La guerra de Ucrania ha puesto en evidencia las profundas contradicciones que sacuden el capitalismo global, abriendo una crisis política, económica y social sin precedentes desde los años treinta del siglo pasado. Una crisis que los Gobiernos harán recaer sobre los hombros de la clase trabajadora y que tendrá enormes consecuencias en la lucha de clases mundial.

Como hemos analizado en anteriores declaraciones, la batalla encarnizada que se está librando en Ucrania va mucho más allá de la invasión militar rusa a finales de febrero. En realidad se ha venido fraguando desde 2014 y ha dado un salto de calidad hasta enfrentar militarmente al régimen reaccionario de Putin con el imperialismo norteamericano y europeo, y el Gobierno títere de Zelenski.

Como si fuera una última oportunidad para restablecer su posición hegemónica, Biden y la burguesía estadounidense están poniendo a la Unión Europea de rodillas para que acepte su agenda militarista. Pretenden empantanar a Rusia en una guerra de desgaste y que sirva para contener el auge de China. Pero esta estrategia, que utiliza al pueblo ucraniano como carne de cañón sin enviar un solo soldado de Occidente al teatro de operaciones, puede volverse en su contrario: Ucrania será devastada y la economía mundial sufrirá un nuevo descenso a los infiernos.

Así lo reconocía el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en el reciente Foro de Davos: “esto va sobre Rusia, pero también va sobre China”, planteando cínicamente que “la libertad es más importante que el libre comercio” y que “la protección de nuestros valores es más importante que los beneficios”. ¡Y lo dice ante los altos ejecutivos y magnates de los principales bancos y monopolios capitalistas occidentales, que se están lucrando con la guerra!

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Como si fuera una última oportunidad para restablecer su posición hegemónica, Biden y la burguesía estadounidense están poniendo a la Unión Europea de rodillas para que acepte su agenda militarista.

Hace treinta años, tras la caída de la URSS, el imperialismo estadounidense, con el aplauso de sus aliados europeos, se vanagloriaba del triunfo del libre mercado y la derrota del “comunismo”, para acto seguido intervenir militarmente allí donde sus intereses geoestratégicos y comerciales lo requerían. Una actitud que le llevó a ampliar la OTAN hacia el Este europeo absorbiendo a la mayoría de las antiguas naciones que integraban el Pacto de Varsovia. Pero esta actuación impune como gendarme mundial experimentó un cambio dramático desde la Gran Recesión de 2008, cuando la correlación de fuerzas sufrió una alteración profunda que se ha concretado en la irrupción de China como una superpotencia. El poderoso músculo económico del capitalismo de Estado chino se ha traducido en una agresiva política imperialista que disputa cada rincón del planeta al gigante estadounidense.

Lenin señalaba el fondo de este asunto en su texto clásico sobre el imperialismo: “El capital financiero y los trust no disminuyen, sino que aumentan las diferencias en el ritmo de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial. Y una vez que ha cambiado la correlación de fuerzas, ¿qué otro medio hay, bajo el capitalismo, para resolver las contradicciones si no es la fuerza? (…) ¿Qué otro medio que no sea la guerra puede haber bajo el capitalismo para eliminar las discrepancias existentes entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación de capital, por una parte, y el reparto de las colonias y de las ‘esferas de influencia’ entre el capital financiero, por otra?”[1].

La guerra empuja hacia una dura recesión económica

La guerra está acelerando la recesión económica que ya se cocía a fuego lento. Una recesión que no es solo consecuencia de la guerra, sino de los graves desequilibrios acumulados durante más de una década, y que estallaron durante los dos últimos años de pandemia. Y la mencionada reunión del Foro de Davos ha subrayado el profundo pesimismo con el que los representantes del gran capital internacional afrontan el futuro. A pesar de la propaganda, el imperialismo norteamericano y la Unión Europea están mostrando su creciente debilidad.

El fracaso de las sanciones contra Rusia es el mejor ejemplo al respecto. Solo 40 de 190 países las han aplicado. La propia Unión Europea se ve muy limitada para llevarlas a cabo ante la negativa abierta de Hungría y las reservas y vacilaciones de otros países a cortar completamente con el suministro de gas y el petróleo rusos. El embargo al petróleo acordado a finales de mayo excluye el suministrado mediante oleoductos, un tercio del total, afectando solo a los envíos por barco. Pero la prohibición de estos últimos, como se está comprobando en EEUU y Gran Bretaña, no ha impedido que el petróleo de Putin acabe en sus puertos tras recurrir a los “métodos creativos” de la economía de mercado[2]

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El fracaso de las sanciones contra Rusia es el mejor ejemplo al respecto. Solo 40 de 190 países las han aplicado. La demanda de petróleo barato por muchos otros países hace aún más impotente la política occidental.

El firme apoyo a Rusia por parte de China, que a su vez se beneficia del suministro de energía y materias primas baratas de Moscú y ha logrado un registro excelente de su economía en el primer trimestre del año[3], no es el único. La demanda de petróleo barato por muchos otros países, como India[4], hacen aún más impotente la política occidental: la escalada de los precios del petróleo que se ha acrecentado con las sanciones, permite a Rusia compensar la caída de su producción hasta en un tercio, especialmente mientras mantenga su alianza con la OPEP que sigue resistiéndose a las exigencias de EEUU de incrementar sustancialmente la producción global de crudo.

Las previsiones de la propia Comisión Europea de que un corte total con el gas ruso hundiría el PIB de la eurozona y dispararía la inflación[5], que ya ha alcanzado la cifra récord del 8,1%, evidencian las serias limitaciones que enfrenta la estrategia de EEUU. Según la Asociación Alemana de Industrias Energéticas y de Agua, solo el 12,5% del gas natural ruso podría sustituirse a corto plazo en la industria del metal, el 7,9% en la industria en general y solo el 4% en la química. Por otro lado, el suministro de otros proveedores, como EEUU, supondrá un incremento de precios de entre el 30 y el 40% respecto al gas ruso, situando a la industria europea, y especialmente a la alemana, ante una brutal pérdida de competitividad en el mercado mundial frente a las mercancías chinas y norteamericanas. 

La dinámica de la guerra y sus consecuencias económicas están empujando a fuertes divisiones entre los Gobiernos europeos, con Scholz y Macron llamando a no humillar a Rusia e incluso señalando que Ucrania tendrá que hacer concesiones territoriales. Pero también en la propia clase dominante norteamericana la unidad se está perdiendo, como ha reflejado un reciente editorial del The New York Times[6] advirtiendo de la necesidad de encontrar una salida al conflicto o las recientes declaraciones del exsecretario de Estado, Henry Kissinger, en Davos[7], afirmando que Ucrania debe ceder el Donbás.

Lo que queda claro es que aunque se pueda llegar a algún tipo de tregua en Ucrania, el enfrentamiento entre las potencias imperialistas continuará, incluyendo nuevos conflictos militares. Bajo el capitalismo en su fase de decadencia imperialista es imposible un desarrollo armónico, pacífico y progresista.

Especulación y hambre en el mundo: la hipocresía de los capitalistas

La guerra, como antes la pandemia, está propulsando los beneficios capitalistas en todo el mundo, que hasta marzo han batido récords con un 11% más respecto a 2021[8].  Además, la escalada inflacionista, que empobrece a millones de familias trabajadoras, está suponiendo ganancias caídas del cielo para los grandes monopolios de la energía, la alimentación y la banca.

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La guerra está propulsando los beneficios capitalistas en todo el mundo. La escalada inflacionista está suponiendo ganancias caídas del cielo para los grandes monopolios de la energía, la alimentación y la banca.

El cinismo de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y los gobiernos capitalistas occidentales cuando denuncian al régimen de Putin como el único responsable del hambre en el mundo no tiene límites. Lo cierto es que ya en 2020 el hambre alcanzaba a 811 millones de personas, un 20% más que en 2019. Si de verdad están preocupados por el hambre, los portavoces de la UE y EEUU deberían dirigirse a los grandes fondos de inversión que hacen su agosto especulando en las Bolsas de materias primas de Chicago, Minneapolis o París. ¡Es ahí donde se generan las hambrunas!

Pero la situación es aún más sangrante cuando se conocen los datos reales. De acuerdo con la FAO, la campaña de cereales 2021/22 ha supuesto un máximo histórico, 2.800 millones de toneladas. Sumadas al stock existente alcanzarían los 3.626,8 millones de toneladas, quedando un sobrante tras consumo de 835 millones. Según ese organismo, Ucrania y Rusia producirían entre marzo y junio 32,5 millones de toneladas de trigo y maíz, “un 6,7% del volumen mundial de comercio, un 3,89% de los stocks previstos al final de la campaña y un 2,46% del conjunto de ambas magnitudes[9]”. Es decir, un porcentaje minoritario de la producción mundial.

Un informe de IPES Food[10] señala con claridad qué está ocurriendo: “Aunque la guerra en Ucrania ha creado importantes interrupciones en el suministro y la situación sigue deteriorándose, en este momento no hay escasez de alimentos a nivel mundial (…) El verdadero problema es que la mayoría de las reservas de cereales del mundo están en manos de las grandes corporaciones, y tienen poco interés en revelar esas existencias o liberarlas mientras los precios siguen subiendo”[11].

Esta es la razón de que el 7 de marzo, justo al comienzo de la guerra, JP Morgan publicara un informe animando a invertir en fondos vinculados al sector agrícola. Solo en la primera semana de marzo las inversiones globales alcanzaron los 4.500 millones de dólares, y los dos principales fondos de inversión agrícolas recibieron 1.200 millones frente a los 197 millones de todo 2021[12]. El problema no es la guerra en Ucrania, sino el control asfixiante de la economía por parte de los grandes monopolios y sus apuestas especulativas en los mercados de futuros para llenarse los bolsillos.

¡Abajo la guerra imperialista! ¡Ni Putin, ni OTAN, ni Zelenski!

La invasión de las tropas de Putin y el armamento desplegado por la OTAN están destruyendo Ucrania. Es una guerra reaccionaria e imperialista por ambos lados, en la que el Gobierno de Zelenski no lucha por la liberación nacional, sino que actúa como un simple contratista del imperialismo norteamericano. Tanto el aparato de Estado y administrativo de Kiev, como el ejército y la economía ucraniana se sostienen gracias a una ingente movilización de recursos militares y financieros de EEUU, la OTAN y la UE.

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Tanto el aparato de Estado y administrativo de Kiev, como el ejército y la economía ucraniana se sostienen gracias a una ingente movilización de recursos de EEUU, la OTAN y la UE.

Esta avalancha de recursos recibida explica también el supuesto milagro militar ucraniano. Desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero, esa ayuda se ha multiplicado a una escala sin precedentes: 42.000 millones de euros por parte de EEUU, 15.000 millones de la UE y 7.000 por parte de otros aliados del imperialismo norteamericano (Gran Bretaña, Canadá, Japón  Australia…). En total, más de 65.000 millones de euros, ¡el 41% del PIB ucraniano del año 2021! Pero este respaldo no ha comenzado ahora. El Pentágono y la OTAN llevan interviniendo abiertamente en Ucrania desde 2014, financiando su ejército y adiestrando a más de 80.000 soldados en 8 años[13]. En la práctica, ya existían bases militares de la OTAN en territorio ucraniano, y en ellas se ha llevado a cabo toda esta formación[14].

El relato occidental sobre cómo hemos llegado a esta situación omite conscientemente el papel crucial del imperialismo norteamericano en la escalada bélica. A principios de 2021 el Gobierno ucraniano diseñó una nueva doctrina de Seguridad Nacional acordando su incorporación a la OTAN y la participación en sus ejercicios militares. En agosto de ese año, EEUU y la OTAN constituyeron la “Plataforma de Crimea” con el objetivo de ayudar a recuperar la península, calificándola como una base militar rusa que amenazaba la seguridad de la OTAN. En todo este tiempo, el Gobierno de Zelenski incrementó el despliegue militar en el frente del Donbás destinando entre 120.000 y 150.000 soldados. A comienzos de 2022, Zelenski aprobó una ley para permitir que tropas de la OTAN pudieran realizar ejercicios militares en suelo ucraniano.

A todo esto hay que añadir el carácter profundamente reaccionario de los sucesivos gobiernos ucranianos desde 2014, incluido el de Zelenski, que han aplicado recortes, privatizaciones masivas y una dura legislación antiobrera y antisindical[15]. Un Gobierno dominado por elementos neonazis y de extrema derecha, como la diputada Galina Tretyakova, del partido de Zelenski, que planteó la necesidad de esterilizar a los parados ya que “dan hijos de mala calidad”, y un ejército cuya columna vertebral de mando y tropas de choque lo integran fascistas y supremacistas blancos como los del Batallón Azov.

Todo esto no niega el carácter imperialista y reaccionario de la invasión de Putin, su estrategia de anexiones territoriales para mayor beneficio de los grandes capitalistas y monopolios rusos —que serán los que realmente saquen provecho del control militar y económico del Donbás— y el renacimiento del chovinismo gran ruso que siempre ha oprimido a Ucrania negando su derecho a la independencia nacional. No es ningún detalle que Putin acusara a Lenin y los bolcheviques de ser los responsables de la autodeterminación de Ucrania.

El anticomunismo y el nacionalismo totalitario son señas de identidad del régimen capitalista y bonapartista putinista, que explota sin contemplaciones a su clase obrera mientras el 1% de la población acapara el 48% de la riqueza del país, y que reprime a cualquiera que disienta, a los sindicatos y a la izquierda combativos, al movimiento LGTBI, a los movimientos sociales. Un régimen con vínculos estrechos con la ultraderecha europea y que cuenta con unidades hipereaccionarias como el grupo Wagner, con los que planifica intervenciones militares en numerosos puntos del planeta.

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La guerra y sus consecuencias están siendo terribles para la clase trabajadora ucraniana, rusa y del resto del mundo.

La guerra y sus consecuencias están siendo terribles para la clase trabajadora ucraniana,  rusa y del resto del mundo. También lo fueron en 1914, cuando un grupo reducido de revolucionarios clamó contra la capitulación de la Segunda Internacional y los partidos socialistas ante sus burguesías nacionales por su apoyo a la masacre y su socialpatriotismo. Sin embargo, estos revolucionarios, Lenin, Trotsky, Liebknecht o Rosa Luxemburgo, no desfallecieron. Sabían que la guerra llevaba en su seno la semilla de la revolución, y que tarde o temprano la clase obrera y los oprimidos se levantarían frente a la barbarie imperialista.

Hoy, como ayer, los dirigentes de la socialdemocracia tradicional y también de la nueva izquierda reformista en lugar de plantar cara a sus respectivos gobiernos denunciando la naturaleza imperialista de la guerra, el incremento de los presupuestos militares y la escalada militarista, se hacen eco de la propaganda chovinista y belicista, garantizando a toda costa una política de unidad nacional en defensa de los intereses de sus propias burguesías que solo contribuirá a prolongar la matanza y sus dramáticas consecuencias para la clase trabajadora. 

Y hoy como ayer, la izquierda revolucionaria con un programa de independencia de clase seguimos diciendo alto y claro: ¡Abajo la guerra imperialista! ¡El enemigo principal está en casa! ¡Por el internacionalismo proletario, por la revolución socialista!

Notas

[1] Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Fundación Federico Engels, 2016, p. 145 y pp. 147-148.

[2] Las misteriosas aventuras del petróleo ruso

[3] La inversión directa de capital (IED) en China se incrementó un 26,1% interanual entre enero y abril de 2022, 74.470 millones de dólares, desmintiendo a aquellos que hablan de una fuga de capitales fruto de su apoyo a Putin. Según el último informe de la Cámara de Comercio Americana en China, el 83% de las empresas norteamericanas no se plantean deslocalizar su producción de China y ven con esperanza la decisión de Biden de levantar los aranceles impuestos por Trump.

[4] India compró 11 millones de barriles en marzo y esa cifra aumentó a 27 millones en abril y 21 millones en mayo, según datos de la firma Kpler. Cifras que contrastan con los 12 millones de barriles que compró a Rusia en todo 2021.

[5] La Comisión Europea dice que un corte total del gas ruso hundiría el PIB de la eurozona

[6]  The War in Ukraine Is Getting Complicated, and America Isn’t Ready

[7] Kissinger aconseja a Ucrania ceder territorio a Rusia para frenar la guerra

[8] Los dividendos mundiales baten récords hasta marzo y España ocupa la cuarta posición en Europa

[9] Transporte, energía, abono y especulación: la tormenta perfecta por la crisis de Ucrania que dispara el precio de los alimentos / 'Betting on Hunger': Market Speculation Is Contributing to Global Food Insecurity

[10] Panel Internacional de Expertos sobre sistemas alimentarios sostenibles

[11]  IPES-Food Reports Another Perfect Storm for Food Price Crisis

[12] THE HUNGER PROFITEERS

[13] The Secret of Ukraine’s Military Success: Years of NATO Training

[14] Lo que nos van explicando sobre la guerra

[15] En marzo, ya en plena guerra, se aprobó una ley que arrebata a los sindicatos capacidad para representar a los trabajadores en las empresas estatales y privadas, introduce la fórmula legal de “suspensión de empleo” (los trabajadores no son despedidos formalmente, pero su trabajo y salarios están suspendidos), amplía la semana laboral a 60 horas y otorga a los capitalistas el derecho a despedir unilateralmente con indemnizaciones ridículas y a suspender los convenios colectivos.

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