¡Fuera las tropas de Putin, fuera la OTAN, abajo el militarismo imperialista!

La invasión de Ucrania por el ejército ruso, y la respuesta militarista del imperialismo norteamericano y europeo, han precipitado la mayor crisis del sistema capitalista desde la Segunda Guerra Mundial. El maltrecho equilibrio del orden internacional auspiciado por Washington tras la caída de la URSS ha saltado por los aires.

El otantismo de la izquierda reformista

Las terribles imágenes de los bombardeos ordenados por el régimen de Putin contra ciudades ucranianas, los miles de muertos, la destrucción de cientos de objetivos militares e infraestructuras civiles, el éxodo de cuatro millones de mujeres, niños y ancianos fuera de las fronteras del país… están conmocionando al mundo. Al mismo tiempo, los horrores de esta guerra son utilizados por los Gobiernos de la OTAN para ocultar su responsabilidad directa mediante una campaña de manipulación despreciable.

La socialdemocracia tradicional ha capitulado otra vez más ante su burguesía nacional, asumiendo el infame papel de agencia propagandística del imperialismo norteamericano y europeo. Su objetivo es evidente: blindar la “unidad nacional” y la “paz social” con nuestros explotadores al precio que sea.

Pero este hundimiento socialpatriota, hay que decirlo con honestidad, también afecta a la nueva izquierda reformista.

Desde Die Linke, Syriza hasta Unidas Podemos, su subordinación pro-OTAN es un hecho escandaloso. Votando a favor del envío de armas al Gobierno de Zelenski, aplaudiendo las sanciones económicas contra Rusia, respaldando los programas de austeridad que se vienen encima, reproducen en lo fundamental la propaganda de guerra diseñada desde Washington y Bruselas.

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La socialdemocracia tradicional ha capitulado otra vez más ante su burguesía nacional, asumiendo el infame papel de agencia propagandística del imperialismo norteamericano y europeo. 


La confusión ha llegado a extremos lamentables. En no pocas publicaciones de organizaciones que se reclaman “revolucionarias” se puede leer que el ejército ucraniano, la guardia nacional y las llamadas “milicias ciudadanas”, nutridas de abundantes elementos fascistas entre sus tropas y mandos[1], y armadas e instruidas por el imperialismo occidental, están librando una guerra de “liberación nacional” progresista, y deben ser apoyados por los trabajadores del mundo. Algunos incluso se atreven a comparar este tipo de “resistencia” con la de los obreros y campesinos españoles que empuñaron las armas contra el fascismo y lucharon por la revolución socialista entre 1936 y 1939.

Confundir la contrarrevolución con la revolución siempre conduce al desastre. Quienes mantienen esta posición han renunciado a una política de independencia de clase, socialista e internacionalista.

El nacionalismo gran ruso y su papel reaccionario

Por otra parte, sectores de la izquierda estalinista de todo el mundo consideran que la invasión de Ucrania es una acción legítima frente a la expansión de la OTAN, apoyan incondicionalmente a Putin, su política nacionalista y represiva, y niegan vehementemente que los capitalistas rusos persigan un objetivo imperialista con la guerra.

Tras la desintegración de la URSS y la restauración capitalista, las políticas neoliberales urdidas desde Washington, y apoyadas con entusiasmo por los burócratas estalinistas, hundieron las condiciones de vida del pueblo ruso.

Como hemos señalado en declaraciones anteriores[2], la correlación de fuerzas internacional sufrió un vuelco decisivo a favor del imperialismo norteamericano. Todas las promesas hechas a Mijaíl Gorbachov de que la Alianza Atlántica no se expandiría hacia el Este fueron una estafa[3]. Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Albania, Croacia y Montenegro se integraron en la OTAN entre 1999 y 2017, aceptando el establecimiento de bases militares norteamericanas y el despliegue de misiles.

Como se puso de manifiesto en la negociación con Moscú de diciembre y enero últimos, Washington rechazó tajantemente la petición rusa de que Ucrania renunciará a entrar en la Alianza Atlántica para asegurar un espacio desmilitarizado.

Dicho esto, y subrayando su enorme importancia, considerar que las intenciones de Putin en esta guerra son meramente “defensivas” es vivir en un cuento de hadas. Basta analizar sus inflamados discursos negando la existencia de la nación ucraniana para entender sus verdaderos objetivos. Cuando Putin califica el programa de Lenin y de la Revolución de Octubre de “criminal”, por haber reconocido el derecho a la autodeterminación de Ucrania y de las naciones que se integraron en la URSS, demuestra que tanto él como los capitalistas que le respaldan son vehementes anticomunistas y unos nacionalistas gran rusos dignos herederos del imperialismo zarista.

Los intereses en pugna

La guerra de Ucrania es mucho más que la invasión militar rusa. Es el acontecimiento más trascendental en el enfrentamiento que sostienen dos bloques imperialistas por el dominio de las cadenas globales de producción, de los flujos de capital, de las rutas comerciales, de las materias primas clave y de áreas de valor geoestratégico.

Sabemos que el doble rasero y la hipocresía de EEUU y sus aliados europeos no conocen límites. Sus discursos indignados acusando a Putin de “violar el derecho internacional”, salen de boca de los mismos cínicos que financiaron a las milicias yihadistas en Oriente Medio y Asia Central, que desmembraron el cuerpo vivo de la Federación Yugoslava y alentaron las terribles masacres de los Balcanes, que arrasaron Iraq y Afganistán, Yemen y Libia… y que han causado al menos 900.000 muertos y 38 millones de desplazados y refugiados desde el 11-S.

Sin embargo, las cosas han cambiado mucho en las relaciones internacionales de las dos últimas décadas.

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La hipocresía de EEUU y sus aliados europeos no conoce límites. Acusan a Putin de “violar el derecho internacional”, los mismos que alentaron las terribles masacres de los Balcanes, que arrasaron Iraq y Afganistán, Yemen y Libia…   


El capitalismo occidental se ha sumido en una crisis permanente desde 2008, y EEUU no hace más que encajar revés tras revés. Sus derrotas en Iraq, en Siria, frente a Irán, o su estrepitoso hundimiento en Afganistán, han dejado en evidencia la decadencia que corroe a la primera potencia mundial. Este hecho objetivo está siendo aprovechado por unos adversarios que se han fortalecido notablemente durante este periodo.

Hemos analizado en numerosos materiales las razones que han llevado a China a convertirse en una superpotencia económica, financiera, tecnológica y militar[4].

Gracias a una inversión masiva de capital, China ha pasado a ser la fábrica del mundo, produciendo un tercio de las manufacturas globales, el 53,3% del acero y el 57% del aluminio. El gigante asiático copa el 15,2% del total de exportaciones mundiales, por delante de EEUU (8,45%), Alemania (8,1%), y Japón (3,8%) (OMC, 2020).

En China se gradúan hoy más científicos e ingenieros que en Estados Unidos, Europa, Japón, Taiwán y Corea del Sur juntos. La potencia asiática se ha colocado a la cabeza en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), con una cuota en la producción mundial de robots industriales que ha crecido del 3,2% en 2010 al 31% en 2020. La perspectiva es que el gigante asiático pueda convertirse en 2022 en el segundo productor de semiconductores del mundo, solo por detrás de Taiwán.

Si observamos cómo ha enfrentado la pandemia el régimen de Beijing, la comparación no deja lugar a dudas: EEUU multiplica por 400 la mortalidad china, y Alemania lo hace por 200. Estos logros no pueden ocultar la extrema explotación de la clase obrera bajo el capitalismo de Estado chino, la ausencia de libertades democráticas y sindicales, y la extensión de una desigualdad lacerante: el 1% de los multimillonarios poseía el 30,6% de la riqueza del país en 2020[5].

La penetración de China en el mercado global es apabullante. En América Latina sus créditos superan el total concedido por el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y otras agencias imperialistas occidentales en la última década. En noviembre de 2020 patrocinó al Tratado de Asociación Regional Integral y Económica, firmado por 15 países de la región de Asia-Pacífico que suman más de 2.200 millones de habitantes, representan cerca de un tercio de la economía mundial y un PIB combinado de unos 26,2 billones de dólares.

En África, un continente clave en minerales y materias primas estratégicas, las inversiones chinas han crecido entre 2014 y 2018 un 43%, mientras las de EEUU descendían un 30,4%, las de Gran Bretaña un 26,9% y las de Francia otro 11,7%.

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La guerra de Ucrania es el acontecimiento más trascendental en el enfrentamiento que sostienen dos bloques imperialistas por el dominio del mundo. 


Todos estos datos, y muchos más que por razones de espacio son imposibles de citar, muestran el retroceso de EEUU como potencia hegemónica. Pero la Casa Blanca jamás aceptará un lugar secundario en la escena mundial sin una lucha a muerte. Y mucho menos perder su influencia decisiva en el viejo continente a manos de sus adversarios.

China y Rusia

Lenin estudió ampliamente el fenómeno del imperialismo y lo calificó como la etapa monopolista del capitalismo. Pero el desarrollo del capitalismo monopolista de Estado y la lucha imperialista no puede reducirse a una simple fórmula, incluye muchos elementos que están sometidos a una constante transformación: “… bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trust, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es concebible que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible”[6].

Esto es precisamente lo que sucedió a lo largo del siglo XX tras las dos grandes guerras, con la consolidación del imperialismo norteamericano y el desplazamiento de Gran Bretaña y Alemania. Un proceso similar se está abriendo paso en la actualidad con la irrupción del imperialismo chino y su aliado ruso, especialmente después de la Gran Recesión de 2008.

El marxismo explica que tanto en la naturaleza, como en los procesos sociales y económicos nunca existen fenómenos puros y estáticos.

La correlación de fuerzas interimperialistas y la lucha de clases están en permanente transformación. Y si partimos del análisis dialéctico de Lenin entenderemos mejor las contradicciones que recorren el capitalismo mundial y el papel de Rusia.

En la historia del capitalismo existieron poderes imperialistas que no destacaban por su capacidad de exportación de capital, cualidad que algunos “teóricos” pretenden indispensable para calificar a una nación de imperialista. El ejemplo de Portugal es claro: un país atrasado, dependiente del imperialismo inglés, explotaba colonias en Asia y África que comprendían una población que duplicaba la portuguesa.

Lo mismo se puede decir del Imperio zarista. Su capacidad de exportación de capital era mínima, su base industrial la debía a la masiva inversión francesa e inglesa, y se entrelazaba con formas feudales de explotación en el campo. Esto no impidió a la autocracia dominar militar y burocráticamente naciones y territorios, acometer el despojo imperialista de su producción agraria, de sus recursos minerales y energéticos, y someterlos a la opresión cultural y nacional más despiadada.

En la actualidad, Rusia es un país capitalista desarrollado, donde los grandes monopolios dominan las relaciones de producción. Es capitalismo monopolista de Estado, en el que la élite empresarial —los llamados eufemísticamente “oligarcas” por la prensa occidental, como si en EEUU o Europa no existiesen— logró su posición gracias al saqueo y la privatización de la propiedad nacionalizada que existía bajo la URSS. Esta clase capitalista se ha emancipado del tutelaje occidental en las últimas décadas, ha abrazado el credo nacionalista gran ruso y respalda, por conveniencia, al Gobierno bonapartista de Putin.

Apoyándose en un fuerte crecimiento económico[7], en un enorme poder militar que incluye un potente arsenal nuclear, el régimen de Putin ha modificado sustancialmente el papel de Rusia en la escena internacional hasta posicionarla como un eslabón de la cadena imperialista, aunque jerárquicamente inferior a otras potencias.

Desde 2008, tras la invasión de Georgia para impedir su integración en la OTAN, no ha dejado de intervenir con éxito en las naciones de la antigua Unión Soviética o con las que mantenía relaciones de especial interés estratégico, como Siria. Su alianza con China se ha fortalecido notablemente desde 2014, y Moscú ha actuado como un subcontratista económico y militar de Beijing en África[8], Oriente Medio y países de América Latina.

La alianza chino-rusa se basa en intereses materiales y geopolíticos de largo alcance. El consumo de crudo por parte de China supone el 10% de la producción global y su demanda de energía asciende al 20% del total. Rusia le ofrece una ventaja crucial: la posibilidad de transportar por vía terrestre los hidrocarburos que Beijing necesita, sorteando el “embudo” del Estrecho de Malaca y el Mar del Sur de China por donde pasan en la actualidad el 80% de sus importaciones. La amenaza de que la flota estadounidense pudiera obstruir este corredor marítimo, mucho más tras la firma del Acuerdo Militar del AUKUS, no es para tomarla a broma.

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La alianza de Rusia con China se ha fortalecido notablemente desde 2014, y Moscú ha actuado como un subcontratista económico y militar de Beijing en África, Oriente Medio y países de América Latina. 


En 2020 Rusia se convirtió en el primer proveedor de carbón, el segundo proveedor de petróleo[9], y el tercero de gas natural y de productos agrícolas del mercado chino. En 2021 los intercambios comerciales de ambas naciones ascendieron a la cifra récord de casi 147.000 millones de dólares (un 35,8% más que en 2020), con un saldo comercial favorable a Moscú de 11.757 millones. Durante la visita del presidente Putin a Xi Jinping semanas antes de la guerra, se anunció oficialmente que el comercio bilateral aumentaría hasta los 250.000 millones de dólares para 2024.

No es casualidad que la potencia de este bloque, y las pruebas evidentes del retroceso norteamericano, hayan provocado un reposicionamiento de muchos viejos aliados de Washington. Un nuevo reparto del mundo está en marcha.

Perspectivas para la guerra

La situación en Europa también presenta rasgos adversos para EEUU. La penetración del capital chino es tan importante que el Gobierno de Biden ha tenido que reaccionar con la máxima dureza, mucho más tras la derrota humillante en Afganistán.

En 2020 China se alzó como primer socio comercial de la UE, aunque ya lo era de Alemania desde 2015. Con datos de agosto de 2021, las 30 empresas incluidas en el índice bursátil alemán DAX realizaron en China en torno al 15% de sus ventas[10]. El intercambio comercial entre China y los 17 países de Europa Central y Oriental creció desde 2012 un promedio anual del 8%, hasta alcanzar en 2020 los 103.450 millones de dólares. Lo mismo se puede decir de las estrechas relaciones entre Italia y Grecia con el régimen de Beijing. Los datos llenarían páginas enteras.

Trump lanzó la guerra comercial y cosechó un fracaso estrepitoso. Pero las cosas se han puesto realmente serias durante la pandemia, y Biden ha forzado la situación en Europa hasta llevarla al límite.

EEUU es consciente de las contradicciones que  existen entre los miembros de la UE y quiere aprovecharlas metiendo una cuña contra el poderío alemán. Han sido firmes partidarios del Brexit, han presionado duramente a Berlín para frenar sus vínculos con China y con Rusia (paralizando el gaseoducto Nord Stream II), y se han mostrado completamente intransigentes en la negociación con Putin respecto a Ucrania.

Es un hecho que Biden y su Administración han tocado los tambores de guerra con frenesí porque este conflicto les está permitiendo arrodillar a Europa como una obediente aliada en su batalla contra China y Rusia.

La propaganda otantista oculta cuidadosamente estos hechos. La intervención militar de Moscú obedece, por tanto, a circunstancias objetivas que han estado fraguándose durante años. Dando un fuerte puñetazo en la mesa y mostrando su fuerza militar en Ucrania, pueden asegurarse un cinturón de seguridad imprescindible y consolidar una posición dirigente en los asuntos mundiales.

Es una necedad pensar que Putin, su Estado Mayor, y la burguesía rusa en definitiva, se han lanzado a la invasión de Ucrania sin contar con la aprobación del régimen chino y la garantía de su respaldo ante las contingencias de la guerra. Todo lo contrario.

A pesar de la propaganda del imperialismo occidental sobre la capacidad de resistencia del ejército y la guardia nacional ucranianos, es más que evidente la superioridad militar rusa. Más de 500 objetivos militares y 2.000 infraestructuras estratégicas destruidas, ciudades como Mariupol reducidas a ruinas, otras muchas cercadas y asediadas, un control absoluto en el aire, y la utilización de misiles hipersónicos de alta precisión que han generado una tremenda inquietud en los cuarteles generales de la OTAN. Rusia se ha asegurado todos los accesos al Mar Negro, al de Azov y ha avanzado notablemente en todo el Donbás.

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Biden y su Administración han tocado los tambores de guerra con frenesí porque este conflicto les está permitiendo arrodillar a Europa como una obediente aliada en su batalla contra China y Rusia.  


Obviamente, si el régimen ruso especuló con una victoria relámpago que le llevaría en pocos días a derrocar a Zelenski y colocar un Gobierno títere con el que negociar fácilmente, los hechos han descartado esta hipótesis. Pero es absurdo suponer que Moscú no tiene capacidad para arrasar Kiev, o que la supuesta parálisis en su avance hacia la capital es fruto de problemas de abastecimiento.

En las condiciones de la guerra moderna, sobre todo de la guerra urbana, la resistencia contra un ejército de envergadura se puede prolongar utilizando masivamente determinado material: antitanques, sistemas antiaéreos portátiles, francotiradores, grupos tácticos. Tampoco la posibilidad de ocupar Ucrania por parte del ejército ruso era una opción creíble, mucho más después de las experiencias del imperialismo estadounidense en Iraq y Afganistán. Putin y su Estado Mayor no tenían esta perspectiva en mente. Su objetivo era reducir la capacidad militar ucraniana al mínimo, destruir sus infraestructuras económicas claves (se calcula que el PIB retrocederá este año más de un 30%), y forzar un acuerdo ventajoso que asegure la no integración de Ucrania en la OTAN, su estatus de neutralidad, e incluso ganancias territoriales en el Donbás.

EEUU y la UE han realizado muchas declaraciones solemnes de apoyo al pueblo ucraniano. Según sus fuentes han enviado pertrechos militares valorados en más de 2.000 millones de dólares desde que empezaron los combates. Pero siguen rechazando la petición de Zelenski de cerrar el espacio aéreo de Ucrania porque implicaría un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia.

Los hechos son como son. Biden y el Departamento de Estado han llevado al pueblo ucraniano a un callejón sin salida, y los serviles nacionalistas reaccionarios que dominan el Gobierno en Kiev y sus socios de extrema derecha lo están utilizando como carne de cañón.

Las negociaciones para un acuerdo

Cuando la guerra entra en su segundo mes, el Gobierno de Zelenski se encuentra entre la espada y la pared y Ucrania corre el riesgo de sufrir una destrucción aún mayor. Por eso en la última negociación en Turquía del 29 de marzo, las posibilidades de un acuerdo se han visualizado con mayor claridad.

Citamos textualmente al diario otantista El País: “El equipo de negociación ucraniano ha manifestado que Ucrania sellaría su neutralidad y, por tanto, renuncia a entrar en la OTAN ―como exige el presidente Vladímir Putin― siempre que Kiev cuente con garantías de seguridad en su territorio ofrecidas por terceros países. Por primera vez, el Gobierno de Kiev ha hablado también de negociar la situación de Crimea —que Moscú se anexionó con un referéndum ilegal en 2014— aunque dentro de un periodo de 15 años y de hablar sobre el estatus de la región de Donbás, pero en una reunión entre Zelenski y Putin que parece ahora más cercana (…) Por su parte, el viceministro de Defensa ruso, Alexander Fomin, ha anunciado que, para avanzar en el diálogo y ‘aumentar la confianza mutua’, Moscú ha decidido ‘reducir drásticamente las operaciones militares’ en las áreas de Kiev y Chernihiv”[11]. Justo al día siguiente de la reunión en Estambul, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, viajó a China.

Este giro ha contrariado mucho a Washington. Tras la gira de Biden por Polonia, en la que ejerció de comandante en jefe de las fuerzas ucranianas acusando a Putin de criminal de guerra y llamando a su derrocamiento, el secretario de Estado Antony Blinken se ha mostrado “escéptico” ante las negociaciones de Estambul afirmando que no hay señales de que “avancen de manera efectiva”. Lo mismo ha señalado Boris Johnson, fiel perrito faldero.

En definitiva, el imperialismo estadounidense hará todo lo posible por sabotear un posible acuerdo, y moverá sus hilos en Ucrania utilizando los numerosos puntos de apoyo con los que cuenta, tanto en el Gobierno, como en el ejército y entre las formaciones de ultraderecha. Las negociaciones serán muy tortuosas, y la guerra se puede recrudecer en momentos determinados, pero las tendencias que empujan a un acuerdo antes o después son muy poderosas.

La otra parte directamente afectada es la UE. Aunque aparentemente las grietas entre sus componentes se han soldado, y su alianza con EEUU parece más fuerte que nunca, las contradicciones internas son enormes y las diferencias con la estrategia de Washington visibles.

La política de sanciones contra Rusia ha tenido efectos en dos direcciones. Desde el inicio de la invasión el 24 de febrero, 380 compañías y multinacionales han abandonado Rusia, se ha expulsado a una serie de bancos rusos del sistema SWIFT y se han congelado las reservas del país en el extranjero (300.000 millones de dólares)[12]. Como consecuencia, el rublo ha llegado a perder en determinados momentos un 40% de su valor frente al dólar, la inflación se ha disparado y el PIB ruso podría caer entre un 8% y un 10% en 2022.

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Aunque aparentemente las grietas entre los países de la UE se han soldado, y su alianza con EEUU parece fuerte, las contradicciones internas son enormes y las diferencias con la estrategia con Washington visibles. 


Pero las sanciones también se han convertido en un boomerang contra la economía europea. Es imposible cortar los lazos económicos con Rusia y China[13]. Si el flujo de gas ruso se interrumpe hacia Alemania, su PIB se desplomaría como mínimo un 5%, la mayor caída desde la Segunda Guerra Mundial, se dislocaría su sector industrial y sus exportaciones se verían duramente afectadas, en beneficio de EEUU.

La agencia Europa Press citaba un comunicado del 30 de marzo de los principales sindicatos alemanes, en el que alertaban que la imposición de un embargo al suministro de energía procedente de Rusia, no solo conllevaría cierres de empresas y despidos masivos, sino también el colapso de las cadenas de producción en Europa, con graves consecuencias sociales.

Las tres cuartas partes del gas que importan los países de la Unión Europea proceden de Rusia[14], y EEUU no ha logrado todavía su objetivo de romper con el suministro. Es más, según el Center for Research on Energy and Clean Air[15], desde el 24 de febrero hasta el 30 de marzo, la UE ha desembolsado a Rusia la friolera de más de 22.000 millones de euros: casi 14.000 por gas, más de 7.500 por petróleo y más de 600 por carbón.

Los efectos económicos y sociales de las sanciones por supuesto que se notan en Rusia[16]. Pero en los últimos años su economía ha estrechado sus lazos con otros países fuera del bloque occidental. Su deuda pública se limita al 18% del PIB, muy inferior al del resto de países europeos, y ha logrado acumular unas reservas en dólares de más de 630.000 millones (aunque la mitad bloqueadas por Occidente). China representa el 18% del comercio total de Rusia, y una gran parte de ese intercambio se realiza ya en yuanes y rublos.

La idea de que Rusia está aislada es una fantasía. En las últimas semanas de marzo, dos grandes compañías petroleras indias estatales, Indian Oil Corporation e Hindustan Petroleum Corporation Ltd, han comprado juntas casi cinco millones de barriles de crudo ruso y el pago será realizado en rupias.

Como escribe Rafael Poch: “Desde que hace ocho años se impusieron sanciones a Rusia por la anexión de Crimea, la participación del dólar en el conjunto de los pagos internacionales ha disminuido 13,5 puntos: pasó del 60,2% en 2014 al 46,7% en 2020 (…) Ningún BRIC ha participado en las sanciones contra Rusia: ni India, ni el Brasil de Bolsonaro, ni África del Sur, ni la atlantista Turquía, ni los países del Golfo, ni por supuesto China... El miércoles la conferencia de ministros de Exteriores de la Organización de la Conferencia Islámica (57 países miembros) rechazó sumarse a las sanciones contra Rusia. Ningún país de África, ni de Asia Occidental y Central ha impuesto sanciones a Rusia y en Asia Oriental solo lo han hecho Singapur y Japón, con China e India marcando la línea general. Aún más significativo, Arabia Saudí está manteniendo conversaciones con China para comerciar en yuanes el pago de su petróleo. El 25% del petróleo saudí va a China. Que el petróleo deje de venderse en dólares, ¿no equivale a una quiebra de la economía de Estados Unidos?”[17].

La estrategia de EEUU de prolongar la guerra a cualquier precio y arrastrar a Europa está siendo respondida por Putin con “artillería pesada”. Moscú ha exigido el pago en rublos del suministro de gas y petróleo a la UE. Alemania y otros países se han negado por el momento, pero si la escalada continua, y se produjera un corte de suministro, la actual situación de estanflación aguda podría desembocar en una recesión gigantesca en Occidente, y consecuentemente en un ascenso de la lucha de clases en todo el mundo[18]. La perspectiva de estallidos sociales no deja de crear una enorme preocupación a los Gobiernos europeos.

La guerra de Ucrania y la batalla entre las potencias por el reparto del mundo han desatado una escalada de militarismo. El nuevo plan de rearme alemán por valor de 100.000 millones de euros para este año, fue seguido de los acuerdos de la Cumbre de Versalles, por los que los países de la UE se comprometieron a invertir el 2% de su PIB en defensa. China gastará 229.470 millones de dólares en su ejército durante 2022, una cifra récord después de que su presupuesto militar aumentara un 6,8% en 2021 y un 6,6% en 2020[19]. Y EEUU alcanzará un nuevo récord en el presupuesto militar (813.000 millones de dólares), 3 veces superior al de Beijing y 10 al de Moscú, con un nuevo incremento del 4%.

A nadie se le escapa que cada dólar y euro invertido en estos proyectos de la muerte saldrán de más recortes sociales, de destruir la sanidad y la educación públicas, de hundir los salarios, de la precarización y el empobrecimiento de cientos de millones de hombres, mujeres y niños.

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Cada dólar y euro para armamento saldrá de más recortes sociales, de hundir los salarios, de la precarización y el empobrecimiento de cientos de millones de hombres, mujeres y niños. 


Por una política internacionalista y de independencia de clase

Los comunistas revolucionarios denunciamos la responsabilidad criminal de la OTAN, del imperialismo estadounidense y europeo en esta guerra. Siguiendo el ejemplo de Lenin, luchamos por los derechos nacionales y democráticos de la nación ucraniana, aplastados históricamente por el imperialismo zarista y el estalinismo. Pero no nos hacemos la falsa ilusión, por otra parte reaccionaria, de que estos derechos se puedan lograr bajo el Gobierno de Zelenski y su ejército. Solo el impulso de una acción revolucionaria y socialista de la clase obrera, que rompa todo tipo de subordinación a cualquiera de los bloques imperialistas, podrá llevar a cabo la auténtica liberación nacional y social de Ucrania.

Exigimos la retirada inmediata de las tropas rusas, y denunciamos con claridad el nacionalismo gran ruso del régimen de Putin, fundamentado en que la nación ucraniana no existe. Si finalmente logra la anexión territorial del Donbás después de sembrar la destrucción del país, el odio nacional entre ucranianos y rusos se extenderá por mucho tiempo. De esta situación solo saldrá beneficiada la burguesía imperialista que apoya al Kremlin y las formaciones fascistas herederas de Stepán Bandera.

Putin ha desatado una brutal represión: casi 15.000 detenciones por participar en manifestaciones, y numerosas acusaciones penales por la nueva ley que permite penas de prisión de hasta 15 años por difundir “información falsa sobre la guerra”. Por supuesto, la propaganda militarista antirusa en Occidente es igual de despreciable, y la censura es asfixiante.

La idea de “desnazificar Ucrania”, conociendo todos los lazos que unen a Putin con la extrema derecha europea y mundial, no es más que un señuelo para explotar el sentimiento de humillación que durante años ha sentido el pueblo ruso por la arrogancia del imperialismo americano, y la memoria colectiva por la matanza nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esta demagogia no tiene nada de socialista, y si puede tener mayor recorrido es gracias a la política de la dirección Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR), que ha sustituido hace mucho tiempo el internacionalismo proletario por el programa del nacionalismo y la subordinación al Estado ruso. A esto también contribuye esa izquierda neoestalinista internacional que hace el juego acríticamente a las maniobras de Putin y su camarilla.

La guerra imperialista coloca a los trabajadores y a la juventud con conciencia de clase ante una obligación histórica: lo primero que debemos hacer es negar apoyo a nuestra propia burguesía nacional y luchar contra el chovinismo capitalista con el programa del internacionalismo y el socialismo. ¡Proletarios de todos los países uníos contra la guerra imperialista!

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¡Fuera la OTAN y las tropas rusas de Ucrania, abajo la guerra imperialista! ¡Por la movilización internacionalista de la clase obrera, por el derrocamiento de los Gobiernos capitalistas que nos han empujado a esta situación, por el socialismo mundial!  


Frente a la capitulación de la socialdemocracia otantista, y del resto de las formaciones que se subordinan vergonzosamente a ella, frente a la Unión Sagrada con los imperialistas y los explotadores, los revolucionarios defendemos una política de independencia de clase. Como dijo Karl Liebknecht, ¡El enemigo principal está en casa!

La guerra de Ucrania es el síntoma más evidente de la putrefacción que padece el capitalismo mundial, y no será la última. La única política consecuente para lograr la paz entre los pueblos es ¡fuera la OTAN y las tropas rusas de Ucrania, abajo la guerra imperialista! ¡Por la movilización internacionalista de la clase obrera, por el derrocamiento de los Gobiernos capitalistas que nos han empujado a esta situación, por el socialismo mundial!

 

[1] Para conocer más a fondo.La extrema derecha en Ucrania: mucho más que los nazis del Batallón Azov

[2] La invasión rusa de Ucrania y la lucha imperialista por la hegemonía mundial

[3] La OTAN y las relaciones entre EE UU y Rusia

[4] La lucha de clases en la época de decadencia imperialista

[5] [1] Informe de Crédit Suisse citado en el Informe Anual 2021 del Observatorio de la Política China, en politica-china.org http://bit.ly/3IWzl0r 

[6] Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Fundación Federico Engels, 2016, p. 177

[7] Desde 1999 hasta el año 2020, el PIB ruso ha crecido globalmente un 78,3%, beneficiándose del alto precio de las materias primas. Sus reservas de gas natural se estiman en cerca de 37,4 billones de metros cúbicos y produjo 638.000 millones en 2020, de los que exportó un tercio. En cuanto al petróleo, en 2022 producirá 11 millones de barriles al día (es el tercer productor del mundo). Las exportaciones de gas ruso suponen el 19,14% del total mundial, las de petróleo el 12,33% y la de derivados el 9,75%, y generaron el 40% de los ingresos del Estado ruso. También es el mayor exportador mundial  de trigo, un gran exportador de productos semielaborados de hierro, de niquel y fertilizantes, y posee el 20% de la cuota de exportación mundial de armamento, solo por detrás de EEUU.

[8] Moscú ha conseguido cimentar su presencia en Libia, República Centroafricana (RCA), Sudán, Madagascar, Mozambique, Malí y Burkina Faso. Desde 2015 a 2019, Putin firmó 19 acuerdos de cooperación militar entre Rusia y países africanos. Está construyendo una central nuclear en Egipto y en negociaciones para construir otras en Ghana y Nigeria.

[9] Dentro de poco entrará en funcionamiento el gaseoducto “Power of Siberia 2”, con una capacidad para bombear 50.000 millones de m³ al este de China, y se anunció la construcción para los dos próximos años de "Power of Siberia 3".  Mientras, compañías rusas y chinas están levantando una planta de licuefacción de gas en Yamal (noroeste de Siberia) valorada en 27.000 millones de dólares.

[10] Relaciones entre China y Alemania, un complicado acto de equilibrio

[11] Ucrania ofrece a Rusia su renuncia a la OTAN a cambio de obtener garantías de seguridad en su territorio

[12] El Departamento del Tesoro estadounidense sí está autorizando la utilización de dichas reservas por parte del Banco Central Ruso para pagar vencimientos de deuda, evitando así una posible suspensión de pagos de consecuencias imprevisibles para la economía mundial.

[13] Ni siquiera EE.UU. puede hacerlo completamente, habiendo excluido de las mismas la importación de uranio.

[14] Así lo indica la Oficina Europea de Estadística (Eurostat) en base a datos de 2019. Finlandia y Letonia compran, respectivamente, el 94% y 93% de su gas natural a Rusia. En Estonia y Bulgaria los porcentajes son del 79% y 77%. Eslovaquia (70%), República Checa (66%), Austria (64%) Hungría (40%), Eslovenia (40%), Polonia (40%). Alemania es  el principal cliente de Gazprom: En 2020, le compró 46.000 millones de metros cúbicos de gas.

[15] ¿Cuánto ha pagado la UE a Rusia por sus recursos desde el inicio de la guerra en Ucrania?

[16] Pero las sanciones tienen otro efecto político. La última encuesta de febrero del Instituto Levada  apunta que el índice de aprobación del presidente crece hasta el 71%, el más alto desde mayo de 2018; el 58% de la población aprueba la intervención en Ucrania contra un 23% que se opone, aunque entre los jóvenes de 18 a 24 años, solo el 29% apoya el conflicto y el 39% se opone. (Encuesta del Instituto Levada UKRAINE AND DONBASS )

[17] ¿El suicidio del dólar?

[18] El secretario general de la ONU, António Guterres, alertó a principio del mes de marzo que la guerra en Ucrania podría resultar en “un huracán de hambruna” en muchos países. “Los precios de los cereales ya superaron los de principios de la Primavera Árabe y los disturbios por alimentos de 2007-2008”.

[19] Esta dinámica ya está haciendo de oro a las empresas de armamento. Según un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México, sus ganancias se han incrementado en un 10% desde el 22 de febrero hasta el 12 de marzo, con beneficios de 82.000 millones de dólares. Empresas de armamento aumentan ganancias con conflicto en Ucrania

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