El pasado 2 de noviembre la dirección de CCOO y UGT (no así la de CIG) firmaron el preacuerdo del convenio provincial del Metal de Pontevedra. Este preacuerdo viene precedido por la impresionante huelga de 27 días que protagonizaron, entre mayo y julio, los 26.000 trabajadores del metal de la provincia. La entrega, el sacrificio y la respuesta masiva que los trabajadores demostraron entonces, abría la posibilidad de lograr una victoria importante. Los trabajadores fueron capaces de superar obstáculos objetivos muy complicados, como su disgregación en más de 2.200 empresas, la temporalidad o el miedo a perder el empleo en medio de la recesión. Incluso sectores tan atomizados y sin presencia de sindicatos, como los talleres mecánicos, pararon mayoritariamente durante varios días.

El pasado 2 de noviembre la dirección de CCOO y UGT (no así la de CIG) firmaron el preacuerdo del convenio provincial del Metal de Pontevedra. Este preacuerdo viene precedido por la impresionante huelga de 27 días que protagonizaron, entre mayo y julio, los 26.000 trabajadores del metal de la provincia. La entrega, el sacrificio y la respuesta masiva que los trabajadores demostraron entonces, abría la posibilidad de lograr una victoria importante. Los trabajadores fueron capaces de superar obstáculos objetivos muy complicados, como su disgregación en más de 2.200 empresas, la temporalidad o el miedo a perder el empleo en medio de la recesión. Incluso sectores tan atomizados y sin presencia de sindicatos, como los talleres mecánicos, pararon mayoritariamente durante varios días.

El metal volvió a tomar Vigo

La entrega, el sacrificio y la respuesta masiva que los trabajadores demostraron entonces, abría la posibilidad de lograr una victoria importante.

Los trabajadores fueron capaces de superar obstáculos objetivos muy complicados, como su disgregación en más de 2.200 empresas, la temporalidad o el miedo a perder el empleo en medio de la recesión. Incluso sectores tan atomizados y sin presencia de sindicatos, como los talleres mecánicos, pararon mayoritariamente durante varios días.

Miles de electricistas, soldadores, caldereros, mecánicos... tomaron las calles de Vigo durante casi un mes. Muchos de ellos tuvieron que pedir préstamos para hacer frente al mes de huelga. Hubo no pocos casos de trabajadores heridos por la policía, que, al salir del hospital, volvían directamente al piquete sin pasar siquiera por sus casas.

Nadie puede negar la disposición de estos trabajadores a llegar hasta el final. Nadie puede hacerles el menor reproche.

Sin embargo, la patronal era consciente de la importancia política de derrotar a un sector de referencia como el metal pontevedrés. Aguantó los primeros días de huelga, pese a perder más dinero que el que tendrían recortado de sus beneficios cediendo ante las reivindicaciones de los trabajadores.

Ausencia de estrategia sindical

Doblegar a los empresarios exigía, por tanto, una estrategia clara de extensión de la movilización y de búsqueda de apoyo social. La disposición  a la lucha por parte de los obreros era esencial, pero ésta debía de estar acompañada de una estrategia correcta por parte de los dirigentes sindicales para triunfar. La extensión de la huelga a las cuatro provincias gallegas era la salida obvia, que hubiese acrecentado las divisiones que ya habían surgido en la patronal (entre ASIME y el cluster de automoción). Esa perspectiva era aun más realista teniendo en cuenta que en pocos meses se iniciaba la negociación del convenio en las otras tres provincias. Su convocatoria podría haber quebrado la resistencia empresarial y puesto en graves dificultades a la Xunta.

Desgraciadamente, las direcciones de CIG, CCOO y UGT carecieron de este plan. En realidad, tras los primero días, en los que la huelga iba en ascenso, los dirigentes sindicales empezaron a trastabillar. Tras la exitosa extensión de la huelga a las empresas con convenio propio (y fuera por tanto de la negociación de este convenio provincial), el 12 de junio, los dirigentes sindicales sintieron vértigo. En lugar de dar otro paso adelante, como la convocatoria de huelga a todo el metal gallego, dieron pasos atrás. Su política fue errática e improvisada: pasar de huelgas de 24 horas a huelgas de 4 horas para después retomar las huelgas de 24 horas; permitir que algunos trabajadores sí acudiesen a su puesto de trabajo (para "evitar quiebras"); anunciar la posible suspensión temporal de la huelga; plantear pasar a otro "modelo de lucha" en lugar de la huelga. Y finalmente, ruptura de la unidad sindical. Ninguna de estas cosas ayudó a dar confianza a los trabajadores en que había un plan serio para ganar, algo esencial para soportar la durísima pérdida de salario o las amenazas de despido. Ninguna de estas acciones contribuyeron a mandar un mensaje a la patronal de firmeza, sino que, por el contrario, les transmitió la idea de que "lo peor ya había pasado" y que a partir de ese momento bastaba con aguantar.

En este contexto, ante la falta de una perspectiva, algunos trabajadores, tras tres semanas de huelga, volvieron al trabajo en Vilagarcía y luego en Pontevedra. En seguida, UGT, CCOO y CIG, por ese orden, fueron abandonando la huelga. La responsabilidad de la derrota de esta lucha recae exclusivamente en los dirigentes sindicales, que no supieron aprovechar un ambiente tan favorable por parte de los trabajadores y tiraron por tierra los grandes sacrificios por ellos realizados.

La huelga finalizó, pero el convenio no se había firmado. Tras la pausa estival las negociaciones se reanudaron. Las direcciones sindicales no se plantearon otra cosa que no fuese aceptar la propuesta empresarial, con algún adorno.

CCOO y UGT firman un mal acuerdo

El día 28 de octubre, CCOO y UGT convocaron una huelga en el Metal de 18 provincias en todo el Estado. Esa era una buena oportunidad para reanimar a los trabajadores de Pontevedra, a los que la perspectiva de salir con el resto de los compañeros del estado serviría de importante estímulo. Aunque sólo se tratase de una amenaza, la posibilidad de que Pontevedra se uniese en huelga a otras 17 provincias, sería un elemento que presionaría a la patronal gallega y ayudaría en las negociaciones. Sin embargo, la CIG ni tan siquiera hizo mención a esta posibilidad. Por su parte, CCOO y UGT se apresuraron a firmar el preacuerdo el día 20 de octubre.

Tras el preacuerdo, el 2 de noviembre CCOO, UGT y tres de las cinco patronales del sector, firmaron el nuevo convenio. En el último momento la dirección de la CIG se desmarcó de la firma del preacuerdo, afirmando, correctamente, que "para eso no era necesario realizar el esfuerzo que les hemos pedido a los trabajadores", aunque sin proponer ninguna alternativa.

Al inicio de la lucha por el convenio, antes del verano, los dirigentes sindicales exigían un convenio de un año de duración. En mitad de la huelga llegaron a un acuerdo con la patronal para que la duración de éste fuese de dos años. El preacuerdo que acaban de firmar establece un convenio de 3 años, hasta 2011. En el aspecto salarial, los sindicatos exigían una subida del 6% al inicio de la negociación. Lo cierto es que no es ninguna exageración, teniendo en cuenta lo bien que les fue a los empresarios de la provincia los últimos años y lo ajustadísimos que son los salarios en el sector, lo que obliga a los trabajadores a hacer horas extras sistemáticamente. Finalmente, la subida firmada es: para el año 2009 (con efecto retroactivo desde enero) la subida será del IPC del año 2008 más un 1,10%. Para el año 2010 será del IPC de 2009 más el 1,5%. Para 2011 será el IPC de 2010 más el 1,25%. Pero aunque esto pueda conllevar algún aumento nominal de los salarios, en realidad no será tal porque todos sabemos que la vida sube mucho más de lo que marca el IPC.

El acuerdo firmado indica que en caso de deflación (caída de los precios), no se aplicará descuento a los sueldos. Como en 2009 habrá seguro deflación y puede haberla también en 2010, los trabajadores tendrán un aumento de unos ¡17 € mensuales! en 2010 y 2011.

La contratación en el naval y la división en líneas nacionales

Con todo, hay un aspecto aún más grave: este convenio no aborda ninguna medida para regular la contratación en el naval. El acuerdo dice textualmente: "Las partes acuerdan que, en el plazo de 45 días a contar desde la fecha de la firma del preacuerdo, tratarán la cuestión referente a la contratación en el subsector naval en el seno de la Comisión de Seguimiento de la Agencia de la Bolsa de Empleo (ABE)" Y ni una palabra más. Nada que obligue a nada a los empresarios. Este no es ningún aspecto secundario. Muchos trabajadores consideran que este punto es más importante que el salarial, ya que es el que determina si tendrán o no trabajo.

La patronal está incumpliendo sistemáticamente su obligación de contratar a los trabajadores que ingresan en la bolsa de empleo. De esta forma, está sustituyendo a trabajadores con una larga trayectoria de trabajo en astilleros, por otros con salarios mucho más bajos. En general, esos trabajadores a los que sobreexplota son extranjeros, obligados a trabajar 11 horas diarias por 1.000 euros.

La sustitución de trabajadores con unas condiciones laborales mejores (conquistadas gracias a años de luchas) por otros con peores condiciones, supone además una amenaza para el conjunto de las plantillas, ya que es una presión a la baja para todos los salarios. La patronal quiere obligarnos a competir unos con otros, sobre la base de quién se vende más barato. No lo podemos permitir. Es retroceder siglos en la lucha obrera, al desnaturalizar la negociación colectiva y volver a los años en los que cada obrero tenía que negociar individualmente sus condiciones con el patrón. Por supuesto, los empresarios intentan también dividir a las plantillas en líneas nacionales para mejor machacarnos a todos.

Los dirigentes sindicales deben luchar para garantizar que todos los trabajadores extranjeros tienen exactamente las mismas condiciones laborales que los nativos. Esto, además de una cuestión elemental de justicia, impediría que los empresarios nos enfrentasen a unos con otros y tiraran a la baja los salarios. Los dirigentes sindicales tienen además que educar al conjunto de los trabajadores en las genuinas tradiciones del internacionalismo proletario, explicar pacientemente y combatir cualquier prejuicio racial o nacional que la patronal consiga inocular entre algunos trabajadores. Pero para poder impedir que a unos trabajadores se les pague por debajo del convenio o que los empresarios no respeten el orden de contratación establecido en la bolsa de trabajo, son necesarias secciones sindicales bien organizadas en cada empresa y dirigentes sindicales combativos y formados ideológicamente. Sólo así se podrá fiscalizar y controlar eficazmente a los empresarios. Esta tarea, la construcción del sindicato empresa a empresa, la formación ideológica de los delegados,  debería ser una prioridad para los dirigentes de CCOO, UGT y CIG.

El convenio es por tanto malo, tanto por su duración, como por la ridícula subida salarial, como por el asunto de la contratación en el naval.

La votación

Los dirigentes de CCOO y UGT decidieron organizar votaciones en los centros de trabajo para conocer la opinión de las platillas, aunque sin carácter vinculante.

El desarrollo de las votaciones ha sido polémico y la CIG ha denunciado irregularidades. CCOO y UGT realizaron la consulta en 711 empresas (de las cerca de 2.200 que hay). Según datos de estos sindicatos, en estas empresas la participación fue de en torno al 80%. La prensa burguesa destaca que el 75% de los trabajadores ha votado a favor del convenio, pero esto es muy matizable. En la comarca clave, Vigo, el rechazo fue del 31% y el dirigente de CCOO Ramón Sarmiento, "reconoció haber recibido algunas negativas ‘mayúsculas' en esta ciudad" (Faro de Vigo, 1/11/09). Y si tenemos en cuenta el total de trabajadores afectados, tan sólo el 37% dio su apoyo activo a la firma del convenio.

Con todo, muchos trabajadores votaron sí al convenio. Su firma llevaba 10 meses de retraso y había muchos aspectos que estaban en el aire hasta su aprobación. Si CCOO y UGT pedían el sí, y si la CIG se oponía pero sin plantear ninguna alternativa, era claro que el convenio se firmaría. En esas circunstancias, ¿para qué retrasarlo más? Nadie puede culpar a estos trabajadores. Todos ellos son plenamente conscientes de que ese no era el convenio por el que lucharon, pero quien debía proponer una alternativa al mismo no lo hacía.

Ambiente entre los trabajadores

Una derrota en una lucha tan dura como ésta tiene efectos en la moral de los trabajadores. A corto plazo, el ambiente en la plantilla estará influido por la sombra de esta derrota. El ambiente, sin embargo, no es homogéneo: mientras que un sector en las empresas está afectado y a corto plazo no quiere ni oír hablar de salir a la calle, otros sectores están deseoso de poder hacerle pagar todo esto a la patronal. De hecho, el 19 de octubre los astilleros de Vigo volvieron a parar en solidaridad con 13 trabajadores a los que se les pide cárcel por su participación en la huelga del metal del 2006. Frente a los juzgados se concentraron 2.000 obreros, convocados en solitario por la CIG. Qué duda cabe de que de haber convocado también CCOO y UGT, los resultados hubiesen sido aún mejores. También, desde el final del conflicto, algunas empresas del Metal, como Tréves o Viza han salido a la huelga por reivindicaciones propias.

Pese a todo, en este momento una caída brusca de los pedidos en el sector naval y en la automoción coincidiría con un ambiente de desánimo. En ese contexto, si la patronal lanza una oleada de despidos, la reacción podría ser, coyunturalmente, de parálisis, aceptación de ataques y búsqueda de salidas individuales.

Es inevitable que, en un momento dado, la grave crisis que sufre el capitalismo repercuta negativamente en la carga de trabajo. Por tanto, hay que recomponer el movimiento obrero antes de que llegue ese momento, para así poder hacerle frente en buenas condiciones. En este sentido, la actuación de los dirigentes sindicales es clave a la hora de acelerar o retrasar la recomposición de nuestras fuerzas.

Los dirigentes de los tres sindicatos han desaprovechado ya una oportunidad de recomponer la moral de los trabajadores, al no vincular la firma del convenio en Pontevedra a la huelga del metal en varias provincias del 28 de octubre. Tienen ahora otra oportunidad de hacerlo, lanzando una campaña seria contra la orgía represiva desatada por el subdelegado del gobierno en Pontevedra contra cientos de compañeros.

La lucha contra la represión

El subdelegado del Gobierno en Pontevedra, Delfín Fernández, se ha caracterizada por una política represiva feroz, propia del franquismo. Su estrategia consiste en intentar amedrentar cualquier protesta de la izquierda. De este modo, infla a multas al Sindicato de Estudiantes, a la plataforma vecinal "Salva o Tren", y por supuesto, a los trabajadores y trabajadoras del metal.

En la lucha del Metal de 2006, la policía cargó salvajemente contra los huelguistas en la Renfe de Vigo. En ese ataque, un joven obrero perdió un ojo. Ahora, el subdelegado pide más de 22 años de cárcel para trece trabajadores detenidos. Las víctimas se transforman en culpables.

En el conflicto que acaba de finalizar, la estrategia fue la de ahogar económicamente a cientos de obreros, para que se lo piensen dos veces antes de salir a la calle. Se les acusa de haber participado en piquetes frente a concesionarios, pero lo cierto es que las identificaciones fueron realizadas días después de estos hechos, y por supuesto, tomando trabajadores al azar. Las multas ya han llegado a unos 400 trabajadores y ascienden a nada menos que a 400.000 euros. Es vergonzoso que trabajadores que han perdido buena parte de su sueldo en la huelga, que se han arriesgado a ser despedidos, ahora sean castigados así.

Los dirigentes sindicales deben organizar desde ya la respuesta. Para empezar deberían lanzar una campaña política en toda la provincia exigiendo la dimisión inmediata del subdelegado y la retirada de todas las multas. Si los dirigentes quisieran, podrían poner en marcha todos sus recursos (liberados, delegados...) para presionar públicamente al PSOE. Una campaña seria de mítines en los barrios, con recogida de firmas, dinero y resoluciones, podría ser el pistoletazo de salida de esta campaña.

Y bien organizada, con tiempo, con propaganda a manos llenas, empapelando la provincia, repartiendo hojas en los mercados, etc., esta campaña podría servir para reanimar a los trabajadores. Después de una campaña de este tipo, se podría empezar a preparar el terreno para una jornada de huelga en el metal. Si el conflicto se hace conocido en toda la provincia, si se consigue las simpatías de otros trabajadores, de los estudiantes, etc., el ánimo en las fábricas para ir a la huelga y restañar las heridas podría cambiar rápidamente.

Conclusiones

El contexto general empuja hacia un recrudecimiento del enfrentamiento entre las clases. En Vigo, el paro alcanza ya el 21%. En el sector naval, los abusos de todo tipo (encadenamiento de contratos temporales durante años y años, jornadas excesivas, no pagar lo que marca el convenio...) son moneda común desde hace años. Hay mucha rabia contenida. En un previsible escenario de aumento general de las luchas, los efectos negativos de la derrota de esta huelga sobre la moral de los trabajadores pueden superarse con bastante velocidad.

La clase obrera sufre más derrotas que victorias. Pero incluso de la peor de las derrotas se pueden extraer conclusiones positivas, que fortalezcan al movimiento obrero. A pesar de la represión, de la decisión de la patronal, del apoyo que tuvo del PP, de la campaña de mentiras de los medios de comunicación, a pesar de la crisis económica, este conflicto pudo haberse ganado. Ahora se trata de absorber todas sus lecciones para afrontar mejor la próxima.

En la lucha del metal no falló el ejército, dispuesto a llegar hasta el final; fallaron los generales, que carecieron de estrategia.

La principal lección es que en tiempos difíciles como este, donde la patronal no está dispuesta a ceder ni un ápice sino que va a atacar en todos los frentes, los trabajadores necesitamos dirigentes sindicales a la altura de las circunstancias. Necesitamos dirigentes que confíen en la capacidad de lucha de la clase obrera, que no vacilen en el momento decisivo y no reculen cuando deben dar un paso adelante. Pero esta decisión y combatividad no cae del cielo. Sólo la aporta la formación política, las ideas del marxismo revolucionario. Un dirigente sindical, y más en época de crisis, necesita una sólida formación marxista para hacer frente a las presiones de la lucha (medios de comunicación, patronal, Gobierno...).

En última instancia, poseer una alternativa al capitalismo es esencial para ganar determinados conflictos sindicales. Si no, es inevitable que esos dirigentes terminen por aceptar "lo que hay".

En el conflicto del metal, ante el anuncio de quiebra de algún astillero, los dirigentes sindicales autorizaron la entrada al trabajo a los mismos. ¿Por qué en lugar de eso no exigieron al Gobierno que nacionalizase esos astilleros si decidían cerrar? En el fondo, si no se tiene una alternativa a la propiedad privada de los medios de producción, en el momento decisivo se tiene vértigo.

Es necesario que una nueva capa de trabajadores se sitúe al frente de los comités de empresa. Y es imprescindible, incluso para la lucha sindical diaria, que esta nueva capa se dote de un programa socialista.

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