En la madrugada de este jueves 24 de febrero, Vladimir Putin ha ordenado una gran ofensiva militar sobre Ucrania bombardeando objetivos militares estratégicos en numerosas ciudades del país. Inmediatamente la OTAN y los Gobiernos imperialistas de EEUU y Europa, alardeaban nuevamente de un cinismo sin límites y condenaban esta violación “del derecho internacional” que socava “la seguridad y la estabilidad europeas y mundiales”.
Los mismos poderes que han reducido a escombros naciones como Siria, Iraq, Yemen, Libia o Afganistán, que perpetraron una guerra en Yugoslavia para desmembrar el país para beneficio de las multinacionales alemanas y americanas, que han respaldado intervenciones militares, golpes de Estado y dictaduras militares sangrientas, los mismos que después de la desaparición de la URSS aprovecharon la debilidad de Rusia para extender los tentáculos de la OTAN a sus fronteras y ganar una ventaja geoestratégica evidente… ahora se lamentan de que Putin recurra a sus mismas armas para asegurar los intereses de su régimen capitalista y oligárquico.
Como comunistas internacionalistas tenemos que decir alto y claro que la OTAN, EEUU y la UE son completamente responsables de los acontecimientos que hoy se viven en Ucrania. Ellos fueron los que en 2013-14, aprovechándose de un movimiento popular de descontento contra el Gobierno de Yanukóvich, apoyaron, financiaron y armaron a todo tipo de bandas de extrema derecha y neonazis para hacerse con el control del Gobierno, el Estado y el Ejército ucraniano. La intención, obviamente, era disponer de un aliado estratégico para utilizar contra la fuerza creciente del régimen de Putin y su alianza con China.
Y, señalando estos hechos innegables, rechazamos frontalmente la invasión militar decidida por Putin, y exigimos la inmediata retirada de las tropas rusas. Para una parte de la izquierda heredera del estalinismo, Putin es presentado como el continuador de la URSS, y se le pinta como un nacionalista dispuesto a resistir la embestida occidental que merece ser apoyado incondicional y acríticamente. Pero, en realidad, el régimen de Putin responde a los intereses de la oligarquía capitalista rusa que, sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada, sobre el saqueo del patrimonio histórico de la URSS y del robo al pueblo soviético, se alzó a la cabeza de un sistema de capitalismo salvaje con evidentes aspiraciones imperialistas.
En el discurso que pronunció al pueblo ruso 48 horas antes de la intervención militar en Ucrania, Putin denunció a Lenin y los bolcheviques por el “crimen” de haber puesto en práctica, después de la revolución de Octubre de 1917, el derecho de autodeterminación y la independencia de Ucrania, favoreciendo su integración en pie de igualdad, con Rusia y otras naciones, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Putin acusó a Lenin de no retener a Ucrania por la fuerza, como era el caso bajo el imperio de los zares. En este discurso, Putin demostró que es un chovinista gran ruso, un imperialista, un enemigo acérrimo del bolchevismo, un anticomunista feroz y, en todo caso, un continuador de la política represiva, centralizadora y rusificadora de Stalin.
Es mil veces mentira que la oligarquía chovinista rusa persiga con esta guerra ningún objetivo progresista. Sus intereses no son defender a la población rusa del Donbás, ni “desnazificar” Ucrania, ni velar por los oprimidos del mundo. Los capitalistas rusos y el Gobierno de Putin tienen objetivos imperialistas evidentes: hacerse con fuentes de materias primas estratégicas para su economía, poner bajo su control directo rutas comerciales esenciales, y desviar la atención de los grandes problemas sociales que vive el pueblo ruso atizando el chovinismo para aplastar los derechos democrático nacionales del pueblo ucraniano.
Cambios en la correlación de fuerzas internacional
El trasfondo de este conflicto bélico, su envergadura y desarrollo posible, está directamente relacionado con la lucha entablada por la supremacía mundial y los cambios operados en la correlación de fuerzas interimperialista. Rusia cuenta con el apoyo de la potencia capitalista más dinámica del momento, China, y con esta intervención no ha hecho más que reafirmar su papel preeminente en los asuntos mundiales, tal como señalamos en nuestra última declaración. Tambores de guerra en Ucrania. Un capítulo trascendental en la lucha por la hegemonía mundial
El imperialismo norteamericano, después de su derrota en Afganistán, ha intentado retener por todos los medios su influencia histórica en el continente europeo. Y así Joe Biden ha continuado su estrategia militarista contra Rusia como si todo siguiera igual que en 1991. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces.
Los aliados de EEUU, empezando por la UE y siguiendo con la socialdemocracia internacional, se encogen de hombros cuando se les recuerda que la OTAN se amplió entre 1999 y 2004 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía. Es decir, estos campeones de la “democracia y la paz”, “del Estado de derecho”, “de la diplomacia”, debilitaron al máximo la capacidad defensiva del Estado ruso, que se encontró rodeado por un cerco hostil sin precedentes. El intento de continuar esta expansión militar, incorporando a Ucrania a la OTAN y cercando aún más a Rusia, es lo que está detrás de esta respuesta. ¿Cómo reaccionaría EEUU si Rusia o China establecieran acuerdos militares y dispusieran de bases militares o armamento nuclear en México o Canadá?
En 2008 la OTAN aceptó la solicitud de admisión de Georgia y Ucrania, que habían formado parte durante setenta años de la URSS. Pero en agosto de ese año las tornas cambiaron: Rusia desencadenó una intervención militar para impedir la ocupación georgiana de Osetia y Abjasia, estimulada por el imperialismo occidental a través de Turquía.
En 2013, el régimen sirio de Assad se encontraba contra la espada y la pared, y EEUU podría acabar con él. En ese momento Putin dejó claro a Obama que no dejaría caer a Assad. Aunque el imperialismo occidental siguió armando a los yihadistas, no tenía capacidad para enviar fuertes contingentes sobre el terreno; por contra, en septiembre de 2015 Rusia lanzó una vasta operación con tropas aerotransportadas, aviones de combate y gran cantidad de material cuyo resultado fue la consolidación de Assad.
Si algo ha quedado claro en estos últimos años es que Rusia no es aquella potencia desangrada que asistió impotente a la desintegración de Yugoslavia, y a que su área de influencia en Europa del Este se transformara en una gigantesca plataforma para que el imperialismo occidental desplegase bases militares y miles de tropas. Hoy, el progreso ruso como actor internacional decisivo es indiscutible: en Siria, en Libia, en todo Oriente Medio, o en África.
La guerra es la continuación de la política por otros medios
La guerra es la ecuación más complicada de todas, y aunque estén implicados factores militares de primer orden, es un asunto esencialmente político. En estos momentos la guerra en Ucrania tiene una naturaleza reaccionaria por ambos bandos. El Gobierno de Zelenski en Kiev es un mero títere del imperialismo occidental, y ha convertido su administración y sus fuerzas armadas en un conglomerado de camarillas corruptas donde la influencia de la extrema derecha es preponderante. En cuanto a la naturaleza de clase del Gobierno ruso ya la hemos señalado: representa los intereses de la oligarquía capitalista furibundamente chovinista e imperialista, que se enorgullece del pasado zarista.
Las noticias que llegan desde los medios de comunicación occidentales hablan de un rápido avance del ejército ruso. El Ministerio del Interior ucraniano, cuyas informaciones hay que tomar con cautela, señala que ya hay tropas rusas en Odessa y que varias divisiones acorazadas estarían a 150 kilómetros de la capital. Es evidente que el poderío de la maquinaria de guerra rusa podría hacerse con el control de las principales infraestructuras, y asestar un golpe mortal al débil ejército ucraniano.
La OTAN, EEUU y la UE ya se han apresurado a proclamar las consecuencias catastróficas de la decisión de Putin, pero se han cuidado mucho de anunciar que enviarán armas y tropas en apoyo del Gobierno de Kiev. Está más que claro que una intervención militar de la OTAN en Ucrania provocaría un conflicto de tal magnitud, que el movimiento de masas contra la guerra en todo el mundo superaría al que se desarrolló en 2003.
En estas horas solo podemos señalar líneas generales y ser cautos en las perspectivas. Si lo que pretende Putin es consolidar su posición con un golpe de fuerza, probar a la OTAN, a EEUU y la UE que el juego de amenazar la seguridad de Rusia se ha acabado, y mantener un control político y económico de la región del Donbás, o incluso su anexión, la apuesta es muy elevada.
Es evidente que sentar a EEUU para discutir un acuerdo global de seguridad que garantice la desmilitarización de Ucrania y que este país deja de ser una plataforma para las maniobras e intrigas del imperialismo occidental contra Rusia, cuenta hoy con argumentos sólidos: el respaldo de China a las pocas horas del inicio de las hostilidades, y la determinación que ha mostrado en llevar las operaciones militares, son cosas muy serias. Pero es imposible hacer una predicción cerrada de lo que pasará.
Hasta ahora parece que la resistencia del ejército ucraniano está siendo muy mediocre, reflejando la podredumbre del régimen de Zelenski, y que las tropas de Putin podrían hacerse con el control de la situación con rapidez. Pero aunque el Gobierno cayese pronto, y se constituya un Ejecutivo títere pro Putin, es dudoso que todo acabe dando paso a un nuevo periodo de estabilidad. Incluso si las tropas rusas salen pronto de Ucrania, cosa que tampoco está clara, el Kremlin puede encontrase a medio plazo con un movimiento de resistencia que enarbole la bandera de la “liberación nacional” en beneficio de las fuerzas de extrema derecha ucranianas y del imperialismo occidental.
¡Levantar un movimiento masivo contra la guerra imperialista!
Ni el pueblo ucraniano, ni el pueblo ruso pueden esperar nada positivo de esta guerra reaccionaria, salvo sufrimiento, muerte y destrucción. Los argumentos defensivos que Putin invocaba, “proteger a la población rusa de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk”, han sido destrozados por los hechos. Las tropas rusas deben abandonar inmediatamente Ucrania, como lo están reclamando ya los manifestantes en San Petersburgo y Moscú que están siendo duramente reprimidos por la policía del régimen.
Por otra parte, las proclamas sobre la “democracia”, “el Estado de derecho”, o la “soberanía nacional” que han desparramado Biden, Johnson, Macron o Pedro Sánchez, son la engañifa que utilizan lobos que se cubren con piel de cordero. Ellos son igual de responsables de utilizar Ucrania para sus ambiciones imperialistas.
Nos encontramos ante una guerra entre bandidos que pagaremos la clase trabajadora ucraniana, rusa y de todo el mundo. Una guerra que es un síntoma más de la crisis insuperable del sistema capitalista, y del cambio de correlación de fuerzas entre las diferentes potencias y bloques imperialistas. El conflicto en Ucrania además profundizará todos los desequilibrios económicos, agudizará la escalada de los precios de la energía (gas, petróleo), de los productos básicos y alimenticios, generará una nueva catástrofe humanitaria con decenas de miles de refugiados, viviendas destruidas, infraestructuras arrasadas…
Pero esta guerra no se frenará con llamadas a la “diplomacia” o a que actúen organismos como la ONU, que son una hoja de parra con la que se cubren los imperialistas para sus maniobras, La guerra solo se frenará con la movilización masiva y contundente de la clase trabajadora y la juventud tomando las calles de todo el mundo, y levantando una política revolucionaria, internacionalista y de independencia de clase que ponga en cuestión los intereses capitalistas e imperialistas de las potencias implicadas y sus Gobiernos.
Si quieres la paz lucha por el socialismo