Noventa años después del 14 de abril de 1931, el capitalismo español se encuentra sacudido por una crisis de enorme envergadura. La descomposición del régimen del 78, la deriva autoritaria del Estado, una desigualdad lacerante tras décadas de recortes y privatizaciones, la catástrofe sanitaria y social derivada del coronavirus, y la movilización social que no cesa desde el 15M de 2011 han colocado la lucha por la república como una necesidad de primer orden.

La urgencia es más palpable en los últimos tiempos tras la irrupción del movimiento de masas por el derecho a decidir y la república catalana, y cuando los intentos por recuperar la imagen de la monarquía tras la abdicación de Juan Carlos I se malograron por su fuga a Emiratos Árabes Unidos. Que los borbones son unos ladrones gracias al amparo de las instituciones políticas y económicas, y el silencio cómplice de los grandes medios de comunicación, es algo evidente para millones.

En el contexto actual de extrema polarización, cuando el ascenso electoral de la extrema derecha se cierne como una amenaza contra el movimiento obrero y los derechos democráticos, y el Gobierno PSOE-Unidas Podemos no rompe con la lógica del sistema, las lecciones de la Segunda República deben ser analizadas con rigor por los militantes de la izquierda combativa. Necesitamos aprender de la historia para no repetir los mismos errores.

La burguesía y el fracaso del primer bienio reformista

Después de meses de grandes huelgas y manifestaciones, el triunfo de las candidaturas socialistas y republicanas en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 condenó irremediablemente a la monarquía. La salida de Alfonso XIII implicó un salto decisivo en el proceso de la revolución española y un replanteamiento político y estratégico para la burguesía y la aristocracia terrateniente. Aunque la correlación de fuerzas era muy desfavorable en ese momento para ellos, tenían bien claro que una cosa era un cambio de régimen, forzados a aceptarlo por las circunstancias, y otra muy distinta tocar, aunque fuese mínimamente, los pilares en los que se basaba su posición como clase dominante.

El PSOE fue el partido más votado en las elecciones a cortes constituyentes de junio de 1931, pero sus dirigentes consideraban que el socialismo en el Estado español era irrealizable si previamente no se alcanzaba un nivel suficiente de desarrollo capitalista y de democracia “formal”. En consecuencia, su política de colaboración de clases les llevó a dejar las riendas del Gobierno en manos de las vacilantes fuerzas republicanas pequeñoburguesas y liberales que, bajo la presión de la lucha de clases, habían adoptado un lenguaje aparentemente radical.

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El PSOE fue el partido más votado en las elecciones a cortes constituyentes de 1931, pero su política de colaboración de clases les llevó a dejar el Gobierno en manos de las vacilantes fuerzas republicanas pequeñoburguesas.

El fracaso de la revolución burguesa durante el siglo XIX supuso la supervivencia de una estructura de la propiedad agraria latifundista, especialmente en el sur peninsular, que se mantenía gracias a la sobreexplotación y miseria de millones de jornaleros sin tierra. Burguesía industrial y financiera, terratenientes, clero y militares se fundieron en un bloque de poder completamente incapaz de modernizar el país, pero dispuesto a seguir gobernando mediante una represión sin límites apoyándose en el aparato militar y policial.

Cuando los Gobiernos del primer bienio republicano-socialista intentaron implantar sus tímidas medidas modernizadoras, desde la ansiada reforma agraria hasta la militar, la separación de la Iglesia y el Estado, la introducción de la enseñanza pública y laica, o una reglamentación laboral que alumbrase convenios colectivos y mejorase los salarios, se encontraron con una férrea oposición de las clases poseedoras. Los beneficios de los capitalistas españoles de los años treinta se basaban precisamente en la miseria campesina y en una explotación despiadada de la clase obrera, y dedicaron todo su empeño a sabotear y paralizar todos los proyectos que amenazasen su fuente de ingresos y beneficios.

La renuncia de la alianza republicano-socialista a enfrentarse al bloque reaccionario con un programa que fuera a la raíz del problema, empezando por nacionalizar las palancas fundamentales de la economía, acabar con el latifundismo, reconocer los derechos democráticos de Catalunya, Euskadi y Galiza, poner punto y final a la aventura colonial en el Rif y depurar de elementos monárquicos y fascistas el aparato militar y judicial… permitió a la burguesía y sus organizaciones recuperar la confianza.

El PSOE pretendió disfrazar el fracaso de sus políticas reformistas, pero no hizo más que frustrar las esperanzas de millones de trabajadores. Y esa frustración abrió de par en par una intensa oleada de luchas obreras y jornaleras.

Las masas del pueblo no habían conquistado la república para que todo siguiera igual. Pero los dirigentes socialistas se dedicaron a contener el descontento mediante la violencia estatal: votaron la Ley de Defensa de la República que, bajo la excusa de impedir las conspiraciones monárquicas, solo sirvió para ejercer una cruel represión contra la vanguardia obrera y jornalera, en gran parte agrupada en ese momento bajo la bandera de la CNT. La actual postura del PSOE ante la Ley Mordaza, la criminalización de la juventud o el apoyo del ministro Marlaska a la entrada de la policía en domicilios sin orden judicial son una repetición de esos errores.

La reacción se envalentona

La consecuencia inmediata del fracaso reformista fue el reforzamiento del bloque reaccionario, que se cohesionó frente a una izquierda desorientada. Los grupos monárquicos y la derecha agraria más radical, que habían quedado reducidos a la mínima expresión en las elecciones de 1931, se agruparon en torno a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) liderada por Gil Robles, y consiguieron un importante éxito electoral en noviembre de 1933.

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Los grupos monárquicos y la derecha agraria más radical se agruparon en torno a la CEDA liderada por Gil Robles y consiguieron un importante éxito electoral en noviembre de 1933.

Un factor importante en este vuelco fue el giro de las capas medias hacia la reacción. En un periodo de deslegitimación del parlamentarismo burgués, como fueron los años treinta, marcado por el crac de 1929, el desempleo de masas y una dinámica de revolución y contrarrevolución, las capas medias oscilaron violentamente entre la burguesía y el proletariado. En 1931, en un momento de gran empuje del movimiento obrero, sectores amplios de la pequeña burguesía se aliaron con los trabajadores buscando una salida a la ruina a la que les empujó el régimen monárquico. Pero en 1933, constatando la debilidad y el fracaso del Gobierno republicano-socialista para meter en cintura al gran capital, fueron ganadas por la demagogia fascistizante de la CEDA.

La frustración que generó el primer bienio republicano constituye una seria advertencia para quienes creen que es posible llevar adelante un programa de reformas sociales respetando al mismo tiempo los intereses de la oligarquía financiera y el poder que acumulan en la sociedad. Si esto ha sido una utopía incluso en los periodos de ascenso de las fuerzas productivas, en los momentos de depresión económica y descomposición del sistema capitalista se convierte en una receta segura para el desastre.

Hoy asistimos a una situación similar cuando el PSOE inyecta cientos de miles de millones de euros para rescatar al IBEX 35 y a la banca, o se niega a derogar la reforma laboral o a impulsar la vivienda pública y limitar los alquileres, dejando claro que no tocará los superbeneficios de los grandes especuladores y fondos buitres. El papel de Unidas Podemos en el Gobierno legitimando esta actuación, no puede compensarse por el llamado “escudo social”, completamente impotente para frenar el paro masivo, el aumento de la desigualdad y la pobreza, los desahucios o los recortes sociales que siguen estando vigentes en todos los territorios.

La lucha revolucionaria frenó el intento de establecer un régimen fascista utilizando el parlamentarismo republicano

Conscientes de la fortaleza del movimiento obrero, los dirigentes cedistas decidieron no entrar inmediatamente en el nuevo Gobierno y dejaron en manos del Partido Radical de Alejandro Lerroux la tarea de derogar la tímida legislación reformista del primer bienio.

Mientras la CEDA tomaba públicamente como modelo al Partido Nazi de Hitler, los sectores más avanzados sacaron conclusiones de las causas del fracaso del bienio reformista. Un profundo proceso de radicalización sacudió la UGT, el PSOE y las Juventudes Socialistas (JJSS). Largo Caballero, antiguo consejero de Estado de la dictadura de Primo de Rivera y ministro de Trabajo en el primer bienio republicano, reflejó ese giro y encabezó la formación de una poderosa corriente izquierdista en el PSOE.

La vanguardia obrera y jornalera era consciente de que la pasividad, o la mera actividad parlamentaria, no frenaría al fascismo. Los acontecimientos de Italia y Alemania pesaban duramente. A través de la constitución de las Alianzas Obreras (un frente único de las organizaciones y sindicatos obreros) se prepararon para derrotar a la contrarrevolución luchando en las calles. Cuando a principios de octubre de 1934 se anunció la entrada de la CEDA en el Gobierno, impulsaron la huelga general insurreccional.

Pero ni la radicalización del PSOE y las JJSS, ni las Alianzas Obreras como tales, podían suplir la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de dotar al movimiento de octubre de un programa que condujese a la clase obrera al poder. La determinación de los mineros asturianos llevó al triunfo de la insurrección en Asturias: durante los dieciséis días que duró la Comuna, los trabajadores ejercieron el poder y demostraron su capacidad para organizar la sociedad sobre bases socialistas. Finalmente fueron derrotados y la represión no tuvo límites. Pero a pesar de todo algo había cambiado radicalmente: la clase obrera no iba a dejarse aplastar sin resistencia, lucharía con uñas y dientes.

En los meses siguientes el bloque reaccionario en el Parlamento se fue descomponiendo lentamente, y los sectores fundamentales de la burguesía y los terratenientes lo apostaron todo al golpe militar. La estrategia de establecer un régimen fascista por el método “frío”, utilizando los medios parlamentarios de la república burguesa, había resultado un fiasco frente a la fortaleza de la clase obrera.

Las elecciones de 1936 devolvieron el poder a la izquierda, agrupada en el Frente Popular. A pesar de que su programa reproducía casi exactamente el de la conjunción republicano-socialista del primer bienio, la experiencia de los cinco años anteriores había transformado completamente la conciencia de las masas trabajadoras. La república sería socialista o se convertiría en un nuevo aborto histórico. Sin esperar a sus dirigentes, los obreros y los campesinos sin tierra se lanzaron a realizar la reforma agraria, liberaron a los presos del 34, y protagonizaron una oleada huelguística masiva. Las condiciones para la revolución socialista, el único camino para batir al fascismo, habían madurado completamente.

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En los meses siguientes el bloque reaccionario en el Parlamento se fue descomponiendo lentamente, y los sectores fundamentales de la burguesía y los terratenientes lo apostaron todo al golpe militar.

De esta forma, cuando el 18 de julio de 1936 los mismos militares que habían sido ascendidos en el escalafón por todos los Gobiernos republicanos dieron el golpe, se encontraron con una clase trabajadora fuertemente movilizada que no estaba dispuesta a someterse sin lucha. La insurrección obrera los derrotó en las principales ciudades, y a diferencia de lo ocurrido en Alemania o Italia siguieron tres años de lucha armada contra el fascismo y revolución social.

No podemos analizar en este espacio las realizaciones revolucionarias y los graves errores estratégicos de la izquierda, atenazada por la política de colaboración de clases del frentepopulismo. Pero las lecciones de aquellas batallas son inagotables y valiosas para el momento actual.

En términos históricos vivimos un ciclo político marcado por la crisis orgánica del capitalismo, del régimen del 78 y la monarquía. La formación del Gobierno de coalición PSOE-UP es una expresión fundamental del auge de la lucha de clases de la última década. Pero la reacción, agrupada en Vox y el PP, se prepara para sacar ventajas de la frustración que está provocando su incapacidad para enfrentar a los grandes poderes fácticos. La batalla electoral en Madrid va a ser una primera etapa en su ofensiva. Aprendiendo de la experiencia de nuestra clase, solo con una enérgica movilización en las calles, armados con el programa de la transformación socialista de la sociedad, conseguiremos pararlos y derrotarlos.

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