo las primas de riesgo, llevará a la UE a volver a duras políticas de austeridad con más recortes y ajustes[18]. Si aún no se plantea abiertamente es por el terror de la burocracia de la UE y los Gobiernos ante estallidos sociales incontrolables.
Por una alternativa revolucionaria frente a la crisis capitalista
La crisis capitalista está conduciendo a un choque frontal entre las clases, a protestas masivas, levantamientos e incluso crisis revolucionarias. Y Europa va a estar en el centro de esos procesos. El ascenso de la ultraderecha es otro reflejo de la profundidad de la crisis. La otra cara es el aumento de las protestas sociales y las huelgas, la creciente radicalización de todas estas luchas, y el papel central que ya está jugando y jugará la clase obrera europea en el próximo periodo. Así lo hemos visto en Francia recientemente, con la huelga intersectorial convocada por la CGT y otros sindicatos que paralizó gran parte del sector público e importantes industrias y empresas del sector privado.
Pero sin duda, el ejemplo más avanzado de esta crisis y de la enorme fuerza que atesora la clase trabajadora europea se está dando en Gran Bretaña. Tras décadas de recortes y privatizaciones, de un empobrecimiento sin precedentes de las familias obreras, la clase trabajadora británica ha dicho basta, protagonizando un auténtico levantamiento social contra los tories, la patronal, y en definitiva, contra el sistema capitalista y todas sus instituciones.
Desde hace meses se suceden las huelgas sector tras sector, confluyendo ferroviarios, enfermeras, estibadores, trabajadores del Royal Mail y de las universidades, o funcionarios públicos. Y todo a pesar de una brutal legislación antisindical y antihuelga que exige consultas con una participación de al menos el 50% de las y los trabajadores y el voto a favor del 90% de los mismos.
Los sucesivos Gobiernos tories han demostrado y siguen demostrando su completa impotencia, y se enfrentan en la práctica a una situación de semihuelga general que ha paralizado el país. Y todo a pesar de las vacilaciones de los dirigentes sindicales del TUC y los grandes sindicatos, que siguen negándose a poner fecha a una Huelga General que, sin duda, acabaría definitivamente con los tories, y de la oposición abierta a las movilizaciones de la dirección de derechas del Partido Laborista encabezada por Keir Starmer.
La situación en Gran Bretaña es un claro aviso de lo que está por venir. El fracaso de Boris Johnson, de su sucesora Theresa May y del actual Gobierno de Sunak, es el fracaso del Brexit, el fracaso de una salida nacional a la crisis capitalista mundial, y de las diferentes variantes de una socialdemocracia patética que, a pesar de todas las pruebas en contra, sigue abogando por un capitalismo de rostro humano, reformador e inclusivo.
Las continuas quejas de algunos supuestos teóricos sobre el bajo nivel de conciencia de la clase trabajadora han sido respondidas por los acontecimientos de estos últimos años. La rebelión de la clase obrera británica o la insurrección de los oprimidos del Perú, ponen en evidencia que las condiciones para luchar por el socialismo y acabar definitivamente con el sistema capitalista están más que maduras.
Notas:
[1] La estanflación supone que a pesar de haber decrecimiento económico, y por lo tanto menor consumo, se mantiene una situación de alta inflación. Este fenómeno se produjo en los años 20 en Alemania y a escala mundial con la crisis del petróleo de los años 70.
[2] La mayor parte de las criptomonedas han perdido en 2022 entre el 70 y el 90% de su valor. El Bitcoin, la criptomoneda de referencia, lo ha hecho en un 60%.
[3] Marx y Engels en el Manifiesto Comunista explicaron que la peculiaridad de las crisis capitalistas es justo esta, que se trata de crisis de sobreproducción y no de subproducción, tal y como ocurría los sistema económicos precapitalistas: “Durante las crisis, una epidemia social que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio”.
[4] Situación Alimentaria Mundial
[5] Panel Internacional de Expertos sobre sistemas alimentarios sostenibles.
[6] IPES-Food Reports Another Perfect Storm for Food Price Crisis
[7] Por qué se está acumulando el petróleo en el mar cuando hay escasez de crudo en tierra
[8] El 'boom' del oro negro deja beneficios millonarios para las grandes petroleras
[9] Récord de dividendos mundiales en el tercer trimestre con casi 400.00 millones de euros
[10] Europe accuses US of profiting from war
[11] China 2022 FDI Roundup: Stronger Policies Aim to Maintain Growth Momentum
[12] Global leaders warn against split in world economy at IFF, commend China’s stabilizing role
[13] The global housing market is heading for a brutal downturn
[14]Cataclismo en las tecnológicas con el fin de la pandemia y la subida de los tipos
[15] La depreciación de activos financieros mundiales ya supera este año a la de la crisis de 2008
[16] Lo que supone que la UE importa más que exporta. La cifra récord se alcanzó en marzo cuando las exportaciones crecieron un 14% mientras las importaciones lo hicieron un 35%. La devaluación del euro frente al dólar, que encarece las importaciones, supone otro grave problema económico añadido.
[17] Bruselas relaja las normas de ayudas de Estado para facilitar el rescate de las grandes energéticas
[18] En Gran Bretaña que enfrenta una situación económica aún peor, con una deuda cada vez más insostenible, el Banco de Inglaterra ya ha planteado la necesidad de recortar 70.000 millones de euros.