Que las cumbres del clima son una mentira hace tiempo que es un secreto a voces. Cita tras cita observamos que los desastres medioambientales se extienden y sus consecuencias para la vida en el planeta se agravan: desde olas de calor con registros de temperatura récord, incluyendo zonas árticas, pasando por inundaciones, sequías históricas o la aceleración del derretimiento de grandes masas de hielo —casi 500 glaciares, según la Unesco, desaparecerán en las próximas tres décadas—, hasta la muerte cada año de siete millones de personas en el mundo por la contaminación del aire.

Con este telón de fondo, la recién clausurada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), celebrada entre el 6 y el 18 de noviembre en Egipto, ha sido un nuevo y más escandaloso, si cabe, ejercicio de cinismo por parte de las grandes potencias capitalistas y las multinacionales allí reunidas.

Una dictadura militar, la anfitriona del evento

La elección como anfitriona del evento de la turística y lujosa ciudad balneario de Sharm el-Sheij, en pleno desierto del Sinaí pero repleta de lagunas artificiales en un país que acaba de declararse en situación de “pobreza hídrica”, dice mucho del carácter de la reunión.

Pero además, a todas estas respetables damas y caballeros tan comprometidos con el progreso, los derechos humanos, y que han elegido el bonito lema COP27: trabajar en beneficio de las personas y el planeta, les ha dado igual que la cumbre se realizara en un país con un “terrible historial de represión”, como tiene que señalar Amnistía Internacional, y con más de 60.000 prisioneros políticos encarcelados. Una brutal dictadura militar que, según el informe de la Comisión Egipcia para los Derechos y Libertades, ha detenido desde el 1 de octubre a más de 800 personas para acallar las protestas y evitar la manifestación convocada contra el régimen el pasado 11 de noviembre.

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El evento se celebró en la turística y lujosa ciudad balneario de Sharm el-Sheij, en el desierto del Sinaí, repleta de lagunas artificiales en un país que acaba de declararse en situación de “pobreza hídrica”.


Otro aspecto que clama al cielo es el patrocinio del encuentro por parte de la multinacional estadounidense Coca-Cola, que tiene el dudoso honor de ser el mayor contaminador mundial de plástico, material cuya producción en un 99% se hace a partir de combustibles fósiles.

Por no hablar de que se ha batido el récord de asistencia a una reunión de este tipo de los lobbies de combustibles fósiles. Treinta países los incluyen dentro de sus delegaciones nacionales, entre ellos Emiratos Árabes Unidos, esta dictadura petrolera será la sede de la próxima COP. Si el año pasado en la cumbre de Glasgow hubo 503 delegados vinculados directamente a la energía fósil, la industria del gas y del petróleo (como Shell, Chevron o British Petroleum), en esta ocasión su número ha ascendido a 636. La representación de estas empresas supera la suma de las delegaciones enviadas por los diez países más afectados y vulnerables a la crisis climática: Puerto Rico, Myanmar, Haití, Filipinas, Mozambique, Bahamas, Bangladesh, Pakistán, Tailandia y Nepal.

Asistencia récord de los lobbies de combustibles fósiles, mientras el calentamiento global avanza

Así es fácil entender por qué en el texto final salido de la cumbre se renuncia por completo a plantear el abandono del consumo de los combustibles fósiles y la reducción drástica de emisiones. Ni siquiera hubo acuerdo en una genérica “reducción progresiva” de los mismos, ni para incluir una disposición que fijara el “pico” de emisiones mundiales en el año 2025, limitándose a la recomendación de “aumentar los esfuerzos para abandonar los subsidios ineficientes al carbón”. El petróleo y el gas ni siquiera se citan en esta inocua sugerencia.

En cuanto al objetivo que se fijó en 2015, en los Acuerdos de París, de limitar el calentamiento global este siglo a 1,5 grados con respecto a la era preindustrial, se ha mantenido a duras penas. Sin embargo, nadie se cree ya que esto sea posible.

Según el informe de Global Carbon Project, las emisiones de CO2 (el principal gas de efecto invernadero) lejos de reducirse, seguirán creciendo un 1% en 2022 respecto al año anterior, y si se mantiene este nivel hay “un 50% de posibilidades” de que en nueve años se supere el tope de 1,5ºC. Los expertos advierten de que sin un giro radical, sin abandonar el petróleo, el gas y el carbón, el calentamiento del planeta estaría muy próximo a los 3 ºC en este siglo.

El otro tema estrella de la reunión, que según la propaganda oficial se trata de un magnífico avance, ha sido la creación de “un fondo de pérdidas y daños” para que los países más vulnerables y damnificados sean compensados por los más contaminantes para adaptar sus economías al calentamiento del planeta, y no solo para mitigar sus consecuencias negativas. Y es que tan solo los países que forman el G20 son responsables del 75% de los gases de efecto invernadero que se envían a la atmósfera, en cambio África lo es del 3%, siendo el continente más indefenso ante el cambio climático.

Hay que decir que a ese fondo no se le ha dotado de recursos concretos ni tampoco se sabe quiénes, en qué cuantía y de qué manera lo financiarán. La calificación de país “vulnerable” también está por decidir, y todo ello queda en manos de una comisión de cara a la próxima cumbre.

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El texto final renuncia a plantear el abandono del consumo de los combustibles fósiles y la reducción drástica de emisiones. Esto no es extraño. El evento ha batido el récord de asistencia de lobbies de combustibles fósiles. 


No es un tema nuevo, ya en la Cumbre de Kioto (1997) se decidió establecer una cuota a los países más contaminantes, en función del impacto de sus emisiones. En 2009 se concretó que a partir de 2020 los países capitalistas desarrollados aportarían 100.000 millones de dólares anualmente para la adaptación de las regiones más vulnerables, pero esto no se ha cumplido. Empezando por EEUU, históricamente el principal contaminante del planeta, que contribuye muy por debajo de lo que le correspondería, y siguiendo por Canadá, Australia o el Reino Unido.

Así lo revelan los datos publicados por Carbon Brief, portal que compara las emisiones históricas de CO2 por países con las aportaciones para la financiación realizadas en los últimos años. En 2020 EEUU debería haber pagado 39.900 millones de dólares, pero “solo entregó 7.600 millones (el 19%)”. Algunos países que sí superan su aportación, por ejemplo Francia, lo hacen bajo la modalidad de préstamos; es decir, aumentando la deuda pública de los países en desarrollo. En global, según la OCDE, de los 83.000 millones movilizados en 2020 la gran mayoría fueron préstamos y solo el 21% fueron subsidios. Aquí se ve la filantropía de los capitalistas.

Hay que acabar con los monopolios privados. El capitalismo mata el planeta

Según un reciente estudio de la revista Nature, tan solo cien multinacionales son causantes del 70% de los gases de efecto invernadero, ya que concentran en sus manos el grueso de la producción mundial de materias primas. Este proceso de concentración empresarial, que da lugar a gigantes económicos más poderosos que los propios Estados, no ha dejado de agudizarse desde que existe el capitalismo. Los datos son concluyentes: cuatro multinacionales controlan el 84% del mercado de pesticidas y diez el 56% del mercado de fertilizantes. En el sector de la minería, cinco acaparan el 91%, 88% y 62% de la producción mundial de platino, paladio y cobalto. El 72% de las reservas de petróleo y el 51% de las de gas están en manos de diez grandes compañías, mientras que otras tantas producen el 30% del cemento mundial. También son diez las que acaparan el 25% de toda la producción de papel y cartón, y trece las que concentran entre el 20% y el 40% de las reservas pesqueras[1]

Los propios autores del estudio de Nature señalan que esto podría suponer una inmensa ventaja, ya que la acción combinada de dichas multinacionales permitiría atajar drásticamente el calentamiento global. Sin embargo, olvidan su naturaleza capitalista, que reacciona contra cualquier tipo de legislación o actuación medioambiental que implique reducir sus beneficios.

Ahora se cumplen 20 años de la catástrofe del Prestige que llenó de chapapote las costas de Galicia y llegó hasta el mar Cantábrico. Esto no fue fruto de la casualidad, sino de decisiones conscientes con el objetivo de ahorrar costes e incrementar los beneficios de los directivos y accionistas de las empresas petroleras. Nadie ha pagado todo el desastre que se causó.

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El capitalismo mata el planeta. Solo expropiando a los capitalistas, y poniendo los medios de producción en manos de la clase obrera es posible reorganizar la forma de producir en la sociedad, y combatir el calentamiento mundial y la contaminación del medioambiente. 


Porque el capitalismo mata el planeta, decimos que solo expropiando a los capitalistas, y poniendo los medios de producción en manos de la clase obrera es posible reorganizar la forma de producir en la sociedad, y combatir el calentamiento mundial y la contaminación del medioambiente. La plusvalía, es decir esa enorme masa de recursos económicos que produce la clase obrera y que va a los capitalistas, iría de nuevo a la sociedad; por lo tanto bajo una economía planificada democráticamente en poco tiempo se podría revertir la situación ambiental actual. Con todas las herramientas de la economía en manos de los trabajadores se podría planificar todo el trabajo en la sociedad en base a las necesidades reales de la población y no a las del mercado. Es vital y urgente nacionalizar la banca, la gran industria, los monopolios y los latifundios para ponerlos bajo control democrático de los trabajadores.

 Nota:

[1]V. Taibo, El cambio climático y la lucha por el socialismo. Fundación Federico Engels. Pincha aquí para adquirirlo en nuestra librería online

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