El Primero de Mayo de 2011 la portada de la edición impresa del diario Público recogía una frase del secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, que resumía muy bien su discurso: “La ciudadanía no ha reaccionado ante la crisis cuando más falta hacía”. En ese momento, después de la exitosa huelga general del 29 de septiembre de 2010, la dirección de CCOO y UGT había declinado continuar con las movilizaciones y firmado un lesivo acuerdo de pensiones con el gobierno. Una justificación esgrimida para frenar en seco las movilizaciones y aceptar los ataques era la falsa falta de ambiente de lucha y combatividad entre los trabajadores y la juventud.
Solo unos días después, una convocatoria promovida para el 15 de mayo por distintos grupos, fundamentalmente a través de internet, y que sacó a la calle a decenas de miles de personas, terminaría convirtiéndose en una explosión social. Al día siguiente, miles de jóvenes en todo el Estado desafiaron la represión del gobierno en Madrid cuando trató de desalojar la puerta del Sol de forma violenta (como posteriormente ocurrió en Plaça Catalunya en Barcelona) y tomaron las calles y plazas en acampadas inspiradas en la Plaza de Tahrir de Egipto y la revolución en el mundo árabe. La represión consiguió todo lo contrario de lo que pretendía. En plenas elecciones municipales, y a pesar de la prohibición explícita de la Junta Electoral de cualquier tipo de manifestación, la jornada de reflexión del día 21 de mayo se vivió con centenares de miles de personas concentradas en ciudades de todo el Estado.
Un cauce para el descontento
El movimiento 15-M había comenzado con fuerza. A pesar de su carácter espontáneo, la explosión de participación que se vivió en los días y semanas posteriores atrajo la simpatía de miles de jóvenes y trabajadores. El 5 de junio, el diario El País publicaba una encuesta de Metroscopia que señalaba que el 81% de la población apoyaba al movimiento y sus reivindicaciones. Este apoyo se vivió con muestras de solidaridad hacia los acampados, a los que nunca faltó ni comida, ni abrigo, ni recursos por la infinidad de gente que se pasaba por las plazas a donar cosas que podían hacer falta.
El 15-M permitió dar un cauce de movilización a toda la rabia y la necesidad de lucha de los trabajadores y la juventud en un momento en el que la percepción inequívoca de que el gobierno del PSOE se había entregado en cuerpo y alma a los poderes económicos (que se concretó en su debacle electoral) y en que las direcciones de las organizaciones sindicales y políticas de la izquierda estaban taponado de forma completamente artificial, y en contra del sentir general de sus bases, el camino de la lucha.
Según avanzaban los días, se hacía más que evidente que la posibilidad de criminalizar y disolver por la fuerza al 15-M no era una opción. Las estridentes voces que exigían al gobierno contundencia para la vuelta a la normalidad fueron pasando a segundo plano y, entonces, intelectuales, periodistas, economistas, incluso miembros del gobierno pasaban amablemente la mano por la espalda al 15-M. Se dio protagonismo a aspectos como el apoliticismo, el interclasismo y la indignación de la ciudadanía frente a políticos que lo hacían mal. Apoyándose en los argumentos de las capas más atrasadas que participaban en el movimiento, intentaron desesperadamente evitar la confluencia del 15-M con el movimiento obrero.
Indignados contra el capitalismo
Sin embargo, de las distintas reivindicaciones del movimiento 15-M, las que realmente calaron entre decenas de miles de personas fueron las que tenían un claro contenido anticapitalista y cargaban contra el poder financiero (como por ejemplo la nacionalización de la banca) identificado correctamente por las masas como los causantes del problema. No somos mercancía en manos de políticos y banqueros.
La realidad es que la indignación apuntaba a los propios cimientos del sistema capitalista. A pesar de la fuerte campaña para intentar descarrilar el movimiento y el protagonismo dado en los medios de comunicación a los sectores más derechistas y pequeñoburgueses, que intentaban alejar al movimiento de las aspiraciones de los trabajadores y dotarle de métodos sectarios, los puntos álgidos del 15-M en los meses posteriores fueron precisamente los que confluyeron con el movimiento obrero. La consigna de la exigencia de la convocatoria de una huelga general a los sindicatos de clase jugó un papel fundamental. Lanzada inicialmente por acampadas en ciudades como Málaga, Sagunto y algunos barrios de Madrid, y organizaciones y grupos de izquierda como el Sindicato de Estudiantes o El Militante, terminó extendiéndose a todo el Estado. El 19 de junio era la consigna principal en la mayoría de las manifestaciones de esa multitudinaria jornada de movilización. El 15 de octubre de 2011, se convocó la movilización más grande y con más seguimiento hasta la fecha, coincidiendo con la explosión de movimientos similares en otros muchos países.
Manifestaciones el 12 de mayo, la lucha continúa
El 12 de mayo se han convocado manifestaciones en todo el Estado para celebrar el primer aniversario del estallido del 15-M. Independientemente de que ahora no haya acampadas ni asambleas masivas en las plazas lo que es innegable es que probó, de forma rotunda, la disposición de centenares de miles de personas a luchar, a organizarse y a acabar con el sistema capitalista. Ha sido un impresionante anticipo de lo que aún está por venir; como lo ha sido también el éxito de la huelga general del 29 de marzo, que ha vuelto a poner encima de la mesa la fuerza y determinación de la clase obrera, y desde luego toda la experiencia del 15-M ha sido uno de sus ingredientes; así como este recogía el testigo de los grandes movimientos que ya se dieron durante las movilizaciones masivas contra el gobierno de Aznar (contra la guerra imperialista, el desastre del Prestige o la manipulación de los atentados del 11-M). El 15-M ha sido un salto contundente y profundo en la conciencia de millones de trabajadores.
Las manifestaciones del 12 de mayo no sólo van a celebrar un aniversario sino que serán una nueva expresión del rechazo a toda la política de ataques brutales contra las familias obreras que ha sufrido una vuelta de tuerca más desde la llegada del PP al gobierno. Hoy más que nunca el 15-M se tiene que vincular al movimiento obrero y exigir a las direcciones sindicales que den continuidad a la huelga general del 29-M, con un plan de lucha ascendente, que empiece con una nueva huelga general de 48 horas para frenar los ataques, y decidido a llegar hasta el final. Si no lo hacen, veremos sin duda nuevos capítulos en los que se volverán a ver desbordados por decenas de miles en la calle.