El distanciamiento entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz se ha transformado en un enfrentamiento público. Los antiguos compañeros de filas que nunca regatearon elogios mutuos, que han compartido durante años las mismas formas de hacer política, ahora se aguijonean sin contemplaciones dejando al descubierto, con toda crudeza, las contradicciones políticas que recorren Unidas Podemos.
¿Qué ha pasado para llegar a este punto? ¿Influyen solo factores de índole personal o se trata de divergencias de calado? ¿Qué papel están jugando en esta crisis los acontecimientos de la política española y mundial, y la gestión del Gobierno de coalición?
Qué persigue Yolanda Díaz y quiénes la apoyan
Lo que se dirime no es secundario. El hecho de que Podemos haya tenido que rescatar urgentemente a Iglesias de su trinchera periodística y ponerle en primera línea, por delante de otras caras dirigentes, dice mucho. Necesitan utilizar su autoridad y su influencia pública no solo entre los militantes, también en el conjunto de la izquierda, para resistir el asalto que se les viene encima y que puede terminar arrollándolos. En última instancia, lo que está en discusión es la supervivencia de Podemos.
Para cualquier observador crítico no pasa desapercibido que la prensa capitalista en su totalidad, desde la más reaccionaria hasta la de perfil “socialdemócrata progre”, no ha dejado de tomar parte a favor de Yolanda Díaz, recurriendo a los clichés habituales para descalificar a Iglesias: “machista”, “rencoroso”, “autoritario”, “paranoico”…Ven en esta batalla una gran oportunidad para acabar definitivamente con el exlíder de Podemos y de paso arrinconar en la irrelevancia a la formación morada de una vez por todas.
En política es importante ser concretos. Yolanda Díaz se ha convertido en un activo de Pedro Sánchez. La comunión entre ambos es cada día más íntima y completa. En los aspectos fundamentales, la vicepresidenta no ha dejado de arrimar el hombro y respaldarlo, generando contradicciones y aumentando las divergencias con el discurso, que no con la práctica, de las ministras y líderes de Podemos.
Díaz se plegó disciplinadamente ante las exigencias de Nadia Calviño durante la negociación de la reforma laboral. Obedientemente renunció a derogar las leyes del PP y cedió a los planteamientos de la CEOE. Como es conocido, Garamendi apoyó el proyecto de Díaz sin titubear. El problema de esto es que Pablo Iglesias tampoco se cortó ni un pelo en elogiar la reforma de Yolanda Díaz, sin la menor crítica ni a ella ni a la estrategia de la burocracia de UGT y CCOO en su afán de blindar la paz social.
La guerra de Ucrania ha sido otro aspecto central para unir a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. La vicepresidenta fue clara en respaldar a la OTAN y mandar todas las armas necesarias a la Ucrania de Zelenski para combatir a Rusia: “es una agresión absolutamente ilegítima que vulnera el Derecho Internacional y los pueblos tienen derecho a la legítima defensa”, afirmó el 22 de abril. Pero Díaz no dio puntada sin hilo: “Y créanme, el presidente del Gobierno no hace otra cosa más que defender la paz y comprometerse con la gravedad de una guerra a las puertas de Europa como jamás creímos tener que vivir en pleno siglo XXI”[1].
Nada de denunciar el carácter imperialista del conflicto, ni los grandes beneficios que la industria armamentística y las multinacionales del petróleo y el gas están amasando. Tanto ella como el coordinador de Izquierda Unida, Alberto Garzón, dejaron de lado celosamente cualquier veleidad izquierdista para cuadrarse con la Alianza Atlántica y la propaganda de Washington. Era un sapo tan grande de tragar que la dirección de Podemos protestó… con mensajes de twitter, comunicados y ruedas de prensa. Vamos, todo dentro de la normalidad parlamentaria: discrepancias retóricas pero a la hora de la verdad se apoya la agenda de Pedro Sánchez y se hacen corresponsables.
Estos ejemplos muestran que Yolanda Díaz ha ganado autonomía frente a Pablo Iglesias y la dirección de Podemos, al mismo tiempo que cada día que pasa su subordinación al PSOE es más completa. Que la campaña mediática a favor de Yolanda Díaz es atronadora parece difícil de contradecir, y es que las ventajas estratégicas que ofrece SUMAR son tan evidentes para los que quieren poner coto a la inestabilidad política, y sobre todo apaciguar la lucha de clases, que se ha convertido en una pieza importante de la futura “gobernanza”.
De todas formas esto no agota la cuestión de fondo: ¿Qué ha hecho Pablo Iglesias y la dirección de Podemos para impedir esta deriva? O dicho de otro modo ¿acaso no son responsables de haber encumbrado a Yolanda Díaz y alentado su discurso?
Un poco de memoria
Podemos nació de una furiosa protesta social que conmocionó la sociedad y abrió una grieta tremenda en el Régimen del 78. Las movilizaciones del 15-M de 2011, las huelgas generales de 2012, las Grandes Mareas sociales en defensa de la educación y la sanidad públicas, Gamonal, las marchas de la dignidad, el estallido del movimiento feminista, la lucha del pueblo catalán por la república y el derecho a decidir… estos fueron los factores decisivos para poner patas arriba el tablero político y lanzar un obús a la línea de flotación del bipartidismo.
La formación morada dio un cauce electoral a aquellos acontecimientos extraordinarios, pero pronto acusó los efectos de la política de sus dirigentes. Renegando del marxismo, “una teoría superada”, apelando a dejar atrás la dicotomía “derecha e izquierda” y la “vieja cultura de los partidos”, Pablo Iglesias promovió a toda una legión de arribistas pequeñoburgueses que no tardaron en ser competidores molestos, engrandecidos por su ego y sus deseos de una vida tranquila al calor de la cháchara institucional.
En cualquier caso no se trataba de una cuestión de forma, sino de contenido. De asaltar los cielos para combatir a la casta, Podemos —con la aquiescencia de Iglesias— se enfiló como una maquinaria electoral imitando los métodos y defectos de los partidos tradicionales de la izquierda institucionalizada. La transición se vio acompañada de un clamoroso abandono de la calle, y la argumentación de que la lucha de clases es incomparablemente menos importante que lo que pueda suceder en el Boletín Oficial del Estado (BOE).
Tras las elecciones municipales de mayo de 2015, Podemos y sus convergencias llegaron a gobernar los principales ayuntamientos del país, liderando la gestión municipal para más de 10 millones de personas. Se trataba de una oportunidad de oro para demostrar en los hechos que era posible romper con los recortes sociales y los pelotazos urbanísticos, poniendo en marcha ambiciosos programas de vivienda pública y mejoras en los barrios obreros. Obviamente la condición para lograrlo era basarse en la movilización social más contundente.
En el caso de la capital del Reino de España, Podemos ganó las elecciones municipales con la marca Ahora Madrid, y dobló en votos y concejales al PSOE. Está bien recordar los datos:
- Ahora Madrid, 20 concejales, 519.721 votos y el 31,84%
- PSOE, 9 concejales, 249.286 votos y el 15,27%
- PP, 21 concejales, 564.154 votos y el 34,57%
- Ciudadanos, 7 concejales 186.000 votos y el 11,43%
Esta victoria histórica debería haberse consolidado. Pero no ocurrió así. La política de Ahora Madrid y de Manuela Carmena, designada por Iglesias en ese momento como la gran esperanza de la izquierda para la alcaldía, ni cambió la fisonomía de los barrios de la capital ni atajó la especulación inmobiliaria ni los pelotazos urbanísticos. Al contrario. Manuela Carmena favoreció a los grandes especuladores, como demostró el escándalo de la operación Chamartín, y con rapidez se deshizo de promesas electorales fundamentales, como la remunicipalización de los servicios públicos y la subrogación de las plantillas. Los servicios privatizados siguieron haciendo de oro a Florentino Pérez, y la oligarquía empresarial amiga del PP pudo abrir casas de apuestas como setas en las áreas más humildes.
No se prohibieron los desahucios, que siguieron ejecutándose por miles, y no se acometió ningún programa de vivienda social, ni se limitaron los alquileres. Tampoco se dignificaron ni la sanidad, ni la educación públicas. Se dieron licencias a troche y moche para polideportivos y piscinas privadas. El transporte público no mejoró y la política medioambiental fue de risa: algunos carriles bici y la protección del centro más comercial y turístico, mientras los barrios obreros se degradaban y la contaminación empeoraba.
Manuela Carmena, al igual que Yolanda Díaz ahora, pronto mostró que no necesitaba de Pablo Iglesias. Su política de pactos con la derecha económica y política madrileña corrió en paralelo a su apoyo a Íñigo Errejón en la batalla que este libraba por hacerse con Podemos en la Comunidad Autónoma. Iglesias se mostró impotente ante el desafío y perdió. Al fin y al cabo estaba lejos de ofrecer un proyecto político alternativo en los hechos, por mucho que hiciera guiños a la izquierda. Finalmente la candidatura de Más Madrid quedó en manos de Iñigo Errejón, que se escindió y se llevó consigo a la mayoría del aparato madrileño de la formación morada.
La experiencia de los ayuntamientos del cambio mostró las enormes limitaciones del programa y la estrategia de Iglesias y la dirección de Podemos, generando una enorme frustración. A partir de ahí comenzó el declive imparable y las fugas internas. Para las elecciones de 2019 la marca electoral de Unidas Podemos perdió el 50% de los apoyos que obtuvo en las generales de 2015 y 2016. Inmediatamente después Iglesias lo apostó todo a un único objetivo: llegar a la Moncloa de la mano del PSOE.
Pablo Iglesias defendió con extrema vehemencia la entrada en el Consejo de Ministros como la única forma de cambiar la “realidad de la gente” y arrastrar al PSOE hacia la izquierda. Pero los hechos se han desarrollado de manera muy diferente. Y esta es una de las razones que explican su salida del Gobierno y su deserción de la política activa.
En este último año Iglesias ha jugado a convertirse en la oposición de izquierda a Pedro Sánchez… en los medios de comunicación. Pero la cuadratura del círculo es imposible. No puedes estar en misa y repicando. Descalificar al Gobierno por “la izquierda”, mientras las ministras y ministros de Unidas Podemos actúan como necesarios colaboradores de las decisiones de Moncloa, podrá arrancar algunos aplausos de los más entregados, pero no cuela. No es una acción política creíble, no es seria, y no es honesta.
La ley mordaza no ha sido derogada. ¿Y qué han hecho los ministros y ministras de UP? Tragar con ello. Lo mismo con la gestión absolutamente indecente del ministro del Interior Marlaska. La defensa escandalosa de la actuación policial que acabó con la masacre de decenas de inmigrantes en la valla de Melilla, no ha provocado más que alguna salida de tono, una leve y temerosa recriminación en los medios de comunicación. En lo demás, respaldo a la actuación represiva del Gobierno, sea contra el movimiento independentista catalán, contra los trabajadores del metal gaditano, en las violaciones constantes de los derechos fundamentales de expresión, manifestación y organización, en la prohibición de las manifestaciones del 8M o en el encarcelamiento de Pablo Hassel. Unidas Podemos ha tragado con todo.
Pablo Iglesias, lamentamos señalarlo, entró de lleno y justificó políticamente el mercadeo de acuerdos podridos con el PP que han llevado a sus parlamentarios a votar a dos ultraderechistas para el Tribunal Constitucional. Ahora se ha visto con claridad que el argumentario de Iglesias era erróneo: el CGPJ sigue sin renovarse a pesar de todas las bajadas de pantalones y concesiones, demostrando que la justicia franquista no va a cambiar su carácter de clase por acuerdos de pasillos.
El PSOE arrebató su escaño a Alberto Rodríguez tras una sentencia infame del Tribunal Supremo, pero los dirigentes de UP, en aras de no tensar la coalición de Gobierno, no movieron un solo dedo para defenderlo. Rodríguez se marchó de Podemos y ha creado una nueva organización en Canarias. ¿Qué hizo Pablo Iglesias? No mucho, apenas una protesta en su podcast, y dejar a Yolanda Díaz que enterrará el asunto sin pena ni gloria.
Los parlamentarios de Unidas Podemos dieron la espalda a la ley promovida por la PAH y el sindicato de inquilinas e inquilinos, y se conformaron con las promesas que el PSOE les regaló de una nueva Ley de vivienda. Pero esa Ley es un escándalo y no contempla ninguna de las tímidas propuestas de Podemos. ¿Qué ha hecho Iglesias para desmarcarse de este incumplimiento flagrante del programa de Gobierno acordado en enero de 2020? Lo mismo que con los otros asuntos: dejar a Yolanda Díaz que lo gestionara. Y así ha ido. Solo en 2021 se ejecutaron más de 21.000 desahucios.
La reforma de las pensiones ha sido una nueva contrarreforma, que ha puesto en pie de guerra a la Marea Pensionista. Pero Yolanda Díaz la ha defendido con uñas y dientes ante al mutismo total de Pablo Iglesias. El Ingreso Mínimo Vital es un fiasco imposible de ocultar. No ha llegado ni al 12% de las 800.000 familias que, en teoría, deberían haberse beneficiado de él, pero se sigue presentando como un logro espectacular de la participación de Podemos en el Gobierno.
La sanidad pública ha sido arrasada en estos dos años de pandemia. La situación de la atención primaria es de colapso en todas las CCAA, y la política de recortes se ha acentuado. Que se argumente que es un problema de las autonomías no se lo cree nadie. Si el Gobierno central puede aprobar leyes para rescatar al IBEX 35 y la banca, también lo puede hacer para imponer planes de inversión sanitaria y contratar a decenas de miles de profesionales. La renuncia a nacionalizar la sanidad privada, unida a la destrucción de la pública, ha convertido nuestra salud en un negocio fabuloso para las farmacéuticas y los grandes monopolios privados.
La educación pública sufre la misma degradación. En estos años el embate de los recortes no ha cesado, y las nuevas leyes educativas han blindado las subvenciones a la concertada que crecen año tras año. El Ejecutivo podría legislar en defensa de una educación pública, de calidad y gratuita, pero eso implica enfrentarse con la Iglesia Católica y el poderoso lobby de la enseñanza privada.
Yolanda Díaz y Pablo Iglesias han respaldado sin mayor problema la gestión de los ministros del PSOE en estas dos áreas claves del Gobierno.
Los compromisos con las potencias imperialistas occidentales se han mantenido inalterables, igual que los acuerdos con la dictadura marroquí traicionando la causa saharaui, o el respaldo a la legislación racista y xenófoba de la UE contra nuestros hermanos y hermanas inmigrantes. El Gobierno español ha aprobado un aumento espectacular del presupuesto militar del 25% en sintonía con las exigencias de la OTAN. Unidas Podemos ha emitido breves y limitadas críticas en todos estos asuntos, pero al final del día el respaldo de sus ministros y ministras a las medidas de Pedro Sánchez ha sido claro. El Gobierno de coalición goza de buena salud, y su política de unidad nacional y de colaboración de clases con la burguesía también.
De aquellos polvos estos lodos
Las últimas declaraciones de Pablo Iglesias han desatado un torbellino en los medios de comunicación. “Podemos debe ser respetado” ha proclamado, calificando de estúpidos a aquellos que creen que un mal resultado de Podemos en los ayuntamientos y en las autonómicas despejará el camino para Yolanda Díaz.
Pero si pensara más detenidamente sobre lo que dice, reconocería que en este jardín se ha metido él solito. Es él quién justifica una y otra vez la permanencia de Podemos en el Gobierno, y quién ha loado un día sí y otro también la gestión “impresionante” de Yolanda Díaz en el Ministerio de Trabajo. Fue él quien desertó en la noche electoral del 4 de mayo de 2021 tras el triunfo histórico de Ayuso en Madrid, y quién señaló que lo abandonaba todo para dedicarse a dar clases en la universidad y ejercer un periodismo crítico. Y fue él quién, con el método del “dedazo”, designó a Yolanda Díaz como su sucesora sin mediar ningún debate político serio sobre las causas de la victoria de la derecha en Madrid, y sin la posibilidad de que la militancia pudiera ejercer la crítica y dar su opinión sobre el rumbo a tomar.
Muchos activistas de UP trataron de entender la decisión de Iglesias como algo lógico, debido a las amenazas y las infamias que él, Irene Montero y su familia tuvieron que soportar. Esta argumentación, aparentemente “razonable”, también sirvió para justificar que adquirieran un chalé en Galapagar, una zona de la sierra norte madrileña predominantemente de derechas y de extrema derecha. ¡Con su dinero pueden hacer lo que quieran! se afirmó. Pero en política, sobre todo si se pretende defender la causa de los oprimidos, no todo vale.
Las trabajadoras y los trabajadores con conciencia de clase no podemos permitirnos el lujo de renunciar a la lucha aun sabiendo los riesgos que corremos. Si lo hacemos, nos convertimos en mera materia prima para la explotación. Los derechos que de verdad valen la pena se han arrancado a través de batallas muy duras. Los militantes antifranquistas se tuvieron que enfrentar a una represión despiadada, a la cárcel, a la tortura, al exilio, incluso a la muerte. No dieron la pelea unos cuantos años, la dieron hasta el final, sin importar el precio que tuvieran que pagar.
Eso es lo que nos diferencia de la pequeña burguesía ilustrada que entra en la política con una pretensión redentora y filantrópica, pero se asusta cuando llega la hora de acabar de raíz con el sistema. Al fin y al cabo, estos pequeñoburgueses que se "radicalizan" durante un tiempo para calmar su conciencia, siempre encuentran acomodo en la sociedad capitalista.
Sí. Pablo Iglesias tiene razón en sus objeciones a la actitud de desprecio con que les trata Yolanda Díaz y su equipo, y también cuando alerta de que estamos ante una maniobra de calado desde el PSOE para romper el espacio de Unidas Podemos. ¿Pero qué propone para frustrar esta ofensiva? Más de lo mismo y seguir con la política de pactos y concesiones a la socialdemocracia. Solo que ahora pide respeto y que Yolanda Díaz se haga cargo de lo generoso que ha sido siempre Podemos, y acepte llegar a un acuerdo electoral entre la formación morada y el “partido Sumar”, como le gusta describir al montaje de Díaz.
¿Lo logrará? No se pueden hacer afirmaciones categóricas en este momento, pero no parece probable que la apuesta de Iglesias vaya a salir bien. Yolanda Díaz ya no lo necesita. Cuenta con apoyos muy sólidos, empezando por el PSOE, siguiendo por la burocracia sindical de CCOO y UGT, los medios de comunicación, y muchos de los actores que conforman actualmente Unidas Podemos, como la Izquierda Unida de Garzón y los Comunes de Ada Colau.
Y, sobre todo, a Yolanda Díaz se la trae al pairo los “códigos del PCE y de las Juventudes Comunistas” a los que se refirió Iglesias en la entrevista de Hora 25 en la cadena SER, o para ser más exactos, precisamente porque aprendió y mamó de esa cultura política, del carrillismo, del estalinismo, del reformismo más descarnado y maniobrero, solo necesita de un tipo de compañeros de viaje: aquellos y aquellas que le aseguren su estrellato en las cómodas aguas del cretinismo parlamentario y la política socialdemócrata más dócil y estilosa.
¿Reflexionará Pablo Iglesias sobre los errores cometidos, o insistirá en culpar a otros de lo que probablemente va a suceder?
Nota:
[1] Yolanda Díaz apoya el envío de más armas a Ucrania: “Tienen derecho a legítima defensa”