La lucha de las mujeres a nivel internacional se ha convertido en un tsunami que amenaza los cimientos del sistema, y en Irlanda eso se ha traducido en una victoria histórica del movimiento feminista y la clase trabajadora contra todo el establishment.
El 25 de mayo se celebró, con una participación récord de más del 64%, el referéndum sobre la despenalización completa del aborto: un arrollador 66,4% de las y los votantes decían sí a la derogación de una de las leyes contra el aborto más restrictivas de Europa, según la cual por abortar podías ir a la cárcel hasta 14 años. Los sondeos a pie de urna anticipaban que el sí ganaba en todos los tramos de edad, salvo los mayores de 65 años, y en todas las circunscripciones excepto en una. En un país de 4,7 millones de habitantes, millón y medio ha apoyado el derecho a decidir de las mujeres.
“¡Hemos hecho historia!”
Esta ha sido la consigna más repetida desde el referéndum, y es una realidad. Hacía 34 años que en Irlanda estaba totalmente prohibido el aborto, incluso aunque peligrase la vida de la madre. Desde 1983, 170.000 mujeres embarazadas han salido al extranjero para poder abortar, pero ésta es sólo una parte de todas las que han padecido esta legislación reaccionaria. Las víctimas de esta ley opresora son incontables, pero el detonante que hizo que el movimiento feminista estallara y arrastrase a toda la sociedad fue Savita Halappanavar. Esta mujer murió de una infección generalizada en 2012, después de que se le negara la realización de un aborto en condiciones cuando estaba sufriendo uno natural prolongado.
A partir de entonces el movimiento se extendió, sobre todo entre la juventud, punta de lanza de la movilización y que ha dejado su sello en este referéndum: el 87,6% de las y los votantes entre 18 y 24 años dijeron sí, lo mismo que el 84,6% de los jóvenes entre 25 y 34.
El gobierno, conservador y católico, se ha visto sometido a una enorme presión social en los últimos años teniendo que aceptar la celebración de este referéndum. Su intención inicial no era legalizar el derecho al aborto libre y gratuito, sino ampliar los supuestos en que es legal abortar. Al igual que la victoria de la lucha contra la tasa del agua, impuesta por la troika, o la aprobación del matrimonio homosexual en 2015, la grandísima movilización de la juventud y del conjunto de la clase trabajadora irlandesa es la que ha conseguido que el gobierno no haya podido maniobrar y ha impuesto una victoria arrolladora. Una movilización que ha sido la mejor respuesta a la campaña misógina por el no llevada a cabo por la derecha y la Iglesia, que de manera vergonzosa ha presentado a las mujeres como seres irresponsables y asesinas egoístas.
Derrota de la jerarquía católica y la derecha
Este referéndum ha asestado un durísimo golpe a la unión Iglesia-Estado y al poder que esto le confería a la jerarquía de la Iglesia católica. Ésta y sus ideas reaccionarias sobre la mujer han gozado históricamente de una enorme influencia en Irlanda. A día de hoy, la Iglesia controla el 90% de los colegios de primaria, casi la mitad de los institutos de secundaria y decide cuáles son los criterios de admisión, entre los que estar bautizado garantiza una clara ventaja. Sin embargo, esta institución podrida vive sus momentos más bajos debido a los casos de pedofilia y malos tratos destapados en la última época y encubiertos sin pudor por el Estado. Así, entre 2002 y 2011 se duplicó el número de gente que se considera no creyente.
Desde los grandes medios de comunicación intentan vendernos la historia de que se ha producido una “revolución silenciosa”, con la intención de minusvalorar la fuerza de este gran movimiento organizado desde abajo, y que ha sido decisivo para el resultado final. En Irlanda ha habido una auténtica explosión de movilizaciones masivas, entre ellas seis marchas por los derechos abortivos o la importante huelga del 8 de marzo de 2017, conocida como Strike4repeal (huelga para derogar).
Una de las campañas más importantes y decisivas en esta lucha ha sido la distribución masiva de píldoras abortivas seguras a todas aquellas mujeres que no se pueden permitir viajar al extranjero (unas 4.000 al año, según datos oficiales). Las compañeras de ROSA y del Socialist Party —organizaciones hermanas de Libres y Combativas e Izquierda Revolucionaria, respectivamente— jugaron un papel muy destacado en este proceso. En 2015 y 2017 un autobús de ROSA con pastillas abortivas viajó a las ciudades más importantes, se hicieron mítines y reuniones y las mujeres pudieron acceder directamente a este método de abortar seguro pero ilegal.
Un artículo del periódico Times, del 14 de diciembre de 2017, señalaba que: “El comité (parlamentario) tomó en consideración el hecho de que la compra de las pastillas abortivas por Internet se había triplicado desde 2010”. La cifra de mujeres que tomaron esas pastillas pasó de 548 en 2010 a 1.748 en 2017. Es significativo que James Browne, parlamentario conservador irlandés, dijera que la cuestión de la pastilla abortiva le convenció de que el aborto debía despenalizarse: “el aborto está, de facto, disponible libremente”.
La lucha feminista continúa
Las compañeras de ROSA son conscientes de que ahora hay que continuar con la presión y movilización social para que se haga efectivo, sin dilación, el derecho al aborto hasta las 12 semanas por libre elección o por motivos de salud.
Esta victoria histórica afecta directamente a Irlanda del Norte, donde el aborto aún es ilegal y donde, fruto de esta victoria, las mujeres y los jóvenes no aceptarán quedarse atrás. Las activistas de ROSA ya están lanzando una amplia campaña para exigir el derecho al aborto allí, comenzando con el llamado Bus4Choice (Autobús por la elección) que viajará por todo el Norte de Irlanda en los próximos días con píldoras abortivas.
Pero también tendrá repercusión allí donde la lucha por los derechos reproductivos está en plena batalla, como son los casos de Polonia o América Latina. Este triunfo demuestra que la lucha masiva y organizada es el único camino para arrodillar a la derecha más reaccionaria y la jerarquía de la Iglesia católica.