¡Rearmar a la clase obrera con un programa revolucionario!

La negativa del Movimiento 5 Estrellas a aprobar el último paquete de medidas económicas “anticrisis” en julio fue el desencadenante de la dimisión del primer ministro Mario Draghi y de la convocatoria de elecciones anticipadas para este 25 de septiembre. Tras tres Gobiernos diferentes en cuatro años, y después de que la burguesía italiana se decantara para estabilizar la situación por uno de los representantes del capital europeo más reputado —el banquero Draghi— al frente de un Gobierno de unidad nacional con representación de todo el arco parlamentario a excepción de la formación fascista Hermanos de Italia, de Georgia Meloni, la crisis política ha vuelto a estallar y este plan ha fracasado.

Un sector importante de la burguesía italiana está apostando por la ultraderechista Meloni, que con su demagogia reaccionaria ha rentabilizado su posición como única oposición a Draghi y lidera todas las encuestas electorales con un 24,8% (4% en las últimas elecciones de 2018). La coalición de derechas que forma junto a la Liga de Salvini (13,9%) y Forza Italia de Berlusconi (7%) podría alcanzar más del 45% del electorado. Una coalición dominada por la extrema derecha y el neofascismo que ha recibido la bendición del Partido Popular Europeo, poniendo en evidencia que la derecha tradicional ni hace ascos ni tiene reparos con la ultraderecha. Una situación que, sin duda, supone una grave amenaza para la clase obrera.

Este terremoto, en realidad, tiene sus causas en la mayor crisis económica y política de la historia reciente del país y en una polarización y descontento social crecientes.

El avance de Hermanos de Italia también hace temblar a los principales líderes de la Unión Europea debido a los numerosos vínculos y buena sintonía de sus futuros socios de Gobierno, Salvini y Berlusconi, con Putin y los capitalistas rusos. Un acercamiento del Gobierno italiano a Rusia echaría por tierra los ya endebles planes europeos de intentar buscar alternativas al gas y petróleo rusos para poder seguir la estrategia marcada por EEUU y la OTAN en el contexto de la guerra imperialista en Ucrania.

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Un sector importante de la burguesía italiana está apostando por la ultraderechista Meloni, que con su demagogia reaccionaria ha rentabilizado su posición como única oposición a Draghi.

La caída del Gobierno de Draghi

Uno de los detonantes que llevó a la disolución del Gobierno ha sido la profunda crisis que atraviesa el M5S, el segundo partido en el Parlamento. El batacazo en las municipales y las últimas encuestas, que le sitúan en apenas un 11,6%[1] (32% en las últimas generales), generó un cisma insalvable en el partido, actualmente liderado por Giuseppe Conte. Los grillini, que han defendido políticas procapitalistas y todas las medidas racistas y reaccionarias al frente de los distintos Gobiernos en los que han participado, ahora pretenden revestirse de una imagen progresista y recuperar votos por la izquierda. De ahí el rechazo a los planes económicos que presentó Draghi, especialmente al endurecimiento del acceso a la renta mínima universal y la ausencia de un salario mínimo interprofesional, que en Italia no existe.

En las semanas previas, otro proyecto de ley, el de “Competencia”, que facilita la privatización de los servicios públicos y la liberalización del sector del taxi, generó fuertes divisiones en el Ejecutivo y contestación en las calles. Este sector respondió con una huelga de 48 horas que colapsó las principales ciudades. Finalmente, el Parlamento lo aprobó en agosto con el único voto en contra de Hermanos de Italia, que sigue haciendo gala de su demagogia para aglutinar al máximo el descontento social, ante la incomparecencia de la izquierda política y sindical.

Justo antes del adelanto electoral, Conte declaraba: “Tengo el fuerte temor de que septiembre pueda ser el mes en el que el conflicto social haga subir la temperatura de las calles”. Son conscientes del panorama que se les avecina con un Parlamento completamente fragmentado, el descrédito absoluto de las instituciones[2], una economía renqueante y un malestar social, contenido hasta el momento por las direcciones sindicales y políticas de la izquierda reformista, pero larvándose a fuego lento.

La preocupación de Bruselas y de la propia burguesía italiana ante el desolador panorama económico es mayúscula. Los mercados no tardaron en reaccionar a la ruptura del Gobierno y la bolsa de Milán cayó un 2,6% en un día[3]; por otro lado, el país solo ha cumplido con el 10% de acuerdos económicos con Bruselas lo que supone un retraso en la llegada de las ayudas; la deuda pública supera el 150% del PIB, la prima de riesgo se encuentra en el 230% y la inflación en agosto se situó en el 8,4%.

La situación económica es tan grave y la desesperación por recibir los fondos europeos[4] tan grande que, a pesar de la dimisión, Draghi y Mattarella se apresuraron a viajar el 18 de julio a Argel para sellar un importante pacto que ha convertido a Argelia en el primer suministrador de gas natural de Italia[5], en línea con las directrices de la UE de reducir la dependencia de Rusia. Este acuerdo refleja a la perfección el calado real de la nueva estrategia energética de Europa, puesto que el 49% del total del gas que Argelia exportará a Italia será extraído por la empresa rusa Gazprom.

Por su parte, para el conjunto de la población la existencia es cada vez más insoportable. La pobreza absoluta en 2021 alcanzó máximos históricos: 5,6 millones de personas, el 9,4% de la población[6]. La miseria afecta con especial dureza al sur del país, donde reside el 42% del total de personas pobres, y a los menores, entre los que la tasa de pobreza llega al 13,6%. Mientras tanto empresas como Ferrari o Eni baten récords en el primer semestre de 2022: la principal petrolera del país ha multiplicado sus ganancias por siete respecto a 2021, alcanzando los 7.398 millones.

La política de colaboración de clases del Partido Democrático, su apoyo incondicional hasta el último momento al Gobierno de unidad nacional encabezado por Draghi —artífice de la austeridad europea desde el BCE— en defensa de los intereses de las grandes empresas durante la crisis del Covid-19, y su apoyo entusiasta a la OTAN en la guerra imperialista en Ucrania, no hace más que profundizar su crisis[7] —las encuestas lo sitúan en un 23%, por detrás de Hermanos de Italia—allanando el camino a la ultraderecha.

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Maurizio Landini, líder de la CGIL, en plena crisis tras la dimisión de Draghi salió públicamente en su favor y pidió que permaneciera “en todas sus funciones”.

Ante esta situación, las principales centrales sindicales del país van por la misma senda que el PD y siguen firmes en su colaboración con el Gobierno para mantener la paz social en las calles. Hasta el punto de que Maurizio Landini, líder de la CGIL, en plena crisis tras la dimisión de Draghi salió públicamente en su favor y pidió que permaneciera “en todas sus funciones”. Ahora, en la campaña electoral, a pesar de la seria amenaza que supone Meloni para los propios sindicatos, a los que no deja de atacar demagógicamente, la CGIL ha decidido mantenerse al margen y con un perfil bajo.

Lucha obrera y un programa revolucionario para vencer al fascismo

La tibia convocatoria de huelga general del pasado 16 de diciembre por parte de CGIL y UIL fue solo su intento de aliviar la presión desde abajo, pero a la que no se dio ninguna continuidad. Sectores de trabajadores, en los últimos meses, están intentando abrirse paso y avanzar en la movilización a pesar de la burocracia sindical. En mayo se convocó una huelga general del transporte público, ha habido huelgas de los trabajadores de las compañías aéreas de bajo coste en junio, una huelga de la logística en julio, entre otras.

Coincidiendo con el primer aniversario del asalto fascista a su sede en Roma —que sacó a más de cien mil a las calles en respuesta al fascismo, demostrando el potencial para luchar contra esta excrecencia política y social— la CGIL ha anunciado dos jornadas de movilización los días 8 y 9 de octubre, tras estas cruciales elecciones. Una táctica errónea y completamente insuficiente que renuncia aquí y ahora a dar una batalla seria y organizada contra la ultraderecha y su más que probable victoria electoral; a impulsar huelgas y movilizaciones de masas frente a la inflación y la carestía de la vida, desnudando así la demagogia social de la ultraderecha; a levantar un gran movimiento desde abajo, creando comités en las fábricas, en los barrios y centros de estudio en defensa de los derechos democráticos, por unas condiciones de vida dignas y contra el fascismo.

El peligro de una victoria de una formación fascista en las elecciones del 25 de septiembre es más real que nunca. La extrema derecha obtendría hoy una victoria holgada, al menos 15 puntos por encima de la coalición de la izquierda (PD, Izquierda Italiana y Verdes, Europa+ y Compromiso Cívico[8]), con una estimación del 29,5% de los votos.

La clase trabajadora y la juventud, sin duda, darán la batalla en las próximas semanas y meses en las barrios y en las fábricas para luchar contra los despidos, contra la carestía de la vida, por unas condiciones de laborales dignas y contra la ultraderecha, llegue o no al Gobierno. Sin embargo, es necesaria una organización revolucionaria que dé cauce a todo ese descontento y que defienda un programa auténticamente socialista, empezando por la nacionalización de la gran banca y los oligopolios energéticos como única vía para acabar con la orgía de beneficios de las grandes empresas y para ponerlos al servicio de conseguir unas condiciones de vida dignas para la mayoría de la población. Una organización revolucionaria que exija unos servicios públicos de calidad, que luche por la derogación de las reformas laborales y de las pensiones, por el aumento de salarios y el acceso a una vivienda. No hay otra alternativa, solo se pueden detener el avance de la ultraderecha y los planes de la burguesía combatiendo el capitalismo.

 

[1]  Los datos electorales fueron extraídos de encuestas publicadas por el diario La Repubblica el 3 de septiembre.

[2]  En las elecciones municipales de octubre se batió el récord de abstención: solo votó el 54,7% del electorado.

[3]   Correos se desplomó un 8% y Unicredit, uno de los principales bancos, un 7%.

[4]   Los 191.000 millones de euros de ayudas directas y préstamos ligados a una serie de reformas urgentes que el Ejecutivo había acordado con Bruselas.

[5] El gas natural supone el 45% del total del consumo energético del país y también un problema para el Estado dado que importa el 93%.

[6] Datos del ISTAT.

[7] El exprimer ministro Matteo Renzi y su formación, Italia Viva (escindida del PD), tras haber llegado a liderar un ministerio en el Gobierno de Draghi, y con 27 diputados, se quedaría fuera del Parlamento con un pírrico 2,2% de votos.

[8] Escisión del M5E liderada por Luigi Di Maio.

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