La crisis económica que sacudió el mundo en 2007-2008 está lejos de haber sido resuelta. Si los efectos más inmediatos y llamativos del estallido de las burbujas inmobiliaria y financiera han dado paso a otras contradicciones de enorme calado, es también evidente que las causas que propiciaron la Gran Recesión siguen presentes y condicionan el desarrollo de la economía mundial.

La lucha descarnada por la hegemonía entre el imperialismo estadounidense y China está alterando el orden geopolítico internacional y desnudando la decadencia occidental a unos niveles realmente sorprendentes. China, que durante muchos años había sido un proveedor de productos industriales baratos y de baja calidad, se ha convertido en una potencia industrial capaz de disputar a Estados Unidos el liderazgo mundial.

Ninguno de los grandes acontecimientos internacionales de los últimos tiempos, desde la pandemia y la guerra de Ucrania hasta la expulsión de los tropas francesas y norteamericanas del Sahel, desde el genocidio sionista en Gaza hasta el realineamiento de países que, como Arabia Saudí o Brasil, habían sido peones del imperialismo yanqui, e incluso la escalada electoral de la extrema derecha en Europa, Latinoamérica y EEUU, puede explicarse sin entender el ascenso vertiginoso de China como potencia capitalista e imperialista. El desplazamiento en el liderazgo de la globalización económica y en las relaciones internacionales que está forzando el régimen de Pekín frente a la potencia dominante de las últimas décadas, EEUU, es la clave de bóveda para comprender el momento histórico actual y las perspectivas a medio plazo en las relaciones internacionales y la lucha de clases.

En el mundo occidental, la polarización social, el empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora o la erosión de las clases medias siguen profundizándose al tiempo que se agudiza la descomposición del orden y la institucionalidad capitalistas establecidos tras el final de la Segunda Guerra Mundial. El gran pacto social que garantizó la estabilidad burguesa durante décadas está saltando por los aires. En un país tras otro, los grandes partidos tradicionales que aseguraban la gobernabilidad entran en crisis o incluso desaparecen. La deslegitimación de la democracia parlamentaria es un hecho y se abre un periodo de enorme conflictividad en la que solo hay una cosa segura: la lucha de clases se profundizará y el choque frontal entre las clases fundamentales de la sociedad será inevitable.

Los resultados de las recientes elecciones europeas o el hasta el momento imparable ascenso de Trump son señales evidentes.

En el mundo occidental, la polarización social, el empobrecimiento de sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora o la erosión de las clases medias siguen profundizándose.

Una economía renqueante, atravesada por contradicciones críticas

Los informes más recientes de los organismos financieros y económicos (FMI, Banco Mundial y OCDE) muestran una relevante unanimidad en la evaluación de la situación actual. Todos ellos se felicitan por la superación de la crisis inflacionista, que alcanzó su pico en 2022, sin haber provocado una recesión mundial, pero no pueden ocultar que una serie de factores estructurales no solo lastran de forma permanente el crecimiento sino que están provocando un avance pavoroso de la desigualdad y la pobreza en todo el mundo.

Las previsiones de crecimiento para este año y el próximo oscilan entre el 2,6% para 2024 y el 2,7% para 2025 que plantea el Banco Mundial y las más optimistas de la OCDE - 3,1% en 2024 y 3,2% en 2025 – y del FMI, que prevé un 3,2% para ambos años. Pero más allá de las cifras, lo más relevante es que todas estas entidades reconocen que no se alcanzará en un próximo futuro la media del 3,1% de crecimiento anual del periodo anterior a la pandemia (2015 a 2019).

El FMI, en su informe de abril de este año[1], lo explica claramente: “La última previsión para el crecimiento global en los próximos cinco años es la más baja en décadas”. ¿Y cuál es para el FMI la causa de esta ralentización? La escasa productividad de la economía occidental, consecuencia directa de la reducción de la inversión productiva. La OCDE[2], en su informe del pasado mes de mayo confirma la visión del FMI: “En las economías avanzadas, la tasa tendencial de crecimiento del PIB per cápita disminuyó después de la crisis financiera mundial. No hay ninguna reversión de esta caída en las economías avanzadas en las últimas proyecciones de referencia a largo plazo de la OCDE basadas en la configuración de políticas actuales. Se estima que el crecimiento promedio anual del PIB per cápita en toda la OCDE hasta 2060 será de alrededor del 1,7%, en línea con el promedio posterior a 2007. La desaceleración refleja un crecimiento más débil de la inversión y un ritmo más lento de aumento de la productividad total de los factores”.

Efectivamente, la economía mundial ha topado con la principal causa de las crisis capitalistas. Como consecuencia de la situación de sobreproducción en la que inevitablemente desemboca la acumulación exitosa de capital (como explicaron Marx y Engels hace más de 150 años) hemos llegado a un punto en que para los capitalistas es más ventajosa la inversión financiera y especulativa que la inversión directamente productiva. Solo en China, gracias a su peculiar sistema de capitalismo de Estado y al hecho de contar con un régimen dirigido con puño de hierro por el PCCh, esta tendencia se ha mantenido bajo control mientras el desarrollo de sus fuerzas productivas y de su mercado interior ha continuado con un ritmo inimaginable en Occidente.

Los astronómicos beneficios de las grandes entidades financieras y las grandes corporaciones del capitalismo occidental trimestre tras trimestre, batiendo cada vez los récords previos, no se explican por un crecimiento robusto y armonioso de la economía, sino por el empobrecimiento creciente de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Estamos asistiendo a una gigantesca operación de transferencia de riqueza que inevitablemente desembocará en una crisis social y política de dimensiones nunca vistas.

En cualquier caso la tan deseada bajada de la inflación va a un ritmo mucho más lento de lo que esperaban hace seis meses, y como consecuencia las autoridades monetarias, especialmente la FED, estadounidense se resisten a bajar los tipos. Según el Banco Mundial, las tasas medias de interés mundiales oscilarán en torno al 4% en 2025 y 2026, aproximadamente el doble del promedio de las dos décadas anteriores a la pandemia. Estas altas tasas de interés implican condiciones financieras globales más estrictas y un crecimiento mucho más débil en las economías en desarrollo.

Los altos tipos de interés, el alza del precio del petróleo y de los fletes marítimos, una nueva guerra arancelaria que dificulte el comercio mundial, por ejemplo, son riesgos muy serios que planean sobre la economía mundial. Pero la amenaza de mayor envergadura son sus consecuencias en la superestructura política, empezando por los efectos que en la lucha de clases tiene la agenda que los Gobiernos capitalistas han puesto en marcha para tratar de atajar la crisis.

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Los altos tipos de interés, el alza del precio del petróleo y de los fletes marítimos, una nueva guerra arancelaria que dificulte el comercio mundial son riesgos muy serios que planean sobre la economía mundial.

La deuda mundial bate nuevos récords y alimenta una burbuja especulativa mayor que la de 2007

La realidad concreta es que las economías occidentales salieron de la Gran Recesión de 2007-2008 dando una patada hacia adelante. Tras aplicar recortes salvajes en los salarios, en los servicios públicos y en las políticas sociales que no resolvieron las causas de fondo de la crisis pero que impulsaron enormes movilizaciones sociales que amenazaban con abocar a una situación prerrevolucionaria generalizada, la clase dominante no tuvo más remedio que volver a las políticas de estímulo monetario.

Los tipos reales de interés entraron en muchos países en terreno negativo y permitieron suavizar la situación económica general. Pero la expansión monetaria no resuelve el problema de fondo del capitalismo, simplemente lo posterga sine die, acumulando nuevas contradicciones e impulsando una espiral especulativa y un endeudamiento cada vez más insostenible.

La deuda mundial ha alcanzado en 2023 el récord de 313 billones de dólares[3], y la deuda pública ha escalado hasta los 92 billones, atenazando cada vez más a los países en vías de desarrollo. Una pesada losa que amenaza a la economía mundial con un nuevo estallido financiero. El colapso de los bancos Silicon Valley y Credit Suisse hace algo más de un año no fue un incidente aislado, sino un aviso de lo que puede volver a ocurrir en cualquier momento.

Para poner estas cifras en perspectiva hay que señalar que hace diez años la deuda mundial ascendía a 210 billones de dólares. Desde entonces todos los países, pero sobre todo los países capitalistas calificados como “en desarrollo”, han incrementado su deuda pública y privada a un ritmo claramente insostenible.

Además del problema de que la deuda antes o después hay que pagarla, la amenaza más inmediata para la economía mundial es la espiral especulativa que gira en torno a ella, sobre todo en los países occidentales. Los derivados financieros que adoptan los títulos de deuda como valor subyacente (esas famosas siglas tan populares durante la crisis de 2008: los CDS, las CDO, las opciones…) siguen creciendo y son el destino de masas gigantescas de capital excedente que no encuentran un uso rentable en la inversión directamente productiva.

La llamada “banca en la sombra” y las operaciones OTC (“over the counter”, operaciones financieras entre empresas que no pasan por la supervisión de la autoridad regulatoria) se han expandido sin control y ejercen un peso muerto de dimensiones casi incalculables sobre la economía mundial.

Los efectos de esta ola especulativa los sufrimos cotidianamente. El mercado de la vivienda, la producción y distribución de los alimentos, y cada día más sectores productivos están completamente subsumidos en la economía especulativa y son manejados a su antojo por un puñado de grandes fondos de inversión que obtienen beneficios astronómicos a costa del sufrimiento de la inmensa mayoría.

Las burbujas bursátiles vuelven a la actualidad. La bolsa sube al ritmo de los beneficios empresariales especulativos, pero sin relación alguna con la base productiva sobre la que en último término se apoya.

El caso de la empresa norteamericana Tesla[4] es muy significativo. Su producción decrece, sus ingresos disminuyen y sus beneficios caerán este año un 21%, pero el precio de la acción sube como la espuma, hasta representar 90 veces el valor de los beneficios esperados en el futuro. Los inversores aseguran que los pésimos resultados de Tesla se verán ampliamente compensados por sus futuros e hipotéticos éxitos en el campo de la Inteligencia Artificial y la robótica. ¿Es realista esta perspectiva? La respuesta no depende de Elon Musk, sino que está en manos de las decisiones y las políticas de las autoridades chinas.

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El caso de la empresa norteamericana Tesla es muy significativo. Su producción decrece y sus beneficios caerán este año un 21%, pero el precio de la acción sube como la espuma, hasta representar 90 veces el valor de los beneficios esperados en el futuro.

El músculo industrial de China

Los problemas de Tesla son un buen indicador de un hecho trascendental: la creciente hegemonía industrial de China.

La fabricación de coches eléctricos, principal área de actividad de Tesla, ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Desde finales de 2023 la mayor empresa de coches eléctricos por ventas en el mundo es la china BYD y, a pesar de las trabas arancelarias, todo indica que seguirá en cabeza por muchos años.

En cuanto a las esperanzas de Tesla en el campo de la robótica hay que señalar que ya van con un notable retraso. China tiene el mayor número de robots industriales del mundo. Solo en 2022 China instaló 290.000 nuevos robots, frente a 263.000 del resto de países juntos.

Y más allá de los robots, un reciente estudio del Joint Research Center de la UE[5] sobre “manufactura avanzada” (fábricas que combinan robótica, IA, impresión 3D y sistemas de datos dinámicos) subraya la abrumadora superioridad de China y la tendencia imparable a que la distancia con la UE y EEUU se agrande cada vez más. Mientras que China cuenta con unas 20.000 “industrias avanzadas”, EEUU dispone de unas 7.500 y Europa de 4.500.

Pero lo que mejor demuestra la superioridad del capitalismo de Estado chino es el imparable ritmo de crecimiento de este tipo de industrias. Mientras que el crecimiento de estas fábricas desde 2009 fue en la UE del 130% y en EEUU del 75%, en China alcanzó un 571%.

Como hemos explicado repetidas veces, la crisis de sobreproducción reduce las oportunidades de inversión productiva rentable en todo el mundo. Pero mientras que en las potencias occidentales la inversión se dirige preferentemente hacia la especulación financiera, la burocracia china se ha demostrado capaz de obligar a sus propios capitalistas, y también a los capitalistas extranjeros deseosos de sacar partido del enorme mercado interno chino, a dedicar la parte mayoritaria de sus inversiones a la innovación tecnológica y al aumento de la productividad.

Por supuesto, la ventaja china en la competición por la hegemonía entre las dos grandes potencias capitalistas no solucionará por sí misma la crisis, sino todo lo contrario. La sobrecapacidad productiva sigue creciendo sin parar y la saturación de los mercados continúa agravándose. Pero, de momento, el hecho decisivo y de consecuencias históricas, es que China afianza su dominio en todos los ámbitos y está demostrando su capacidad de soslayar, al menos a corto plazo, los costes de la crisis mucho mejor que EEUU, Europa y el resto de las potencias occidentales (Japón, Australia, etc.).

Un buen ejemplo de la transformación de China de país productor de mercancías de bajo coste y poco valor añadido en potencia de primer orden es el desarrollo de su capacidad científica.

La revista Nature elabora desde 2014 un índice de producción científica mundial. Ese año China ocupaba el segundo lugar, y su contribución a los títulos elegibles era menos de un tercio de la de Estados Unidos. En 2023, China había alcanzado el primer puesto.

La publicación británica The Economist, conocida por su visceral hostilidad a China y que durante años se dedicó a pronosticar el inminente colapso de su economía, no ha tenido más remedio que reconocer en un reciente artículo[6], que China es hoy líder en investigación aplicada y que va camino de liderar también, en un corto plazo, la investigación básica.

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China afianza su dominio en todos los ámbitos y está demostrando su capacidad de soslayar, al menos a corto plazo, los costes de la crisis mucho mejor que EEUU, Europa y el resto de las potencias occidentales.

La respuesta norteamericana al desafío chino agrava la crisis y hunde a Europa

La clase dominante norteamericana no se ha quedado impasible ante el ascenso de China. Tanto republicanos como demócratas han identificado a China como el gran enemigo a abatir y han tomado medidas para frenar su propia decadencia.

Trump fue el primero que durante su mandato presidencial aplicó sanciones económicas a China, tanto a través de subidas de aranceles como mediante ataques directos a grandes empresas chinas como Huawei. A pesar de que muy pronto se demostró que esas medidas dañaban en mayor medida a la economía norteamericana que a China, Biden continuó esa política.

El pasado 14 de mayo, y probablemente con la perspectiva de las próximas elecciones en mente, la Casa Blanca impuso aranceles del 25% para artículos como acero, aluminio y baterías de litio, del 50% para semiconductores, células solares, jeringas y agujas y del 100% para los vehículos eléctricos. Además, altos funcionarios declararon que estudian nuevas penalizaciones sobre importaciones desde China de grúas y maquinaria para el refino de tierras raras.

La respuesta de Trump no se hizo esperar. Su propuesta es aumentar esos aranceles a un mínimo del 60% y, en el caso del coche eléctrico, hasta un 200%. Se hagan o no realidad estas propuestas, lo que no hay duda es que la guerra comercial con China daña a EEUU tanto internamente como en sus relaciones con terceros países.

Internamente, los aranceles se traducen de forma inmediata en aumento de precios, agravando las tensiones inflacionistas y dificultando la reducción de los altos tipos de interés que siguen lastrando la economía norteamericana.

En el terreno internacional, la guerra comercial que EEUU intenta extender afecta negativamente a la gran mayoría de sus socios. La potencia industrial de China hace inevitable no solo el comercio con ese país, sino la integración de las cadenas de producción. Numerosos productos chinos incorporan componentes fabricados en otros países y viceversa. Por eso, una guerra comercial abierta contra China dañará las economías de todo el mundo. ¿Qué ocurrirá con las mercancías producidas por empresas chinas en terceros países? ¿También las someterá EEUU a sus represalias? No se puede descartar ningún escenario, pero es evidente que una guerra comercial de EEUU contra China se convertirá, antes o después, en una guerra entre EEUU y el resto del mundo.

Además, la posición de EEUU como garante del libre comercio, y por tanto de un orden internacional basado en la cooperación pacífica, se está viendo afectada. Lejos de ser una garantía del equilibrio y la paz mundiales, EEUU se está convirtiendo en el principal factor de caos, guerras y militarización global.

Pero junto al ataque directo a los intereses chinos, EEUU está ensayando otro tipo de medidas para intentar revertir su decadencia que perjudican directamente a Europa e indirectamente a la economía mundial.

El Gobierno de Biden ha inaugurado una política de atracción a cualquier precio de inversión extranjera a los EEUU. Además de los numerosos estímulos ya existentes, a través de su Ley de Reducción de la Inflación la Administración norteamericana ha aprobado subvenciones multimillonarias para deslocalizar industrias que hoy están afincadas en territorio europeo.

Pero los capitalistas norteamericanos, por mucho que apoyen la demagogia patriótica y chovinista de Trump, tienen importantes intereses en China y no están dispuestos a sacrificarlos. Desde 2006 hasta 2022[7] la inversión directa norteamericana en China se quintuplicó, y eso sin contar las inversiones de empresas de otros países con participaciones significativas de fondos de inversión o bancos norteamericanos. ¿Por qué motivo irían los capitalistas norteamericanos a renunciar a una porción de los beneficios que ofrece la expansión económica china?

Que los diferenciales en los tipos de interés consigan atraer inversión productiva a EEUU todavía está por ver. Pero lo que si es una realidad es que atraen en cantidades muy importantes capitales especulativos. El carry trade, pedir dinero prestado en países con tipos de interés bajos, invertirlo en deuda estadounidense a tipos altos de interés, devolver el crédito inicial al vencimiento de la deuda o mediante su venta en mercados secundarios y embolsarse la diferencia sin haber arriesgado un céntimo, está alcanzando un auge inusitado.

Pero este flujo de capitales especulativos a EEUU tiene dos graves efectos. Por un lado hace subir el precio de los activos, contribuyendo así a mantener alta la inflación. Y por otro, empobrece aún más a la clase trabajadora norteamericana que es la que en última instancia paga con su trabajo los beneficios de los especuladores parasitarios.

La conjunción de todos estos factores está creando graves dificultades financieras a empresas de todo el mundo. El número de empresas estadounidenses que van a la quiebra ya ha alcanzado un máximo de 14 años, un aumento esperable en una recesión, pero no en un periodo supuestamente expansivo. Las quiebras corporativas también han alcanzado recientemente máximos de casi una década o más en Canadá, Reino Unido y Francia.

La gran perjudicada por la política económica de los EEUU está siendo la Unión Europea. Tras la catástrofe causada por las sanciones a Rusia con motivo de la guerra de Ucrania, que abocaron a Alemania a la recesión y a un declive industrial que parece imparable, y que han obligado al resto de países europeos a comprar gas norteamericano a un precio cuatro veces superior al gas ruso, la política de Biden de tratar de deslocalizar empresas europeas para que trasladen su producción a EEUU está teniendo un coste desmesurado para los ciudadanos europeos.

La UE trata de contrarrestar los estímulos económicos de Biden ofreciendo a las empresas europeas subvenciones multimillonarias para que no se vayan. Lo ocurrido con Northvolt[8], una empresa sueca que fabrica baterías eléctricas, es muy representativo de los resultados de estas políticas. Tras recibir la mayor subvención jamás entregada a una empresa (902 millones de euros para que instalara una fábrica en Alemania) Northvolt es un completo fracaso. BMW acaba de rescindir su contrato debido a los incumplimientos y a la deficiente calidad de sus productos y las pérdidas de la compañía se han triplicado hasta los 118,3 millones de euros.

La decisión de la UE de seguir los dictados del Gobierno norteamericano e imponer, el pasado 4 de julio, aranceles a los coches eléctricos chinos tendrá efectos perniciosos. Hay que resaltar que esta medida se aprobó con la oposición del Gobierno germano, lo que sin duda es un reflejo del cambio de posición de Alemania en la economía mundial en relación con China. En 2022, por primera vez en la historia, Alemania importó más autos y maquinaria del gigante asiático de lo que exportó. Un estudio reciente de Allianz Research determina que China ha superado a Alemania en sectores clave del mercado exportador global. Por ejemplo, el porcentaje de exportaciones de maquinaria y equipos de China aumentó al 29% en 2022, comparado con el 15% de Alemania.

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La política de Biden de tratar de deslocalizar empresas europeas para que trasladen su producción a EEUU está teniendo un coste desmesurado para los ciudadanos europeos.

La decadencia del capitalismo occidental se acelera y profundiza

Las medidas contra China no consiguen ni siquiera ralentizar la decadencia de los países capitalistas occidentales.

Dos hechos dan testimonio de lo que decimos. En primer lugar, la caída del peso del dólar como moneda de reserva. A finales de los años 1970, el 85% de las reservas mundiales de divisas estaban denominadas en dólares. En este siglo, el dólar ha ido perdiendo gradualmente posiciones en las reservas globales desde el 70% en el año 2000 hasta situarse ahora en un nivel del 55%, según los últimos datos proporcionados por el Fondo Monetario Internacional hace tan solo unos días[9].

Los economistas prooccidentales señalan que el dólar no tiene alternativa. El renminbi no lo es, dicen, porque no hay completa libertad para el movimiento de capitales en China. Pero esa es una condición que solo interesa a las grandes entidades financieras occidentales (bancos, fondos, etc.) que se orientan a la especulación. Para los exportadores brasileños, argentinos o etíopes, recibir un pago en renminbis a través de una moneda digital gestionada por el banco central chino será más barato que operar en dólares.

La perspectiva es, por tanto, que el creciente peso del comercio chino con los países capitalistas emergentes debilitará aún más el papel del dólar en el mundo.

En segundo lugar, la merma de influencia del G-7 (el grupo de países supuestamente más poderosos del mundo) en la economía mundial. En 1975 representaba el 70%, pero en 2022 retrocedió hasta el 43,4%. La reciente cumbre del G-7, presidida por la ultraderechista Meloni, ha clamado contra el apoyo de China a Rusia, porque le ha facilitado superar las dificultades creadas por las sanciones económicas y construir una sólida economía de guerra que le va a permitir, antes o después, alcanzar una clara victoria en Ucrania. Pero la realidad es que las amenazas del G-7 solo reflejan su creciente impotencia.

Su debilidad, que es la debilidad del capitalismo occidental, se agrava día a día por la polarización interna que los Gobiernos occidentales están alimentando con sus políticas. Las divisiones en la clase dominante europea y norteamericana son cada vez más profundas e irreconciliables, al mismo tiempo que las protestas contra las guerras alimentadas por Occidente, sobre todo contra el salvaje genocidio sionista en Gaza, se extienden y se radicalizan.

Los comunistas no depositamos confianza alguna en ningún sector del capitalismo y del imperialismo mundial, pero es importante entender lo que está sucediendo y no dejarse embaucar por la propaganda occidental.

 

 Notas:

[1] FMI. Informe de perspectivas de la economía mundial

[2] Perspectivas económicas de la OCDE, Volumen 2024 Número 1

[3] La deuda pública mundial alcanza un récord de $97 billones en 2023, ONU insta a la acción

[4] El misterioso acelerón de Tesla en Bolsa y por qué desorienta al mercado

[5] Estudio de Fabricación Avanzada. Conclusiones preliminares sobre la industria de Fabricación Avanzada de la UE en el panorama mundial

[6] China se ha convertido en una superpotencia científica

[7] Foreign direct investment position of the United States in China from 2000 to 2022

[8] El caso de Northvolt alerta de los problemas para las baterías europeas

[9] Dominio del Dólar en el Sistema de Reserva Internacional: Una Actualización

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