El año 2025 se inicia con perspectivas inciertas para Pedro Sánchez y su Gobierno. La campaña de acoso desencadenada por el PP y puesta en práctica por una legión de jueces de probada fe ultraderechista agita sin descanso la política institucional y mediática.
Obviamente desde el Gobierno se están moviendo para evitar el desgaste electoral que esta ofensiva puede tener. Cuentan lógicamente con el hecho de que quienes la promueven son los campeones máximos de la corrupción en nuestro país.
Es para romperse el pecho cómo reparte lecciones de moralidad el PP de la Gürtel, de Bárcenas, de los pagos en B a los dirigentes del partido, de los que han construido su sede con el dinero de mordidas empresariales, la organización que más imputados tiene por delitos de corrupción, con presidentes y presidentas de la Comunidad de Madrid dimitidos por su implicación en tantos negocios turbios, y cuya lideresa regional actual además de ser una trumpista arrogante y la responsable de la muerte cruel de más de 7.000 mayores en residencias durante la covid es una hacedora de tinglados y negocietes para su familia gracias a las licitaciones públicas.
Que personas de esta catadura y un partido de esta calaña, que hace pocas semanas demostraron su desidia criminal durante la dana de Valencia, se arroguen un papel de liderazgo para regenerar la vida política provoca náuseas. Creer que Alberto Núñez Feijóo o su amigo Santiago Abascal son la alternativa para limpiar la “democracia” de indecencia es lo mismo que pegarse un tiro en la sien.
Dicho esto, sería un error cerrar los ojos ante el hecho de que la maquinaria política de la socialdemocracia también está metida hasta el cuello en el fango, que esto no es algo nuevo y que los antecedentes son abundantes y probados. La actual trama de corrupción que implica al exministro y exnúmero dos del PSOE José Luis Ábalos, a ese empresario amigo del partido, Víctor de Aldama, tan estrechamente vinculado a la Guardia Civil y a los servicios de inteligencia, y a ese personaje de pasado siniestro como Koldo García, colaborador del general Galindo en la guerra sucia contra ETA no es una simple anécdota que se puede exculpar porque el presidente ya tomó medidas.
El PSOE es un partido dirigido por una casta política con vínculos que le ligan a la burguesía desde hace décadas. En su seno pululan estrategas muy serios de la clase dominante, y cuando las cosas han venido mal dadas han sacado de muchos apuros a la institucionalidad capitalista. Son parte del juego. ¿Cómo no iban a participar en sus cloacas más pútridas? Otra cosa es, lógicamente, que dirigentes como Pedro Sánchez cultivan a conciencia su imagen y tienen grandes dotes para la propaganda y la simulación. Son especialistas en darse un barniz de izquierda cuando es necesario.
Antifascismo de postín
Que el PSOE es un partido de Estado, fiable para la clase dominante y su régimen del 78 está fuera de discusión. Tiene una gran experiencia en cómo lidiar con estos asuntos de la corrupción y ahora lo está demostrando otra vez.
Los mismos que sostienen con pasión a la monarquía, que han impedido cualquier acción parlamentaria para investigar la fortuna ilegal de Juan Carlos I, los que apuestan por la paz social y llenan los bolsillos del IBEX 35, que permiten a los caseros rentistas hacer el negocio del siglo con los alquileres mientras se sigue desahuciando a miles de familias, los mismos que han recrudecido la escalada represiva contra los activistas de izquierda en un momento en que la ultraderecha campa envalentonada sin que aquí pase nada… pues bien, esos mismos dirigentes del PSOE saben que no hay nada mejor que un buen ataque para defenderse. Por eso han convocado una cascada de actos institucionales cuando se cumplen cincuenta años de la muerte del dictador Franco.
Lo hacen para seguir explotando la imagen de que son un muro de contención contra el PP y Vox. Aunque si somos honestos, ese muro está lleno de agujeros y tiene unos cimientos levantados sobre barro.
Recordar los brutales crímenes de la dictadura, la lucha heroica de millones de trabajadores y jóvenes por las libertades democráticas y el socialismo es una obligación de la izquierda combativa. Y así lo vamos a hacer a lo largo de este año, para sacar lecciones y armarnos seriamente para los combates presentes.
Pero hacerlo de la mano de Felipe VI, como pretenden Sánchez, Bolaños y compañía, para glorificar un régimen como el del 78 que jamás depuró el franquismo, que no juzgó a los asesinos y torturadores y dejó impunes sus atrocidades, que mantuvo una judicatura, una policía, un ejército y una clase empresarial colmada de sus representantes, y que nunca ha hecho realidad ni la justicia, ni la verdad, ni la reparación para los cientos de miles de víctimas y sus familiares es, sinceramente, una burla.
El antifascismo de los líderes del PSOE es de pacotilla, de postín, demagógico. En el día a día su antifascismo hace aguas. Los ejemplos desbordan el espacio de este artículo. Pero daremos algunos.
Cuando votan a favor de la legislación racista y xenófoba de la UE, inspirada por la ultraderecha del continente, extienden una alfombra roja a los que dicen combatir. Cuando se integran en una Comisión Europea presidida por una reaccionaria como Ursula von der Leyen y comparten sillones en esa misma comisión con dirigentes de la extrema derecha italiana de Meloni escupen sobre el antifascismo.
Cuando sostienen acuerdos comerciales, diplomáticos y militares con el régimen genocida de Netanyahu, o financian y arman al Gobierno de neonazis que encabeza Zelenski vuelven a demostrar que su “muro” es un fraude. Y lo mismo al cruzarse de brazos y permitir, sí, permitir, que las bandas fascistas de Desokupa den cursos de formación a miles de policías gracias a “acuerdos” alcanzados con los sindicatos policiales, cada vez más fascistizados.
Bonita manera esta de combatir el fascismo. Lógicamente ya ni siquiera apelan al célebre “cordón sanitario” contra la extrema derecha. Este señuelo hace aguas en toda Europa, en Francia, en Austria, en Alemania… No, así no se combate al fascismo.
Es cierto que la clase dominante europea no apuesta aún por una dictadura fascista. Pero eso no quiere decir que no deje de legitimar el discurso de una ultraderecha cada vez más necesaria para imponer su agenda en la batalla de clases interna, utilizando la demagogia contra la “invasión migratoria” como un ariete para dividir a la clase obrera.
La burguesía occidental, con el apoyo activo de la socialdemocracia del viejo continente y del Partido Demócrata en EEUU, profundiza la legislación autoritaria, atacando los derechos democráticos, y facilita en los hechos el fortalecimiento del fascismo y sus organizaciones dentro del aparato judicial, militar y policial, preparándose para las próximas crisis sociales.
La ultraderecha ha dado pasos adelante muy serios que no deben minimizarse. Desde el triunfo de Milei en Argentina, los avances en las pasadas elecciones europeas y austriacas, en las celebradas en Turingia y Sajonia, o las que han llevado en volandas nuevamente a Trump a la Casa Blanca. Y en todos los casos, su progreso se alimenta de una dinámica que cuenta con profundas raíces sociales.
En primer lugar, del retroceso del imperialismo estadounidense y europeo y la emergencia de nuevas potencias que disputan la supremacía mundial. En segundo lugar, de la extrema polarización social y política que conlleva ese fenómeno en Occidente, en el que amplias capas de la pequeña burguesía ven como las viejas certidumbres se tambalean y vuelven la espalda a las formaciones conservadoras tradicionales.
En estas circunstancias la demagogia anticomunista, nacionalista, machista y racista de la extrema derecha proporciona a estos sectores una bandera para luchar y justificar la explotación sin miramientos de una fuerza laboral inmigrante carente de derechos. Acumular más riqueza y sostener su nivel de vida al precio que sea es su credo, permitiendo que la vieja escoria de los prejuicios más mezquinos renazca con fuerza.
En tercer lugar, se alimenta de la desesperación de sectores de trabajadores empobrecidos y completamente desamparados por las estructuras sociales del Estado, y por unos sindicatos cuyas cúpulas burocráticas se han convertido en un sostén crucial de la gobernabilidad capitalista. Estos tienen una gran responsabilidad pues con su permanente renuncia a la movilización y la lucha colectiva, solo favorecen la idea de las salidas individuales y del “sálvese el que pueda”.
Y como factor político relevante, el ascenso de la extrema derecha se beneficia notablemente de la estrategia de una izquierda reformista impotente que se presenta como adalid de una democracia capitalista en descomposición y gobierna para las élites de siempre.
La clase obrera y la juventud es poderosa por supuesto, pero ese poder potencial debe ser materializado en la acción. La fuerza de millones de trabajadores para barrer a la extrema derecha existe, pero hay que movilizarla y organizarla.
Estamos ante una tarea de vida o muerte para la izquierda consecuente. Pero no se puede vencer la amenaza fascista si al mismo tiempo se defiende el orden social de la burguesía, su institucionalidad, su régimen económico de explotación, las bases imperialistas de su dominio, su veneno racista y machista. No se puede democratizar el capitalismo, no hay capitalismo de rostro humano.
El antifascismo que necesitamos debe plantear sin complejos la lucha por la revolución socialista y encarar todos los combates cotidianos con el objetivo de fortalecer la organización y la conciencia revolucionaria de clase. Como señaló León Trotsky en los momentos trágicos del ascenso del fascismo en Alemania: “Lo que separa a los comunistas de la socialdemocracia son diferencias sobre cuestiones fundamentales. La forma más simple de traducir la esencia de esos desacuerdos es esta: la socialdemocracia se considera el doctor democrático del capitalismo, nosotros somos sus enterradores revolucionarios”.[1]
[1] León Trotsky, El frente único defensivo. Carta a un obrero socialdemócrata. 23 de febrero de 1933