Mientras las negociaciones entre PSOE y Junts sobre la Ley de Amnistía avanzan con más lentitud de lo que Pedro Sánchez desearía, los líderes del PP y Vox movilizan a sus escuadras fascistas en las calles de Madrid y a sus peones de la judicatura para boicotear la  investidura.

En las concentraciones ante la sede central del PSOE hemos visto a conocidos dirigentes como Santiago Abascal, Esperanza Aguirre y al lumpen empresario de Desokupa, junto a miles de pequeñoburgueses rabiosos del barrio de Salamanca. Pero lo que en un primer momento parecían movilizaciones de esa "gente de bien" que está muy preocupada porque España se rompe, pronto han cedido  el paso a las bandas fascistas bien organizadas que no han dudado en poner su sello violento.

Nadie debe equivocarse. Detrás de estos grupos neonazis que ocupan la primera línea, están los cuadros dirigentes del PP y Vox que alientan la escalada de la tensión en todos los frentes.

Como hemos explicado en otras ocasiones, el auge de la extrema derecha tiene raíces sociales profundas y, como ocurrió en los años 30 del siglo pasado, está directamente vinculado a la descomposición social que acompaña al capitalismo en su fase de declive.

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Detrás de estos grupos neonazis que ocupan la primera línea, están los cuadros dirigentes del PP y Vox que alientan la escalada de la tensión en todos los frentes. 

Su base más sólida son las masas de la pequeña burguesía. En el Estado español un sector de estas capas medias contempla como su nivel de vida y su estatus social se hunden. Simultáneamente, otro sector se enriquece rápidamente gracias a la explotación despiadada de las trabajadoras y trabajadores inmigrantes o a la especulación inmobiliaria y los alquileres abusivos. Unos como expresión de su rabia y su impotencia, y otros por miedo a perder sus recién adquiridos privilegios, coinciden en defender su posición social mediante el ataque frontal contra la clase obrera organizada y la izquierda. Son la materia prima del nacionalismo españolista y de la demagogia reaccionaria más venenosa, con su discurso machista, homófobo y racista. Un polvo social que cada día se siente más envalentonado.

Ni Abascal ni Feijóo han mostrado reparo alguno en apoyar la violencia callejera de sus cachorros. “La violencia es responsabilidad de Marlaska” se ha apresurado a proclamar Abascal en Twitter, afirmando que “Sánchez es el socio de Bildu y pretende dar un golpe de Estado que liquida la legalidad. Ellos son los responsables. VOX seguirá apoyando todas las protestas de resistencia pacífica ante los golpistas. Los españoles no se van a quedar de brazos cruzados cuando Moncloa y Waterloo están negociando las condiciones para liquidar la convivencia en España”.

Abascal no está solo en sus exabruptos contra el Gobierno. Hace pocos días el expresidente Aznar llamaba a “rebelarse” contra Pedro Sánchez y no quedarse “con los brazos cruzados”. Y, efectivamente, eso es lo que han hecho sus seguidores, con la plena aquiescencia del actual líder del PP, Núñez Feijóo, que tras al revuelo causado por los disturbios en Ferraz no ha tenido mejor idea que echar la culpa a Pedro Sánchez.

PP y Vox también han activado otros estamentos donde su influencia es decisiva. El juez de la Audiencia Nacional García-Castellón, conocido por sus falsas acusaciones contra Podemos y sus dirigentes, ha arrimado nuevamente el hombro imputando a Carles Puigdemont y Marta Rovira por terrorismo y responsabilizándoles por la muerte de un turista francés en Barcelona en circunstancias totalmente ajenas a las movilizaciones independentistas. Esta acusación, completamente descabellada, solo tiene el objetivo de hacer imposible la amnistía y frustrar la investidura de Pedro Sánchez.

A García-Castellón y al sector de jueces franquistas se han unido los principales sindicatos policiales, en abierta rebelión contra el Gobierno y llegando al punto de disculpar la violencia ejercida contra ellos por sus coleguitas nazis. Abascal ha intentado aprovechar este ambiente profascista en el seno de las fuerzas policiales para pedirles que incumplan las órdenes de sus mandos. Desde los años de la Transición no se había escuchado un llamamiento tan claro al golpe de Estado.

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La lucha contra el fascismo exige de la movilización obrera y popular con una política de independencia de clase que ponga en su punto de mira al sistema capitalista. 

Desde el PSOE y resto de partidos que conforman la mayoría gubernamental se suceden los comunicados de condena, pero se evita tomar medidas contra los sectores fascistas enquistados en el aparato del Estado y, sobre todo, se huye de iniciativas que combatan al fascismo con el única arma eficaz: la movilización de masas.

En el PSOE piensan que, a corto plazo, estas algaradas callejeras tendrán el efecto de reforzarlo y mejorar sus expectativas electorales. Confían en el sentido práctico de los grandes poderes económicos y financieros, muy bien representados por el editorial  que el Financial Times publicó hace unos días apoyando la amnistía a los dirigentes independentistas catalanes como una necesidad para cerrar “brechas políticas y sociales”.

Pero los dirigentes del PSOE y sus socios se equivocan si piensan que este apoyo de la clase dominante va a ser eterno o que garantiza un freno permanente al fascismo.

La burguesía consiente esta situación con el PSOE porque le asegura la paz social y unos beneficios récord, pero también observa como  la presión que llega desde abajo tiene efectos muy importantes. El giro de Sánchez en la cuestión de la amnistía es un buen ejemplo de ello.

Debemos recordar que solo la movilización de última hora de sectores abstencionistas de la clase trabajadora, y especialmente de las mujeres y los jóvenes, evitó el 23 de julio la victoria electoral de aquellos que hoy jalean a las bandas fascistas. Abascal y su gente estuvieron muy cerca de sentarse en el Consejo de Ministros.

La política del PSOE y sus socios, que no resuelve en lo sustancial los problemas fundamentales de la clase trabajadora pero si beneficia, y mucho, a los grandes poderes económicos, prepara el terreno para que esa derecha hoy derrotada vuelva a la carga con fuerzas renovadas. Y ya sabemos de lo que serían capaces de hacer si llegan al Gobierno.

Organizar la lucha contra el fascismo no es un gesto sentimental ni retórico. Es una necesidad. Pero esta lucha no se puede llevar a cabo desde los pactos parlamentarios ni sosteniendo el régimen del 78. Exige de la movilización obrera y popular con una política de independencia de clase que ponga en su punto de mira al sistema capitalista.

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