Sí, los barrios obreros pueden movilizarse con una política auténticamente de izquierdas y antifascista
La campaña electoral en Madrid ha sufrido un vuelco dramático. Evidentemente esto no significa que Unidas Podemos, Más Madrid y el PSOE puedan alcanzar fácilmente la mayoría en la Asamblea, pero lo que se presentaba como un paseo triunfal de Ayuso se ha convertido ya en una importante movilización electoral de la izquierda. Hay veces que el látigo de la contrarrevolución juega un papel determinante en los acontecimientos, y eso es precisamente lo que ha pasado con el discurso fascista, racista y clasista de Vox en estos últimos días.
El discurso y los gestos de Pablo Iglesias han tenido el efecto de resituar el eje de la campaña. El eslogan “comunismo o libertad” que con tanta arrogancia proclamó la candidata pepera en las primeras jornadas, se ha convertido en un objetivo completamente diferente para decenas de miles de trabajadores y jóvenes: “frenar al fascismo”. La precampaña y los siete días que llevamos de campaña como tal han sido una sucesión vertiginosa de hechos que reflejan la auténtica correlación de fuerzas, no solo en Madrid sino en todo el estado.
Un punto de inflexión se produjo el 7 de abril en Vallekas. Ese día, Santiago Abascal y Rocío Monasterio protagonizaron una sonada provocación en el barrio obrero con más tradición de izquierdas de la capital. La reacción de miles de vecinos y vecinas y de la juventud fue contundente. Desbordando todos los llamamientos a “no responder a la provocación” que se realizaron por tierra, mar y aire, los activistas, la izquierda combativa y los vecinos del barrio comprendieron que de llevarse a cabo esa táctica se estaba colocando una alfombra roja para que la ultraderecha desembarcara. De haber aceptado que al fascismo se le combate yéndose a casa y dejándoles la calle, ese 7 de abril todos los medios de comunicación habrían informado de que Abascal y sus secuaces reinaban en Vallekas. Pero no fue así.
Muchas cosas quedaron claras gracias a esa determinación. En primer lugar, así es cómo se impide que el discurso de la ultraderecha se blanquee, con la acción directa. De la misma forma, el gesto de Pablo Iglesias levantándose del debate de la SER ante las infamias y provocaciones de Rocío Monasterio también contribuye a ello, aunque días antes muchos burócratas, arribistas y estómagos agradecidos que pueblan los aparatos de la izquierda reformista pusieran el grito en el cielo ante el valor y el arrojo de los vecinos vallekanos.
En segundo lugar, la Plaza Roja de Vallekas también fue el escenario de otra lección práctica: que la policía no está al servicio del supuesto “Estado de derecho”, sino de los intereses de Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso y del régimen del 78. Parece que en estos días Pablo Iglesias también ha tenido la oportunidad de comprobar en su propia experiencia esta apreciación de los marxistas.
El ataque con cócteles molotov al local de Podemos de Cartagena o las cuatro balas de Cetme y la carta condenando a muerte a Iglesias, a sus padres y a Irene Montero no son ninguna broma. Pero estas agresiones no son las primeras que sufrimos. Llevamos años asistiendo a una escalada de violencia fascista contra movilizaciones de izquierda, contra los inmigrantes, contra los colectivos LGTBI, contra asociaciones de vecinos…, y los tribunales de justicia no han movido un solo dedo para encarcelar a ninguno de los energúmenos que la protagonizan. Al contrario, asistimos cotidianamente a sentencias vergonzosas que les dejan en libertad, mientras los activistas combativos del movimiento sindical y de la izquierda son perseguidos en interminables causas judiciales y raperos son condenados a años de cárcel.
¿Por qué ocurre todo esto? No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta que los fascistas disfrutan de la impunidad que les otorga el aparato del Estado, integrado por una judicatura, unas fuerzas policiales y militares que en ningún momento fueron depuradas tras la caída de la dictadura franquista, y que ampararon a todos los asesinos y torturadores de la misma, muchos de los cuales fueron colocados en puestos de mando e incluso ascendidos por Gobiernos del PSOE.
Hace pocos meses, un grupo de militares de alta graduación llamaba a fusilar a 26 millones de rojos y concluir la tarea iniciada el 18 de julio de 1936. Anteriormente, en un chat de WhatsApp de la Policía Municipal de Madrid se jaleaban proclamas nazis y se lanzaban amenazas de muerte contra la entonces alcaldesa Manuela Carmena. ¿Han adoptado los tribunales alguna medida? Por supuesto que no. Es más, desde los ministerios de Defensa e Interior no se ha depurado ninguna responsabilidad, y eso que ambos están en manos de ministros del PSOE.
La agresividad de formaciones como Vox, y de todo el universo fascista que orbita en su entorno, no ha sido combatida por el llamado “Estado de derecho”, al fin y al cabo un Estado capitalista. Lo más grave es que desde la izquierda parlamentaria y reformista, especialmente del PSOE, con su defensa ardiente de la monarquía, de Juan Carlos I, del ejército y de la policía, se ha tratado con guante de seda a todos estos elementos mientras han recurrido a la violencia policial y a la criminalización para poner una mordaza a la juventud que lucha por sus derechos y frenar la protesta social en estos meses. La lista es larguísima, desde la represión salvaje de las manifestaciones por la libertad de Pablo Hasél y la prohibición de todas las movilizaciones del 8M, hasta la legalización de desfiles nazis en tributo a la División Azul o la celebración de la entrada en Madrid de las tropas franquistas.
La vara de medir no ha sido la misma, todo lo contrario. Y de esos polvos vienen estos lodos. Hablamos de hechos, no de conjeturas. Y sobre esto también tienen que reflexionar Pablo Iglesias y la dirección de UP, cuando siguen empeñados en participar en el Gobierno junto al PSOE, en lugar de pasar a una oposición contundente de izquierdas e impulsar la movilización social para, en efecto, derrotar de la única manera posible a la ultraderecha y acabar con las causas que provocan su avance.
¡La culpa no es de los trabajadores! Para movilizar los barrios obreros hacen falta políticas de izquierda de verdad
La atención de la clase trabajadora y la juventud de todo el estado se centra en lo que puede pasar en Madrid el 4 de mayo. Y hay que decir que en estos días han cambiado bastantes cosas, que son también el reflejo de la enorme insatisfacción que existe en los barrios con la marcha de los acontecimientos en los últimos años.
No hay duda de que Pablo Iglesias ha girado a la izquierda en su discurso, algo que celebramos y apoyamos. Algunos sectarios, que se pasan el tiempo charloteando en el extrarradio del movimiento obrero y de la juventud, pero a los que les es ajeno lo que piensan realmente los trabajadores, considerarán que los gestos y las palabras de Iglesias no son más que demagogia y oportunismo. Pero la verdad es otra. Cuando Pablo Iglesias afirma en los mítines que si la izquierda no hace políticas realmente de izquierda y en cambio copia las de la derecha es inevitable que pierda las elecciones, lo que está es expresando un sentimiento generalizado.
Culpar, como hacen muchos articulistas de medios progres, a las familias trabajadoras de barrios humildes de la capital por no ir a votar y responsabilizarlas del triunfo electoral de la derecha es un ejercicio de cinismo e hipocresía completamente despreciable. En el año 2015 Podemos ganó las elecciones municipales con la marca Ahora Madrid, y dobló en votos y concejales al PSOE. Está bien recordar los datos de aquellos comicios:
- Ahora Madrid, 20 concejales, 519.721 votos y el 31,84%
- PSOE, 9 concejales, 249.286 votos y el 15,27%
- PP, 21 concejales, 564.154 votos y el 34,57%
- Ciudadanos, 7 concejales 186.000 votos y el 11,43
Esta victoria histórica podría y debería haberse consolidado. Pero no ocurrió así. Y las razones son obvias. La política de Ahora Madrid no cambio la fisonomía de los barrios de la capital, no atajó la especulación inmobiliaria ni los pelotazos. Al contrario, los favoreció como demostró el escándalo de la operación Chamartín. Se incumplieron promesas fundamentales, como la remunicipalización de los servicios públicos y la subrogación de las plantillas. Los servicios privatizados siguieron haciendo de oro a Florentino Pérez y la oligarquía empresarial amiga del PP. No se prohibieron los desahucios, no se acometió ninguna política de vivienda social, no se limitaron los alquileres.
Tampoco se protegieron la sanidad ni la educación públicas. Se dieron licencias a troche y moche para abrir nuevas casas de apuestas y para polideportivos y piscinas privadas. El transporte público no mejoró y la política medioambiental fue de risa: algunos carriles bici y la protección del centro más comercial y turístico, mientras los barrios se degradaban y la contaminación que sufren empeoraba.
La frustración se extendió y se pagó un duro precio en las elecciones de 2019. La candidatura de Más Madrid quedó en manos de Iñigo Errejón, que se escindió de Podemos y se llevó a todo el aparato de la capital. El resultado ya sabemos cuál fue.
En estos días, la presión de los acontecimientos y la insistencia de Pablo Iglesias en mantener un discurso combativo, en defensa de la sanidad y la educación pública, contra los desahucios, a favor de los impuestos a los ricos…, y confrontando con el fascismo de Vox y Ayuso ha tenido efecto. Ha obligado al candidato del PSOE, Ángel Gabilondo, a cambiar su lamentable inicio de campaña, cuando insistía en un Gobierno con Ciudadanos y lanzaba todos sus ataques contra el candidato de Unidas Podemos. También ha forzado a Mónica García, la candidata de Más Madrid, a radicalizar su lenguaje y a que denuncie con más energía a la alianza de Ayuso y Vox.
En definitiva, posiciones más claras, más de clase, más combativas no asustan a los trabajadores y la juventud. Lo que realmente desmoviliza, desmoraliza y frustra a nuestra clase es que, cuando las organizaciones de la izquierda parlamentaria llegan al Gobierno, tardan muy poco en abandonar sus promesas y en someterse a los grandes poderes económicos; que cuando llegan a los ayuntamientos, los caciques de siempre, la élite de siempre, hace lo que le viene en gana; que la inmensa mayoría de los llamados “ayuntamientos del cambio” han sido incapaces de revertir los recortes y la situación de acoso y derribo que sufren la educación, la sanidad y los servicios públicos.
Eso es lo que ha hecho posible que el PP pueda perpetuarse en Madrid y opte a gobernar nuevamente la Comunidad. Pero hay que decir que la izquierda parlamentaria se lo ha puesto muy fácil.
El 4M hay una oportunidad para derrotar a la ultraderecha de Ayuso y Vox. Izquierda Revolucionaria está participando con todas sus fuerzas en esta campaña, levantando la bandera del socialismo, de un programa de acción contra los recortes y las privatizaciones, contra el fascismo. Y sin ocultar nuestras diferencias pedimos públicamente el voto a Pablo Iglesias y a Unidas Podemos. Desarrollamos una política de frente único: marchamos separados y golpeamos juntos al enemigo.
Esta es la forma de ganar el oído de la vanguardia del movimiento obrero y juvenil. Planteamientos como la abstención o el voto en blanco son completamente estériles y, en este contexto concreto, reaccionarios. Pero al mismo tiempo que debemos movilizarnos masivamente en las urnas para barrer a la derecha, hay que señalar claramente que la posible formación de un Gobierno encabezado por el PSOE, aunque lo integren Más Madrid y UP, no significará la solución de nuestros problemas como trabajadores y jóvenes. Un Gobierno de ese tipo, como ya estamos comprobando con el Gobierno central, si no rompe con la lógica del sistema, si no desafía a la oligarquía financiera, a la patronal, a los especuladores, acabará cediendo a sus intereses.
Derrotar a la derecha, asestar un golpe al PP y a Vox mandaría un mensaje de enorme fuerza y confianza a los trabajadores de todo el estado. Hay que vencer a la derecha el 4 de mayo, pero votar no basta. Necesitamos construir una izquierda combativa, anticapitalista, antirracista y antifascista; con un programa consecuente para hacer frente a la crisis del capitalismo; que abogue por la nacionalización de la banca para defender todos los puestos de trabajo y luchar contra el desempleo; que ponga fin a los desahucios y blinde la vivienda, la sanidad y la educación pública; que defienda el derecho a la autodeterminación y la república socialista.
¡Fascistas, ni en las urnas ni en las calles!
¡Únete a Izquierda Revolucionaria, ahora es el momento!