El pasado mes de enero tuvieron lugar elecciones presidencias y legislativas en Taiwán. Unos comicios marcados por la pugna interimperialista que libran EEUU y China por la hegemonía mundial y, en concreto, por el control de la región del Indo-Pacífico, que concentra en la actualidad el 60% del PIB mundial.

El imperialismo norteamericano, consciente de la primacía económica china en esta región, considerada su “patio trasero”, lleva años escalando la tensión con Beijing, buscando arrastrar a socios tradicionales, como Japón, Corea del Sur o más recientemente Filipinas, con la intención de frenar el avance chino. 

Continuando la guerra arancelaria impulsada durante la Administración Trump, el Gobierno de Biden no solo ha mantenido estas medidas, sino que las ha llevado un paso más allá, especialmente las relacionadas con la industria de los semiconductores. En 2022 promulgó un decreto para bloquear la exportación de chips y tecnología punta al mercado chino por parte de empresas norteamericanas, y ahora trata de extenderlo a países aliados como Corea del Sur u Holanda, ambos juegan un papel relevante en la cadena de suministro de semiconductores.

En esta estrategia de intentar cercar a China, EEUU ha convertido a Taiwán en una pieza clave.

EEUU; consciente de la primacía económica china en esta región lleva años escalando la tensión con Beijing. En esta estrategia de intentar cercar a China, ha convertido a Taiwán en una pieza clave. 

Qué indican los resultados electorales

Los medios de comunicación occidentales han presentado la victoria en las elecciones presidenciales del Partido Democrático Progresista (PPD) —representante de los intereses del imperialismo norteamericano y defensor de la independencia de Taiwán— como un respaldo a la fuerza que apuesta por fortalecer la “democracia”, frente a una oposición partidaria de mantener el statu quo con China y la perspectiva de la unificación en el horizonte. Sin embargo, los hechos esconden una realidad más compleja y, por encima de todo, los límites de la estrategia de EEUU para impulsar una línea dura antichina en la isla.

Lai Ching-te, actual vicepresidente y candidato del PPD, se hizo con la victoria con un 40,05% de los votos (5,58 millones), seguido del candidato del Kuomintang (KMT), con un 33,49% (4,67 millones). En tercer lugar quedó Ko Wen-je, del Partido Popular de Taiwán (PPT), con un respaldo del 26,46% (3,69 millones). Esta formación, constituida en 2019 por Ko, antiguo alcalde de la capital Taipéi, ha irrumpido con fuerza recogiendo el voto descontento de los sectores más jóvenes, centrando su discurso en las desigualdades económicas y desmarcándose de los otros dos partidos, que hicieron eje de sus campañas las relaciones respecto a China. 

Un crecimiento del 1,2% del PIB en 2023 frente al 4,2% alcanzado entre 2020 y 2022, un salario mínimo de 800€ con una de las jornadas laborales más largas, las dificultades de los jóvenes para acceder a la vivienda debido a los elevados precios de los alquileres o la caída del salario medio real durante tres años consecutivos han frustrado las expectativas entre los sectores más jóvenes en una mejora de las condiciones de vida. Este ha sido uno de los factores clave que han llevado al PPT a concentrar el voto de castigo. A esto se suman los casos de corrupción que han salpicado al PPD o, en el verano de 2023, las denuncias de acoso sexual de las empleadas del PPD contra sus superiores y cuyas quejas fueron desestimadas o encubiertas.

Pese a toda la propaganda de los medios occidentales celebrando el “triunfo de la democracia frente al autoritarismo chino”, una lectura más de fondo nos muestra un varapalo a la estrategia de línea dura contra China impulsada entre 2016 y 2024 por Tsai Ing-wen, presidenta por el PPD, con el respaldo del imperialismo USA. 

Para empezar, el PPD ha perdido en estas presidenciales 17 puntos porcentuales y cerca de tres millones de votos. Un retroceso que ya mostraron las elecciones locales de hace catorce meses, cuando este partido solo pudo imponerse en 5 de las 22 corporaciones municipales. Pero además, en las legislativas, celebradas a la vez que las presidenciales, el Kuomintang ganó con 52 escaños de los 113 elegibles (aumentando 14 respecto a 2020) mientras el PPD obtuvo 51 (11 menos que en la anterior legislatura), perdiendo la mayoría absoluta en el Parlamento.

En este contexto, y con el KMT y el PPT —con 8 escaños, 3 más que en 2020, convirtiéndose en un actor clave en el Parlamento— más alineados con mantener buenas relaciones con Beijing, parece poco probable que el nuevo presidente taiwanés, Lai Ching-te, pueda mantener los pasos dados por su predecesora para desligarse de la economía China.

Aunque desde 2020 las exportaciones a EEUU (especialmente por los envíos de semiconductores) aumentaron del 12% al 17%, lo cierto es que el mercado chino sigue siendo el destino de exportación más importante de Taiwán: el 35% de ellas en 2023 (el 40% de promedio entre 2015 y 2019).

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El PPD —representante de los intereses del imperialismo norteamericano y defensor de la independencia de Taiwán— ha perdido en estas presidenciales 17 puntos porcentuales y cerca de tres millones de votos. 

Además, en los últimos ocho años de Gobierno del PPD no ha habido cambios significativos respecto al sentimiento independentista en la isla, siendo la opción mayoritaria la de mantener el statu quo actual con China. Según el Centro de Estudios Electorales de la Universidad Nacional Chengchi, solo el 5,8% de los encuestados quiere la independencia total de China y algo más del 25% mantener el statu quo por ahora antes de avanzar hacia la independencia, mientras que cerca del 29% prefiere mantener el actual statu quo por ahora para decidir el estatus futuro más adelante y más del 28%, mantener el statu quo indefinidamente.

La lucha interimperialista en la región del Indo-Pacífico

Las dificultades de EEUU para establecer un bloqueo total a la importación china de chips de última generación, o para que sus socios impongan estas sanciones, no solo por tratarse del principal mercado para las empresas como Intel, Nvidia o Samsung, sino por la producción que estas mantienen en el gigante asiático; o factores políticos que hemos señalado, como la ausencia de un apoyo social masivo a la independencia de la isla, ponen de manifiesto los límites de la estrategia de EEUU.

Dicho esto, como se ha visto en la guerra de Ucrania, el imperialismo norteamericano está dispuesto a todo para no perder su papel como primera potencia mundial, aunque ello implique la proliferación de guerras, desestabilización social, política y económica o imponer sus intereses a costa de sus socios tradicionales.

Como ya ocurriera con la expansión de la OTAN en los años 90 en las antiguas repúblicas soviéticas, en los últimos años, la Administración Biden ha impulsado toda una serie de tratados de cooperación en defensa o acuerdos militares en un intento de contrarrestar el predominio económico del imperialismo chino. A la creación del QUAD (con Japón, Australia e India) o del AUKUS (con Australia y Reino Unido) se suma el rearme de Japón, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de doblar su presupuesto militar para 2027 o el acuerdo con EEUU para establecer una unidad de reacción rápida del Cuerpo de Marines en la isla de Okinawa, a 100 kilómetros de Taiwán. El secretario de Estado norteamericano Antony Blinken, en un alarde de hipocresía, señaló que es necesario “para disuadir a China” en sus esfuerzos por “socavar el statu quo duradero que ha mantenido la paz y estabilidad durante décadas”.

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A pesar de las alertas periódicas sobre una invasión de Taiwán por parte de China y de la retórica militarista de la Administración Biden no parece que un escenario bélico en Taiwán sea la opción más probable. 

Otro actor importante es Filipinas: Washington y Manila acordaron dar acceso militar a EEUU en cuatro bases más de este país, supuestamente para disponer de “un apoyo más rápido para los desastres humanitarios y relacionados con el clima”. En realidad, lo que  busca el imperialismo norteamericano es apuntalar su estrategia de contención de China en el mar de China Meridional y en el canal de Bashi. Actualmente EEUU mantiene cerca de 160 bases y unos 100.000 soldados en la región, principalmente en Corea del Sur y Japón.

A pesar de la concentración de fuerzas militares en la región, de las alertas periódicas sobre una invasión de Taiwán por parte de China y de la retórica militarista de la Administración Biden no parece que un escenario bélico en Taiwán sea la opción más probable. Una guerra en Taiwán supondría un nuevo salto cualitativo en la lucha interimperialista de consecuencias imprevisibles. En cualquier caso, evitar nuevos conflictos y guerras no vendrá de la mano de los imperialistas que las provocan, sino de la lucha revolucionaria de la clase obrera, la única que puede acabar con la escalada militarista y la opresión y barbarie que nos amenaza.

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