Volvemos a publicar este artículo escrito por nuestro compañero Juan Ignacio Ramos hace dos meses. En él podéis leer un análisis riguroso y una perspectiva que ha sido reivindicada por los hechos. En los próximos días subiremos una nueva declaración sobre el acuerdo de Yolanda Díaz y SUMAR, y sus nefastas consecuencias políticas y electorales para la izquierda.
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El pasado domingo 2 de abril Yolanda Díaz protagonizaba la "investidura" oficial de Sumar y avanzaba su pretensión de ser la primera “presidenta del Gobierno de España”. El público, entusiasmado, estaba colmado de muchas caras conocidas de la viejísima izquierda apoltronada y partidaria de esa paz social que tanto aplaude Pedro Sánchez, la CEOE y el Ibex 35. Los exsecretarios generales de CCOO Antonio Gutiérrez e Ignacio Fernández Toxo, numerosos cargos de las burocracias de CCOO y UGT, los diputados de En Comú Podem, con Ada Colau al frente, el alcalde de Valencia, Joan Ribó, Íñigo Errejón o Mónica García con sonrisas deslumbrantes y radiantemente felices…. En fin, todos y todas conjurados en torno a un objetivo: dar por amortizado de una vez por todas a Podemos y colocar a la formación morada en una posición de subalternidad.
La trascendencia política de esta operación no es menor. Para algunos sectarios lo de este domingo es un detalle sin importancia. Pero si fuera así, los medios de comunicación más serios de la burguesía no estarían movilizados encumbrando a Yolanda. Simplemente ningunearían el acontecimiento. En realidad, lo que está en juego es muy serio: se trata de enterrar definitivamente la opción política que expresó, en el campo electoral, las ilusiones de millones de personas, de jóvenes, de trabajadores, de activistas de los movimientos sociales… convencidos de que el gran levantamiento del 15-M y la rebelión social que sacudió posteriormente el Estado español acabaría con el bipartidismo y las condiciones de precariedad, explotación y pobreza que padecemos una inmensa mayoría.
Aquel asaltar los cielos para derrotar el régimen del 78 y el poder de las élites, fue un mensaje que cautivó la imaginación de la izquierda militante y arrastró a muchos sectores emocionados con la idea de que esta vez era de verdad, sí que se podía. Ahora, lo que se pretende es dejar claro que todo intento de transformar la sociedad es imposible, que el esfuerzo no vale la pena, que hay que conformarse con gestionar la miseria del capitalismo en crisis. No es un detalle. Yolanda Díaz no es un detalle.
Podemos hizo saltar por los aires el tablero político y abrió enormes perspectivas. Fue el resultado de una movilización de masas extraordinaria, de un ascenso de la lucha de clases de enorme trascendencia que puso en cuestión la institucionalidad parida en los pactos de la Transición, empezando por la monarquía y la alternancia política entre el PSOE y el PP. Aquellos que desprecian esta experiencia, que no ven la importancia histórica que tuvieron las manifestaciones de indignados que abarrotaron plazas y calles de todo el país entre mayo y junio de 2011, y que fueron el combustible que propulsó las huelgas generales de 2012, las Marchas de la Dignidad, las Mareas Blanca y Verde en defensa de la sanidad y la educación públicas, el levantamiento de Gamonal, la lucha del pueblo catalán por la república y el derecho a decidir, o las movilizaciones multitudinarias del feminismo combativo… quien cierra los ojos ante estos hechos y simplemente desprecia el fenómeno de Podemos como un experimento reformista más, es imposible que se oriente correctamente en los acontecimientos colosales del presente y del futuro.
Podemos, y más concretamente Pablo Iglesias, provocaron un escalofrío en la clase dominante en aquel periodo. No era Izquierda Unida, no era la burocracia de CCOO y UGT, no era esa oposición de terciopelo que ya se conocía y estaba asimilada e instalada en la gobernanza del sistema. El desafío que supuso Podemos era real. Pero oportunidades así, tan excepcionales, hay que aprovecharlas con determinación y con una política correcta. Si millones te brindan la posibilidad de que tu discurso se transforme en realidad mediante la acción, lo peor que puede ocurrir es defraudar y frustrar las expectativas creadas. En ese caso la historia no perdona.
La lucha de clases no es Juego de Tronos
Es realmente chocante ver la situación actual de Pablo Iglesias. No hace tanto era un referente de la izquierda que concentraba un apoyo inmenso. Su nombre era sinónimo de prestigio y credibilidad entre millones de luchadores, reflejando una correlación de fuerzas muy favorable. Su primera intervención en el Parlamento español como diputado, cuando pronunció aquellas palabras en las que acusaba directamente a Felipe González de ser el jefe de los GAL y recordó los métodos de la cal viva, produjeron asombro y un apoyo entusiasta. Hoy, pocos años después, Iglesias está fuera de la política activa por decisión propia, y la persona que designó a dedo como su sucesora lo apuñala públicamente. Cuídate de los idus de marzo, decían a Julio Cesar en la tragedia de Shakespeare. Pero Bruto ya está aquí, con su séquito al completo.
¿Cómo ha podido suceder? ¿Cómo es posible que Podemos haya pasado de ser la fuerza hegemónica a la izquierda del PSOE a encontrarse en una coyuntura tan crítica que puede conducir a su destrucción?
Lo que está pasando no cae de un cielo azul. Estos lodos son el resultado de aquellos polvos. Iglesias, cuyo talento está fuera de discusión, pensó que la política y la estrategia marxista en la lucha de clases estaban superadas. Que la movilización extraparlamentaria era cosa del pasado, una enfermedad de juventud. Que los derechos no se consiguen luchando sino con el BOE y pactando con el PSOE. Que arrancando pequeñas migajas al sistema se puede cambiar la vida del pueblo. Sí, esa es la verdad.
De impugnar el régimen del 78 se integraron en él. De cuestionar las instituciones y su papel, se convirtieron en expertos de la moqueta y las comisiones parlamentarias. Despreciando la calle, renunciando a combatir a la burocracia sindical, se apuntaron a ese talismán de la paz social que agitan a todas horas Pedro Sánchez y Yolanda Díaz.
Iglesias lo apostó todo a una carta: “Si entramos en el Gobierno lograremos que el PSOE gire a la izquierda”. ¿Cuál ha sido el resultado de esta estrategia? Que el PSOE no ha girado a la izquierda, no, ni mucho menos. Pero Podemos se ha tragado sapos cada vez más grandes, dejándose plumas, principios y todo tipo de promesas por el camino, que han minado su credibilidad y su influencia social hasta convertirse en una copia pálida de esa socialdemocracia tradicional de la que se quería diferenciar.
No basta proclamar que es necesaria la lucha ideológica. Esa lucha hay que llevarla a la práctica mediante la acción. Esto es de primero de política de izquierda seria. Si estás contra la OTAN y el militarismo, pero al final del día las ministras de Unidas Podemos aceptan las decisiones del Gobierno sobre envíos de armas a Ucrania siguiendo sumisamente el dictado del imperialismo estadounidense… Si se agacha resignadamente la cabeza cuando el PSOE traiciona la causa del pueblo saharaui… Si se aclama una reforma laboral que cuenta con el apoyo de la CEOE y que no suprime los elementos más lesivos de la que aprobó Rajoy… Si se dice estar a favor de la autodeterminación de las naciones pero, cuando el pueblo catalán se pone en marcha en defensa de la república, te pones de perfil… Si cuestionas la monarquía pero a tu vicepresidenta le trae al pairo este debate… Si firmas en el acuerdo para formar Gobierno la derogación de la ley mordaza y, cuando llega la hora, no lo haces… Si los desahucios continúan produciéndose por decenas de miles y no hay plan alguno de vivienda pública que acabe con el fabuloso negocio de los fondos buitres… Si los recortes en la sanidad y educación públicas son el pan de cada día mientras la privatización de los servicios públicos no cesa… Si, si, si, si… y al final te consuelas con un “escudo social” lleno de agujeros que no evita el crecimiento de la pobreza y la exclusión, y te asignas el papel de pepito grillo de un Gobierno de coalición que ha incumplido el 90% de lo que ambas formaciones pactaron antes de la investidura, entonces solo queda la propaganda, la fanfarria y las maniobras periodísticas. En definitiva, Juego de Tronos. Pero la política bajo el orden capitalista no es un juego ni se parece a Hollywood.
El papel de Yolanda Díaz
Que Yolanda Díaz ha sido vicepresidenta del Gobierno de coalición por decisión política de Podemos y Pablo Iglesias es irrebatible. ¿O alguien lo niega? Pero la cuestión es qué hizo pensar a Pablo Iglesias que aunque designara a dedo a Yolanda Díaz, esta se iba a comportar de una manera diferente a como lo está haciendo. Su trayectoria es transparente. Ya sea como destacada muñidora del aparato de Izquierda Unida o como representante consumada de la cúpula burocrática de CCOO, su carrera como política profesional de la izquierda más reformista, posibilista, pactista y efectista es larga, muy larga.
Iglesias pensó que daba muy buena imagen, claro. Pero parece que no reflexionó lo suficiente sobre la sustancia que se ocultaba tras esa imagen, ni tampoco en su ambición. Yolanda no quiere estar bajo la tutela de Pablo Iglesias, lo afirmó estruendosamente en el pabellón de Magariños… prefiere la tutela de Unai Sordo, PRISA y Pedro Sánchez.
Yolanda Díaz se entiende muy bien con Alberto Garzón, Íñigo Errejón, Ada Colau, o con los líderes de Compromis. Es evidente. Ninguno de ellos va a decir nada respecto a su forma de actuar o su seguidismo hacia el PSOE. Pero esto no es lo fundamental. Lo verdaderamente mollar es que Yolanda Díaz se ha convertido en la mejor apuesta para reducir a cenizas a Podemos. Y puede hacerlo porque no se corta ni un pelo en señalar todas las contradicciones de la formación morada y su incongruencia para diferenciarse de la política que ella hace.
Para ser concretos. Pablo Iglesias e Irene Montero han afirmado una y otra vez que Yolanda Díaz es la mejor vicepresidenta que ha tenido la historia de España. Pablo Iglesias y las ministras de Podemos hacen bandera de la gestión del Gobierno de coalición y apuestan por su continuidad pase lo que pase. Pablo Iglesias plantea que si no se llega a un acuerdo entre Sumar y Podemos, será una tragedia para las “izquierdas”… Entonces ¿Si las diferencias políticas no existen, y todos quieren lo mismo, donde está el problema? Ah, ya, en la conformación de las listas, en quien va de ministro/a, quien en puesto de salida para parlamentario/a o en quién recibe la mayor tajada de las subvenciones estatales.
Cualquiera con un poco de experiencia se da cuenta de que con estas premisas la dirección de Podemos tiene el partido perdido. Son las víctimas propiciatorias de sus propios errores estratégicos. Jugar a la política institucional renunciando a la lucha de clases significa aceptar una lógica implacable. Si se ha cultivado el presidencialismo y el cesarismo desde primera hora, ¿a quién le puede extrañar que Yolanda Díaz, con una sobredosis de arrogancia, afirme que con Sumar empieza todo?
Díaz parece dispuesta a llevar a cabo su misión hasta el final. Su actitud provocadora y desafiante contra Iglesias y Podemos en el acto de Sumar fue de traca. “Ada, eres un orgullo, has convertido Barcelona en un referente internacional”; “Joan [Ribó], gracias por convertir Valencia en una ciudad sostenible”; “Alberto [Garzón], gracias por tu labor en el Gobierno, pero sobre todo, por tu enorme generosidad, por saber estar donde hay que estar”. Eso para los amigos. “Estamos cansadas de tutelas, de ser ninguneadas. Muy cansadas. Y lo seguiremos diciendo: no pertenecemos a nadie más que a nosotras mismas”, y esto para Podemos.
Incluso en la entrevista que El País publicó el lunes 3 de abril no regatea declaraciones de guerra: “Pregunta. Dentro de esa autonomía, ¿un Sumar sin Podemos sería un fracaso? Respuesta. En absoluto sería un fracaso. Los movimientos ciudadanos los decide la gente, y yo sé que Sumar va a ser el revulsivo de la política española en este tiempo. Lo tengo clarísimo.” En esa misma entrevista Yolanda Díaz sentenció: “Hemos conseguido algo muy importante el presidente y yo, que es meter a la ciudadanía dentro de ese debate [se refiere a la moción de censura de Vox-Tamames] y que se hable de ello en las peluquerías y en los bares. Quiero hacer un reconocimiento a Pedro Sánchez. La política va de esto, de hacer las cosas de manera diferente”.
En efecto. La política de la izquierda reformista va de esto.
Podemos está en una encrucijada existencial. Quiere un acuerdo antes de que los resultados de las elecciones autonómicas y municipales lo debiliten frente a sus competidores. Es difícil saber lo que ocurrirá en las próximas semanas y meses. Pero Yolanda Díaz solo aceptará un acuerdo bajo sus condiciones: yo apruebo las listas, yo decido quién es ministra en un hipotético nuevo Gobierno de coalición, y yo estableceré el peso de Podemos en el próximo grupo parlamentario.
Pablo Iglesias y Podemos pueden seguir insistiendo en una estrategia que los conduce a una derrota sonada. O pueden rectificar, apelar a su base militante, a la clase obrera y dar la batalla política por levantar una alternativa combativa que no sea gregaria del PSOE, que no acepte con resignación su guión, su política propatronal y proimperialista. Parece difícil, porque eso implica, obviamente, abandonar este Gobierno y encabezar una oposición de izquierda consecuente, impulsar la movilización de masas y quebrar la paz social.
Para acabar. Sectores importantes de la burguesía no quieren al PP-VOX en La Moncloa. ¿Cómo van a querer de presidente a Núñez Feijóo, que hace unos días proclamaba en Bruselas que aprobará una reforma de pensiones como en Francia? Cualquiera se puede imaginar la cara de Amancio Ortega o Patricia Botín cuando leyesen ese titular en el momento en que Francia está siendo sacudida por el mayor levantamiento obrero desde Mayo del 68.
No, el capital financiero confía en Pedro Sánchez. Ellos son prácticos, ven la marcha de sus negocios viento en popa: un 92% de incremento de beneficios de las empresas no financieras y récord histórico de la banca en 2022. Esto es lo importante. Ya lo dijo también el secretario general del PCE, Enrique Santiago, con la incontinencia verbal que le caracteriza: “En la historia de España no ha habido una transferencia de recursos del Estado tan grande a las empresas privadas como la que ha llevado adelante este Gobierno”. Y es verdad, nunca se ha producido un trasvase tan fuerte de las rentas del trabajo a las del capital como en esta legislatura.
Hace poco Pablo Iglesias declaraba en la SER que la revolución socialista se hacía con más inspectores de trabajo. ¡Aquí está el problema! La experiencia histórica niega credibilidad a estas opiniones por más ingeniosas que parezcan. Lo que arranca conquistas laborales, mejora los salarios, rebaja las jornadas y acaba con la precariedad, lo que puede traernos vivienda pública, lo que acabaría con la privatización de la enseñanza y la sanidad públicas… es la lucha de masas y defender un programa de izquierdas consecuente.
Yolanda Díaz habla de devolver la ilusión y la alegría de una vida decente. ¿Pero cómo se logra eso? En Izquierda Revolucionaria también aspiramos a una vida y a un trabajo decente, a disfrutar de un paraíso en la tierra para todos y todas, y no solo para los pequeños burgueses que viven cómodamente su liberación particular. Por eso decimos: si quieres un futuro sin opresión, sin explotación, sin autoritarismo, sin represión, sin pobreza, sin extrema derecha y fascismo, hay que defender un programa que rompa con la lógica capitalista. Hay que nacionalizar los grandes monopolios y la banca, hay que proponer sin ningún complejo la vuelta al sector público de todos los servicios sociales privatizados, hay que luchar por un parque de vivienda pública, blindar las pensiones y reducir de la edad de jubilación, expropiar la sanidad y la educación privadas para que se deje de hacer negocio con nuestros derechos, oponernos al imperialismo y al militarismo en los hechos…
Escribimos este artículo no para recordar lo que hemos venido señalando durante estos años, sino para apelar a la base militante de Podemos y a los miles de activistas que ven con claridad el trasfondo de la maniobra que se está produciendo. No es la hora de resignarse, ni de abandonar la batalla. Por el contrario, es el momento de reflexionar y de la claridad política.