Hace algo más de 140 años Paul Lafargue, uno de los principales dirigentes de la Primera Internacional, escribió un libro memorable, El derecho a la pereza, en el que disecciona la sociedad capitalista y el irracional mecanismo de acumulación del capital que la rige. Además, con una gran dosis de humor, Lafargue describe cómo será la sociedad cuando consigamos emanciparnos colectivamente de la esclavitud del trabajo asalariado.
En la sociedad socialista futura, Lafargue anuncia que “habrá espectáculos y representaciones teatrales permanentemente. Es este un trabajo adecuado a nuestros legisladores, quienes, organizados en cuadrillas, irán por las ferias y los villorrios dando representaciones legislativas”.
No hemos tenido que esperar a acabar con el capitalismo para poder disfrutar de un “teatrillo parlamentario”. La moción de censura presentada por Vox, con el exdirigente del PCE Ramón Tamames como candidato, se sitúa por méritos propios en la estela de los esperpentos de Valle-Inclán.
Pero más allá de los momentos grotescos que la moción de censura nos regaló, que fueron muchos, su desarrollo refleja algunos de los elementos más relevantes del actual momento político.
La moción de censura ha sido el producto de las divisiones en la derecha
Una moción de censura condenada de antemano al más rotundo de los fracasos, que no despertó entre la población otro interés que no fuese el de comprobar si Tamames sería capaz de permanecer despierto durante la sesión parlamentaria y que, en cambio, batió récords de generación de memes, no parecería en principio una buena idea para el partido que la promueve.
Pero para Vox y su líder Santiago Abascal lo importante no era desafiar a Pedro Sánchez. Lo prioritario y urgente para ellos era diferenciarse del PP, evitar que el partido de Feijóo les quite votantes apelando al voto útil de la derecha.
Abascal es consciente que las razones que llevaron a un sector del PP a escindirse del partido y fundar Vox se están diluyendo cada día que pasa. La justificación para separarse del PP en 2013 no fueron diferencias programáticas, ya que desde el minuto uno, Vox defendió en lo fundamental el mismo programa que el PP. Lo que Abascal reprochaba a la dirección popular y al Gobierno de Rajoy era la poca energía con la que ejecutaban su programa. Abascal quería más mano dura con todos los que, en el momento álgido de la ola de protestas sociales desencadenada por la crisis financiera de 2008, llenaban masivamente las calles y contra el movimiento por la liberación nacional de Catalunya que empezaba a adquirir una fuerza creciente tras la sentencia del Tribunal Constitucional que, a instancias del PP, anuló una parte del Estatuto de Autonomía.
La caída de Rajoy y su sustitución por Pablo Casado facilitaron los esfuerzos de Vox por diferenciarse del PP, pero tras el fulgurante ascenso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, las cosas empezaron a cambiar.
Con un discurso de derecha dura, que no tiene nada que envidiar al de Vox, Ayuso fue conquistando el apoyo de la inmensa mayoría de los cargos públicos y afiliados del PP. Su fuerza se demostró cuando forzó la dimisión de Pablo Casado y colocó en la presidencia del PP a un títere como Alberto Núñez Feijóo.
Con el Gobierno de Madrid por bandera, Ayuso ha marcado el rumbo del PP, aplicando una política calcada a la que propone Vox, incluyendo la promesa de derogar la Ley Trans de la Comunidad, y abanderada de una agenda privatizadora furiosa. Una tras otra, Ayuso ha ido despojando a Vox de sus principales recursos propagandísticos, consiguiendo así detener el crecimiento de sus votos. Convertidos en un mero apéndice de Ayuso, Vox ha tratado a la desesperada de presentar un perfil propio, incluso apoyando iniciativas presentadas por la izquierda, como ocurrió con la comisión de investigación de las muertes en las residencias de mayores durante la pandemia, pero ha tenido poco éxito y finalmente Ayuso ha anunciado su “ruptura” con Vox y su voluntad de alcanzar en las elecciones del próximo mayo la mayoría absoluta que no pudo conseguir en 2021.
Los dirigentes de Vox sienten que el retorno de sus votantes al redil del PP amenaza su propia existencia como partido. Por eso intentaron que la moción de censura cumpliera un doble fin: por un lado, convencer a sus votantes de que Vox defiende un programa y unas ideas claramente distintas a las del PP, y por otra poner en un aprieto a Feijóo.
La dificultad de encontrar un discurso diferenciado del PP les empujó a plantear una sarta de disparates como pocas veces habíamos oído. El discurso de Abascal y Tamames, que tras su paso por el Comité Ejecutivo del PCE y tras todo tipo de piruetas políticas ha acabado convertido en un repugnante machista ultrarreaccionario, se complementaron perfectamente, reproduciendo todos los lugares comunes de la demagogia fascista.
Tamames no dudó en exonerar al general Franco por la guerra civil y su dictadura criminal y proclamar que la culpa de todo la tuvo Largo Caballero, dirigente del PSOE en los años 30. Denigró al movimiento feminista, culpándolo del aumento de las violaciones, y puso como modelo de mujer emancipada nada menos que a Isabel la Católica. Sus barbaridades, amplificadas por Santiago Abascal, acabaron construyendo un discurso delirante que pudo ser abiertamente ignorado por el PP sin el más mínimo riesgo de perder votantes.
Pedro Sánchez aprovecha la ocasión para organizar el espacio político a su izquierda
Como era previsible, la moción de censura resultó un paseo triunfal para Sánchez y le ofreció una ocasión de oro para reforzar la imagen de Yolanda Díaz, precisamente en un momento en que la dirección de Podemos muestra abiertamente sus reticencias para integrarse en Sumar, la iniciativa promovida por Díaz para agrupar el voto a la izquierda del PSOE y canalizarlo hacia el apoyo incondicional a Sánchez.
Ignorando completamente a Tamames y su patético discurso, Díaz cogió con las dos manos la oportunidad que le brindaba Sánchez y pronunció un discurso destinado a reforzar su figura como candidata. Las máximas dirigentes de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, tuvieron que asistir calladas a la consagración oficial de Díaz como aglutinadora del espacio electoral a la izquierda del PSOE.
Pero, más allá de estos avatares partidarios, lo más relevante del debate es la completa indiferencia con la que ha sido acogido por la inmensa mayoría de la población. El abismo entre lo que ocurre en las calles, los barrios y los centro de trabajo y estudio, por un lado, y por otro en las instituciones del Estado es cada día más profundo. La imposición de medidas de austeridad y su aceptación por Gobiernos tanto de la derecha conservadora como de la izquierda reformista, no puede ocultar que tras las bambalinas de la representación parlamentaria están los verdaderos centros de poder, en manos del capital financiero.
A las puertas de un nuevo colapso financiero, son los acontecimientos de Francia, y no la farsa parlamentaria, los que dan la medida real del ambiente que está fraguando entre las masas. Prepararse para el momento en que ese clima de frustración e indignación se exprese de nuevo en las calles es la tarea prioritaria en estos momentos. Es la hora de organizarse en Izquierda Revolucionaria.