Hace 14 meses, y bajo el pretencioso lema de “Empieza todo”, se presentó públicamente Sumar en Madrid. En ese acto Yolanda Díaz desgranó la retahíla de tópicos, lugares comunes y declaraciones vacías que ha caracterizado a esta formación desde el momento mismo de su concepción. Sumar, según Díaz, era “el futuro que ya está aquí”, la fuerza que iba a “ensanchar la democracia” y que nos explicaba a todas y todos que “tenemos derecho a ser felices”.

Todo esto no eran promesas para un próximo futuro. ¡Qué va! Por si alguien lo dudaba, Díaz no se cortó en proclamar en esa presentación que “desde el Gobierno de España, desde el minuto uno, no hemos hecho otra cosa que recuperar derechos. Por ello me siento muy orgullosa de haber hecho la única reforma laboral que ha recuperado derechos”.

Las elecciones vascas primero, las catalanas poco después, y ahora las elecciones europeas han devuelto a Yolanda Díaz y sus asociados a la dura realidad, convirtiéndolos en un tiempo récord en una fuerza que se deshilacha. Y esto no ha ocurrido porque el “derecho a la felicidad” impere en el Estado español ni porque el proceso de “recuperación de derechos” haya culminado y ya no nos quede derecho alguno por recuperar y disfrutar. Todo lo contrario. La precariedad y la pobreza avanzan entre la clase trabajadora, conseguir una vivienda digna se ha convertido en una pesadilla, y la inflación hace cada vez más difícil llegar a fin de mes.

Si todo el discurso es cerrar en las urnas el paso a la ultraderecha y entre el PSOE y Sumar es casi imposible encontrar alguna diferencia sustancial ¿qué razones habría entonces para no votar a la fuerza más grande? Sumar y Yolanda Díaz, con el entusiasmo de los conversos, asume como propias todas y cada una de las políticas del PSOE: mimar a los especuladores inmobiliarios y a los caseros, apoyo incondicional a Zelensky y a la ola belicista que recorre Europa, incremento acelerado del gasto militar, teatrillo en torno al reconocimiento de Palestina que solo sirve para intentar encubrir que las relaciones con Israel siguen viento en popa, el mantenimiento de la Ley Mordaza y el recurso a la represión más brutal cuando la movilización social avanza… Por tanto, ¿por qué no votar al original y confirmarse con una mala copia aunque sea tan cuqui?

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Si todo el discurso es cerrar en las urnas el paso a la ultraderecha y entre el PSOE y Sumar es casi imposible encontrar alguna diferencia sustancial ¿qué razones habría entonces para no votar a la fuerza más grande? 

Sumar solo ha tenido éxito como trituradora de Podemos

El fracaso electoral de Sumar no debe hacernos olvidar que, retórica aparte, la intención real de su lanzamiento fue el intento, impulsado y patrocinado por el PSOE, de enterrar definitivamente esa voluntad de romper con el sistema que subyacía tras el éxito de Podemos.

A diferencia de Sumar, Podemos no nació en  despachos ministeriales y restaurantes de moda, ni alentada por la cloaca mediática, ni con las bendiciones de la socialdemocracia. Podemos fue la expresión de las movilizaciones del 15-M, de las Mareas de la Educación y la Sanidad, de las Marchas de la Dignidad, de las huelgas generales y del hartazgo con la paz social. Cientos de miles de personas vieron en Podemos una herramienta útil para transformar sus vidas, y la cogieron con ambas manos.

Como ya hemos explicado en numerosos artículos, la deriva hacia la acción puramente institucional, la entrada en el Gobierno de Sánchez con la peregrina idea de hacer girar al PSOE hacia la izquierda, y el abandono de la movilización en las calles que Pablo Iglesias estableció como estrategia debilitó extraordinariamente a Podemos. La formación morada se convirtió en auxiliar del PSOE para cubrir su flanco izquierdo y tragó con todos los sapos habidos y por haber.

Pablo Iglesias no sacó ninguna conclusión seria de estos hechos. Simplemente se hizo a un lado pero antes de irse designó a dedo a su sucesora: Yolanda Díaz. Y esto no fue una casualidad. Cuando entiendes la política como una maquinaria electoral donde la imagen es lo primero, Iglesias pensó que Yolanda, con la que había trabajado tan estrechamente y a la que había promocionado hasta la saciedad, era la mejor apuesta. Un error que coronaba una cadena de errores fatales. Ahora Iglesias insiste una y otra vez en primar la lucha ideológica y la batalla cultural, pero se echa de menos un poco más de humildad y rigor para reconocer su responsabilidad en todo lo ocurrido.

A pesar de todo, Podemos conservaba una base social importante y era sensible a las demandas de la movilización popular. La Ley del Solo Si es Si, una conquista de la movilización de las mujeres que creció como la espuma a partir de 2017, puso en cuestión prejuicios machistas e hizo que el sector más reaccionario de la sociedad española viera su aprobación como un atentado a algunos de sus privilegios más rancios.

La respuesta del PSOE fue la de ceder completamente ante la ofensiva desencadenada por el poder judicial y los medios de comunicación de la derecha y, a la vez que pactaba con el PP las enmiendas necesarias para privar a la Ley de sus aspectos más avanzados y positivos, decidió librarse para siempre de Irene Montero y los ministros de Podemos.

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Podemos no nació en los despachos, fue la expresión de la rebelión social que abrió el 15-M. La acción puramente institucional, la entrada en el Gobierno de Sánchez y el abandono de la movilización en las calles debilitó extraordinariamente a la formación morada. 

Para esta repugnante tarea, el PSOE puso su confianza en Yolanda Díaz que, con el apoyo del PCE e Izquierda Unida, congregó a su alrededor a toda una tropa de oportunistas y carreristas que habían medrado gracias al auge de Podemos y que querían seguir en sus cómodos despachos al precio que fuese.

Díaz armó a esta gente con un discurso de aspecto “moderno”, pero totalmente vacío de contenido, machacó con todas sus fuerzas a lo que quedaba de Podemos y consiguió mantener una importante cuota de altos cargos en el Gobierno de Pedro Sánchez. Pero, como acabamos de comprobar, una cosa son las intrigas de palacio, con su acompañamiento de traiciones y puñaladas por la espalda, - materia en la que Díaz es toda una maestra - y otra muy distinta convencer a los electores de que esa es la política de izquierda que se necesita.

Díaz anuncia que se va, pero se queda

Los resultados de las europeas fueron la gota que colmó el vaso de los socios de Yolanda Díaz. Izquierda Unida ha perdido a su europarlamentario, Más Madrid también se queda fuera del Parlamento Europeo, y el malestar de las diversas camarillas que componen la dirección de Sumar se ha desbordado. Al día siguiente de la votación, Díaz anunciaba que renunciaba a su papel como líder de Sumar. “Siento que no he hecho las cosas que debía hacer (…) La ciudadanía lo ha percibido”, explicó en una comparecencia telemática en la que no se admitieron preguntas de los periodistas.

Pero apenas 24 horas después, Díaz se ha apresurado a matizar su supuesta “renuncia”. Hablando de sí misma en tercera persona, ahí es nada, ha proclamado que “Yolanda Díaz no se va” y ha explicado que el anuncio de la víspera era nada menos que “política de la buena” y que respondía a una medida de protección del Gobierno de coalición con el PSOE que ella va a “preservar por encima de todo”. Y, por si quedaban dudas sobre su futuro, ha asegurado que “tenemos cinco ministerios en el Gobierno de España y los voy a seguir coordinando”.

Actuando como una emperatriz de la política más podrida, Díaz quiere sortear su debilidad liberándose de la tutela de su propia camarilla. Renuncia a su papel formal de jefa, pero intenta mantener con puño de hierro su rol de dirigente del grupo parlamentario de Sumar y de sus ministros y altos cargos. Confía en que Sánchez no tiene otra opción que mantenerla como vicepresidenta porque necesita los diputados de Sumar. Yolanda Díaz no engaña a nadie respecto a sus intenciones. Quiere seguir siendo ella, la candidata autoproclamada “para ganar las próximas elecciones generales”. Otra cosa es lo que harán los partidos de su precaria coalición que como es evidente están afilando sus cuchillos y parecen bastante disgustados ante la evolución de los acontecimientos.

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Actuando como una emperatriz de la política más podrida, Díaz quiere sortear su debilidad liberándose de la tutela de su propia camarilla. Renuncia a su papel formal de jefa, pero intenta mantener con puño de hierro su rol de dirigente. 

Sumar está amortizada, y Yolanda lo sabe. También lo saben en el PSOE y sus fontaneros no tardarán mucho en hacer ofertas a la vicepresidenta para que se sume a la casa común. Queda mucho por ver.

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