Una historia de la lucha obrera en los Estados Unidos
Mary Harris Jones, nacida en 1837 en Irlanda y fallecida a los 93 años en Estados Unidos, conocida como Mother (Madre) Jones, fue cofundadora y una destacada dirigente de los Industrial Workers of the World (IWW, Trabajadores Industriales del Mundo), la organización pionera del sindicalismo revolucionario en EEUU.
Aunque se implicó de lleno en la actividad sindical siendo ya una mujer madura, se convirtió en una militante activa y consciente que trabajó intensamente por organizar, con métodos de clase y combativos, a los sectores más oprimidos de los trabajadores y las trabajadoras estadounidenses, manteniéndose en la brecha hasta una edad muy avanzada.
Por los años que le tocaron vivir, Mother Jones fue una testigo privilegiada del despertar del movimiento obrero estadounidense, de la transición de millones de oprimidos desde una clase en sí a una clase para sí. En estas páginas se pueden leer las extremas condiciones de explotación que padecían, y que hacen honor a las palabras de Marx: “el capital vino al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”. Fue el caso de los mineros de Colorado, que Mother Jones aborda con una gran emoción, protagonistas de una serie de huelgas tan extremadamente duras, que han pasado a la historia como las guerras laborales de Colorado: despidos, listas negras, desahucios, palizas, violaciones, asesinatos... La patronal llegó incluso al ametrallamiento indiscriminado y posterior incendio de un campamento de familias mineras, la masacre de Ludlow (1914).
Una obra al servicio de los oprimidos
Como no podía ser de otra forma, Mother Jones reflejó las condiciones sociales de su época, y su acción y pensamiento presentan algunas contradicciones, sobre todo desde una perspectiva contemporánea. Aunque representó a aquellas mujeres pioneras que se involucraron en la lucha de clases, participando de forma valiente y audaz en huelgas muy duras, alentando la organización y los métodos más avanzados para combatir a los patrones, convirtiéndose ella misma en una dirigente, concebía más bien el papel de las mujeres como una fuerza de auxilio a sus maridos, en su calidad de esposas defendiendo el hogar. Asimismo, tuvo una postura errónea respecto al movimiento sufragista, que no apoyó, como muchos socialistas de la época, por creer que el voto de la mujer favorecería a la clase dominante.
En cualquier caso, las páginas de esta Autobiografía están llenas de ejemplos que confirman ideas fundamentales de la lucha de clases y que hacen que este libro no tenga un mero valor histórico, no sea simplemente el retrato de una época pretérita.
Algunas de esas ideas están formuladas explícitamente: la clase dominante defiende sus privilegios a cualquier precio (“lo que sí sé es que los privilegiados no tienen límites a la hora de mantener a los trabajadores en la esclavitud”), la necesidad de una política de independencia de clase (“en todo momento y lugar, ya sea en ventaja o en desventaja, los trabajadores deben resolver sus problemas por sí mismos”) o el papel clave de la organización (“detrás de los representantes de los mineros no había organización, así que los trabajadores no tenían fuerza”).
Otras están implícitas: la importancia de la participación activa de las masas en la vida social, económica y política a la hora de construir su propio destino; la batalla por ganar a la opinión pública durante una huelga; cómo la vida enseña y hace que la lucha emane de las propias condiciones de la explotación capitalista (“ahora estaban en huelga los que hacía una década habían sido los esquiroles, la dócil mano de obra contratada en Europa”) o la relevancia de la lucha ideológica para la liberación de los trabajadores.
La obra también aborda temas que siguen de actualidad y que separan a los revolucionarios de los reformistas. Desde la caridad, hasta el uso que los capitalistas hacen de la mano de obra inmigrante. “La enorme inmigración procedente de Europa abarrotaba los suburbios, hacía caer los salarios y amenazaba con destruir el nivel de vida por el que habían luchado los trabajadores estadounidenses”. Cambiando países de origen y/o destino, el escenario es hoy el mismo: la burguesía se aprovecha de los trabajadores inmigrantes para deteriorar las condiciones laborales, y en paralelo los acusa, ante los trabajadores nativos, de ser los culpables de dicho deterioro, para así desviar la atención de su propia responsabilidad, fomentar el racismo y dividir a la clase obrera.
Frente al veneno de la xenofobia patronal, Mother Jones realiza una firme defensa de la unidad de clase: “El enemigo intenta ganar dividiendo vuestras filas, haciendo distinciones (...) entre estadounidenses e inmigrantes extranjeros. Todos sois mineros y lucháis por la misma causa y contra el mismo amo (...) El hambre, el sufrimiento y el futuro de vuestros hijos unen más que el idioma”.
Quien olvida la historia está condenado a repetirla
El capitalismo sufre una crisis gravísima. El retroceso en las condiciones de vida y trabajo de millones de hombres y mujeres es innegable y de proporciones históricas. Los capitalistas están intentando acabar con todas las conquistas del movimiento obrero, pretenden devolvernos a unas condiciones laborales más propias del siglo XIX que del XXI.
En estas circunstancias, debemos hacer un ejercicio de memoria histórica, debemos recordar cómo alcanzó nuestra clase sus derechos ayer, para saber cómo defenderlos hoy. Y cómo la lucha por la emancipación de la mujer trabajadora, por sus derechos básicos, por terminar con la lacra de la violencia machista, la opresión sexista, la justicia patriarcal o la discriminación salarial, forman parte de la lucha de clases por transformar la sociedad y derribar este sistema.
Este libro describe los combates de ayer. Evidentemente, muchos aspectos de la lucha social se presentan bajo otras formas en la actualidad, pero hay otros que no deben cambiar: la entrega desinteresada y el compromiso inquebrantable con la causa de los trabajadores y trabajadoras, de todos los oprimidos. Mother Jones es un ejemplo sobresaliente en este sentido, llevando, incluso en sus últimos años, una actividad incansable para poder estar allí donde entendía que la necesitaban, sin pedir ni esperar nada a cambio, confiando siempre en la ayuda desinteresada de los obreros y las obreras, bastándole solamente con la tranquilidad de conciencia de saber que era coherente consigo misma, que estaba haciendo lo que debía hacer. Mother Jones lo expresó así cuando le preguntaron si veía prudente ir a un distrito de Colorado donde los organizadores sindicales corrían peligro de muerte: “No es prudente, pero es necesario”.
En su Diario del exilio, León Trotsky hizo un gran elogio de esta obra: “Jones es una heroica proletaria estadounidense (...) estoy leyendo su Autobiografía con deleite. En sus descripciones de las luchas huelguísticas, escuetas y sin pretensiones literarias, Jones desvela de paso un horroroso cuadro de la cara oculta del capitalismo estadounidense y su democracia. ¡Es imposible leer sus relatos sobre la explotación y la mutilación de niños en las fábricas sin estremecerse y maldecir! (...) Acabé de leer la Autobiografía. Hacía mucho tiempo que una lectura no me interesaba y emocionaba tanto. ¡Un libro épico! ¡Qué entrega absoluta a los trabajadores, qué desprecio sistemático hacia los traidores y arribistas que hay entre los ‘dirigentes’ obreros!”.
Este libro nos recuerda grandes verdades y nos inspira para cambiar el mundo de base.