Un análisis marxista de la situación económica mundial

Es difícil tomar conciencia de la dramática transformación que vive la Historia Mundial. La declaración de guerra económica de Trump contra China, envuelta en sanciones arancelarias sin precedentes y que superan el 150%, su arrogancia de matón contra sus aliados occidentales, el uso de un lenguaje incendiario, soez e intimidatorio, sus idas y venidas, las bravuconadas y los repliegues… todo este catálogo de decisiones aparentemente caóticas ha desatado un desconcierto genuino en los centros de poder.

La incertidumbre y la volatilidad dominan el tablero económico y político, mientras las voces cualificadas se multiplican alertando de una inminente recesión. Después de jornadas históricas en las que se han evaporado billones de dólares de las bolsas estadounidenses, europeas y asiáticas, con sus firmas más relevantes perdiendo capitalización a chorros, y con los bonos del tesoro norteamericanos sufriendo ventas históricas y tipos de interés que socavan la viabilidad de las finanzas públicas, muy pocos se atreven a pronosticar como puede acabar todo esto.

Algunos piensan que el inquilino de la Casa Blanca demuestra una gran fortaleza y determinación para imponer el MAGA, pero si obviamos la grandilocuencia del espectáculo, detrás de estas sanciones hay, sobre todo, una señal de desesperación. El retroceso del poderío estadounidense es un hecho tan visible, y se ha ido profundizando en cada giro de los acontecimientos, que el inquilino de la Casa Blanca piensa que solo a base de martillazos puede defender la supremacía mundial perdida. Pero la coerción y la violencia, por sí solas, no harán que su industria recupere la posición hegemónica que disfrutaba hace cincuenta años.

El hecho de que el Gobierno chino haya respondido con un contrataque contundente, y sus portavoces aseguren que se mantendrán firmes ante esta provocación, dan la medida del desastre en que se encuentra sumida la economía capitalista y, en particular, la del bloque occidental. 

Podría considerase locura, pero no lo es: la lógica que propulsa estos acontecimientos y decisiones tiene raíces profundas. Los fundamentos del orden mundial que Washington construyó después del colapso de la URSS atraviesan una crisis irreparable, y los múltiples factores que le otorgaron estabilidad durante décadas se están yendo a pique.

Las formas de dominación parlamentaria tradicionales, con la alternancia de Gobiernos conservadores y otros de matiz socialdemócrata, los llamados “valores liberales”, la diplomacia, el consenso, los “tribunales internacionales de justicia”, los organismos de mediación y diálogo, la ONU, la OMC, la paz social… esos medios de contención tan útiles para la gobernanza, están haciéndose añicos espoleados por el estancamiento general de las fuerzas productivas, el dominio parasitario del capital financiero, y una escalada militarista agudizada por la entrada en escena de nuevos poderes imperialistas.

La incertidumbre y la volatilidad dominan el tablero económico y político, mientras las voces cualificadas se multiplican alertando de una inminente recesión. 

Los profundos cambios en la correlación de fuerzas entre las potencias están detrás de esta sacudida. El ascenso de China desafía abiertamente el liderazgo de EEUU, un hecho absolutamente incuestionable para los estrategas de la Casa Blanca que colocan a Beijing como una amenaza sistémica para sus intereses hegemónicos.

Pero China no viene sola. En estos últimos diez años, y especialmente desde el comienzo de la guerra en Ucrania en 2022, se ha producido un salto de calidad en la conformación de un bloque económico, militar y diplomático liderado por China y Rusia que atrae nuevos aliados y genera más complicaciones a Occidente.

Una asociación poderosa que ha confrontado en los terrenos más diversos y trascendentales, desplazando la influencia norteamericana en Asia, África, Latinoamérica y Europa, y aumentando la dependencia global del músculo económico chino. El retroceso occidental también se aprecia en el plano militar. Y este aspecto no es secundario.

El reparto imperialista se realiza a través del intercambio desigual entre las naciones más avanzadas y que poseen una mayor productividad del trabajo, y las menos desarrolladas que no pueden competir por su bajo nivel tecnológico y de desarrollo de sus fuerzas productivas. Pero el uso de la fuerza, en última instancia, se manifiesta como un factor crucial cuando los acuerdos se hacen imposibles. La guerra y el militarismo siempre acompañan al reparto imperialista. Y el conflicto en Ucrania, donde se han puesto en juego las fortalezas industriales, económicas y tecnológicas de cada bloque implicado, y el respaldo social que han sido capaces de movilizar, indica la creciente superioridad de Moscú-Beijing.

La política es economía concentrada, como solía repetir Lenin. Es imposible pensar que estas modificaciones de calado en la base material de la sociedad no iban a tener un poderoso impacto en la superestructura política, en los partidos tradicionales y en las relaciones entre las clases.

El ascenso de la extrema derecha en EEUU, en Alemania, en Austria, en Francia, en Italia, en Gran Bretaña, en el Estado español, en Argentina o en Chile, está interconectado con estos fenómenos, lo mismo que la polarización social y política, y las oscilaciones violentas en la psicología y el estado de ánimo de las masas. Por supuesto, la bancarrota política de la izquierda reformista y sus políticas capitalistas y militaristas son muy responsables del actual escenario.

Los factores económicos que hemos descrito influyen poderosamente en los desarrollos políticos, y viceversa. La relación entre el ciclo económico y político se retroalimenta dialécticamente. Establecer una muralla infranqueable entre ambos no tiene nada que ver con un enfoque marxista. De la misma manera, los fenómenos sociales más significativos, igual que en la naturaleza, no se presentan en estado puro. Existen todo tipo de distorsiones, variaciones, singularidades o particularidades… pero lo fundamental es señalar las tendencias de fondo que están reflejando, y las causas objetivas que los hacen emerger.

Trotsky, en un gran artículo titulado Bonapartismo y fascismo, señaló que “la gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. En esas épocas, las concepciones y generalizaciones políticas son rápidamente superadas y exigen su remplazo total, lo que es relativamente fácil, o su concreción, precisión o rectificación parcial, lo que es más difícil. Precisamente en esos periodos surgen necesariamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, si en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconcebidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta”[1].

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Los factores económicos que hemos descrito influyen poderosamente en los desarrollos políticos, y viceversa. La relación entre el ciclo económico y político se retroalimenta dialécticamente. No hay una muralla infranqueable entre ambos. 

La globalización y el desarrollo de las fuerzas productivas chinas

Partiendo de que la verdad es siempre concreta, para entender la nueva ofensiva arancelaria de Trump y sus consecuencias inmediatas en la economía mundial y en la lucha de clases, es necesario situarla en el contexto que analizábamos anteriormente.

Hay gentes de mente limitada que consideran la historia una mera repetición de hechos, una sucesión de acontecimientos que se reiteran con tal o cual matiz superficial. Sin pensar suficiente afirman que lo que está ocurriendo actualmente muestra el triunfo del proteccionismo y el fin de la globalización. ¿Para qué discurrir de forma independiente, y con las herramientas que ofrece el marxismo, si cierta prensa económica te lo da todo mascado con fórmulas sencillas?

Conocer la historia, estudiarla seriamente y entender los factores que desencadenaron las grandes transformaciones sociales y políticas, es una tarea imprescindible, pero no tan sencilla. Tomar la plantilla de un hecho histórico para cien años después colocarla sobre la actualidad y ver si encaja o no, tiene muy poco que ver con el marxismo. No es dialéctica, es mecanicismo vulgar.

En 1929 el mercado mundial era ya una realidad indiscutible que dominaba las economías nacionales, confirmando brillantemente las previsiones del marxismo, esto es, la tendencia inherente de las fuerzas productivas a superar los límites impuestos por la propiedad privada y las fronteras nacionales. La lucha interimperialista se desarrollaba con intensidad y diez años más tarde, tras una guerra arancelaria sin cuartel, devaluaciones competitivas, y hundimiento de la producción, acabó estallando violentamente en la Segunda Guerra Mundial. En ese marco histórico concurrieron también factores específicos que deben ser tomados en cuenta cuando analizamos el momento actual, pues algunas diferencias eran y son cualitativas.

En primer lugar, existía la URSS, con su economía planificada y como factor en el estímulo de la lucha de clases internacional, incluso a pesar de su dirección estalinista. El miedo a la revolución socialista de las clases poseedoras aceleró la salida fascista. En segundo lugar, la globalización e interconexión de las relaciones económicas, aunque muy importante, estaban todavía muy lejos del grado de interdependencia que registran en la actualidad.

Es importante señalar que, a pesar de todas las teorías que se están divulgando en la línea de afirmar el triunfo de la desglobalización y la división de la economía mundial en bloques, los datos no acompañan tales afirmaciones. Incluso después de todas las medidas arancelarias y restricciones al comercio que se han aprobado en los últimos dos años, es totalmente cuestionable afirmar que atravesamos un retroceso sustancial de la globalización. Financial Times en un artículo titulado El mito de la desglobalización oculta los cambios reales, reconocía que “no parece haber evidencia de un cambio hacia la desglobalización”, y que la realidad es “que el resto de la economía mundial es cada vez menos importante para China, pero el país sigue siendo cada vez más importante para el resto de la economía mundial”[2].

Una diferencia sustancial respecto a 1929 estriba entre otras, en estos dos aspectos relevantes. La globalización ha llegado a un punto cualitativamente superior respecto al volumen de los flujos internacionales del capital financiero, y a la interdependencia de las cadenas globales de producción, suministros y comercialización de mercancías. Un proceso que adquirió un impulso formidable tras el colapso de la URSS y la restauración del capitalismo en China, y el fortalecimiento consiguiente del orden imperialista norteamericano.

La cuestión que explica la virulencia de la lucha presente y la desesperación que muestra la Administración Trump, no es su rechazo a la globalización, sino a que el liderazgo de esta globalización no corresponde ya a una sola potencia, esto es, a los EEUU. En estas últimas dos décadas China se ha convertido en un coloso productivo que ejerce una hegemonía tangible en el comercio mundial. Por eso el choque está adoptando unos contornos tan brutales y difíciles de conciliar.

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La cuestión que explica la virulencia de la lucha presente y la desesperación que muestra la Administración Trump es que el liderazgo de la globalización ya no corresponde solo a EEUU, China ejerce una hegemonía tangible en el comercio mundial. 

Según cifras de 2023, China acapara el 28,7% del volumen de producción industrial mundial. Le sigue EE.UU con el 16,8%, Japón con el 7,5% y Alemania con el 5,3%. Durante el quinquenio 2020-2024 el crecimiento total del PIB de China fue del 23,4%, el de EEUU del 15,0%, la UE logró un magro 12,2%  y Japón el 6,0%.

China concentra el 20% de la inversión mundial en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), y en sus universidades se gradúan cada año a 1.5 millones de científicos e ingenieros, más que Estados Unidos, Japón y Alemania juntos. La Organización Mundial de Propiedad Intelectual (WIPO, por sus siglas en inglés) en su informe sobre indicadores mundiales de propiedad intelectual de 2023, revela que en el año anterior se presentaron 3.457.400 solicitudes de patentes en el mundo, de las que el 46,84% eran chinas frente a un 17,2% de EEUU, y un 8,4% de Japón.

Un estudio de 2024 titulado China es la única superpotencia manufacturera del mundo: un esbozo de su ascenso, destaca que “la industrialización de China no tiene precedentes. La última vez que el ‘rey de la industria manufacturera’ fue destronado fue cuando Estados Unidos superó al Reino Unido justo antes de la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos tardó casi un siglo en llegar a la cima; el cambio entre China y Estados Unidos se ha producido en unos 15 o 20 años. En resumen, la industrialización de China desafía toda comparación. […] China comenzó la carrera un poco por delante de Canadá, Gran Bretaña, Francia e Italia. Superó a Alemania en 1998, a Japón en 2005 y a Estados Unidos en 2008. Desde entonces, China ha más que duplicado su cuota mundial, mientras que la de Estados Unidos ha caído otros tres puntos porcentuales”[3].

Mientras en los principales países occidentales los beneficios empresariales se canalizan desde hace décadas hacia las operaciones financieras especulativas, y la inversión productiva decae, en China la formación bruta de capital fijo (FBCF) ha aumentado ininterrumpidamente desde 1995. En 2023, la FBCF de China representaba un 41% de su PIB. En ese mismo año, en EEUU suponía el 21%, en Alemania el 21%, en Francia el 23%, en Gran Bretaña el 18%. En Rusia, en plena guerra en Ucrania, representó el 22%. (Datos del Banco Mundial) [4].

La superioridad industrial de China resulta cada vez más abrumadora, y cuenta con un sector automovilístico en constante expansión, especialmente de vehículos eléctricos. En 2022 instaló más robots industriales que el resto del mundo, 290.000 frente a 263.000[5]. Un estudio del Joint Research Center de la UE sobre “fábricas avanzadas” (fábricas que combinan robótica, IA, impresión 3D y sistemas de datos dinámicos) subraya la enorme superioridad de China: 20.000 frente a 7.500 de EEUU y 4.500 de Europa. El crecimiento de estas fábricas en China desde 2009 ha sido del 571%, frente a un 130% en la UE y un 75% en EEUU[6].

Los datos que el Centro de Investigación de Política Económica publicaba en enero de 2024 son claros: “Estados Unidos depende mucho más de la producción manufacturera china que viceversa […] China estaba más expuesta a los insumos estadounidenses antes de 2002, pero Estados Unidos ha tenido una mayor exposición desde entonces. En 2020, Estados Unidos estuvo aproximadamente tres veces más expuesto a la producción manufacturera china que viceversa […] esto muestra una asimetría notable, histórica y mundial en la dependencia de la cadena de suministro entre China y otros grandes países manufactureros. Los políticos pueden querer desvincular sus economías de China. Sin embargo, estos datos sugieren que esa disociación sería difícil, lenta, costosa y perjudicial, especialmente para los fabricantes del G7”[7].

La propaganda occidental insiste en calificar a China como una economía exportadora incapaz de generar un potente mercado interno, una afirmación carente de fundamento. El desarrollo de las fuerzas productivas en China ha supuesto, como ocurrió en su momento con Gran Bretaña o EEUU, la conformación de una creciente clase media, y de amplios sectores de la clase obrera que se han beneficiado de subidas salariales desconocidas en el resto del mundo. En 2023, según datos de la Oficina Nacional de Estadística, los salarios reales en las empresas públicas crecieron un 5,5% y en el sector privado un 4,5%, con incrementos de más del 13% en el sector financiero o de más del 11% en el sector de la minería, aumentando la renta per cápita real una media de un 6,3%[8].

Hoy China no es solo la principal potencia exportadora y acreedora del planeta, sino que se está convirtiendo en un mercado decisivo para que el resto de las potencias capitalistas puedan vender sus mercancías y servicios.

El avance de China no ha hecho más que reforzar la globalización. El Instituto Lowy, por ejemplo, señala que 128 países comercian más con China que con EEUU, y que el gigante asiático ha gastado más de un billón de dólares en infraestructuras en más de ¡140 países[9]! China se ha convertido desde hace una década en un exportador neto de capital a todo el mundo, y sus inversiones en el extranjero alcanzaron en 2023 la cifra récord de 162.700 millones de dólares[10].

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Hoy China no es solo la principal potencia exportadora y acreedora del planeta, sino que se está convirtiendo en un mercado decisivo para que el resto de las potencias capitalistas puedan vender sus mercancías y servicios. 

La política de sanciones occidentales contra Rusia ha puesto aún más en evidencia el avance de la globalización bajo dominio chino. No solo han sido incapaces de aislar a Putin, que ha contado en todo momento con el respaldo de China, sino que este paquete de represalias se ha convertido en un boomerang contra EEUU acelerando la crisis del dólar.

El comercio entre China y Rusia ha pasado a realizarse en un porcentaje muy elevado en yuanes, y otras potencias como Arabia Saudí, aliado histórico de EEUU, firmaron un sonado acuerdo con China para comprar parte de su petróleo en yuanes a cambio de que estos sean utilizados para adquirir productos chinos. Día tras día, la lista de países (Brasil, Irán, Pakistán, Nigeria, Argentina o Turquía…) que se suman a acuerdos similares crece[11].

De estos lodos vienen estos polvos

Según los datos del portal económico Statista, “en 2024, la economía de China representó más del 19% del producto interno bruto mundial ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA). Con esta cifra, dicho país se posicionó nuevamente como la mayor potencia económica global, superando incluso a Estados Unidos, que ocupó el segundo lugar con una cuota del 15,2%”[12].

Para los que hablan tan a la ligera de desglobalización, hay que decir que el comercio mundial registró en 2024 un récord histórico con intercambios que ascendieron 33 billones de dólares, impulsado por el crecimiento del 7% en los servicios y del 2% en los bienes, y todo esto teniendo en cuenta que ya se producían importantes medidas proteccionistas por parte de EEUU además de las sanciones impuestas a Rusia.

Todo esto revela la fortaleza exportadora de China y su capacidad de adaptación. En 2023 —por citar los datos más completos publicados hasta el momento— la brecha respecto a sus competidores inmediatos volvió a aumentar: China exportó mercancías por valor de 3,59 billones de dólares, frente a 2,06 billones de EEUU, 1,65 billones de Alemania, 746.920 millones de Japón, 656.930 millones de Italia o 617.820 millones para Francia[13].

Por tanto, el callejón económico en que se encuentra EEUU no se ha creado en un año, ni en cinco, ni en dos décadas. Estamos ante un proceso que arrancó a mediados de los años noventa del siglo pasado, y que paradójicamente se alimentó de los “éxitos políticos” que el imperialismo estadounidense se apuntó con el derrumbamiento del estalinismo, la desaparición de la URSS y el restablecimiento del capitalismo en Rusia y en China.

La incorporación de cientos de millones de trabajadores al mercado mundial facilitó una nueva división del trabajo y oportunidades colosales para que los capitales occidentales invirtieran en estos países obteniendo retornos inimaginables en EEUU y Europa. La fiebre de la deslocalización industrial que provocó millones de despidos se apoderó del capitalismo estadounidense y europeo, con las consecuencias que hoy son visibles. La deslocalización regó con beneficios astronómicos a las grandes multinacionales, que lejos de invertirlos en el desarrollo de las fuerzas productivas de EEUU, Gran Bretaña o Francia, se dedicaron, en términos masivos, a inflar la burbuja especulativa, inducir la financiarización absoluta de los mercados, actuar de manera parasitaria comprando deuda pública a mansalva y recomprado acciones propias para estimular la subida de los valores bursátiles. La decadencia y parasitismo de este modelo quedó al descubierto durante la Gran Recesión de 2008, que sacudió el sistema financiero estadounidense y la economía mundial. Desde entonces, el proceso se ha agudizado y generalizado.

China salió bastante indemne de la Gran Recesión, y posteriormente de la Pandemia, fortaleciéndose como potencia productiva, no como colonia proveedora de manos de obra barata y productos de baja calidad y escaso valor añadido. La transferencia de tecnología a China en estas décadas ha sido formidable porque interesaba a las multinacionales occidentales que levantaron plantas gigantescas en su territorio, y porque, y esto sí es significativo, el régimen de capitalismo de Estado y la burocracia del PCCh actuaron conscientemente invirtiendo una gigantesca masa de capital en el desarrollo de nuevos medios de producción y de transporte, en una industria tecnológica sin parangón, en astilleros, plantas de acero y aluminio, en una vasta red de canalizaciones, en explotación de tierras raras, en la construcción de nuevas ciudades, en una malla sanitaria que dio el campanazo durante la pandemia…

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Paradójicamente el callejón económico en que hoy se encuentra EEUU se alimentó de los “éxitos políticos” que se apuntó con el derrumbamiento del estalinismo, la desaparición de la URSS y el restablecimiento del capitalismo en Rusia y en China. 

Su potencia exportadora le ha permitido acumular un superávit comercial estratosférico con el que ha inundado de inversiones todos los continentes y, a pesar de los desequilibrios evidentes que arrastra, como una deuda pública muy elevada, la exposición constante a la sobreproducción, y una explotación despiadada de la fuerza laboral, sin sindicatos y organizaciones independientes de la clase obrera… ha demostrado que la singularidad con la que enfrentó la transición al capitalismo le concede serias ventajas respecto a sus grandes competidores. Es el contraste entre un capitalismo vigoroso y en ascenso, y otro en su fase senil. 

El régimen de capitalismo de Estado chino no es la URSS, pero la burocracia exestalinista del PCCh aprendió mucho del caos destructivo que se produjo en los años de Yeltsin. La dirección de las operaciones económicas esenciales se ha diseñado de manera centralizada, y la burocracia, como parte de la nueva clase dominante burguesa que comparte privilegios y fortunas con muchos multimillonarios del sector privado, que también cuentan con el carné del partido (es obligatorio)... ha sido capaz de disciplinar en momentos determinados los excesos y ambiciones de algunos de sus más destacados personajes.

Evidentemente en el seno de la burguesía china existen divisiones y contradicciones que aflorarán cuando las dificultades escalen pero, hasta el momento, mantienen una unidad de criterio bastante importante. Todo lo dicho en ningún caso implica edulcorar el régimen chino como un imperialismo amigo, o una sociedad socialista de mercado como pretende la izquierda de origen estalinista.

China es una potencia imperialista con una desigualdad lacerante y grandes conflictos latentes que todavía no se han expresado en la medida que el crecimiento sigue a buen ritmo. Pero los datos son claros: de las 500 personas más ricas del mundo en el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, 81 son chinas y acumulan una fortuna de 1.1 billones de dólares. Estas cifras solo son superadas por Estados Unidos, donde 162 multimillonarios poseen una riqueza total de 3,4 billones de dólares. Según otro ranking, la Hurun Global Rich 2021, China cuenta con más de 1.000 multimillonarios, la mayor cantidad del mundo.

Retomando otro aspecto fundamental. El mercado interno chino está adquiriendo enormes dimensiones y se ha convertido en un espacio clave para las principales firmas industriales de EEUU y Europa, de sus empresas de automoción, agroalimentarias, mineras, del textil, del lujo… A diferencia de EEUU en su avance como potencia imperialista, que primero construyó un potente mercado interno para levantar sus posteriores aventuras exteriores, el proceso histórico en China, gracias al modelo de capitalismo de Estado centralizador, ha sido vertiginoso y subraya la validez de la teoría del desarrollo desigual y combinado: ha quemado etapas muy rápido, sirviéndose de las inversiones occidentales para establecer una base productiva eficaz, acumular un superávit imponente, y paralelamente construir un mercado doméstico gigantesco que rivaliza cada día más en capacidad de compra con el mercado estadounidense.

No es poco a lo que se enfrenta la clase dominante estadounidense. Trump no quiere que pase lo mismo que en su primer mandato. En 2016, el año uno de su primera presidencia, el déficit comercial estadounidense ascendió a 502.300 millones de dólares, y con China alcanzó los 347.000 millones de dólares. En 2020, el año en que perdió las elecciones, el déficit comercial estadounidense alcanzó los 678.740 millones de dólares, y con China fue de 310.800 millones de dólares.

Respecto a la Unión Europea, el déficit de EEUU pasó de 151.575 millones de dólares en 2017 a 182.579 millones en 2020. Bajo la presidencia de Joe Biden, escaló hasta un récord en 2024 de 235.571 millones de dólares.

Volviendo a China. En 2024, EEUU importó bienes del gigante asiático por valor de 438.947 millones de dólares, y exportó mercancías por un monto de 143.546 millones, con un déficit comercial resultante de 295.402 millones. Aunque el déficit se ha recortado desde 2016 en más de 50.000 millones, las cifras siguen siendo demasiado altas y revelan el problema orgánico de dependencia que tiene la economía norteamericana respecto a China.

La experiencia de estos ocho años no deja muy buenas sensaciones. Ni las industrias han retornado a suelo estadounidense, ni se han multiplicado los puestos de trabajo bien pagados, ni el retroceso comercial se ha contenido. En 2024, la balanza comercial global de Estados Unidos registró un déficit de 918.420 millones de dólares, un 17% más que en 2023.

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La experiencia de estos ocho años no deja muy buenas sensaciones para EEUU. Ni las industrias han retornado a suelo estadounidense, ni se han multiplicado los puestos de trabajo bien pagados, ni el retroceso comercial se ha contenido. 

La guerra comercial de Trump y sus múltiples consecuencias

En el inicio del siglo XXI, el dominio comercial de EEUU era indiscutible. Más del 75% de los países tenían como principal socio comercial a Washington frente a una minoría que tenían a Beijing. En 2020 la posición se invirtió y China se convirtió, con gran diferencia, en el principal exportador del mundo. Como resultado, China acumuló gigantescas reservas en divisas que en enero de 2024 ascendían a más de 3,2 billones de dólares.

Y esto es lo que explica la actual disyuntiva en la que se mueve la Administración Trump y la burguesía estadounidense.

Tras meses de amenazas, anuncios, aplazamientos y rectificaciones, Trump lanzó su plan el 2 de abril, pomposamente bautizado como “Día de la Liberación”. La decisión representa, aparentemente, la mayor andanada contra el sistema multilateral de comercio y de regulación de las finanzas internacionales que ha estado en vigor desde los Acuerdos de Bretton Woods de 1944. Pero este desafío, con el paso de los días, ha desvelado lo que realmente persigue: poner de rodillas a China con unos aranceles del 145%.

Si el Gobierno norteamericano siguiera adelante con sus planes hasta el final, las consecuencias serían incalculables. Un cierre de las fronteras americanas a los productos chinos, y viceversa, el bloqueo a los capitales y mercancías estadounidenses en China tendría un efecto demoledor y propiciaría una durísima recesión global. Sin embargo, pensar que este escenario es el único, o el más probable, es considerar muy a la ligera las implicaciones que todo esto tendría para la Administración Trump que, sin duda, parte de una posición de debilidad y no de fortaleza.

Tal como hemos descrito en este artículo, la hegemonía global que EEUU ejerció durante ocho décadas se agrieta a una velocidad creciente, y su clase dominante se ve ante la perspectiva de empezar a perder unos beneficios exorbitantes construidos gracias al papel de primera potencia imperialista de EEUU.

Es bastante claro que una buena parte de la burguesía norteamericana no comparte las últimas medidas de Trump. Así lo atestiguan las duras críticas de los jefes de Goldman Sachs y de J.P. Morgan, o los ataques que sus medidas han suscitado en los grandes think-tanks empresariales de los EEUU[14] pero, sobre todo, el hundimiento de las bolsas norteamericanas y la subida de los intereses que hay que pagar por los bonos del Tesoro, han obligado finalmente a que Trump aplace 90 días el paquete de aranceles que pretendía imponer a la UE, sus socios históricos del bloque occidental. Fue un primer retroceso, pero en pocos días han sucedido más.

Trump puede aparentar que actúa como un loco, pero no es así. Todo lo que hace señala la gravedad del callejón al que ha llegado la clase dominante estadounidense. Por el momento, los capitalistas más críticos con Trump son incapaces de definir una estrategia alternativa para frenar y revertir la decadencia de EEUU. Y ese vacío lo llena la demagogia de Trump, que arrastra tras de sí a millones de medianos y pequeños inversores, tanto empresarios como profesionales de clase media, comerciantes o rentistas de todo tipo, acostumbrados a ganar mucho dinero en los muy especulativos mercados financieros norteamericanos (bolsa, materias primas, derivados, deuda pública, etc.) y que ven que sus sueños de riqueza sin fin están amenazados por el imparable ascenso del capitalismo chino.

Es ese sector social el que alimenta el sueño de un resurgir industrial de EEUU sobre el ejercicio ilimitado de su poder imperial. ¿No está demostrando EEUU, de la mano de Netanyahu, que puede borrar del mapa a la población palestina con un salvajismo e inhumanidad que recuerda a la del nazismo? ¿Por qué no aplicar entonces ese poderío para reestablecer los años dorados del capitalismo yanki?

Desgraciadamente para ese sector, la base material de la hegemonía norteamericana ha desaparecido para no volver. En 1945 EEUU era la gran potencia industrial del mundo capitalista, con Europa Occidental y Japón arrasados por la guerra. Esa situación permitió a Washington que el dólar se convirtiera en moneda mundial de intercambio y reserva. Gracias a ello, EEUU drenó riqueza de todo el mundo capitalista, sobre todo de los antiguos países coloniales, para sostener generosamente sus finanzas públicas y su inmenso déficit fiscal, y propiciar una era de expansión para sus monopolios privados.

Todo esto fue posible y duró tantas décadas, porque tras el final de la SGM el capitalismo mundial vivió un crecimiento sin precedentes. El capital estadounidense dominaba el mundo, pero los capitalistas de otros países, especialmente en Europa occidental, y también la clase obrera de los países avanzados, recibieron su porción de la riqueza global gracias a las políticas de pacto social, que desarticularon las crisis revolucionarias en Francia, Italia y otros lugares, y que aumentaban gracias a las inversiones y la innovación norteamericanas.

Pero todo esto acabó desde mediados de los años noventa del siglo pasado cuando las rentabilidades empezaron a caer fruto de la sobreproducción, y el modelo neoliberal se impuso para propiciar una nueva fase de acumulación capitalista arrasando con el empleo de calidad, los salarios dignos y el Estado del bienestar.

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Tras meses de anuncios, aplazamientos y rectificaciones, Trump lanzó su plan el 2 de abril, pomposamente bautizado como “Día de la Liberación”. No es locura, todo lo que hace es señalar la gravedad del callejón al que ha llegado la clase dominante estadounidense. 

Esta dinámica se reforzó tras el colapso de la URSS, abriendo de par en par los mercados a la financiarización y la compra masiva de deuda pública. La Gran Recesión de 2008 desveló los límites de este “círculo virtuoso” de ganancias masivas en las bolsas, y puso de manifiesto la crisis de sobreproducción que atravesaba el capitalismo mundial. Desde entonces, la riqueza de la burguesía de EEUU se obtiene en una medida cada vez mayor de la especulación financiera, a costa de empobrecer a su propia clase trabajadora y al resto del mundo.

La especulación financiera en EEUU está desbocada (véase los casos de Tesla, Intel o Nvidia) y amenaza constantemente a las bases productivas de su economía. La productividad del trabajo en EEUU lleva años creciendo a un ritmo cada vez más bajo[15], consecuencia de la debilidad de la inversión que añade valor real a la producción.

Pero Trump y sus seguidores, entre los que se encuentra una parte significativa de la élite tecnológica y financiera de EEUU, creen haber descubierto la receta para hacer frente a esta decadencia. Si el sistema global de comercio y finanzas que EEUU impuso tras la SGM ha terminado creando las condiciones para la expansión del capitalismo de Estado chino, simplemente habrá que dinamitarlo.

Falsificando sin sonrojarse la historia de los últimos 80 años, Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump, plantea en un reciente documento la estrategia que hay que seguir[16]. Según su visión han sido los EEUU, con su política de dólar fuerte, quién ha estado pagando generosamente el desarrollo industrial del resto del mundo. Según esta lógica, cuando EEUU imprimía dólares sin contrapartida real alguna y exportaba su inflación, resulta que nos estaba haciendo un gran favor y que el resto del mundo vivía parasitando la riqueza creada por las empresas norteamericanas.

La consecuencia es clara y Trump la expresa sin rodeos: el mundo entero ha estado robando a EEUU y es hora de que empiecen a devolver.

¿Más aranceles para industrializar EEUU?

Los aranceles de Trump, aunque se hayan aplazado por 90 días a excepción de los que afectan a China, pretenden crear la máxima tensión y sumir a las empresas y países más dependientes de la exportación de sus productos a EEUU en unas circunstancias extremas. Kenia, Madagascar, Costa de Marfil, Camboya, Vietnam, o incluso Indonesia, podrían encontrarse en poco tiempo ante el cierre de fábricas y la ruina de decenas de miles de explotaciones agrarias, si no aceptan condiciones de negociación draconianas. Gobiernos y empresas afectados tendrían que ofrecer, al menos en un primer momento, compensaciones a EEUU para que sus aranceles se vean atenuados.

Trump cuanta con la experiencia de los fuertes aranceles impuestos a la UE en su primer mandato. Tras tres meses de negociaciones a puerta cerrada, el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, consiguió cancelarlos a cambio de aumentar significativamente las compras de gas, soja y armamento a EEUU y de aplazar por varios años la normativa sobre emisiones contaminantes de vehículos de motor, que afectaban especialmente a los coches norteamericanos.

Pero las circunstancias han cambiado mucho. Como pudimos comprobar con motivo de las sanciones a Rusia, una gran parte de los países del mundo ya no se arrodillan dócilmente ante las imposiciones de EEUU. Por eso parece inevitable que a lo largo de los próximos meses empecemos a ver un sólido reforzamiento de lazos económicos y comerciales de China con todos los países pisoteados por Trump.

Es importante señalar que para el comercio mundial prescindir del gigantesco volumen de compras norteamericanas es inviable en un futuro cercano. Con unas importaciones anuales de casi 3 billones de dólares, EEUU es, con gran diferencia, el primer importador del mundo. Pero este hecho crea una dependencia mutua. Si bien es difícil que los países exportadores encuentren a corto y medio plazo un mercado alternativo al norteamericano, también es cierto que la industria norteamericana carece por completo de la capacidad de sustituir las importaciones por producción propia.

La mejor prueba de estas importantes limitaciones la tenemos en la decisión de Trump, el 11 de abril, de eximir totalmente de aranceles a los teléfonos móviles, ordenadores, chips, discos duros y otros componentes electrónicos, y también de la maquinaria necesaria para fabricar semiconductores, incluso aunque provengan de China. Los intereses de grandes corporaciones norteamericanas, como Apple, Intel, Dell y otras muchas, finalmente se han impuesto, y Trump se ha visto obligado a dar un paso atrás ante el peligro de arruinar a sus empresas más señeras.

Es previsible que en las próximas semanas o meses estas exenciones se vayan ampliando a medida que se confirme las dificultades de la industria norteamericana. Sustituir con producción nacional un volumen tan extraordinario de mercancías imprescindibles para sus cadenas de fabricación y que son importadas, no es una tarea que se haga con un clic.

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Volver Grande a América implica remover por completo el sistema industrial de EEUU, y llevar a cabo inversiones gigantescas de capital y tecnología que mermarían las ganancias rápidas y multimillonarias que ofrece la economía casino de Wall Street. 

¿Cómo se saldrá de este atolladero? Trump confía en hacerlo obligando a las empresas extranjeras a rebajar sus costes, y rompiendo la unidad interna de bloques como el de la Unión Europea. Por eso apoya un movimiento mundial de extrema derecha que se haga con el control de Gobiernos clave, a los que poder condicionar y manejar sin ataduras, y de paso crear las condiciones políticas más aptas para enfrentar con éxito la radicalización de la lucha de clases con medidas totalitarias y policiales. Pero esto, hay que recordar, no resuelve los problemas inmediatos.

La pretensión de convertir a EEUU en una maquinaria industrial de primera línea está muy bien sobre el papel, pero hacerla realidad es mucho más complicada. Volver Grande a América implica remover por completo el actual sistema industrial estadounidense, y llevar a cabo unas inversiones gigantescas de capital y tecnología que mermarían las ganancias rápidas y multimillonarias que ofrece la economía casino de Wall Street. Garantizar retornos atractivos para la inversión productiva no es tan fácil, salvo que haya una política de financiación estatal masiva, por así decirlo, una vuelta a una variante trumpista de keynesianismo de Estado. Pero no parece que este sea el plan del presidente.

Aranceles de esta envergadura a los productos chinos, otorgan en teoría una ventaja cuantitativa a la industria estadounidense. Pero eso es la teoría. Para materializar ese potencial es necesario voluntad política y empresarial e invertir masivamente en la actualización y mejora de las plantas estadunidenses para hacerlas más competitivas y emanciparlas de los suministros chinos. Si eso no se hace, y tardaría mucho tiempo además en implementarse, estos aranceles provocarán un incremento enorme de los costes de producción y una espiral inflacionaria, que se conjugará inevitablemente con una depresión del mercado. El fenómeno de la estanflación puede extenderse y provocar también un terremoto de movilizaciones sociales contra el trumpismo.

Es decir, que las ventajas para inundar el mercado norteamericano de productos made in USA tampoco son tan automáticas. Hay un gran signo de interrogación sobre este aspecto.

La pretensión de compensar las dificultades sobrevenidas apoyándose en la devaluación del dólar para vender más en el mercado mundial, chocará con las represalias del Gobierno de Xi Jinping, que ya ha respondido con aranceles a los productos estadounidenses de más del 120%, y con la posible reacción de la UE, que debido a la tregua de 90 días está por ver todavía.

Repercusiones internas

Como ya hemos explicado en anteriores materiales[17], los nuevos aranceles de Trump implicarán de forma inmediata que los consumidores norteamericanos paguen precios mayores por los bienes importados, y las empresas norteamericanas que necesitan comprar en el exterior materias primas o componentes para su funcionamiento verán sus costes notablemente incrementados y perderán competitividad en los mercados mundiales.

Estas consecuencias negativas se verán multiplicadas por los efectos de las medidas de represalia que los países de todo el mundo adoptarán contra los productos norteamericanos, y no se van a limitar únicamente a subidas de aranceles. China, por ejemplo, además de incrementar aranceles en la misma proporción que EEUU, aprobará medidas adicionales como la prohibición de exportar al mercado estadounidense materiales estratégicos para su industria.

El órdago lanzado por Trump ha sido de tal calibre que la propia Reserva Federal alerta de que EEUU y el resto del mundo pueden sumirse en una nueva recesión. Y desde las filas del trumpismo ya han surgido voces, encabezadas por Elon Musk y varios senadores republicanos, que claman por el fin de la guerra comercial, al menos con la Unión Europea.

Sin duda, las masivas manifestaciones del 5 de abril contra Trump en más de 1.100 ciudades de EEUU también han sido un factor importante en este brusco cambio de opinión. La clase trabajadora norteamericana no está dispuesta a soportar el coste de unas políticas de guerra comercial que tienen como único objetivo proteger los inmensos beneficios de los milmillonarios estadounidenses, y mucho menos cuando Trump acaba de aprobar una rebaja fiscal que les ahorrará a esos milmillonarios 4,5 billones de dólares en impuestos en 10 años.

La agenda de este plutócrata no tiene nada de antiestablishment. Su demagogia populista esconde una política agresiva para saquear las finanzas públicas, y aplicar profundos recortes en las ya escasas prestaciones sociales que recibe el sector más empobrecido de la clase trabajadora norteamericana.

Sectores de la clase dominante norteamericana entienden que es prematuro provocar un estallido social de consecuencias incalculables para el precario equilibrio interno del capitalismo norteamericano. A pesar de los intentos de Trump por sembrar las semillas del racismo y del odio a los inmigrantes entre los sectores populares, la unidad de la clase trabajadora reforzada por las luchas de los inmigrantes a partir de 2006, por la lucha de Occupy Wall Street y de Black Lives Matter, por las movilizaciones masivas de las mujeres, por la lucha de los trabajadores más precarios por un salario de 15 dólares la hora y por el reconocimiento de sus sindicatos e, incluso a pesar de la vergonzosa capitulación de su líder ante el aparato del Partido Demócrata, por el movimiento liderado por Bernie Sanders, es notable y no ha sido barrida por las maniobras de división del trumpismo.

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La agenda de Trump no tiene nada de antiestablishment. Su demagogia populista esconde una política agresiva para saquear las finanzas públicas, y aplicar recortes en las ya escasas prestaciones sociales que recibe el sector más empobrecido de la clase obrera. 

La deuda norteamericana, una espada de Damocles

Aunque Trump tiene mucho cuidado en no hablar del tema, el principal y más inmediato riesgo para la economía norteamericana no es el déficit comercial sino el tamaño desmesurado de su deuda, tanto la del sector púbico como la de las empresas privadas.

El déficit fiscal norteamericano alcanza ya el 6% del PIB y su deuda, de casi 35 billones de dólares, representa el 121% de ese indicador. A finales de este año, el pago de los intereses de esta deuda se convertirá en la principal partida del gasto público de EEUU, muy por encima de su presupuesto militar.

Un informe del Council of Foreign Relations de 2023[18] señalaba que, incluso reduciendo su ritmo de crecimiento, la deuda pública estadounidense se duplicará en 30 años dificultando enormemente el pago de los intereses, sin contar con el lastre que estos pagos supondrán sobre la inversión productiva.

¿Qué ocurrirá con esta inmensa deuda si la guerra comercial desencadena una recesión o, simplemente, una ralentización del crecimiento económico? Pues que es muy posible que los intereses de los bonos a 10 años se disparen aún más, y que las ventas de los tenedores mundiales se aceleren. Es decir que EEUU tenga que desembolsar más capital para financiarse, porque hay dudas, muchas dudas, de la evolución de su economía.

Pero lejos de alarmarse, los estrategas económicos de Trump ya han diseñado una salida magistral para este problema. En el documento de Stephen Miran antes citado se esboza una “solución” radical al coste insoportable de la deuda. Puesto que la deuda se ha generado por las generosas aportaciones de EEUU al resto del mundo, ahora toca al resto del mundo hacerse cargo de los costes. ¿Cómo? Pues convirtiendo la deuda en manos de tenedores extranjeros en deuda perpetua a bajo coste o transformándola en deuda a muy largo plazo (100 años) con un tipo de interés irrisorio. Se trata del equivalente a una quita de la deuda que los inversores extranjeros tendrían que asumir de buen grado o a la fuerza.

Por el momento, estos planes no han pasado del papel y, aunque no podemos descartar nada, una salida semejante implicaría mucho más que una guerra comercial. 

Pase lo que pase en las primeras escaramuzas de esta guerra comercial, parece que Trump no ha calculado bien los impactos cruzados que sus medidas comerciales tendrán sobre la valoración del dólar y su papel como moneda de reserva y como divisa decisiva en las transacciones financieras y comerciales internacionales.

Los estrategas trumpistas apuestan por la depreciación permanente del dólar como medida para facilitar la tan deseada reindustrialización norteamericana. Un dólar más barato favorecería las exportaciones y el progresivo retorno a EEUU de las inversiones estadounidenses en el exterior. Pero la devaluación competitiva de la moneda es también algo que sus competidores pueden hacer, y el Gobierno chino sabe bastante de eso. A todo esto se jugó tras el crack de 1929, y los resultados fueron bastante lamentables.

Dejando al margen la radical imposibilidad de trasladar ya a EEUU la producción que durante varias décadas se fue deslocalizando a países con menores costes salariales, una depreciación del dólar solo puede agravar aún más los efectos inflacionistas de los nuevos aranceles y alimentar con ello el amplio descontento social que ya existe en EEUU.

Sean cuales sean las cábalas monetarias que Trump y sus estrategas elucubren, ninguna maniobra de este tipo puede solucionar el problema de fondo del capitalismo norteamericano. Por mucho dominio que el dólar mantenga aún en los mercados financieros mundiales, por mucha capacidad que conserve la FED para operar con los tipos de interés, nada podrá cambiar un hecho incontestable: la distancia que separa la productividad media de los trabajadores chinos de la de los trabajadores norteamericanos se reduce a velocidad creciente.

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Las masivas manifestaciones del 5 de abril contra Trump revelan que la clase trabajadora norteamericana no está dispuesta a soportar el coste de unas políticas de guerra comercial que tienen como único objetivo proteger los beneficios de los milmillonarios de EEUU. 

Las medidas de Trump podrán crear y extender el caos, podrán generar beneficios inmensos a corto plazo a la oligarquía financiera norteamericana, pero el declive del capitalismo de ese país, lejos de amortiguarse, corre el riego de profundizarse a una velocidad imprevista.

En las próximas semanas se empezarán a comprobar las consecuencias más inmediatas de la guerra comercial que Trump ha desencadenado. Podremos saber, en vivo y en directo, si el imperialismo norteamericano conserva reservas suficientes para hacer frente al terremoto que él mismo ha desencadenado, o si esta guerra desembocará en una nueva derrota y un nuevo paso atrás, y esta vez de gigante, para el orden mundial de Washington.

Notas:

[1] Bonapartismo y fascismo

[2] El mito de la desglobalización oculta los cambios reales

[3]  China is the world’s sole manufacturing superpower: A line sketch of the rise

[4] Formación bruta de capital (% del crecimiento anual) - China, Germany, United States Formación bruta de capital fijo (% del PIB) - China, Germany, Russian Federation

[5] China, el país que más robots industriales instaló en 2022

[6] Advanced manufacturing industry is growing significantly in the EU

[7] China is the world’s sole manufacturing superpower: A line sketch of the rise

[8] Ingreso disponible per cápita de China crece 6,3% en 2023

[9] China, EEUU y la lucha mundial por el poder y la influencia

[10] El plan de China para salvar los aranceles de Occidente: sembrar el mundo de fábricas

[11]  Desdolarización: cómo Occidente impulsa al yuan chino

[12] Ranking de los 20 países con la mayor proporción del producto interior bruto (PIB) mundial basado en paridad de poder adquisitivo (PPA) en 2024

[13] Los 20 principales países exportadores a nivel mundial en 2022, según valor de las exportaciones de mercancías

[14] Trump’s Tariffs Are a Historic Tax Hike

[15] U.S. Bureau of Labor Statistics

[16] A User’s Guide to Restructuring the Global Trading System

[17] Trump desata una nueva guerra comercial. ¿Logrará así apuntalar la maltrecha posición de EEUU en el mundo?

[18] The U.S. National Debt Dilemma

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