El asesinato de Chokri Belaid, dirigente del izquierdista Movimiento de Patriotas Demócratas, ha espoleado la revolución en Túnez. Por primera vez en 35 años, la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT) convocó, el 8 de febrero (dos días después del crimen), una huelga general de 24 horas. Una huelga que ha paralizado todo el país, movilizando a centenares de miles de personas en las calles, quizás medio millón (en un país de sólo diez millones), de todas las ciudades. La mayor movilización desde la insurrección que acabó hace dos años con la dictadura de Ben Alí.

El asesinato de Chokri Belaid, dirigente del izquierdista Movimiento de Patriotas Demócratas, ha espoleado la revolución en Túnez. Por primera vez en 35 años, la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT) convocó, el 8 de febrero (dos días después del crimen), una huelga general de 24 horas. Una huelga que ha paralizado todo el país, movilizando a centenares de miles de personas en las calles, quizás medio millón (en un país de sólo diez millones), de todas las ciudades. La mayor movilización desde la insurrección que acabó hace dos años con la dictadura de Ben Alí.

Según la agencia de prensa pública, TAP, “cientos de miles” de tunecinos acompañaron el féretro de Belaid en el cementerio de la capital. También hubo grandes manifestaciones en Bizerta, Gafsa, Mahdia, Susa, Sfax, Kef, Monastir, Nabeul, Sidi Buzid... “El pueblo quiere otra revolución”, “Túnez es libre; fuera el terrorismo”. “El pueblo quiere la caída del régimen”. El gran malestar social contra el Gobierno de predominio islamista, expresado en explosiones sociales como la de Siliana, en huelgas parciales y en una huelga general en diciembre desconvocada la víspera [ver El Militante nº 267], se ha expresado con una enorme energía revolucionaria en esta huelga, haciendo tambalear al Gobierno.

Con razón, las masas acusan a los islamistas de En Nahda, en la cúpula del Estado, y a los salafistas, de estar detrás de este horrible crimen. Belaid fue tiroteado en la puerta de su casa, después de ser señalado por los dirigentes de ese partido como instigador de las movilizaciones de Siliana. Belaid, que se consideraba marxista, era un reconocido opositor al régimen de Ben Alí, y se había convertido en un acérrimo enemigo del integrismo, y de la política de colaboración de algunas fuerzas laicas (el liberal Congreso por la República, y el socialdemócrata Ettakatol), que forman parte del Gobierno junto a los islamistas. El partido de Belaid forma parte del Frente Popular, junto a once fuerzas más, la mayoría provenientes del estalinismo. La oposición frontal del Frente Popular al Gobierno le convierte en el principal referente político de la izquierda.

El crimen de Belaid no es un hecho aislado. Las bandas fascistas de En Nahda o de los salafistas llevan tiempo intentando aterrorizar al movimiento, asaltando locales de la UGTT, reventando manifestaciones (una del partido de Belaid fue atacada el 2 de febrero), o asesinando. Una turba integrista apaleó hasta la muerte a un dirigente de un partido liberal en Tatauin.

El Gobierno en la cuerda floja

La fuerza del movimiento mantiene al Gobierno en la cuerda floja, creando divisiones también en En Nahda. La movilización social de noviembre y diciembre obligó al Congreso por la República a anunciar su retirada del Gobierno, lo que llevó al primer ministro Hamadi Jebali a prometer un nuevo Gabinete, con figuras supuestamente técnicas, hasta la celebración de nuevas elecciones. El asesinato de Belaid le ratificó en la oportunidad de esta maniobra, con la que pretende mantener el poder político bajo el manto de una gestión tecnocrática. Sin embargo, en estos momentos la situación no está clara. El grupo parlamentario de En Nahda se ha opuesto a disolver el actual Gobierno, de la misma forma que la dirección del partido, desautorizando a Jebali. Ellos son partidarios de mantener de forma abierta la contrarrevolución en marcha, hostigando el movimiento hasta el final. Mantener sus prebendas, su parte de la tarta en la explotación capitalista, conseguida en un breve período de tiempo, y en peligro según se desarrolla la revolución, es gran parte de la explicación de esa actitud de beligerancia. Sin embargo, ésta no está exenta de riesgos: como se ha demostrado, la contrarrevolución integrista estimula la revolución.

En todo caso, la oleada de crímenes islamistas y, en particular, el asesinato de Belaid, son una advertencia para el movimiento revolucionario. Cualquier concesión al Gobierno, a la reacción capitalista (sea en su forma integrista o liberal), sólo puede fortalecerle. La desarticulación (real, no legal) de esas bandas fascistas, la depuración del Estado, el encarcelamiento de todos los implicados en la represión, y la organización de milicias populares para defender las manifestaciones y la lucha (bajo estricto control de las secciones de la UGTT y de asambleas), son medidas imprescindibles para cortar la cabeza de la hidra integrista. Pero la tarea principal de los revolucionarios, y en especial de los trabajadores, es construir una dirección obrera a la altura de las circunstancias. Como se ha demostrado, los millones de soldados de la Revolución están dispuestos a movilizarse por un futuro digno, y son un gigante comparado con la desclasada base social de los integristas (que apenas reunieron a tres mil personas, en una contramanifestación de apoyo al Gobierno el día de la huelga general). Podrían desmantelar con un puñetazo la violencia islamista. Pero es un ejército sin generales, o mejor dicho con generales timoratos, conciliadores, renuentes a la lucha. El grave acontecimiento que ha sacudido Túnez revela con mayor claridad el error de la dirección de la UGTT cuando desconvocó la huelga general de diciembre, simplemente por un compromiso del Gobierno de renunciar a la violencia y de respetar los derechos democráticos. Como se ha visto, ese compromiso valía menos que el papel que lo reflejaba…

En un reciente documento, la UGTT llama a la creación de un “consejo de diálogo nacional” para asegurar medidas como: el respeto a los derechos humanos y a la democracia, el rechazo a la violencia, un nuevo modelo de desarrollo para reducir la desigualdad social, y una reforma bancaria para estimular la inversión y el empleo”. Es decir, los dirigentes del sindicato (fuertemente enfrentados a su base) persisten en sus ilusiones de que la reacción islamista puede renunciar a sus métodos terroristas, y a su programa económico ultraliberal. Esta posición es la que le lleva a rehuir la lucha, intentando que la huelga del día 8 sea suficiente para descargar vapor (lo cual no va a ocurrir), y renunciando a organizar ningún plan para construir un Estado plenamente democrático (un Estado socialista), basado en la nacionalización de las principales palancas económicas, bajo control obrero, y en el desarrollo de asambleas obreras y populares que se hagan cargo, de forma coordinada, del poder. Por su parte, el Frente Popular cuenta con un programa mucho más avanzado, pero sin explicar la necesidad de acabar con el capitalismo.
En su lucha contra la reacción, las masas revolucionarias, en Túnez como en Egipto, buscarán necesariamente el programa más adecuado a sus necesidades (el programa socialista), y lucharán por construir la herramienta necesaria para implementarlo.

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