No es ninguna novedad que, en momentos de profunda crisis del sistema, la clase dominante utilice todas las herramientas a su alcance, también las ideológicas, para dividir a los trabajadores. Desde un punto de vista capitalista tiene todo el sentido del mundo intentar debilitar a la clase gracias a cuya explotación consiguen amasar ingentes fortunas.  

Es un fenómeno mundial, asistimos al plan perfecto: un bombardeo racista por tierra mar y aire para convertir a los y las migrantes —y no a los recortes y las políticas de austeridad capitalistas— en responsables de la saturación en los servicios públicos, de los bajos salarios y la precariedad, de las míseras pensiones, el hambre y la necesidad por la que atraviesan millones de familias.

La campaña racista desatada en el Estado español coincidiendo este verano con el aumento de llegadas de migrantes “irregulares” a Canarias —una ruta que se ha convertido en una de las más peligrosas del mundo, y que se ha cobrado la vida de cerca de 800 personas en lo que va de 2024— es el último ejemplo de una estrategia de lluvia fina que va dando sus frutos.

Pero los datos desmienten rotundamente la supuesta “crisis migratoria” que se agita a modo de señuelo.[1] Ni las personas migrantes están llegando en masa a nuestras costas (en los primeros siete meses de 2024, 29.031), ni viven de ayudas sociales, ni son los causantes de la inseguridad o la saturación de servicios públicos como la sanidad o la educación, ni de las bajas pensiones. Los y las migrantes trabajan mucho y en condiciones muy duras, explotados legal e ilegalmente, y son los empresarios los que les necesitan para seguir forrándose. No es casualidad que el salario promedio de los trabajadores de origen extranjero sea un 24% inferior al de un trabajador nativo, según datos del INE en 2021.

Pero no cabe duda de que este coro reaccionario está penetrando y teniendo efecto. Si durante semanas abres los telediarios con imágenes de cayucos repletos de migrantes desesperados, si en todas las tertulias se repiten las escenas de hacinamiento en puertos de pequeñas localidades, si desde la derecha y la extrema derecha hablan de combatir la inseguridad provocada, según ellos, por los inmigrantes y, sobre todo, si hasta Pedro Sánchez y su Gobierno “progresista” se suman a este discurso, el resultado no puede ser otro que asociar inmigración a un gravísimo problema.

Los datos del último CIS, según los cuales en los últimos tres meses la preocupación por la inmigración ha pasado del noveno al primer puesto, así lo reflejan. Es cierto que ese porcentaje (30,8%) se desploma al preguntar en qué medida les afecta directamente, y también que la encuesta del CIS condiciona la respuesta. Pero esto no puede hacernos restar gravedad al hecho de que la alarma social está sembrada (y muy conscientemente) y sobre ella cabalgan los prejuicios racistas que hacen mella también en sectores de la clase trabajadora y la juventud.

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Para frenar el discurso racista hay que hablar de expropiación de ese 1% de la población que acapara la mayoría de los recursos, apelar a la unidad de la clase obrera, nativa o extranjera, y construir una izquierda revolucionaria consecuente. 

Inmigración ¿segura y ordenada?

En un alarde de cinismo repugnante, Pedro Sánchez defendía recientemente una inmigración “segura, ordenada y regular” para luchar contra las “mafias”. También la “migración circular”, con contratos en origen. Hablando claro, en nombre de la defensa y protección de los y las migrantes contra las mafias, la solución del Gobierno “progresista” es que tú, migrante, puedas venir únicamente a nuestro país a ser explotado e inmediatamente termines, y el capitalista de turno ya no te necesite, te vayas. Eso, por supuesto, si no protestas o denuncias haber sufrido abusos, en cuyo caso el contrato acabará antes y tu estancia también.

No, lo que está detrás de las cínicas palabras “segura, ordenada y regular” es: a la medida de las necesidades de esa “mafia” legal que son los empresarios y que marcan la política migratoria de cada uno de los países en función de la mano de obra que en cada momento necesiten y contando con la amenaza de expulsión como chantaje constante.

La bandera del racismo pertenece al discurso de la extrema derecha, pero en los últimos años las políticas migratorias, y represivas en general, tanto de la Unión Europea (con su Pacto de Migración y Asilo) como de los distintos Gobiernos, sean del color que sean, conservadores o socialdemócratas, han naturalizado en los hechos la violencia contra nuestros hermanos de clase migrantes y el discurso de la extrema derecha.

Acuerdos de la “vergüenza” con terceros países que empezaron con Turquía, pero continuaron con Marruecos, Libia, Túnez, Mauritania…, y cuyo único objetivo es endurecer el control de fronteras financiando a las fuerzas represivas de los países de origen de la inmigración —con los mismos recursos públicos que nos dicen que no hay para las necesidades sociales— y evitar así su entrada en la “civilizada” Europa a costa de lo que sea. Deportaciones masivas, centros de internamiento, represión policial… son la norma y no la excepción.

El problema no son los recursos, es el capitalismo

La tesis central que se esgrime frente la inmigración, ya sea desde la extrema derecha hasta la socialdemocracia en todas sus versiones, en el fondo es exactamente la misma: los recursos son limitados y “no dan” para todos y todas. Comprar este argumento es abrir la puerta a la trampa de la división de nuestra clase en líneas raciales, confundirnos de enemigo y acabar haciendo el caldo gordo a la reacción.  

Pero la realidad lo desmiente. El problema no es la falta de recursos, sino en manos de quién están bajo el capitalismo.

El último informe de Oxfam señala que el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 95% de la población. En la UE las grandes fortunas aportan a las arcas públicas 60 céntimos por cada 10 euros, mientras que el mayor porcentaje de recaudación se registra en los impuestos al consumo y sobre la renta. Datos como estos son suficientemente aclaratorios respecto al auténtico problema de fondo: esa minoría parásita de capitalistas que acapara la riqueza generada con su trabajo por millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo, también por la mano de obra migrante.

El potencial para levantar un genuino movimiento de solidaridad que rompa este discurso existe y quedó demostrado en el maravilloso Refugees Welcome que, hace ahora una década, inundó las principales ciudades europeas. Hoy esas mismas ciudades y países son el escenario de las políticas más salvajes de persecución y criminalización racistas.

Pero para frenar el discurso racista hay que hablar claro, hay que hablar de expropiación de ese 1% de la población, de quitar el poder a la clase dominante y poner esa riqueza al servicio de la humanidad. Hay que apelar a la unidad de la clase obrera, nativa o extranjera, frente a nuestro enemigo común, los capitalistas, y, sobre todo, hay que llevar estas ideas al movimiento, a la acción a través de la movilización y la organización de una izquierda revolucionaria consecuente.

 

[1] El Gobierno del PSOE-Sumar cede ante el discurso racista y xenófobo del PP y Vox

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