El capitalismo atraviesa un periodo de convulsiones sin precedentes desde los años 30 del siglo pasado. La guerra imperialista en Ucrania, el genocidio sionista en Gaza y la invasión del Líbano por el Estado de Israel, que busca desesperadamente desatar una guerra contra Irán que incendie todo Oriente Próximo, o el auge global de la extrema derecha y unas elecciones en Estados Unidos bajo una polarización y violencia no conocidas desde la guerra civil norteamericana… son ejemplos que confirman un profundo cambio en las relaciones internacionales.

Pero todos estos acontecimientos están marcados por un hecho que está definiendo el devenir del siglo XXI: el ascenso de China como gran potencia económica mundial y la batalla a muerte que EEUU está librando por mantener una supremacía abiertamente cuestionada. Ningún proceso fundamental en la política mundial puede comprenderse hoy fuera de este marco.

La humillante retirada del imperialismo norteamericano de Afganistán hace ya tres años, que fue un duro golpe y un salto de calidad en su declive, se suma a otro de mayor envergadura aún: la derrota en Ucrania tras dos años de guerra y un gasto de 175.500 millones de dólares.

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Todos estos acontecimientos están marcados por el ascenso de China como gran potencia económica mundial y la batalla a muerte que EEUU está librando por mantener una supremacía abiertamente cuestionada. 

La apuesta ha sido tan fuerte que el reaccionario régimen de Zelenski se ha convertido en el mayor receptor de ayuda estadounidense. Pero pese a esta inversión multimillonaria, que está pagando la clase trabajadora norteamericana, cada vez parece más inevitable la victoria de Rusia, algo que tampoco puede entenderse sin el decisivo respaldo chino al régimen de Putin.

Lenin explicó en su magnífica obra El Imperialismo, fase superior del capitalismo que “el rasgo característico del periodo que nos ocupa es el reparto definitivo del planeta, definitivo no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo —al contrario nuevos repartos son posibles e inevitables”. Precisamente es ese nuevo reparto, encabezado hoy por China, el que está configurando un nuevo orden mundial que solo puede resolverse mediante el uso de la “fuerza económica, financiera y militar”.

Una potencia económica sin parangón

China se ha convertido en el gran motor de la economía mundial como principal potencia manufacturera, y supera en registros fundamentales a Estados Unidos, la Unión Europea o Japón. Domina ya sectores punteros como las nuevas energías verdes, el coche eléctrico o la fabricación de paneles solares, y se ha impuesto en el liderazgo de la explotación y comercialización de materias primas estratégicas y en el conocimiento científico aplicado a la industria. Ha logrado al mismo tiempo generar un mercado interno dinámico, del que dependen las exportaciones estadounidenses, alemanas y japonesas.

El régimen de Beijing está construyendo una red de alianzas y acuerdos comerciales como la Nueva Ruta de la Seda, en Asia, África, América Latina y Oriente Medio que está desplazando al imperialismo norteamericano y convirtiendo al gigante asiático en un nuevo director y organizador del comercio mundial. 

El reciente estudio China es la única superpotencia manufacturera del mundo: un esbozo de su ascenso[i], publicado este mismo año, señala que “su producción supera a la de los nueve siguientes mayores fabricantes juntos” y describe un colosal desarrollo industrial:

“En cuanto a la producción bruta, la participación de China es tres veces mayor que la de Estados Unidos, seis veces mayor que la de Japón y nueve veces mayor que la de Alemania (...) La industrialización de China no tiene precedentes. La última vez que el ‘rey de la industria manufacturera’ fue destronado fue cuando EEUU superó al Reino Unido justo antes de la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos tardó casi un siglo en llegar a la cima; el cambio entre China y Estados Unidos se ha producido en unos 15 o 20 años. En resumen, la industrialización de China desafía toda comparación.

(…) China comenzó la carrera un poco por delante de Canadá, Gran Bretaña, Francia e Italia. Superó a Alemania en 1998, a Japón en 2005 y a Estados Unidos en 2008. Desde entonces, ha más que duplicado su cuota mundial, mientras que la de EEUU ha caído otros tres puntos porcentuales. Si se tratara de una carrera de caballos en directo, el aburrimiento habría alejado a la mayoría de los espectadores hace años”.

Estos datos apabullantes son ratificados por órganos de la burguesía estadounidense como The Wall Street Journal, uno de los principales portavoces del capital financiero: “El superávit chino, que durante mucho tiempo ha sido un punto delicado en Estados Unidos, también lo es cada vez más en otros lugares. (…) la balanza comercial a 12 meses de China con EEUU ha aumentado en 49.000 millones de dólares desde 2019, lo ha hecho en 72.000 millones con la UE, en 74.000 con Japón y las economías recientemente industrializadas de Asia, y en unos 240.000 millones con el resto del mundo” (29 de agosto 2024). Es decir, la dependencia de EEUU, la UE y del resto de economías del mundo respecto a China no ha dejado de agrandarse.

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China está construyendo una red de alianzas y acuerdos comerciales como la Nueva Ruta de la Seda, en Asia, África, América Latina y Oriente Medio que está desplazando EEUU y convirtiendola en un nuevo director y organizador del comercio mundial.  

Estos datos explican por qué la maquinaria de propaganda occidental no deja de alertar sobre la supuesta “debilidad de una economía exportadora incapaz de generar un potente mercado interno”. Una afirmación que no se corresponde con la realidad. El desarrollo de las fuerzas productivas en China ha supuesto, como ocurrió en su momento con Gran Bretaña o EEUU, la conformación de una creciente clase media, incluyendo amplios sectores de la clase obrera que se han beneficiado de subidas salariales desconocidas en el resto del mundo.

En 2023, según datos de la Oficina Nacional de Estadística, los salarios reales en las empresas públicas crecieron el 5,5% y en el sector privado el 4,5%, con aumentos de más del 11% y del 13% en el sector minero y financiero respectivamente.

Cifras que se repiten año tras año fruto de la vasta acumulación capitalista producida en el país y de su expansión económica como potencia imperialista. Esto es lo que  ha permitido a su clase dominante, la burguesía y la burocracia de este régimen de capitalismo de Estado —que nada tiene que ver con el socialismo o el internacionalismo—, poder hacer concesiones que han mejorado parcialmente las condiciones de vida de la población y garantizar una valiosa paz social, algo impensable en Occidente.

Dicha estabilidad interna es una de sus mayores ventajas competitivas respecto al imperialismo norteamericano o europeo, como lo fue para EEUU en los años 20 e incluso en los 30 del siglo pasado respecto a Gran Bretaña, Alemania o Francia.

El informe más arriba mencionado es muy claro al respecto: “durante su ascenso a la condición de superpotencia manufacturera, el GGR [Índice de Competitividad Global] de China se disparó (…) la mayor parte de ese crecimiento se produjo entre 1999 y 2004. (…) por ello muchos piensan que es una economía enormemente dependiente de las exportaciones. Pero la historia no termina en 2004. (…)  Es cierto que la primera etapa (…) implicó que las exportaciones crecieran más rápido que la producción (por lo que el GGR aumenta), pero posteriormente la producción aumentó más rápido que las exportaciones (…) Esto disipa el mito de que el éxito de China puede atribuirse completamente a las exportaciones. A partir de 2004 aproximadamente, China se convirtió cada vez más en su mejor cliente”.

Hoy el gigante asiático no es solo la principal potencia exportadora y acreedora del planeta, sino que se está transformado en un mercado decisivo.

¿Desglobalización o más globalización bajo liderazgo chino?

La globalización, es decir, la interconexión de las cadenas de producción, suministro y comercio, ha alcanzado cotas históricas y desconectarse de este proceso resulta una auténtica entelequia que echa por tierra la tesis de la desglobalización.

Los datos que el Centro de Investigación de Política Económica publicaba en enero de 2024 son contundentes: “En 2020, Estados Unidos estuvo aproximadamente tres veces más expuesto a la producción manufacturera china que viceversa (…) esto muestra una asimetría notable, histórica y mundial en la dependencia de la cadena de suministro entre China y otros grandes países manufactureros. Los políticos pueden querer desvincular sus economías de China. Sin embargo, (…) esa disociación sería difícil, lenta, costosa y perjudicial, especialmente para los fabricantes del G7”[ii].

Las bravuconadas de Trump planteando que retornaría las industrias norteamericanas deslocalizadas en China se han quedado en nada. Y todas las medidas proteccionistas adoptadas por su Gobierno y después por la Administración Biden —aún más agresiva— no solo han fracasado, sino que se han vuelto en su contrario, perjudicando principalmente a la propia economía norteamericana.

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La política de sanciones contra Rusia no solo ha sido incapaz de aislar a Putin, que ha contado con el respaldo de China, sino que se ha convertido en un boomerang contra EEUU y sus aliados, acelerando la crisis del dólar. 

El propio Elon Musk, que apoya sin reservas a Trump, se opone a los aranceles sobre los vehículos eléctricos ya aprobados por Biden y que Trump ha prometido endurecer. La razón: la mitad de su producción se fabrica en China. Cuando se trata de negocios, la única lealtad que tienen estos plutócratas es a sus bolsillos.

Y lo mismo se aplica a Europa, que ahora plantea imponer aranceles a los coches eléctricos chinos, pero que ya se ha encontrado con la enconada oposición de la patronal automovilística alemana, la principal perjudicada. Si las medidas proteccionistas de EEUU resultan impotentes, es aún peor en el caso de la UE, cuyo peso en la economía mundial desde el año 2000 ha caído un 28%, pasando de representar el 20,12% al 14,46%. Y en el caso de Alemania, la locomotora europea, del 4,72% al 3,15%, ¡una caída del 33%!

La teoría de la desglobalización es una falacia, cuyo único objetivo es tratar de ocultar el retroceso de EEUU y Europa en la economía mundial. De hecho, el avance de China no ha hecho más que reforzar la internacionalización de la economía mundial.

El Instituto Lowy señala que 128 países comercian más con China que con EEUU, y que el gigante asiático ha gastado más de un billón de dólares en infraestructuras en más de ¡140 países![iii] La reciente cumbre celebrada en Beijing con 50 países africanos, que ha supuesto la exención de aranceles para los productos de 33 de ellos e inversiones, en yuanes, por más de 45.000 millones de dólares, es otra buena muestra de lo que decimos.

Incluso Financial Times reconocía que “no parece haber evidencia de un cambio hacia la desglobalización” y que la realidad es “que el resto de la economía mundial es cada vez menos importante para China, pero el país sigue siendo cada vez más importante para el resto de la economía mundial” (23 de agosto 2024). O lo que es lo mismo: la globalización continúa, pero bajo el nuevo liderazgo de China.

La política de sanciones de los países capitalistas occidentales contra Rusia no solo ha sido incapaz de aislar a Putin, que ha contado en todo momento con el respaldo de la potencia económica y comercial de China, sino que se ha convertido en un boomerang contra EEUU y sus aliados, acelerando la crisis del dólar.

El comercio entre China y Rusia ha pasado a realizarse por completo en yuanes, y otras potencias como Arabia Saudí, aliado histórico de EEUU, han sellado un acuerdo con China para que esta compre parte de su petróleo en yuanes a cambio de que estos sean utilizados para adquirir productos chinos. Y, día a día, la lista de países (Brasil, Irán, Pakistán, Nigeria, Argentina o Turquía) que se suman a acuerdos similares crece.

Conflicto interimperialista y lucha de clases

El ascenso de China y el declive norteamericano lo condiciona todo. EEUU se ha convertido en una bestia herida que se revuelve contra su propia decadencia, negándose a rendir su posición como primera potencia imperialista. En el plano económico la situación es cada vez más crítica para Washington, aunque conserve un importante músculo. En el plano militar sigue siendo con diferencia la primera potencia, superando su presupuesto en defensa al de los siguientes diez países en el ranking. Y eso es lo que precisamente la está convirtiendo en una auténtica amenaza para la humanidad.

Curiosamente las tornas han cambiado. China aparece como la potencia responsable que aboga por la “paz” y un “orden internacional” con reglas capaz de garantizar negocios y prosperidad en todo el mundo, que lleva inversiones y facilita los acuerdos. Y su influencia se deja sentir en que cada vez más potencias regionales y países se aparten de EEUU buscando fortalecer sus relaciones con el gigante asiático. Sin embargo, este papel de China, un imperialismo muy peculiar que hasta ahora no se ha visto obligado a intervenir militarmente en la escena internacional, que no carga con las masacres y genocidios que han caracterizado al colonialismo europeo y al imperialismo yankee, tiene otra cara.

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Ningún imperialismo podrá salvar a la clase obrera de la catástrofe a la que el capitalismo nos conduce. 

Tal y como ocurrió con EEUU, el meteórico ascenso chino introduce aún más contradicciones en el sistema capitalista, convirtiendo la lucha por la supremacía mundial en una fuente constante de inestabilidad, crisis y guerras. El poderío chino se asienta sobre la decadencia del resto del mundo y muy especialmente sobre la descomposición del capitalismo norteamericano y europeo. Una decadencia sobre la que cabalga el ascenso de la ultraderecha y el neofascismo, que demuestra la inviabilidad de un desarrollo capitalista armónico y de rostro humano, y plantea hoy más que nunca la necesidad de la revolución socialista. Porque ningún imperialismo podrá salvar a la clase obrera de la catástrofe a la que el capitalismo nos conduce.

Comprender la magnitud de los cambios que se están produciendo, y sus efectos decisivos en la lucha de clases, nos permitirá situarnos ante los acontecimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios que ya están marcando la historia del siglo XXI. Construir un partido revolucionario de combate es la tarea central para liberar a la humanidad de sus cadenas.

 

Notas:

 [i] China es la única superpotencia de fabricación mundial.

[ii] China es la única superpotencia de fabricación mundial.

[iii] China, EEUU y la lucha mundial por el poder y la influencia

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