Del 1 al 20 de septiembre tendrán lugar las asambleas de base para el 9º Congreso Confederal de CCOO, a celebrar en diciembre, en un contexto muy diferente al de los tres congresos anteriores, durante parte de la nefasta etapa de Antonio Gutiérrez como secretario general y la no menos nefasta de su sucesor, José Mª Fidalgo. El brutal giro a la derecha impulsado por Gutiérrez tuvo, en gran medida, una base ideológica: la caída del Muro de Berlín, que llevó a la crisis a todos los partidos, organizaciones e individuos procedentes de la tradición estalinista. La continuidad de ese giro derechista por parte de Fidalgo, elegido por primera vez en el 2000, tuvo, además, una base material: el crecimiento económico.
La combinación de ambos factores llevó a Fidalgo a niveles de degeneración sin precedentes: no sólo firmó recortes de las pensiones y reformas laborales que facilitaron y abarataron el despido, sino que pretende mantener una neutralidad entre izquierda y derecha que, en la práctica, lo acerca más a ésta que a aquélla, como demostró cuando en 2003 se negó a convocar la huelga general contra la guerra de Iraq. Sus periódicas visitas a la FAES, de la mano de Aznar, son otro símbolo de adónde conduce la supuesta neutralidad ideológica.
Pero la mejor prueba de que la política claudicante de Fidalgo y los oficialistas no sirve para defender los intereses de los trabajadores es la paradoja sindical vivida en la última década. Según la ley de la oferta y la demanda, cuando la demanda de una mercancía aumenta, su precio sube. Aplicada a la lucha de clases, esta ley significa que, cuando hay crecimiento económico (o sea, cuando las empresas aumentan su actividad, se necesita mano de obra, disminuye el paro, etc.), los salarios (o sea, el precio de esa mercancía especial que es la fuerza de trabajo humana) tienden a subir. Sin embargo, a pesar del crecimiento económico de la última década y de los beneficios multimillonarios de las empresas, los salarios perdieron poder adquisitivo. La culpa de esto la tienen, por supuesto, los empresarios, pero también unos sindicalistas que, en vez de defender los intereses de los trabajadores, están instalados en los pactos y el consenso.
Pero ahora la fiesta se acabó: la situación económica se degrada semana a semana, aunque los oficialistas siguen con su tran-tran. Por un lado, Fidalgo ya dijo que espera que los sacrificios se repartan equitativamente entre trabajadores y empresarios, lo cual significa que está dispuesto a asumir más recortes. Por otro lado, hay una pugna soterrada por el poder entre los oficialistas situados en el aparato de las federaciones y los situados en el aparato de los territorios.
El Sector Crítico
El giro derechista iniciado por Gutiérrez dio lugar al surgimiento del Sector Crítico de CCOO. Los marxistas de El Militante participamos en los CrítiCCOOs desde el principio, defendiendo que se orientase hacia la intervención en los problemas y las luchas cotidianas de los trabajadores. Aunque en un primer momento esto fue así (campaña contra la reforma laboral de 1997), la orientación primordial acabó siendo hacia la batalla interna en las estructuras del sindicato, sobre todo en los procesos congresuales, lo que fue un error, por varios motivos: le hizo perder muchas oportunidades y le impidió avanzar, dificultó que los trabajadores diferenciasen claramente entre unos y otros, favoreció que algunos críticos apostasen por la "normalización" de la situación interna, lo que les llevó a una creciente integración en el aparato. Hoy más que nunca, el Sector Crítico tiene un hueco, pero a condición de intervenir en los acontecimientos defendiendo una alternativa consecuente.
Un nuevo contexto
La crisis desatada por las hipotecas basura ha introducido un cambio fundamental en la lucha de clases. La subida del paro y los precios, la pérdida de poder adquisitivo, un euríbor imparable... ponen en el alero el bienestar de cientos de miles de familias obreras. Y la solución que ofrece la burguesía es la de siempre: que los trabajadores paguemos los platos rotos, como revela la directiva europea de las 60 horas.
Es inevitable que esta situación tenga hondas repercusiones en los sindicatos. La única duda es: ¿cuánto tiempo más van a poder seguir Fidalgo y compañía pasteleando con la patronal? No mucho. Los trabajadores están hartos. Si han aguantado todos estos años es porque la economía aparentemente funcionaba y porque los dirigentes sindicales parecían bomberos especializados en apagar los incendios de la lucha de clases para garantizar la paz social. Pero, con las vacas flacas, todos los abusos de los últimos veinte años se van a volver como un bumerán contra los empresarios y sus agentes en el seno del movimiento obrero.
Los marxistas debemos aprovechar este proceso congresual para dar una batalla contra la política de colaboración de clases y para explicar el sindicalismo que hace falta. Pero, más allá de los congresos, tenemos que llenar en las empresas el vacío dejado por la bancarrota de unos dirigentes acomodados: explicar pacientemente que la directiva de la 60 horas es una declaración de guerra que revela que la burguesía europea se dispone a lanzar un ataque brutal, explicar pacientemente la necesidad de un sindicalismo combativo, de clase y democrático; explicar pacientemente que lo que ocurre es una consecuencia del capitalismo, explicar pacientemente la necesidad del socialismo... Y, ante todo, tenemos que seguir aumentando el número de trabajadores comprometidos con las ideas del marxismo y con la construcción de una organización revolucionaria capaz de acabar con la burocracia sindical y con el sistema capitalista.
Del 1 al 20 de septiembre tendrán lugar las asambleas de base para el 9º Congreso Confederal de CCOO, a celebrar en diciembre, en un contexto muy diferente al de los tres congresos anteriores, durante parte de la nefasta etapa de Antonio Gutiérrez como secretario general y la no menos nefasta de su sucesor, José Mª Fidalgo. El brutal giro a la derecha impulsado por Gutiérrez tuvo, en gran medida, una base ideológica: la caída del Muro de Berlín, que llevó a la crisis a todos los partidos, organizaciones e individuos procedentes de la tradición estalinista. La continuidad de ese giro derechista por parte de Fidalgo, elegido por primera vez en el 2000, tuvo, además, una base material: el crecimiento económico.