El congreso del PSOE que se clausuró el pasado 17 de octubre en Valencia puso en escena el espectáculo de la recobrada unidad del PSOE y la reafirmación de su papel histórico como un sólido pilar del régimen del 78.

En vano buscaríamos algún indicio de un debate de ideas, y mucho menos de ideas que tengan alguna relación con el socialismo. De lo que se trataba era de dar por cerrada la crisis interna que se desencadenó en 2016 y de retomar con determinación las políticas que han caracterizado al PSOE desde la Transición, como el mejor garante de la paz social y la estabilidad del capitalismo español.

En el acto de cierre no faltó la necesaria ración de demagogia y guiños a su electorado obrero tradicional a cargo de Pedro Sánchez, que prometió derogar la Reforma Laboral y la Ley Mordaza, e incluso abolir la prostitución. Pero no había transcurrido ni una semana desde la clausura del congreso cuando se ha eliminado definitivamente cualquier esperanza de que lo veamos ejecutando políticas de izquierda.

La burla de la futura Ley de Vivienda, que aplaza como mínimo hasta 2024 unas medidas completamente inútiles para frenar la escalada de precios del alquiler, o su tajante negativa a intervenir en el mercado eléctrico, ya dejaban suficientemente claro lo que se podía esperar del PSOE. Pero por si quedaban dudas, el acuerdo con el PP para la renovación del Tribunal Constitucional, que incluye el nombramiento de una juez fascista como Concepción Espejel o un implicado en casos de corrupción como Enrique Arnaldo y, sobre todo, la infamia perpetrada contra el diputado Alberto Rodríguez, demuestran la verdadera política del PSOE y, de paso, el rotundo fracaso de la estrategia de Unidas Podemos.

Sin una enérgica movilización en las calles, sin proponer un programa alternativo a la gestión capitalista de la crisis, solo haciendo presión desde las instituciones y desde el seno del propio gobierno, es imposible obligar al PSOE a desviarse de su función de agente político de la clase dominante.

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En el acto de cierre no faltó la necesaria ración de demagogia y guiños a su electorado obrero tradicional a cargo de Pedro Sánchez, que prometió derogar la Reforma Laboral y la Ley Mordaza, e incluso abolir la prostitución.

¿Qué significó la crisis del PSOE de 2016?

En 2016 el PSOE sufrió una grave crisis interna, provocada por la presión de la lucha de clases y el giro a la izquierda de millones de jóvenes y trabajadores. La aparente solidez del aparato del PSOE, curtido por muchos años de ejercicio del poder del Estado, se resquebrajó ante movilización social tras la crisis del 2008 y el fulgurante auge de Podemos. Sintiendo las serias amenazas que se cernían sobre su futuro, viendo el colapso electoral de los socialistas griegos y franceses, el PSOE se dividió ante el dilema de permitir la investidura como presidente del gobierno de Mariano Rajoy, o respetar el sentir rotundamente mayoritario de sus afiliados y votantes, y pronunciarse en contra de la investidura.

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE desde 2014, fue más sensible a las presiones de la lucha de clases y convirtió en bandera el “No es no” a la investidura de Rajoy. Pero el aparato del PSOE fuertemente presionado por la burguesía, optó por una política de unidad nacional y dar un golpe de mano interno. La crisis del capitalismo exigía rápidas medidas de ajuste, el ascenso de Podemos era percibido en aquel momento por la clase dominante como una grave amenaza y el decidido avance del movimiento de liberación nacional en Cataluña sacudía los cimientos del régimen del 78. Para la burguesía y para el aparato socialista no había otra alternativa que facilitar el acceso del PP al gobierno, aun a costa de poner en riesgo el futuro del PSOE.

Como resultado de este enfrentamiento interno Pedro Sánchez fue destituido como secretario general del PSOE y Mariano Rajoy fue investido presidente del Gobierno. El malestar que esta operación causó a las bases del PSOE fue aprovechado por Pedro Sánchez que unos meses después ganó las primarias internas del PSOE, imponiéndose con rotundidad a la candidata oficial Susana Díaz. En el congreso del mes de junio de 2017 fue refrendado como secretario general.

Los principales representantes del aparato del PSOE reaccionaron con furia ante esta derrota y, a su cabeza, Felipe González, que no perdió oportunidad ni ocasión para descalificar de forma hiriente a Pedro Sánchez. Los medios de comunicación conservadores, el PP, Ciudadanos, y toda la reacción, se lanzaron a una campaña de descrédito de Sánchez, al que describían como un peligroso radical cuya oculta intención era “destruir España”.

Pero los procesos de la lucha de clases pudieron más que las tramas y conspiraciones de la burocracia del PSOE y sus valedores en el aparato de Estado y en los medios de comunicación. El malestar social llegó hasta tal punto que propició la victoria de la moción de censura a Rajoy, y Pedro Sánchez se convirtió en presidente de Gobierno.

A pesar de sus reticencias iniciales, Sánchez no tuvo más remedio que apoyarse en Unidas Podemos para formar gobierno después de intentarlo con Ciudadanos y repetir por segunda vez las elecciones generales en 2019. A pesar de la amarga experiencia y los desengaños dejados en herencia por los anteriores gobiernos socialistas, una ola de esperanza se extendió entre la clase trabajadora de todo el Estado. ¿Sería posible revertir los durísimos recortes del PP y detener la ola represiva que se abatía sobre el pueblo catalán? ¿Se pondría de una vez fin al franquismo enquistado en el corazón de la judicatura, el ejército, la policía y las altas esferas del Estado?

O con los capitalistas, o con los trabajadores

La realidad barrió muy pronto esas tímidas esperanzas. La pandemia y la consiguiente recesión, la más grave desde la Guerra Civil, pusieron al gobierno ante un dilema: o apoyar las medidas exigidas por los empresarios, o aplicar un programa socialista que pusiese los grandes recursos acumulados por las capitalistas al servicio de la salud y la vida de la inmensa mayoría de la población.

Pedro Sánchez no tuvo duda alguna sobre el camino a tomar y, aunque permitía de vez en cuando un pequeño desahogo simbólico a Unidas Podemos, bajo su batuta el Gobierno se volcó en la tarea de ayudar a la burguesía a recuperar lo antes posible los beneficios perdidos.

Las dudas que albergaba la clase dominante sobre la entrada de UP en el gobierno se fueron desvaneciendo y desaparecieron completamente tras la salida de Pablo Iglesias de la vida política. Semana a semana, el papel de UP en el gobierno se difuminaba más y más, y el PSOE volvía a afirmarse como el partido clave para la estabilidad social y para el mejor desarrollo de los grandes negocios del capital financiero.

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Las aguas vuelven a su cauce. Nada mejor para escenificarlo que el abrazo entre Felipe González y Pedro Sánchez, después de un discurso en el que Sánchez citó 40 veces a González.

Ya solo faltaba escenificar la situación. Nada mejor para ello que el abrazo entre Felipe González y Pedro Sánchez en el congreso de Valencia, después de un discurso en el que Sánchez citó 40 veces a González. Las aguas vuelven a su cauce.

Y frente a la unanimidad y el reforzamiento del PSOE, Unidas Podemos se desangra. A pesar de los tiras y aflojas sobre la derogación de la reforma laboral, no hay duda de que Yolanda Díaz acabará aceptando lo que el PSOE le imponga, subordinando todos sus esfuerzos a cumplir el triste papel que Pedro Sánchez le ha asignado: el de encabezar una nueva formación política que, sobre las ruinas de Podemos, garantice que el voto a la izquierda de la socialdemocracia pueda ser destinada a dar continuidad a futuros gobiernos del PSOE.

Una vez más se comprueba que sin un programa revolucionario, sin un programa de transformación socialista de la sociedad, las mejores intenciones son impotentes. Pero el fracaso de Podemos, por muy negativo que sea su impacto en el ánimo de su base social, en todos aquellas y aquellos que pusieron todas sus esperanzas en lo que parecía ser un proyecto radical, no va a parar la lucha de clases. Las recientes movilizaciones contra las agresiones homófobas y contra el recorte de las pensiones demuestran que hay terreno para volver a avanzar. Dotar al movimiento de un programa marxista, fortalecer la organización revolucionaria capaz de llevarlo adelante, vuelve a ser la tarea más apremiante del momento.

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