Los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas podrían parecer a primera vista una repetición de las elecciones de 2017. Los mismos candidatos y de nuevo victoria de Macron sobre Le Pen, aunque por un margen bastante menor que en 2017 y con una participación del 71,8%, la más baja desde 1969.
Pero muchas cosas han cambiado desde 2017, y sería un error ignorarlas. En 2017 Macron prácticamente duplicó los votos de la candidata de extrema derecha, pero esta vez la distancia se ha recortado en casi la mitad. Una parte de los votantes de la izquierda votó ese año con la nariz tapada a Macron para evitar la victoria de Le Pen. En esta ocasión, la creciente convergencia de las políticas reaccionarias de Macron con el programa de Le Pen ha convencido a muchos de esos votantes de que Macron no es un dique contra la extrema derecha y de que la única forma de combatirla es en las calles y electoralmente apoyando a Francia Insumisa, la plataforma de izquierdas encabezada por Jean-Luc Mélenchon, y en consecuencia han optado por la abstención y el voto nulo o en blanco.
Lo fundamental es ver la película completa y comprender las tendencias de fondo que estas presidenciales han puesto de relieve. Primero, porque la candidatura de Mélenchon se alzó con un resultado histórico en la primera vuelta, venciendo en muchas de las grandes ciudades de Francia y en el cinturón rojo de París; y, en segundo lugar, porque estos comicios han terminado de dinamitar a dos grandes partidos tradicionales que gobernaron la V República durante décadas.
Avance de Mélenchon y Francia Insumisa
Mélenchon obtuvo unos resultados muy potentes que estuvieron a punto de dar un vuelco a la situación. Con 7.714.949 votos y el 21,95% se quedó tan solo a 421.400 votos (1,2 puntos) de Le Pen.
Si a estos resultados les sumásemos los del PCF (2,28%), los del NPA (0,77%) y los de Lucha Obrera (0,56%) habrían logrado conjuntamente 8.983.732 votos, es decir, el 25,56%, dos puntos por encima de Le Pen y a tan solo dos puntos de Macron. La campaña de la segunda vuelta se habría convertido en una disputa política con un carácter completamente distinto y todo el panorama político se podría haber visto completamente trastocado. La posibilidad de que Mélenchon ganara las presidenciales hubiera sido muy real, movilizando a muchos de los abstencionistas de izquierdas.
Desgraciadamente, la decisión de mantener candidatos sin opciones ha frustrado esta posibilidad. La ceguera de los defensores de esta estrategia sectaria es evidente.
De todas formas, el avance de Francia Insumisa demuestra el potencial para conformar un frente anticapitalista y antifascista, y las oportunidades que existen para levantar una izquierda de clase y combativa. El ascenso de las luchas durante la presidencia de Macron, especialmente la rebelión de los “chalecos amarillos” y las grandes huelgas contra la privatización de las pensiones, de los trabajadores ferroviarios y de la educación pública, ha tenido su reflejo en el campo electoral. Es importante subrayar esto y combatir la campaña de que en Francia el avance de la extrema derecha es lo único relevante.
Avance de la extrema derecha y colapso de la derecha republicana y los socialistas
La derecha republicana tradicional, el gaullismo, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial constituyó el más firme pilar del sistema político francés, perdió en la primera vuelta 5.533.525 votos, pasando del 20,01% al 4,78%. Macron solo consiguió arrastrar a una pequeña parte de esos votantes, que en su mayoría optaron por la extrema derecha o la abstención.
La profunda polarización social y política que vive Francia, como está ocurriendo en el resto del mundo, está empujando al voto conservador tradicional hacia fuerzas de extrema derecha racistas, homófobas y protofascistas. Estas elecciones son una nueva confirmación de este aspecto: el Rassemblement National de Le Pen y el aún más ultraderechista Zemmour obtuvieron en la primera vuelta un 30,22% de los votos, y en la segunda vuelta Le Pen consiguió incrementar ese resultado hasta el 41,8%. Un serio peligro para la clase obrera y los derechos democráticos, que demuestra la corrosión que sufre la democracia burguesa en uno de los países capitalistas más desarrollados.
Tampoco ha conseguido Macron beneficiarse del hundimiento del Partido Socialista, que en las últimas décadas compartió con la derecha republicana la responsabilidad de asegurar la estabilidad del capitalismo francés. En 2012 el PS ganó la presidencia de la república con un 51,64% del voto, pero su política de recortes y su completa sumisión al capitalismo francés provocó su estruendosa derrota en 2017, con solo el 6,36%. En la primera vuelta de estas presidenciales, la candidata socialista solo consiguió un ridículo 1,75%, una situación que amenaza seriamente con la desaparición del partido.
Los trabajadores y la juventud en lucha contra Macron
La presidencia de Macron ha estado marcada estos cinco años por políticas capitalistas salvajes contra la clase trabajadora y de autoritarismo y represión. Ha sido un fiel servidor de los grandes monopolios capitalistas franceses, eliminando impuestos a los más ricos y aprobando una brutal reforma laboral que facilitó la contratación temporal y el despido, abrió la puerta a jornadas laborales de hasta 46 horas semanales y atacó duramente la negociación colectiva. También impulsó una agresiva contrarreforma de las pensiones, que fue frenada por las huelgas y movilizaciones masivas que paralizaron durante casi tres meses el país. Durante su presidencia, las cifras de pobreza no han dejado de crecer, y ya el 21% de la población está bajo el umbral de la pobreza.
El profundo malestar social con las políticas de Macron y su plena identificación con los multimillonarios han dejado espacio para la demagogia nacionalista y racista de la extrema derecha, especialmente entre amplios sectores de las capas medias empobrecidas cada vez más histéricas ante la creciente incertidumbre que les ofrece el capitalismo. A ello ha contribuido también la distancia mostrada por Mélenchon ante las grandes movilizaciones sociales para darles un apoyo consecuente. La insuficiencia del programa de Francia Insumisa, que sigue orientado a la acción puramente institucional y evita apoyarse plenamente en la movilización en las calles ofreciendo una alternativa socialista, es un factor decisivo para que la demagogia de Le Pen siga manteniendo este apoyo tan importante.
Un ascenso de la extrema derecha al que no es ajena la clase dominante, que ha vivido con creciente preocupación la rebelión social contra Macron y sus reformas. Esta preocupación, el descrédito y desgaste de Macron, y el miedo a que Mélenchon pueda canalizar por la izquierda ese descontento, como ahora se ha confirmado, ha llevado a la burguesía francesa y sus medios de comunicación a maniobrar abiertamente para blanquear a Le Pen. La estrategia está clara: si el descrédito de Macron continúa aumentando, excepto entre los millonarios y las clases más altas, la posibilidad de colocar a Le Pen como garante de los negocios del gran capital tiene que estar encima de la mesa.
Es el momento de construir una izquierda combativa, anticapitalista y revolucionaria
Los buenos resultados de Mélenchon en los barrios obreros de las grandes ciudades —más del 60% en algunas circunscripciones de París y primera fuerza en 6 de las 10 ciudades más grandes— reflejan cómo esta década de grandes batallas no ha pasado en balde, sino que ha estado llena de lecciones para los trabajadores y la juventud.
Las próximas elecciones legislativas del mes de junio serán una nueva oportunidad para la izquierda. Es fundamental afrontarlas con un programa que ofrezca una respuesta real a los problemas de la clase trabajadora y que se vincule a la voluntad de combate que los trabajadores y los jóvenes franceses han demostrado una y otra vez, y que volverán a demostrar en los próximos meses, como anticipan las movilizaciones juveniles de los últimos días contra la extrema derecha.
Mélenchon y FI mantienen viva la ilusión de que es posible reformar este sistema desde dentro. Los hechos han demostrado que esta perspectiva es una vía muerta y que es el momento de una política consecuentemente socialista y anticapitalista. Pero sería un error alegar ese reformismo como excusa para rechazar una táctica electoral de apoyo crítico al FI, al mismo tiempo que mantenemos una posición de independencia de clase. Este es también el camino para que los comunistas revolucionarios podamos llegar a miles de activistas y ganarlos para la tarea de construir un partido revolucionario a la altura de las tareas que enfrentamos.