Esta penúltima revelación, tras los conocidos expedientes de Gürtel, Barcenas, los EREs andaluces, las cuentas suizas de la familia del molt honorable Jordi Pujol, o la participación de destacados dirigentes del PP, del PSOE, de UGT y CCOO en el saqueo de Bankia, untados con excelentes sobornos (tarjetas black), subraya que la putrefacción que corroe al sistema capitalista no tiene fin.
Según los datos, Francisco Granados, uno de los mamporreros predilectos de la liberal Esperanza Aguirre para sacudir a sus adversarios políticos, había aprendido muy bien del manual del robo en el que se han especializado tantos dirigentes del Partido Popular, muchos de ellos con una brillante hoja de servicios y de lealtad hacia José María Aznar. Barcenas, Fabra, Granados… tantos y tantos patriotas, de pelo engominado, polos de la bandera de España, y pulseritas de cuero en la muñeca (el uniforme de la FAES), que no han dudado ni medio minuto en forrarse con millones de euros mientras nos recetaban lecciones de austeridad, justificaban los recortes por que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, y siempre tenían una palabra más para sumar a la campaña de criminalización contra los movimientos sociales y la izquierda que lucha. ¡Más de 5 millones de euros acumulaba Granados en sus tres cuentas secretas de Suiza!
Como si de una película de Berlanga se tratara, Rajoy y Esperanza Aguirre han salido a la palestra pidiendo perdón. Pero no es la primera vez que adoptan esta postura estética, cargada de cinismo e hipocresía, mientras siguen alentando políticas que destruyen derechos, vidas y familias, y enriquecen a una minoría de parásitos. Su petición de perdón no les va a permitir escamotear su auténtica responsabilidad en todo esto. No queremos disculpas no solicitadas, y menos de las mismas personas que nos declaran la guerra sin cuartel todos los días; queremos que se vayan inmediatamente, que el gobierno de la derecha dimita y que se convoquen elecciones ya.
Este gran chapapote no es exclusivo del PP, aunque obviamente el partido de los empresarios, de los banqueros, de la reacción carpetovetónica, sea la vanguardia más decidida y pringada en estos asuntos. También los dirigentes del PSOE están que se salen. Ahora le toca el turno al alcalde de Parla, mano derecha de Tomás Gómez, secretario general del PSOE madrileño. Ayer fue el de Fernández Villa, el dirigente minero del SOMA-UGT y barón intocable del PSOE asturiano, amigo del alma de Alfonso Guerra y de Felipe González y de tantos prohombres de la socialdemocracia, que lavó un millón y medio de euros garcías a la amnistía fiscal de Montoro (para estas cosas los principios políticos son como los calcetines); un capital que obtuvo de los sobornos de empresarios y gobiernos de turno para que firmase cuantas reconversiones mineras se le pusieran por delante. O de los representantes de UGT y CCOO, del PSOE y de IU, que votaron entusiasmados todas las medidas de Blesa, incluida la estafa de las preferentes, a cambio de gozar de la impunidad en el miserable desfalco del que tomaron parte.
No podemos engañarnos. Lo que revelan estos hechos, y muchos más, es que no se trata sólo de ausencia de honradez o de falta de escrúpulos. Todos los implicados en estos escándalos, y los que no salen porque cometen estas mismas tropelías amparados por la ley, tienen un mismo común denominador: aceptan la lógica del capitalismo, aceptan las reglas del juego del sistema de libre empresa, se consideraba a si mismos Hombres de Estado. Sí, son los defensores de un sistema que según datos de Cáritas, ha colocado al 25% de la población española en condiciones de exclusión social, ¡11.746.000 personas, de las que 5 millones se encuentran en exclusión severa, incluyendo un 32,6 % de los niños, que ya viven en la pobreza! Y mientras este panorama desolador es el pan diario, los tres españoles más ricos duplican el patrimonio de los nueve millones de personas que forman el 30% de la población más pobre del país (datos de la ONG Oxfam).
Si se aceptan estas reglas del juego, si se acepta que este régimen social, político y económico es el único posible, es inevitable estar anegado de corrupción hasta las orejas, pues la corrupción no es la causa, sino la consecuencia del funcionamiento de un sistema que sólo busca el máximo lucro para una minoría a costa de la explotación y el sufrimiento de la inmensa mayoría. La corrupción es el síntoma, pero la enfermedad es el capitalismo.
Una situación política explosiva
Los defensores del sistema capitalista, tanto en su flanco derecho como en el izquierdo, están viviendo momentos terribles, llenos de ansiedad. Están completamente desconcertados y desorientados sobre como actuar y que camino elegir.
Por un lado, la crisis política que agrieta todo el edificio institucional que construyeron en los años setenta, con el fin de descarrilar una situación revolucionaria que amenazaba con barrer el capitalismo, está en su punto más descontrolado. Ni la abdicación de Juan Carlos I, ni la renuncia de Rubalcaba, ni los intentos desesperados de pactos y acuerdos parlamentarios, están dando fruto alguno. Todas esas maniobras se rompen en mil pedazos contra el muro de una crisis económica salvaje, devastadora para millones de familias y toda una generación de jóvenes, y contra el auge de la lucha de clases. La movilización masiva en las calles, las huelgas generales, el 15M, las Mareas Ciudadanas, la lucha victoriosa de la sanidad pública madrileña, de los trabajadores de la limpieza viaria de Madrid, de los vecinos de Gamonal, de las impresionantes Marchas de la Dignidad, el ejemplo de tesón y voluntad de los trabajadores de Panrico, de Coca Cola, o de los estudiantes en sus huelgas contra las reformas franquistas de Wert (la última el 21, 22 y 23 organizadas por el Sindicato de Estudiantes), son la expresión de una transformación profunda en la conciencia de la población que no se ha detenido.
Esta sacudida tremenda tiene una expresión política: la irrupción de Podemos, su crecimiento explosivo hasta alcanzar los 200.000 afiliados, y las expectativas electorales que le auguran todas las encuestas. Podemos podría convertirse en la organización política más votada, y eso abriría una perspectiva no sólo esperanzadora, sino claramente favorable para todas las fuerzas que luchamos por la transformación socialista de la sociedad, por un ruptura completa con el capitalismo. Todavía es pronto para cerrar pronósticos, pero la opción de un gobierno de coalición PP-PSOE está en el aire: no está claro que puedan contar con una mayoría parlamentaria estable, y en el caso de que pudieran y de que se materializara un gobierno semejante, sólo sería el preámbulo para una escalada mayor de la tensión y la polarización social, hasta desembocar en una crisis prerrevolucionaria.
No, no es extraño en estas circunstancias que la clase dominante esté recorrida por sudores fríos. No es extraño que El País, ese cualificado diario del gran capital, titulara su editorial del pasado martes 28 de octubre, Amenaza al sistema, y que señalara algunas cosas bastante relevantes: “(…) la corrupción alcanza a todas las formaciones con responsabilidades de Gobierno en los distintos niveles de la Administración en las últimas décadas. De la extensión territorial de sus tramas, el número de imputados y la gravedad de los delitos se deduce que no es un epifenómeno indeseable que engrasa y acompaña la actividad política, sino parte intrínseca del propio sistema (…) La lentitud de la justicia, la inutilidad de las auditorias de cuentas, la incapacidad de los Parlamentos para controlar e investigar a los Ejecutivos, la negligencia e incluso complicidad de los Gobiernos y la autoindulgencia generalizada de los dirigentes de los partidos hicieron el resto. Nada ni nadie frenó cuando todavía se estaba a tiempo la extensión creciente de la podredumbre que iba pasando de una manzana a otra hasta alcanzar al cesto entero.”
El País intenta responder a lo que ellos mismos denuncian, hablando de un nuevo pacto constitucional, y de evitar demagogias y populismos (¿a quién se referirán estos sesudos voceros del capital?): “El carácter sistémico de la corrupción proporciona fácil y demagógica munición a quienes propugnan una ruptura, no con el sistema corrupto, sino con el constitucional, incluso para buscar soluciones de signo opuesto a la democracia.” Pero ¿de qué democracia habla El País? ¿De ésta que permite que una minoría de indeseables, de multimillonarios, decidan por la vida de millones? ¿Qué tiene de parecido la dictadura de los banqueros y los grandes poderes financieros con la democracia de la mayoría, con la justicia social? Tienen miedo, es evidente, y no les vamos a mitigar esa sensación. Todo lo contrario, porque esa amenaza al sistema somos nosotros, los invisibles, los explotados, los marginados, los trabajadores y la juventud en lucha, los que vamos a tomar el cielo por asalto.