¡Que se vayan ya!
“España no está corrompida”,afirmó grotescamente Mariano Rajoy en el debate parlamentario sobre corrupción un día después de despedir a Ana Mato. Lo dice el jefe de un partido que se ha financiado a través de una red tupida de sobornos y saqueo del patrimonio público durante décadas. En efecto señor Rajoy, es un insulto a la mayoría de la población trabajadora intentar meterla en el mismo saco con su banda de ladrones. La única corrupción, profunda y extendida como la gangrena, es la que afecta a su gobierno, a su partido, y a las formaciones políticas que sustentan el sistema. El pesebre del que se han nutrido ampliamente PP, CiU (con el escándalo de las comisiones multimillonarias de los Pujol y las tramas de financiación ilegal hacia sus arcas), el PNV y la cúpula del PSOE en numerosos territorios (caso de los EREs, Coslada…), es el lubricante que mueve las “instituciones” y dicta la agenda de los políticos que sirven a los capitalistas.
Más allá de lo indiscutible, lo que llama poderosamente la atención es que un gobierno extremadamente débil y completamente desacreditado como el que preside Mariano Rajoy, se aferre a prolongar un año la legislatura y de paso haga todavía más evidente su agonía. Pero en política las cosas no suceden nunca por casualidad. Si el gobierno se resiste a dimitir y convocar elecciones inmediatas, es porque piensa, y con razón, que el resultado puede ser catastrófico. Así también opinan los dirigentes del PSOE, especialistas en representar un bonito teatrillo en sus intervenciones parlamentarias, en las que se enfadan mucho con sus señorías del PP, mientras entre bambalinas urden un posible gobierno de unidad con el partido del señor Rajoy. También las cúpulas sindicales de CCOO y UGT, todavía aferradas al clavo ardiendo de la política de pacto social, rechazan convocar una huelga general no sea que aceleren la caída del gobierno.
Desde la izquierda que lucha, desde Podemos y los sectores más combativos de IU, desde los movimientos sociales, tenemos una obligación en este momento: aumentar e impulsar la lucha para echar al PP, y aunque éste no cayese antes de finalizar la legislatura, la movilización en la calle es la mejor garantía de que el nuevo gobierno esté bajo la presión directa de la población y de sus aspiraciones.
Romper con la lógica del sistema
Enfrentada a una rebelión social que ha trastornado profundamente el panorama político, a la burguesía le entran sudores fríos sólo de pensar que las encuestas electorales se pueden hacer realidad y que un gobierno de Podemos, en alianza con IU, pueda tomar las riendas del Estado. Y si están dispuestos a prolongar los espasmos de una legislatura moribunda, es para desplegar una estrategia que les permita recuperar posiciones. Esta hoja de ruta se basa, por un lado, en arreciar su campaña de infamias y verter toda la inmundicia posible contra los dirigentes de Podemos; en segundo lugar, inyectar las convenientes andanadas de miedo entre su base social y lograr que se movilice electoralmente; tercero, enviar avanzadillas al entorno de Podemos y sus dirigentes para moderar sus planteamientos y hacerlos compatibles con una gestión “razonable” del capitalismo.
La estrategia, sin duda, se ha puesto en marcha y se intensificará, pero choca con la dinámica que ha adquirido la lucha de clases, con la actitud desafiante de la población, de la clase obrera, de la juventud, que han protagonizado este terremoto político y que no van a aceptar fácilmente que se les de gato por liebre.
La izquierda que lucha se enfrenta a una disyuntiva histórica. Si lo que se pretende es seguir el camino de una socialdemocracia que, en la década de los 50 y 60 del siglo pasado, intentó crear en los países capitalistas desarrollados una especie de “capitalismo de rostro humano”, se está muy lejos de entender que la realidad en la que nos movemos es completamente distinta a la de aquella época. En la actual fase del imperialismo y de la dictadura del capital financiero, la burguesía se opone frontalmente a políticas expansivas del gasto público, a los impuestos sobre las grandes fortunas, a la inversión productiva, a los salarios decentes y empleos dignos ¿Pero porqué no aplican modelos keynesianos, se preguntan muchos, entre ellos Pablo Iglesias? Por que de hacerlo afectaría a su tasa de beneficios, reduciéndola considerablemente, precisamente cuando el mercado está deprimido, el consumo ssigue por los suelos, y el exceso de liquidez de capital —que es muy elevado gracias a la política de recortes— sanea los balances de los bancos y de las empresas, sirve para especular con deuda y otros productos financieros, pero no se dedica a la inversión. Y la razón de todo ello es clara: la crisis de sobreproducción capitalista no sólo no ha remitido sino que se extiende y amenaza con hacerse más profunda en Europa, en EEUU, en China y América Latina.
Con todos nuestros respetos a Pablo Iglesias y a sus asesores económicos, los profesores Vicens Navarro y Juan Torres, en cuanto un gobierno de Podemos intente desviarse en un grado de la política de austeridad y de recortes, los grandes capitalistas cogerán por el cuello a los ministros y les presionarán brutalmente, amenazándoles con una huelga salvaje de inversiones; se activará el boicot del BCE a la financiación de la deuda española, aumentando la presión de los especuladores internacionales, y la campaña mediática y política será aún más feroz. En esas circunstancias, aunque Pablo Iglesias haya formado un gobierno “de los mejores”, se verá con claridad que el problema no es de personas, sino de orientación política, de programa y de una estrategia para romper el sabotaje de los capitalistas, algo que sólo será posible con la movilización masiva de los trabajadores y de la juventud.
Para llevar a la práctica las medidas que pueden resolver efectivamente las grandes necesidades que tiene la mayoría, hay que romper con la lógica del capitalismo: nacionalizando todo el sector financiero y los grandes monopolios estratégicos sí se podría realizar una política de gasto público expansiva, real y sustanciosa, que garantizase el derecho a techo (suprimiendo los desahucios por ley); que acabara con los recortes y blindase la sanidad y la educación pública; que otorgara una renta básica para los seis millones de desempleados y el 25% de pobres que tiene la sociedad, y que redujese drásticamente el desempleo.
Podemos, Izquierda Unida y las perspectivas de la transformación social
La irrupción de Podemos ha reforzado el ambiente de entusiasmo e ilusión entre amplios sectores de la clase obrera y la juventud que aspiramos a barrer al PP y transformar la sociedad. La quiebra del bipartidismo es también un durísimo varapalo para la dirección del PSOE, implicada en todas las medidas de recortes y cómplice de las políticas de austeridad. Pero no se puede olvidar que este triunfo es el fruto de la gran movilización social de estos últimos cinco años, que ha puesto en entredicho todo el régimen político que la burguesía española levantó en los años setenta, con el apoyo de los dirigentes reformistas de la izquierda.
Este mar de fondo es la clave de todo. Por eso los guiños electoralistas de Pablo Iglesias, y su obsesión por mandar mensajes tranquilizadores al gran capital, no van a engañar a la burguesía. Los grandes capitalistas de este país no temen a los programas socialdemócratas. ¡Ya se enfrentaron en el pasado a ellos, y las cosas no les salieron mal con Felipe González y Alfonso Guerra! Lo que la burguesía teme es a los millones de trabajadores, de jóvenes, de desempleados, de activistas sociales, que están detrás de Podemos, detrás de IU y de los movimientos sociales, y que han hecho una gran experiencia en estos años, aumentando su conciencia de clase considerablemente. Y estos sectores no se van a conformar con promesas incumplidas, o con más de lo mismo. Por eso la burguesía, aunque pone huevos en muchas cestas, seguirá calumniando y atacando a Podemos, sobre todo por lo que hay detrás de Podemos.
Las perspectivas para la transformación social se han ensanchado considerablemente, y este cambio de época tan profundo no podía dejar de tener consecuencias considerables en todas las organizaciones, no sólo en la derecha y en el PSOE. La sacudida que recorre IU, y que ha tenido como señal destacada la renuncia de Cayo Lara a encabezar la lista en las Generales de 2015, se puede resumir en una frase: no es posible continuar con un discurso que contradicen los hechos. Si IU quiere recuperarse y sintonizar con los millones de trabajadores y jóvenes que anhelan un cambio radical, no basta con bonitas palabras, hacen falta hechos, y estos deben comenzar por romper el pacto de gobierno con el PSOE en la Junta de Andalucía y no suscribir más recortes; por poner fin a la desdichada alianza, cada día menos inconfesable, con el PP en Extremadura; por limpiar las filas de elementos arribistas, corruptos y derechistas, representada por la llamada “vieja guardia” de Ángel Pérez en IUCM y por otros nombres en diferentes Federaciones; y también por impulsar dentro de CCOO un modelo sindical de combate, de clase y democrático que ponga fin a la estrategia fracasada del pacto social.
Son momentos históricos. El torrente de la lucha de clases, clara y descarnada, ocupa la escena. La crisis social, política, económica y ética del capitalismo, no se solucionará con más capitalismo, aunque sea “de rostro humano” y de “sentido común”. Es el momento de ser audaces, y de hablar claro. Tenemos una gran oportunidad. Desde la izquierda que lucha, desde Podemos, desde los sectores combativos de IU y los movimientos sociales, debemos organizar un gran frente anticapitalista para resolver las necesidades de la mayoría. Y esa política, ese programa, lleva inevitablemente al camino de la transformación socialista.