La tribuna del congreso de los diputados ha vuelto ser escenario de la tremenda polarización política y social que atraviesa el Estado español. El fracaso estrepitoso de la moción de censura de Vox, su aislamiento y el intento del PP y Cs de desmarcarse frente a su discurso, no son más que un reflejo de las enormes limitaciones que por el momento tiene la extrema derecha para ampliar su base. Su demagogia populista y franquista ha quedado al desnudo, y sus pretensiones de penetrar entre la clase trabajadora, en un periodo de grave crisis sanitaria, social y económica, se han estrellado contra una memoria histórica que sigue muy viva en la conciencia de las masas. El rechazo a los herederos de la dictadura entre los trabajadores y la juventud no puede ser más rotundo.

Vox y el PP, la misma m…

Abascal no ha defraudado a sus seguidores.  Las casi tres horas de intervención del líder de Vox fueron una cascada de descalificaciones fascistas, amalgamas delirantes y odio de clase. Nada quedó en el tintero. Su vena racista y machista, su españolismo más rancio, su ignorancia acreditada, sus burdas imitaciones de las majaderías de otros fantoches (“es el “virus chino”), los memes cuñadistas de foro coches (los “bilduetarras”), los tics homófobos y la defensa del Rey…. Todo eso y mucho más llenaron a borbotones las frases inconexas de un líder que no pasó de la patética fanfarronería típica de los cayetanos de Núñez de Balboa.

Una vez dejado claro el carácter ridículo de la actuación de Abascal, la otra nota destacada de la moción fue el discurso de Pablo Casado. Para la mayoría de los medios de comunicación capitalistas se erigió como el gran triunfador del debate. “El líder del PP rompe con Vox”, “Hasta aquí ha llegado su paciencia”, “Casado coloca al PP al frente de la oposición”… estas y otras expresiones similares, algunas mucho más rimbombantes, se han desparramado en editoriales y columnas para lavar la cara a un reaccionario consumado y a un partido corrupto que gobierna en Madrid, en Andalucía, en Murcia y en cientos de ayuntamientos gracias al apoyo de la ultraderecha.

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Para la mayoría de los medios de comunicación capitalistas Pablo Casado se erigió como el gran triunfador del debate. Un lavado de cara a un partido corrupto que gobierna en muchos sitios gracias a la ultraderecha.

El entusiasmo por este giro táctico del PP ha inflamado los corazones de muchos, que piensan en los buenos resultados que traerá a la política de unidad nacional.

Ante tanto ruido es necesario recapitular y fijar algunos hechos objetivos.

Primero. La extrema derecha de Vox no es algo nuevo, siempre ha estado presente como parte orgánica del Partido Popular. Su emergencia pública tiene que ver con los cambios producidos en la lucha de clases desde 2011. La rebelión social iniciada con el 15M, las huelgas generales, las marchas de la dignidad, las mareas sociales y, sobre todo, la irrupción de Podemos junto a la crisis revolucionaria en Catalunya y el movimiento de masas de la mujer trabajadora… puso tanta presión, que un sector de la base social del PP giró hacia posiciones mucho más extremas para dar una batalla encarnizada a la izquierda. En definitiva, el avance de Vox es una expresión del proceso de polarización social y político que también se observa en otros países (EEUU, Brasil, Francia, Alemania, Italia…).

Segundo. Vox aprovechó el momento y ofreció una bandera de combate a la pequeña burguesía enfurecida y nostálgica del franquismo, a esos sectores atrasados, explotadores y mezquinos, adoradores de la patria y del Rey, defensores de la ley y el orden que se han visto abrumados y amenazados por la tremenda fuerza de la movilización en las calles. Pero su empuje se ha revelado mucho más limitado de lo que muchos auguraban. Su intento de penetrar en los barrios obreros fracasó, como quedó de manifiesto en sus algaradas del final del confinamiento, y su capacidad de movilización queda aún muy lejos de la que tuvo el fascismo en los años treinta.

Tercero. La arrogancia de Abascal le ha llevado a cometer un error político de calado al presentar la moción de censura: lo ha debilitado políticamente. Ha sido un regalo para Sánchez y el Gobierno, hasta el punto de que la burguesía también lo ha aprovechado para forzar a Pablo Casado a marcar una línea de diferenciación con Vox. El capital financiero y la CEOE no quieren que la polarización continúe, necesitan paz social y estabilidad, y que la estrategia de unidad nacional funcione para evitar una nueva explosión de la lucha de clases.

Cuarto. Esta es la razón de fondo del volantazo de Casado con su discurso en el debate de la moción de censura. Todos están muy satisfechos, pero las contradicciones dentro del PP no se han resuelto. La irrupción de Vox metió una gran presión en las filas de la derecha, y por el momento no ha logrado ensanchar su base social. Esto explica los movimientos erráticos de la dirección del PP y sus divisiones internas, entre un ala que intenta girar hacia la “moderación” y los pactos de Estado, siguiendo las instrucciones del gran capital (Núñez Feijoo es uno de sus representantes), y el sector que quiere recuperar los votos que Vox les ha arrebatado en plazas fuertes, como es el caso de Madrid, para lo cual se ven obligados a confrontar al máximo con el PSOE. El aparato dirigente, con Casado al frente, ha intentado conciliar ambas posturas: un día proponía la dimisión de su portavoz parlamentaria, otro era imposible distinguir su discurso del de Abascal.

Quinto. Ahora parecen que han dado un paso para diferenciarse al menos en el terreno parlamentario y ocupar una posición menos agresiva. Pero la situación es muy volátil para sacar de ello conclusiones definitivas. El PP sigue necesitando a Vox para gobernar autonomías y ayuntamientos, y la escalada de la lucha de clases no les hará más moderados. Se trata de una cuestión táctica fundamentalmente.

Combatir a la extrema derecha con la movilización más contundente y un programa revolucionario

Los dirigentes del PSOE y de UP apelan constantemente a establecer un cordón sanitario en torno a Vox, y reivindican el buen funcionamiento de las instituciones democráticas. Pero es precisamente la crisis capitalista y el descrédito de la democracia burguesa la que hace avanzar a la extrema derecha. El vergonzoso capítulo de la rueda de prensa de Sánchez con Ayuso, justo un día después del levantamiento de los barrios obreros contra el confinamiento clasista, es un buen ejemplo de cómo en lugar de combatir a la reacción y a la extrema derecha, se la trata con guante de seda para atraerla a la unidad nacional.

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El vergonzoso capítulo de la rueda de prensa de Sánchez con Ayuso, es un buen ejemplo de cómo en lugar de combatir a la reacción y a la extrema derecha, se la trata con guante de seda para atraerla a la unidad nacional.

Este enfoque, que muestra una completa incomprensión de las causas sociales, económicas y políticas que originan estos movimientos, no impedirá que la extrema derecha se mantenga e incluso pueda avanzar en el futuro. La unidad nacional y la confianza en el Estado para derrotar el fascismo es un completo error. También la insistencia que hacen los dirigentes de UP  en diferenciar entre un Estado “sucio” y otro “limpio” es irreal. No existen dos Estados. Hay un único Estado capitalista, moldeado por el desarrollo de la lucha de clases de los últimos cien años, y que ahora se desliza en todo el mundo hacia el autoritarismo y el bonapartismo en mayor o menor grado. En el caso del estado español es, además, una herencia directa de la dictadura franquista.

La polarización que Vox espolea se ha mostrado muy peligrosa para los intereses de los capitalistas porque alimenta la indignación, la conciencia de clase, hace revivir la memoria histórica y echa combustible a la movilización social. Los representantes del IBEX35 y la CEOE no quieren un enfrentamiento abierto con la clase trabajadora  y la juventud, no quieren que se hable de ricos y pobres, ni de derecha e izquierda, ni de clases sociales. Quieren paz social. De eso depende en gran medida que puedan aplicar sus planes de ataques sin que la situación se les escurra de las manos. 

El cambio de Pablo Casado no responde a una voluntad personal, sino a las presiones del capital financiero y la gran burguesía que ya lleva tiempo marcando cuál es el camino más seguro para preservar sus intereses, y señalándoselo insistentemente al partido azul.

Los populares no son los primeros en haber dado este paso. Por increíble que parezca Inés Arrimadas se mofaba de Abascal, de su épica, de su pureza patriota. Quién lo iba a decir, ¡Después de todo lo que han compartido! La rebelión del pueblo de Catalunya les unió como nunca antes, sacó a la superficie ese ADN franquista que las tres formaciones comparten en lo más profundo y también su odio de clase, su españolismo casposo, su represión... Y así nació el trifachito, para imponer los recortes, las privatizaciones, la destrucción de la educación y la sanidad públicas.

Ahora que Casado y Arrimadas tratan de poner distancias con Vox, lo hacen no sólo presionados por la oligarquía financiera sino también por el rechazo tan amplio que genera el partido de Abascal. La estrategia de competir por ver quién era más facha ha sido un fracaso tanto para el PP como para Cs, y ha reforzado a Vox. Ahora entienden que hay que marcar distancias sobre todo formales y darse un baño de  credibilidad “democrática” si quieren ser un relevo en el futuro —cuando el Gobierno de coalición agote su margen—. ¡Pero si somos muy distintos! dicen. Quieren borrar lo ocurrido, que lo olvidemos. Quieren hacernos creer que dos terceras partes del Trío de Colón son ahora la “derecha responsable” con la que se puede hablar razonablemente, pactar, unir fuerzas. ¡Todos juntos contra la pandemia! ¡Todos juntos contra la crisis!

La clase trabajadora siente verdadera aversión hacia Abascal y su partido. La amenaza de un Gobierno de la derecha, de un pacto formal o informal de PP, Cs y Vox ha movilizado al voto de la izquierda más que ninguna otra consigna en las últimas citas electorales. La amenaza era muy real y a pesar de todas las limitaciones del Gobierno de coalición, existe un sentimiento generalizado de alivio por haber evitado ese otro escenario. Todo el mundo sabe que la tragedia que ha supuesto la pandemia habría sido aún mucho peor con un Gobierno de la derecha. La Comunidad de Madrid dirigida por Ayuso es una demostración práctica de ello.

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La amenaza de un Gobierno de la derecha, de un pacto formal o informal de PP, Cs y Vox ha movilizado al voto de la izquierda más que ninguna otra consigna en las últimas citas electorales.

Sánchez se ha apoyado en este sentimiento real para reforzar su posición. A pesar de no haber tomado medidas para revertir los recortes que han supuesto la muerte de decenas de miles de personas en esta pandemia, a pesar de estar inyectando decenas de miles de millones al IBEX y a la CEOE, de estar cubriendo con dinero público los salarios de los ERTE para que los empresarios no pongan ni un solo euro, a pesar de no haber tomado el control de la sanidad privada para garantizar la salud de la población o de no haber movido un dedo para garantizar el derecho a la educación en condiciones seguras para estudiantes y docentes… el ruido y la furia de la derecha y la extrema derecha le ha beneficiado.

Y este margen es el que Sánchez aprovecha ahora para seguir defendiendo, más confiado que nunca, la estrategia dictada por Botín, Garamendi y compañía: la de la unidad nacional y la colaboración de clases. 

Tras haber iniciado el curso rodeado de estos personajes y enfatizando la unidad con los oligarcas para vencer al virus, ahora celebra por todo lo alto que Casado haya escuchado por fin sus llamamientos a bajar el tono. No hay grandes motivos de sorpresa respecto al PSOE. Pero el entusiasmo compartido por Iglesias, que ha calificado de “brillante” el discurso de Casado aunque “llegaba tarde”, si causa perplejidad. ¿Por qué celebra las palabras del líder popular? ¿Acaso es hoy Casado menos reaccionario que hace unos meses? ¿Cree que pueden contar con él y su partido para algo que beneficie a la clase trabajadora?

Lamentablemente las palabras de Iglesias no generan más que confusión en el mejor de los casos. No, Casado no es nuestro aliado, ni Arrimadas tampoco. Nunca lo serán y no hay debate parlamentario ni moción de censura que pueda cambiar esto. No quieren decir con claridad lo que son y lo que defienden porque la inmensa mayoría de la clase trabajadora y la juventud ha mostrado un rechazo contundente a esas posturas. ¡Eso es lo que hay que celebrar! ¡Que somos más y más fuertes! ¡No los discursos de Casado!

Los compañeros y compañeras de Unidas Podemos se equivocan si piensan que la Constitución, la justicia o el parlamento, nos van a proteger de la amenaza de la extrema derecha. Estas leyes e instituciones, subordinadas a los intereses de la oligarquía económica, no imparten justicia social ni democrática, solo imponen los deseos de los poderosos apoyándose en un aparato del Estado plagado de franquistas que nunca fueron depurados tras la caída del dictador.

A la reacción y a la extrema derecha se les combate en primer lugar señalando y desenmascarando a quienes ponen en práctica su programa; en segundo lugar defendiendo y aplicando políticas verdaderamente de izquierdas, confrontando con los grandes poderes fácticos, nacionalizando la banca y las multinacionales y utilizando los recursos económicos, que generamos la clase obrera, para resolver los problemas que no pueden esperar más, el derecho a techo, a la sanidad y la educación pública, a la preservación de nuestra salud, al empleo sin precariedad y con salarios dignos, a extirpar  la miseria y las colas del hambre.

La verdadera fuerza para combatir al fascismo reside en la movilización de los trabajadores y la juventud con este programa. Nosotros podemos barrer a los fascistas, somos inmensamente más fuertes que ellos, tenemos la capacidad para paralizar la producción y ocupar las calles para frustrar su avance. Por eso solo podemos confiar en nuestras fuerzas y en nuestra conciencia de clase, y no en  “cordones sanitarios” que alientan pactos de unidad nacional y refuerzan al régimen del 78.

Vox y los fascistas son aún una fuerza limitada, pero envalentonada, y las resistencias a que sus ideas penetren son muy grandes. Pero eso no quiere decir que debamos despreciar una amenaza que es real. La devastación social que traerá la crisis económica abonará el terreno para que sectores arruinados y desesperados de las capas medias y también de la clase trabajadora caigan en su demagogia. La única forma de cortarles el paso es defender un programa socialista, demostrar en la práctica que es posible y viable. ¡Sólo una alternativa revolucionaria puede defendernos del avance de la reacción! ¡Ese es el camino que defendemos desde Izquierda Revolucionaria!

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