La revolución que sacude al mundo árabe ha situado en primer plano la hipocresía y el cinismo del imperialismo occidental y, de manera relevante, el que practican los EEUU y la Unión Europea. Tras décadas de apoyo financiero, militar y político a las dictaduras que ahora han sido derribadas por la acción revolucionaria de las masas, las “democracias” occidentales se apresuran a condenar estos regímenes para intentar ocultar su responsabilidad criminal.
En Túnez, Egipto, Libia, Marruecos, Argelia, Yemen, Arabía Saudí… los grandes monopolios imperialistas han realizado suculentos negocios a través de la explotación de las riquezas naturales de estas naciones, en muchos casos materias primas estratégicas como el gas o el petróleo, que han llenado sus arcas y permitido a las camarillas gobernantes enriquecerse y mantener en la miseria a sus pueblos. Cuando en la madrugada del sábado 26 de febrero el Consejo de Seguridad de la ONU aprobaba por unanimidad una resolución de condena contra Gadafí, que incluía incluso su procesamiento por la Corte Penal Internacional de La Haya por “crímenes contra la humanidad”, la represión contra el pueblo libio se había cobrado ya miles de muertos. Pero esta hipócrita resolución no puede engañara a nadie: las “democracias” occidentales siempre han mirado a otro lado cuando miles de jóvenes y trabajadores eran masacrados con las armas que generosamente se enviaban desde Europa y EEUU.
Los negocios son negocios, la democracia sobra
En estos días la información sobre los sabrosos negocios que las empresas estadounidenses y europeas han realizado a la sombra de estas dictaduras ha sido abundante. A continuación nos referiremos sólo a algunos datos parciales, algunos bastante sobresalientes, de este intercambio ventajoso.
En la edición del domingo 27 de febrero del diario El País se señala: “Hace solo dos años, el coronel Gadafi llegó a la cumbre del G-20 como invitado especial a la reunión celebrada en L’Aquila (Italia), y los líderes del mundo occidental se rifaban un encuentro de cinco minutos con él”. Así es. ¿Derechos humanos? ¿Libertad? ¿Democracia? Por favor, no seamos radicales. Las razones del interés occidental por Libia son evidentes: es el octavo país del mundo en reservas de petróleo, con 44.300 millones de barriles por extraer, y el decimoctavo en producción, con 1,65 millones de barriles diarios. No es extraño que Libia se haya convertido en el destino predilecto de muchas grandes empresas europeas. En particular, la burguesía italiana —la potencia imperialista que ya dominó el país antes de su independencia— ha ganado mucho dinero. “Y viceversa, Gadafi ha inyectado grandes cantidades de dinero líquido en empresas italianas, en sectores tan cruciales como el energético y el financiero, siguiendo los consejos de Il Cavaliere (…) El comercio bilateral entre los dos países ronda los 13.000 millones de euros anuales, una cifra que sitúa a Italia como primer socio de Libia. Añadiendo inversiones financieras, el año pasado el volumen de intercambio alcanzó los 40.000 millones” (El País, 22/02/11). Entre las inversiones libias en Italia destaca el control de un 7,5% de las acciones de Unicredit, principal banco italiano, y de un 2% de Finmeccanica, empresa del sector de la defensa que es la octava del mundo por facturación en cuanto a venta de armamento. En los dos últimos años, el primer ministro Silvio Berlusconi ha visitado ocho veces Libia.
Alemania es el segundo socio comercial de Libia. En una reciente gira el canciller alemán estuvo acompañado por empresarios de su país, especialmente interesados en contratos de transporte y para la construcción de infraestructura turística, así como el negocio del petróleo. De hecho, Libia suministra algo más del 10% del crudo importado por Alemania.
La burguesía española no va a la zaga. La relación con el tirano libio fue abierta por Aznar, que se ha jactado en numerosas ocasiones de ser su amigo, y ha sido continuada y cultivada el propio Rey Juan Carlos —quien ha visitado Libia y ha recibido también con honores en la Zarzuela a Gadafi, que plantó su jaima y sus vestales en los jardines del Palacio del Pardo—. También por el presidente del Gobierno que lo mimó en su ultimo viaje a Madrid: “Zapatero quiso entonces preguntarle por los derechos humanos en Libia, pero entre la cena de gala y la firma del acuerdo de protección y promoción de inversiones que tanto bien hizo a Repsol el tiempo pasó volando. Se abrían, según se explicó entonces, expectativas de negocio por valor de 12.000 millones de euros (Público, 23/2/11). El negocio de las empresas españolas en Libia es muy amplio. Multinacionales como Repsol, Sacyr o Abengoa han realizado jugosas inversiones que han amortizado en pocos años obteniendo beneficios fabulosos. También las empresas de armas se han forrado: en 2007 se firmaron acuerdos para vender armas a Trípoli por valor de 1.500 millones de euros y se confiaba en cerrar contratos comerciales por un monto de 12.300 millones, según revela un cable secreto del portal Wikileaks despachado por el embajador de Estados Unidos en Madrid.
‘Con las manos en la caja’
Por su parte, el imperialismo estadounidense ha tenido una curiosa aproximación durante los últimos años al dictador libio: como premio a su colaboración en la lucha contra el “integrismo” durante los últimos años, Gadafi fue premiado con la retirada de Libia de la lista de países que apoyan el terrorismo, el levantamiento de sanciones y jugosos negocios con distintas multinacionales estadounidenses. El gigante estadounidense Carlyle fue de los primeros en obtener recursos libios, en 2007. Lo mismo se puede decir de Gran Bretaña. Desde que Tony Blair se hizo la primera foto con Gadafi, en 2004, 150 compañías británicas han establecido negocios en Libia. Como señala Miguel Mora en El País el 27 de febrero: “El baño de sangre ha cogido a la comunidad internacional con las manos en la caja”. Marruecos, Túnez, Egipto, Libia o Argelia, han sido objetivo de las grandes multinacionales occidentales del sector energéticos, de la construcción y o los servicios. 500 empresas españolas de todos los sectores se lucran en Marruecos, y muchos grandes armadores se llenan los bolsillos gracias al acuerdo de pesca de la Unión Europea y Marruecos. También en Egipto, empresas como Cepsa, Gamesa o Unión Fenosa tienen grandes intereses. Ahora que la revolución ha estallado, muchas de ella tiemblan ante la amenaza que se cierne para sus negocios. ¿Democracia? No, la dictadura del gran capital.