PODEMOS ha concentrado la atención del conjunto de la izquierda, de miles de jóvenes, de militantes con años de lucha a sus espaldas y otros muchos que se han incorporado recientemente, que ven con gran expectativa e ilusión la posibilidad de asestar un tremendo golpe al PP y a una socialdemocracia en declive y cómplice en las contrarreformas y los recortes.
El auge de la lucha de clases ha provocado este terremoto político
Es imposible entender el fenómeno de PODEMOS si nos limitamos a repetir, como hacen tertulianos y “politólogos”, que su éxito deriva de lo “novedoso de su lenguaje”, de “trascender la dicotomía falsa de izquierda o derecha” o haber colocado en el ojo del debate público la cuestión de la “casta” y el “empoderamiento ciudadano”. Este enfoque escamotea, cuando no oculta, los procesos objetivos que han alumbrado a PODEMOS y, lo más importante, que han sacudido con virulencia el régimen construido desde la Transición política. Un proceso que arranca con el estallido de la crisis económica mundial en 2007, que en el caso español presenta un saldo devastador, y cuyo elemento cardinal ha sido el tremendo ascenso de la lucha de clases y el avance de la conciencia política de millones de trabajadores y jóvenes.
Si hubiera que destacar alguna característica de las movilizaciones masivas de estos últimos cuatro años, esta sería la crítica profunda a unas direcciones reformistas de la izquierda subordinadas al aparato político, económico y estatal de la burguesía. El movimiento del 15M y las Marchas de la Dignidad, las Mareas ciudadanas, las luchas mineras, las grandes huelgas generales de 2012, los conflictos obreros sectoriales y las movilizaciones estudiantiles, han mostrado una autoorganización desde la base, una iniciativa y audacia extraordinaria, además de una aguda radicalización política hacia la izquierda. Es este punto de inflexión histórico el que ha propiciado un fenómeno político que no se veía desde los años setenta, el reformismo de izquierdas con un apoyo de masas, y del que PODEMOS es su expresión genuina.
La crisis y parálisis del PSOE, que representa un hecho de tremendo alcance, está muy lejos de haber terminado (los ejemplos del PASOK y del PSF de Hollande y Valls son el espejo en que se miran Pedro Sánchez y los nuevos inquilinos de Ferraz). Y este desafecto a una socialdemocracia en decadencia, unido a la radicalización política de amplias capas de la población, han dejado un gran hueco que, sin duda, podría haber sido ocupado por Izquierda Unida.
La lucha de masas ha empujado a la izquierda el lenguaje de IU, y situado a sus militantes y activistas en primera línea de los movimientos sociales y de muchas de las batallas que han propiciado este nuevo escenario. Esto es positivo e importante. Pero Izquierda Unida sigue arrastrando muchas hipotecas del pasado: un aparato muy esclerotizado y anquilosado, prisionero de una política meramente institucional; con unos vínculos muy estrechos con la actual cúpula de CCOO, y por tanto, con su estrategia de desmovilización; participando en un gobierno de coalición con el PSOE en Andalucía, que le abre un agujero de credibilidad por su complicidad práctica con las políticas de recortes, o prestando un apoyo descarado al PP en Extremadura igual de pernicioso; con unas estructuras internas dominadas por reinos de taifas; con una democracia interna violentada en numerosas ocasiones y que repele a muchos activistas y militantes…Más allá de la entrega de miles de militantes, este fardo merma las posibilidades de avance y el potencial que tendría IU, con una política revolucionaria y clasista, para convertirse en la fuerza mayoritaria entre las masas de la clase obrera y de la juventud.
Las carencias de Izquierda Unida han facilitado la fuerza con que PODEMOS se ha encaramado en la escena política, pero el factor fundamental del ascenso meteórico de esta nueva formación no es este, sino la deslegitimación de todo el entramado institucional de la burguesía, y las ansias de una salida revolucionaria frente la crisis económica, social y política, que reclama una gran mayoría de los trabajadores, la juventud y las capas medias empobrecidas.
La burguesía lo ha comprendido, y por eso se han dividido la tarea. Por una parte, el “sector derecho” lanza día tras día una campaña ruidosa de acusaciones a Pablo Iglesias y a PODEMOS: colaboracionismo con ETA, vínculos con la revolución venezolana, programa autoritario y comunista… dirigidos a inyectar una buena dosis de odio, y de miedo, para galvanizar a la base social del PP advirtiéndole de que hay que cerrar filas y dejarse de apuestas arriesgadas votando a UPyD o Ciudadanos. Pero otro sector de la burguesía, tal como hizo en el pasado con el PSOE, tiende puentes con los dirigentes de PODEMOS, los halaga, los invita a mantenerse respetuosos con las reglas del juego, les brinda todo su apoyo mediático para reforzar esa imagen de formación “novedosa”, interclasista, preparada para gestionar eficazmente un sistema que sí sirve, pero que ha sido averiado por individuos incapaces, deshonestos y corruptos.
¿Ni de derechas ni de izquierdas?
Para las masas que protagonizan este cambio profundo en la historia, que viven una transformación tan importante en su conciencia y sus certezas, no pesa tanto la letra pequeña de los programas como la experiencia acumulada, la imagen que proyectan las diferentes formaciones y tendencias, y la trayectoria práctica de éstas. PODEMOS aparece como una bandera limpia, y sus denuncias de la casta y de la corrupción, de los abusos y las estafas más sangrantes del capitalismo, sus apelaciones al control democrático y la participación ciudadana, a la intervención pública de las empresas y sectores estratégicos, han conectado con el sentimiento de millones de personas.
Por supuesto, también se han podido escuchar incongruencias y contradicciones en el discurso de los dirigentes de PODEMOS. Ideas lanzadas para captar votos, como que la dicotomía derecha e izquierda ha sido superada, son pura demagogia oportunista y no engañan a nadie. De hecho, contradice la práctica de esos mismos dirigentes que se han integrado en el grupo parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea, se han reunido en Atenas con Alexis Tsipras y otros dirigentes de Syriza, o han asistido hace escasas semanas a la escuela de verano del PartideGauche (Partido de la Izquierda) liderado por Jean-Luc Mélenchon.
La base electoral y militante de PODEMOS, aunque heterogénea, tiene un denominador común: mayoritariamente es de izquierdas y busca una ruptura radical con el actual estado de cosas. Es un fenómeno que muestra similitudes al de Syriza en Grecia. Han votado a PODEMOS sectores medios empobrecidos por la crisis, que viven con angustia el deterioro de sus niveles de vida y la ausencia de futuro para sus hijos, y que en el pasado se identificaban con el PSOE, pero ahora, profundamente desengañados e irritados, miran hacia la izquierda. Por supuesto, un amplio segmento de la juventud, de muchos universitarios, y también de jóvenes de barrios obreros, precarios o desempleados, que antes se abstenían o han votado por primera vez. Capas amplias de trabajadores, muy descontentos por su propia experiencia con la burocracia sindical, también han votado a PODEMOS, como demuestran los resultados cosechados en los barrios obreros de las grandes ciudades.
Hay un movimiento de miles de personas hacia PODEMOS, llenas de entusiasmo y confianza en que su intervención puede ser decisiva para lograr una transformación profunda de la sociedad. Y es natural que haya prejuicios entre los que participan en los círculos, por supuesto, teniendo en cuenta que una gran parte está haciendo su primera experiencia de militancia y que la actual dirección de PODEMOS no deja de alimentarlos. También es inevitable que junto a estos miles de jóvenes, de trabajadores, de activistas de los movimientos sociales, se cuelen arribistas y oportunistas. Estos elementos, que intentarán utilizar la nueva formación para obtener un pesebre cómodo y bien remunerado, son los que más énfasis ponen en acentuar el tono interclasista y descafeinado en el discurso de PODEMOS. Pero lo que predomina en PODEMOS es la gente normal, con una actitud abierta, que en muchos casos está deletreando el abecedario político, y que tiene ganas de debatir, de conocer y, sobre todo, de decidir.
¿Democratizar el capitalismo?
Basta echar la vista atrás para entender el cambio profundo que ha experimentado el panorama político. Tras la derrota de la clase trabajadora en la Transición se consolidó un fuerte giro a la derecha en las organizaciones tradicionales de la izquierda, que en el caso del PSOE llevó al aparato del partido a fusionarse con la burguesía. Este fenómeno político hundía sus raíces en las derrotas de los procesos revolucionarias abiertos en Europa del sur en la década de los setenta, y se reforzó con el boom económico en los años ochenta y noventa y la restauración del capitalismo en la URSS, en China y en los países del Este europeo gobernados por la burocracia estalinista. Fue todo un periodo histórico de ofensiva sin cuartel contra las ideas del marxismo y del socialismo, de privatizaciones, de fuerte acumulación capitalista y liquidación de una gran parte de las conquistas de la clase obrera. Pero un periodo así no dejó de engendrar nuevas contradicciones explosivas en el seno del capitalismo mundial, que estallaron con virulencia a partir de 2007 en lo que se ha llamado la gran recesión.
La crisis del capitalismo se ha convertido en una escuela gigantesca de aprendizaje, propiciando el avance de la conciencia de clase como pocos acontecimientos podían hacerlo. La experiencia de estos años ha llevado a amplios sectores de las masas ha comprender una verdad muy concreta: no es posible democratizar el capitalismo, no es posible conseguir un capitalismo de rostro humano, bondadoso y respetuoso con la gente, con los necesitados, los pobres, con el medio ambiente, con los derechos democráticos. Detrás de la fachada de democracia, se oculta en realidad una feroz dictadura del capital financiero que saquea los recursos públicos y utiliza las instituciones en su exclusivo beneficio.
Pablo Iglesias y muchos de los actuales dirigentes de PODEMOS tuvieron una cierta formación marxista. Ahora abogan por las reformas, se reclaman keynesianos, y aún después de todos los avances que en la movilización y en la experiencia de millones se han producido en estos años, siguen considerando que el nivel de conciencia de la población es muy bajo como para ir más allá de ciertas demandas. Un pensamiento que quedó ilustrado el pasado 10 de julio, cuando la periodista Pepa Bueno entrevistó a Pablo Iglesias en la SER.
Pepa Bueno.- “¿Y a su juicio, Pablo Iglesias, de esta crisis cómo se sale? ¿Al modo de Keynes, el economista inspirador de las políticas socialdemócratas, que era manteniendo la propiedad privada y el sistema capitalista pero incentivando mucho el sector público y la inversión, o al modo marxista, cambiando de manos la propiedad y liquidando la propiedad privada? ¿O ya no sirven ni Keynes ni Marx para analizar el Siglo XXI?”.
Pablo Iglesias.- “Yo creo que Keynes sirve bastante y desde los años 30 sabemos que de las crisis se sale con lo que los economistas llaman políticas de agregación de la demanda…”.
P B.-“Ya sabe que a los periodistas nos encanta poner etiquetas. O sea que apuesta más por una salida, digamos socialdemócrata que por un análisis marxista del momento actual”.
P I.- “Si, sí, sobre todo porque es lo único que se podría hacer en este momento. Claro que a mí me gustaría construir una sociedad más justa (…) pero en este momento hay una serie de medidas muy concretas, muy específicas, que comparten además la mayor parte de los ciudadanos, hablar de una reforma fiscal, hablar de políticas de agregación de la demanda, de una reestructuración de la deuda (...) El problema es que los partidos que se supone que estaban en la tradición socialdemócrata la abandonaron hace mucho tiempo y hacen una política económica indistinguible de los conservadores (...)”.
Ciertamente, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, bajo presión de las luchas obreras y de una situación revolucionaria en Francia y en Italia, por no hablar del este de Europa ocupada además por el Ejército Rojo, la burguesía fue obligada a realizar concesiones para no perderlo todo. En ese contexto político y contando con el auge de la economía mundial después de la destrucción atroz de la guerra, se levantó el llamado “Estado del bienestar”. Pero las circunstancias históricas que engendraron esas reformas han desaparecido, y nos encontramos ante una ofensiva capitalista en todos los frentes.
Pablo Iglesias puede reivindicar a Keynes y transmitir una visión edulcorada y embellecida de su figura, pero eso no evita que el economista inglés fuera un leal e inteligente servidor de la burguesía tal y como señaló el mismo en muchas ocasiones: “¿Por qué no me afilio al Partido Laborista? En primer lugar, es un partido de clase, y de una clase que no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada”.[1]
De todas formas, en la respuesta de Pablo Iglesias planea una idea mucho más profunda e importante: “El problema es que los partidos que se supone que estaban en la tradición socialdemócrata la abandonaron hace mucho tiempo y hacen una política económica indistinguible de los conservadores”. Pero ¿Por qué los partidos socialdemócratas han abandonado su propia tradición (¡¡¡)? ¿Por qué no se les distingue de los conservadores? La respuesta es más sencilla de lo que parece: en la época del capitalismo monopolista e imperialista, recorrida por la mayor crisis desde el crack de 1929, los partidos socialdemócratas que siempre han respetado la lógica del capital no se atreven a cuestionar el poder omnipresente de un puñado de monopolios bancarios y empresariales, que hacen del Estado, los parlamentos, la justicia y el conjunto de las instituciones meros instrumentos subordinados a sus intereses. Y si no se rompe con ese poder y con esa lógica, todos los discursos quedarán como meros brindis al sol, como charlatanería hueca. ¿Acaso Obama no prometió regular el sistema financiero para evitar nuevas burbujas especulativas? ¿No fue el Presidente “socialista” de Francia, François Hollande, el abanderado de la lucha contra el “austericidio”, y al que Rubalcaba ponía como ejemplo? Todos esos discursos han quedado convertidos en papel mojado, en humo, mientras que los que pronunciaban se han plegado servilmente a los intereses de los grandes poderes económicos que siguen gobernando con mano de hierro la economía y la política.
La verdad siempre es concreta y revolucionaria. En un contexto de crisis, con más de seis millones de parados, una tasa de desempleo que supera el 50% entre los jóvenes menores de 30 años, y más de un millón de hogares con todos sus miembros en paro y sin percibir ningún subsidio; con cientos de miles de familias desahuciadas, y un 20% de familias en situación de pobreza y marginalidad —los datos podrían ser muchos más—, los capitalistas españoles, y de todo el mundo, siguen haciendo de la crisis un lucrativo negocio, saqueando las cuentas públicas, hundiendo los salarios, aumentando los ritmos de producción y la jornada laboral (plusvalía absoluta y relativa), apropiándose de los servicios sociales estratégicos para convertirlos en un gran negocio (sanidad, educación, dependencia), especulando en bolsa con deuda pública…
No sólo eso. Si se trata de una cuestión de “voluntad”, de “honestidad”, de “sentido común”, ¿Por qué los capitalistas no invierten sus beneficios en la economía productiva, no agregan más demanda, no suben los salarios y no acaban con el desempleo? No es por falta de dinero. Según un cálculo de la consultora corporativa Thompson Reuters las 5.100 corporaciones capitalistas más grandes del mundo tienen una reserva combinada de unos 5,7 billones de dólares, equivalentes a alrededor de la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) anual de Estados Unidos. ¿Por qué entonces no movilizan esos gigantescos recursos en la economía productiva? ¿No lograrían superar así la crisis política y de deslegitimación que atraviesa el sistema capitalista y sufren los partidos burgueses y socialdemócratas? Pero el capitalismo no funciona sobre la base del sentido común, lo lógico o lo beneficioso para la mayoría. Funciona por y para el lucro de los grandes propietarios de capitales y de los medios de producción.
No, el marxismo revolucionario no es una ideología anticuada o pasada de moda. De hecho, la teoría marxista, su método dialéctico, su llamado a la acción revolucionaria, ha demostrado toda su vigencia y vitalidad precisamente cuando ha estallado la crisis financiera y de sobreproducción más virulenta desde los años treinta del siglo pasado. No es el marxismo lo que ha fracasado, han fracasado el capitalismo y aquellos que se erigen en los doctores democráticos de un sistema orgánicamente enfermo.
Seamos concretos. Si Pablo Iglesias y PODEMOS llegará al gobierno en coalición con Izquierda Unida, una posibilidad que no se puede descartar en el medio plazo: ¿Cómo resolverían el problema de los desahucios, del desempleo, de la defensa de la enseñanza y la sanidad pública, de los derechos democráticos de las nacionalidades históricas, de la corrupción? ¿Imponiendo controles a los capitalistas, animándoles a invertir? ¿Creando una banca pública pero manteniendo intacto el poder de la banca privada y las grandes multinacionales?
Siendo realistas, la única manera de lograrlo sería aplicando una política socialista de verdad: expropiando a los poderes financieros (banca, seguros), a los grandes grupos empresariales que controlan los sectores estratégicos de la economía (eléctricas, telecomunicaciones, acero, cemento…etc), y dedicando los recursos gigantescos que crea la propia sociedad a resolver sus necesidades y carencias, además de proporcionar una igualdad y un bienestar común que es la única base objetiva para la justicia social; reemplazando el actual aparato del Estado por el control y la gestión directa de la población organizada democráticamente; librando una batalla decidida contra la jerarquía de la Iglesia, el ejército, la burocracia política, judicial y policial (es decir la Casta), que actúan como fuerzas auxiliares de los grandes capitales. Y un gobierno al servicio de la mayoría, de los oprimidos, de los trabajadores, para llevar estas medidas a la práctica tendría que apoyarse en la participación activa y en la movilización contundente de las masas de la población. Una política semejante abriría el camino a la auténtica democracia, al socialismo, no en abstracto sino en términos tangibles y materiales.
¡Eso es una utopía! nos contestarán los “pragmáticos”, los “realistas”. Pero no, no es verdad, no es ninguna utopía. La propia experiencia de estos cinco años de luchas, el surgimiento de la PAH, de la Marea Blanca, de la Marea Verde, del 15M o de PODEMOS lo que demuestra es lo contrario, que ¡Sí se puede!
Por el Frente de Izquierdas
Existe una oportunidad histórica para asestar un golpe decisivo al PP y a la dirección pro capitalista del PSOE, empezando por desalojar a la derecha de numerosos ayuntamientos en las próximas elecciones municipales. El pavor de Rajoy y sus mentores les está llevando a tomar todo tipo de iniciativas desesperadas, como la reforma electoral caciquil para designar alcaldes con el 40% de los sufragios.
Algunos dirigentes de PODEMOS como el europarlamentario Pablo Echenique han declarado públicamente: “No creo que lo que se suele entender habitualmente por una unidad de la izquierda sea algo necesario o siquiera deseable”. Es una opinión respetable pero sinceramente no pensamos que sea mayoritaria entre los seguidores y militantes de PODEMOS ni, sobre todo y más importante, entre los auténticos protagonistas de la rebelión social que con su acción decidida han puesto patas arribas el bipartidismo y en un brete muy complicado al sistema. La idea de esperar a celebrar la Asamblea de otoño que decidirá el programa y elegirá la dirección de PODEMOS no puede servir de excusa para que no haya un pronunciamiento claro, que responda a una mayoría social que se ha expresado en la calle por un cambio radical y por la confluencia de la izquierda (como demuestra que se estén impulsando plataformas políticas en más de 20 ciudades a partir del ejemplo de Guanyem Barcelona).
Los trabajadores, los jóvenes, los sindicalistas y activistas de la Corriente Marxista El Militante, participaremos decididamente en PODEMOS, como lo hacemos en Izquierda Unida, en los sindicatos de clase y en los movimientos sociales defendiendo estas ideas. Estamos convencidos de que el programa del marxismo revolucionario se abrirá camino, y conectará con la experiencia práctica de miles de personas que han dado un paso decisivo en su implicación política, que han construido la lucha social desde abajo en estos años, y están decididos a reatar el nudo de la historia. Podemos, ¡Claro que Podemos!
[1] John Maynard Keynes. De su conferencia “¿Soy un liberal?” recogida en “Ensayos en persuasión”, 1925